Danzar con tu sombra: Integrar el ego y el yo en el sendero espiritual
Por Kim Nataraja
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Danzar con tu sombra - Kim Nataraja
«Conocería mi sombra y mi luz,
así que por fin estaré completo».
MICHAEL TIPPETT,
Un hijo de nuestro tiempo
Dedicado a los otros tres Nataraja que danzan:
Shankar, Shanida y Ramesh.
Con mi agradecimiento por las bendiciones
de vuestro amor, cuidado y apoyo.
AGRADECIMIENTOS
Mi sincero agradecimiento a Gene Bebeau y a John Wagner, por su generosidad a la hora de financiar este libro, y a Medio Media por publicarlo.
Mi especial agradecimiento también a Laurence Freeman, OSB, por su ánimo, su interés y esfuerzo personal para asegurarse de que pudiera publicarse este libro.
Este libro no podría haber nacido si no hubiera sido por las reacciones de los participantes en los talleres y seminarios a lo largo de los años. Sus ruegos para que pusiera el material por escrito, junto a la poderosa persuasión de mi marido, Shankar, mi hija, Shanida, y mi hijo, Ramesh, me animaron finalmente a sentarme frente a mi ordenador y comenzar esta tarea de amor.
Quiero también extenderles mi gratitud a ellos y a otros valientes amigos por leer el primer borrador, y los siguientes, y ofrecerme sus valiosos comentarios, en especial Laurence Freeman, OSB, Angela Greenwood, Jill Rowe, Margaret Lane, el Dr. Mark Green, James Yates y Didi y Sybren Kalkman.
Mi cálido agradecimiento también a mi hija, Shanida, por su trabajo de edición y sus consejos, y a Sharon Nicks por su atenta lectura y maquetación del texto antes de su publicación, y cuya paciencia con mis modificaciones valoro muchísimo.
También valoro mucho el tiempo y la energía que dedicaron Shirley du Boulay y el rev. profesor Andrew Louth a leer el libro antes de su publicación, y Carlos Siqueira por la creación de las divertidas ilustraciones.
KIM NATARAJA
PREFACIO
San Agustín creía que las personas no deseaban suficientemente la felicidad. Con ello formula una cuestión de la que nosotros, que seguimos esforzándonos por asimilar psicología y religión, podríamos beneficiarnos si la tuviéramos en cuenta hoy. Nuestro nivel social de infelicidad y la violencia y la disfunción emocional que se asocian con ella –y que con frecuencia surgen directamente de ella– nos exige una comprensión religiosa profunda y la percepción psicológica de lo que verdaderamente deseamos.
Lo que nos suele bloquear es lo que Kim Nataraja, aludiendo a un término psicológico muy vivo, llama la «sombra». En este libro habla desde su propia experiencia recorriendo el sendero espiritual y acompañando a otras personas en él, del arte de bailar con la sombra, en lugar de reprimirla o huir con miedo de ella. Esto es necesario para todos, sea cual sea su forma de vida, porque lo que se reprime o se teme se las arregla para vengarse y hacerse valer negativamente. Puede bloquear la creatividad, reducir la capacidad de amar y de ser amado y, así, arrebata a la vida su alegría y su esplendor. Sin embargo, es especialmente importante para personas con una deliberada dedicación a la práctica espiritual o una identidad religiosa. Para ellas, la sombra puede surgir como una oscura contrapartida del luminoso ideal que se han propuesto o que se sienten atraídas a cumplir.
Gran parte de lo que Kim Nataraja comparte tan provechosamente de su práctica de meditación lo ha aprendido de la tradición cristiana. A partir de las enseñanzas de John Main y remontándose, a través de él, hasta las raíces de la tradición mística cristiana, se inspira tanto en los antiguos conocimientos expresados en el lenguaje de una gran tradición como en los descubrimientos contemporáneos. En la sabiduría del desierto cristiano es donde encuentra especialmente maestros afines para quienes mente y espíritu eran la doble faceta del proceso de oración. Purificación, asimilación y divinización son dimensiones universales de las fases del desarrollo humano. En estas páginas, el meditador cristiano y, en realidad, cualquiera que haya empezado a participar en este proceso humano esencial encontrará una guía, una amiga y una maestra con la que caminar –y bailar–.
