Ser
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Ser - Elena Andrés Suárez
Índice
Portada
Portadilla
Créditos
La cuestión del ser o cuando el ser es la cuestión
PARTE I: SER YO
He nacido, iremos viendo quién soy
Ser : crecer, elegir y convertir
Ser es convertir-se: el ser humano «abierto por obras»
PARTE II: SER NO-YO
Despertar
PARTE III: SER NOSOTROS
Ser amigo
Ser-con-los-otros... Ser-para-los-otros
Ser en y con todo lo creado
Notas
Biografía de la autora
portadillaColección dirigida por Luis López González
© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
Tel. 917 425 113
E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es
© Elena Andrés Suárez 2019
Distribución: SAN PABLO. División Comercial
Resina, 1. 28021 Madrid
Tel. 917 987 375
E-mail: ventas@sanpablo.es
ISBN: 9788428558099
Depósito legal: M. 36.211-2019
Composición digital: Newcomlab S.L.L.
Para ti, Emilio, a tu lado mi ser
encuentra un hogar cálido.
Para ti, Chuni, por tu Amistad
y por recordarme mi Esencia.
La cuestión del ser
o cuando el ser
es la cuestión
«Ser o no ser, esa es la cuestión».
Hamlet
«Y no se burle nadie conmigo,
porque somos o no somos...».
Don Quijote de la Mancha
Esta es la cuestión que deseo compartir contigo, querido lector o lectora: la cuestión del ser, pero no del ser en sí, sino del «ser que es estando». Perdona si te parece un pequeño trabalenguas. Me refiero a que no hay otra forma de ser sino estando y es en el estar donde podemos reconocer el ser que cada uno de nosotros somos. Dicho de otra manera: nuestro modo de estar declina ese verbo ser, central para nosotros, los humanos.
¿Qué es SER-humano? Me lo pregunto y busco respuestas porque lo queramos o no, SOMOS. Y lo articulamos cada vez que decimos «yo soy...», añadiendo detrás de ese verbo conjugado en primera persona, un sinfín de calificativos, aspectos, sustantivos: «yo soy alto», «yo soy profesor», «yo soy amigo de...», «yo soy la madre de...», «soy la directora de...». Si lo deseas, haz tu propia lista de todo cuanto colocas tras el «soy, las palabras que sientes que te definen».
¡Cuántas palabras podemos pronunciar para decir de alguna manera quién soy! Aunque, llegada cierta edad, podemos comenzar a percibir que necesitamos menos palabras para expresar ese «quién soy».
Estés en el momento que estés, respondas como respondas a estas cuestiones que te planteo, deseo que estas páginas sean un diálogo entre tú y yo para que tú completes con tus percepciones, experiencia y opinión todo cuanto este pequeño libro no puede abordar o no quiere, porque, realmente, sería presuntuoso por mi parte, pretender agotar este tema en unas páginas.
Tan solo deseo convocar en el limitado espacio de este libro, las preguntas y las posibles y limitadas respuestas de la cuestión del ser. Este interés por el ser no lo afronto únicamente desde el puro pensamiento, sino, y usando una expresión de san Ignacio de Loyola, desde el «sentir y gustar internamente»¹. Fue en el contexto de una semana de intenso retiro espiritual cuando, en un día concreto, viví una experiencia que solo puedo resumir con la palabra ser. Desde entonces, decir ser y decir vida es para mí como asomarme a algo sagrado, luminoso, gigante, pero a la vez inscrito en mí: en mi cuerpo, en mi mente, en mi corazón. Por eso, al aceptar la invitación de Luis López para colaborar en esta colección, elegí sin dudarlo la palabra ser y, por aquella experiencia que se me clavó dentro, no puedo conferir a estas líneas la forma de una lección magistral ni puedo permitirme creer que sé algo. Más bien, surge en mí ante el reto de dar a luz cada palabra y párrafo de este libro, el deseo que el gran Tomas Merton expresaba así en su diario²:
Te ruego intercedas ante Nuestro Señor por mí, para que, en lugar de limitarme a escribir algo, pueda ser algo y, en concreto, para que pueda ser tan plenamente lo que debo ser que no tenga ya necesidad de escribir, puesto que el simple hecho de ser lo que debo ser resultaría más elocuente que muchos libros.