LAURENCE FREEMAN, OSB
INTRODUCCIÓN
¿QUÉ ES LA MEDITACIÓN?
Danzar con tu sombra trata del viaje de la meditación y de lo que favorece y dificulta nuestra práctica de esta disciplina.
La meditación es una disciplina espiritual universal fundamental para la mayoría de las religiones del mundo y de las tradiciones de sabiduría. Hay muy diversas formas de meditación en estas diferentes tradiciones, todas igualmente válidas a su manera. En todas ellas se hace hincapié en la práctica y la experiencia más que en la teoría y el conocimiento.
Es también una auténtica disciplina en el cristianismo, aunque a veces da la impresión de ser el secreto mundial mejor guardado. Jesús instruyó en la contemplación, y su forma de orar floreció especialmente en el siglo IV entre los Padres y Madres del desierto de Egipto y Palestina. Juan Casiano recopiló sus enseñanzas en su libro Conferencias. En estos escritos es donde John Main, monje benedictino, redescubrió la tradición para nuestra época y la hizo accesible a todo el mundo, denominándola meditación cristiana. Esta disciplina la imparte ahora su sucesor, Laurence Freeman, OSB, director de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana. No es solo la forma de orar de los Padres y Madres del desierto, sino también de innumerables místicos cristianos a lo largo del tiempo y hasta el momento actual ¹.
La meditación es una forma de oración contemplativa que nos conduce ante la presencia de lo divino, más allá del pensamiento y del entendimiento. Más que hablar de lo divino en las oraciones formales –tal como se nos enseña a hacer desde nuestra infancia– nos desprendemos de las palabras y de las imágenes y escuchamos «la vocecita sosegada» en lo profundo del silencio. Entonces nos damos cuenta de lo divino en nuestro interior, y ahí descubrimos que en nuestro propio y profundo centro estamos conectados con todo y con todos.
Esta forma de orar influye en todas las partes de nuestro ser: cuerpo, mente y espíritu. Relajando nuestro cuerpo y abandonando nuestras preocupaciones diarias, entramos en un estado de profunda relajación, que tiene muchos y conocidos beneficios para la salud. Al centrarnos en nosotros mismos por medio de la meditación, somos también más capaces de afrontar el ritmo frenético de la vida desde una posición de equilibrio y armonía. Calmar el cuerpo y la mente permite que el lado espiritual de nuestro ser emerja y oriente nuestra vida.
Para ayudarnos a entrar en el silencio repetimos una palabra o una frase oración con un significado espiritual: un mantra. Al concentrarnos en este mantra aprendemos, con el tiempo, a abandonar nuestros pensamientos. La palabra que recomienda la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana es maranatha, la oración cristiana más antigua en arameo, la lengua en la que habló Jesús. Utilizamos una palabra con la que no asociemos nada para que no nos tiente a pensar más. Es una oración que se pronuncia con amor; no es un palo con el que golpear nuestros pensamientos, sino una ayuda sutil que nos conduce a una atención focalizada. Nos permite alejar nuestra consciencia de nosotros mismos y de nuestras preocupaciones, miedos y esperanzas. Es una forma de atravesar la barrera de la autoconciencia y de entrar en el autoconocimiento; así accedemos a la energía del silencio y de la quietud.
La disciplina es sencilla:
Siéntate. Permanece sentado, quieto y erguido. Cierra ligeramente los ojos. Siéntate relajado, pero alerta. En silencio, interiormente, comienza a decir una sola palabra. Recomendamos la frase oración maranatha. Escúchala mientras la pronuncias, suavemente, pero de forma continua. No pienses ni imagines nada espiritual ni de otro tipo. Si te surgen pensamientos e imágenes, son distracciones durante la meditación, así que vuelve a ella tan solo pronunciando la palabra. Medita durante veinte o treinta minutos cada mañana y cada noche ².
Parece sencillo, pero no es fácil; aun así, merece la pena. De hecho, es «la primera tarea y la primera responsabilidad de cada uno de nosotros» (John Main).
En los siguientes capítulos aprenderemos formas prácticas de alcanzar la quietud del cuerpo y de la mente para que nos sea más fácil entrar en el silencio interior de la meditación. La principal dificultad será calmar la mente y sus caóticos pensamientos, que al principio parecen no terminar nunca. Pero aprenderemos a minimizarlos y a dejarlos atrás.
También conoceremos otros posibles obstáculos que pueden impedir nuestra práctica meditativa. Afrontaremos los ardides del ego, que tiñen nuestra percepción, y aprenderemos a ver a través de ellos para así «limpiar las puertas de la percepción y ver la realidad tal como es: ¡infinita!» (William Blake).
PRÓLOGO
No trato de seguir los pasos de los hombres de antaño;
busco lo que ellos buscaron.
(BASHO)
El sendero espiritual es un camino para integrar mente y corazón, el ego –nuestra naturaleza superficial– y nuestro yo más profundo, que es el centro de todo nuestro ser y el vínculo con la Fuente de todo. Es un camino para descubrir las partes perdidas y olvidadas de la totalidad de nuestro ser. Como en todas las aventuras, hay dolor: dolor al recordar por qué se perdió, dolor ante el cambio, dolor al vernos impelidos a abandonar nuestro cómodo y trillado sendero y forjar nuevos caminos. Pero también hay alegría: alegría al encontrarnos con aspectos olvidados de nuestra alma, y la alegría de la plenitud y de descubrir nuestro camino a casa.
Estar en camino parece a veces una experiencia que nos aísla y nos desconcierta. Por eso es muy útil contar con un mapa del terreno. El único mapa fiable que podemos tener para caminar por lo desconocido es el que trazaron quienes ya recorrieron antes ese mismo camino y están dispuestos a compartir su experiencia. En este caso, los pioneros fueron los místicos de todas las tradiciones de sabiduría. Aun así, hemos de utilizar esos mapas con cuidado, recordando siempre las siguientes palabras: «Confía en quienes están buscando la verdad. Desconfía de quienes la han encontrado» (André Gide).
Además, todos tenemos puntos de partida diferentes, según nuestra mentalidad y nuestras circunstancias emocionales, psicológicas y sociales; el territorio tiene un aspecto distinto según nuestra percepción y nuestro propio estado y nivel de consciencia.
En mi trayecto vital ha habido guías, personas a quienes amo y admiro, faros de esperanza que me inspiraron y me orientaron apaciblemente, a veces de forma bastante fortuita. Entre ellas se incluyen algunos inspiradores maestros de muchas tradiciones de sabiduría diferentes: Jesús, especialmente el que conocí en el evangelio de Juan y en el Evangelio de Tomás, Sri Aurobindo, Madre Meera, Paramahansa Yogananda, Bede Griffiths, Lao Tse, el I Ching, S. S. el Dalai Lama, Thich Nhat Hanh, John Main y Laurence Freeman. Y a ellos debo añadir a los autores de muchos libros, demasiado numerosos para mencionarlos. Libros que me recomendaron amigos y extraños, que a veces cayeron de la estantería de alguna tienda o llamaron mi atención en una biblioteca, que era exactamente lo que necesitaba en ese momento en particular.
Tengo la esperanza de que este libro pueda cumplir esa función para ti y sea un mapa claro hacia niveles más profundos de la realidad, sea cual sea la práctica espiritual que estés siguiendo en este momento. Yo te enseñaré un mapa que proviene de la tradición cristiana, que es mucho más mística de lo que se suele pensar.
Yo soy como tú, una persona normal que busca la verdad, que busca un sentido, una dimensión transpersonal de la vida, no alejada de la vida ni más allá de ella, sino que la infunde y la sostiene, dando sentido a todo lo que hacemos y somos. Por citar a Mahatma Gandhi: «Soy un apasionado buscador de la verdad, que es otro nombre que se le da a Dios».