Desearía que la sencillez de un diálogo construyera estas páginas y pudiera lograr que tú y yo, querido lector o querida lectora, nos emocionáramos con nuestro propio ser, nos adentráramos en una experiencia más que en un mero compartir ideas o conceptos y nos ilumináramos mutuamente. Confieso que me siento muy lejos de poder conseguir algo así, pero alentada por la esperanza y confiada a tu benevolencia, lo intentaré con mucha ilusión.
Charlemos pues, querido lector.
PARTE I: SER YO
He nacido,
iremos viendo
quién soy
Me gustan mucho los niños recién nacidos. No solo por la ternura que provocan. Me gustan porque en ellos percibo la absoluta libertad de ser, sin más. Un recién nacido no tiene nada, no sabe nada, no hace nada (que no sea comer, llorar y otras cosas que conllevan cambiarle los pañales). Es un ser indefenso. No «aporta» nada... Nada que no sea felicidad: todo aquel que lo toma en brazos, que lo mira, se siente feliz, emocionado, lleno de ternura. ¿Cómo es posible? A mí me parece que, en los bebés, todos nos reconocemos en lo que somos. Algo nos conecta al mirarlos con la raíz de nuestra existencia.
Tú y yo hemos nacido un día, a una hora. Hemos venido a este mundo sin pedirlo, sin esperarlo. Hemos sido traídos, hemos sido invitados a la existencia (quizá alguien diría que forzados a existir). Vinimos así, casi como por magia... ¿La magia del amor?
Ahora imagina los rostros de tus padres, abuelos, hermanos, tíos... mirándote allí, recién nacido, con tus ojitos cerrados, sin decir nada o berreando como un loco. Hiciéramos lo que hiciéramos en aquel momento primero de nuestra existencia, a ti y a mí nos miraron con amor, a alguno hasta «se le caía la baba». Y en cada mirada seguro que había también, oculto por ahí detrás, una imagen de ti y de mí en el futuro, seguro que sin quererlo alguien de la familia ya nos veía siendo «esto» o «aquello», anticipando modos de ser... Hay que ver la de cosas que proyectamos en los niños. Claro, como están «por estrenar», admiten todo tipo de especulaciones. Gracias a Dios, poco a poco, esas proyecciones, deseos y sueños, comienzan a topar con la realidad, cuando ese ser pasivo comienza a dar sus primeros pasos, a decir sus primeros «noes», a mostrar su temperamento.
Así es para todos nosotros. En los primeros años no es uno mismo quien se pregunta y responde al interrogante «quién soy», sino que es el entorno el que le va definiendo lo quiera o no, lo entienda o no. Hasta que, en otro mágico día, se da como un segundo nacimiento. Es el día en el que de manera consciente por vez primera sientes tu diferencia, que tú eres tú y no eres otro. Comienzas a verte a ti mismo en los reflejos de los demás, de los adultos y amigos que te rodean. Ellos y ellas dicen cosas de ti, te definen, opinan, pero un día con fuerza resuena en ti la gran pregunta: «¿Quién soy yo?». Ahí empieza la aventura de ser tú, la gran, inmensa, emocionante e ilimitada travesía para descubrirte a ti mismo.
«Eres tú y no eres otro».
Nuestro ser comienza en una profunda e íntima unidad con todo y con todos. El ser humano recién nacido no tiene conciencia de límite alguno entre él y su entorno, todo es, simplemente es y durante los dos primeros años de vida todos hemos vivido en esa unidad en la que tampoco hay pasado ni futuro, solo el ser siendo lo que es. Durante unos años de la vida de cada persona, se vive el presente absoluto, la atención total a lo que se come, a lo que se toca, a lo que se huele, a lo que se escucha, es una atención sin atención, porque no hay