Mi propio camino ha sido espiral: comenzó en la cristiandad occidental convencional, para luego explorar y beneficiarse en gran medida de la sabiduría de Oriente: hinduismo, budismo, taoísmo y zen, y posteriormente volver a casa, a una comprensión del cristianismo que es más espiritual de lo que jamás habría imaginado. Pasé de estar simplemente sentada, inmóvil, repitiendo la frase de la oración del Señor, a la meditación mantra hindú, control de la respiración/energía, y luego de vuelta a la meditación mantra cristiana. Todas estas disciplinas tuvieron básicamente el mismo efecto a la hora de centrar la atención y fueron de igual utilidad para entrar en el silencio de la verdadera meditación. Por tanto, mi camino siempre ha sido un camino contemplativo, de práctica de la meditación, aunque solo en los últimos treinta años de mi vida he sido plenamente consciente de estar usando esta disciplina.
En cuanto a mi origen, fui hija única, nacida durante la guerra y criada en dos confesiones: católica y protestante. Esto me causó una experiencia traumática:
Fue el griterío, más que un sonido en particular, lo que me despertó. Era consciente de que mi madre estaba de pie junto a mi cama, apoyada en la pared. En la puerta, abierta, vi a mi abuelo paterno. Lo siguiente que ocurrió fue un aullido de miedo de nuestra perrita, Tilly, mientras volaba por el aire hacia mi madre. Mi madre cogió a Tilly en brazos. Como un resorte, me senté muy erguida en la cama. Mi movimiento desvió el enfado de mi abuelo. Me miró, se dio la vuelta y salió de la habitación. Mi madre, abrazándome fuerte, me dijo que estaban discutiendo sobre Jesús.
Este incidente con la perrita fue provocado por una discusión entre mi madre, protestante, y su suegro, mi abuelo católico. Al despertar de mi sueño sentí su efecto traumático. El mundo, de pronto, parecía un lugar inseguro y amenazador. Alteró por completo mi opinión de los adultos que me rodeaban; me hizo ser precavida ante ellos. Con el tiempo, presenciar la violencia y el daño que provocaban esas diferentes interpretaciones de la Escritura me hizo desconfiar de las palabras sobre Dios. Me hizo también sentirme ajena a una religión confesional estricta.
Afortunadamente, esto se compensó con una experiencia espiritual anterior que me hizo mirar la realidad cotidiana de una manera bastante distinta. Pasé los primeros años de mi vida con mis abuelos maternos. Su vida era un testimonio de su fe cristiana, con su sencillez y su entrega al servicio a todos aquellos que lo necesitaban en la comunidad de su pequeño pueblo. Una noche que nunca olvidaré, la voz de mi abuela me despertó: «¡Despierta, pequeña! Ven conmigo».
Mi abuela materna me sacó de la cama y me tomó de la mano. Salimos de casa y nos dirigimos al sendero cercano a casa que llevaba al cementerio. «¡Mira!». Desperté bruscamente por completo. Todo estaba bañado en una mágica luz sobrenatural procedente de la luna llena: la granja, la casa, los árboles y el camino. De pronto no era consciente ni de mí misma ni de estar mirando, solo había luz. La voz de mi abuela, diciendo: «Vamos, pequeña», parecía lejana. Me cogió en brazos y me llevó de vuelta a la cama.
El recuerdo de esa Luz me ha salvado siempre de caer en una actitud negativa ante la vida. Al contrario, el deseo de esa otra realidad que vislumbré aquella noche de luna llena me sostuvo y creó una distancia, un desapego del mundo en el que estaba. El velo que separa las diferentes realidades no es tan opaco en la primera infancia como se vuelve luego.
Mi infancia fue solitaria, y a consecuencia de ello tuve sentimientos de ser rechazada, de no ser valiosa, de no ser digna de ser amada: falsas imágenes de las que tenía que desprenderme. Aun así, en ese momento, aquella soledad me llevó a apreciar la naturaleza y el valor del silencio y la soledad, que nutrió la parte contemplativa de mi personalidad. Modeló en mí una actitud ante la vida de escuchar y aceptar la vida tal como es.
Cuando