Verbos de vida
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Verbos de vida - Francisco Álvarez
VERBOS DE VIDA
Viaje al centro
de la salud
Francisco Álvarez
PRESENTACIÓN
Este libro recoge los artículos aparecidos en la revista Humanizar, primero en la sección llamada La otra cara, y posteriormente Verbos de vida. Editada por el Centro de Humanización de la Salud (Religiosos Camilos) de Tres Cantos (Madrid) esa publicación bimestral aborda, siempre desde la vertiente de la humanización, aquellos que, con razón, se pueden llamar acontecimientos fundamentales de la existencia
. Así, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte, el sufrimiento y la curación. Un mundo que coincide con la vida misma, con sus lados oscuros y luminosos, con lo más genuinamente humano y lo más entrañablemente solidario: el arte de cuidar y de curar, de acoger y de promover. En definitiva, de vivir.
En ambas secciones el hilo conductor temático es la salud. Pero no una salud cualquiera. El autor, profesor de Teología de la Salud en el Instituto Internacional de Teología Pastoral Sanitaria (Camillianum) de Roma, tiene muy en cuenta a los representantes más significativos de las Humanidades Médicas, quienes proponen una antropología personalista y humanista de la salud. Desde esa perspectiva la salud es vista no sólo como un hecho biológico, sino como una experiencia biográfica (D. Gracia). En cuanto tal, tiene obviamente un soporte somático. Todo acontece en el cuerpo, pero en un cuerpo vivido.
La salud, realidad objetiva y vivencia subjetiva, participa de alguna manera del misterio de la persona, penetra en todas sus dimensiones. Hay una salud visible y mensurable, gráfica y fotografiada ("estar bien) que compartimos en buena medida con los animales. Alguien la ha llamado
salud veterinaria. Junto a ella, aunque no siempre coincidiendo con ella, está la salud subjetiva o percibida, que consiste básicamente en
sentirse bien; una experiencia que va desde el saludable
silencio del cuerpo (tantas veces desapercibido) hasta la agradable sensación de encontrarse bien en soledad y en compañía. Más al fondo y como marca de la original condición humana, hay aún otra salud, que S. Spinsanti ha llamado
bien ser, es decir cuando aquello que es propio y exclusivo de la condición humana
funciona" bien, o es sano y saludable.
Además del estómago y del corazón, a los humanos también se nos pueden enfermar la mirada, las relaciones, la consciencia, la libertad, el amor, el sentido de la vida… Enfermedades del alma, no sólo del comportamiento, como las diferentes drogodependencias; enfermedades que caminan de la mano de los verbos ordinarios de la vida, desde el elemental comer hasta el final y… diario morir. Salud que no sólo está en los ojos (que los años pueden debilitar), sino también en la mirada, que con el tiempo puede mejorar…
Como telón de fondo siempre presente, el libro va descubriendo una lectura creyente del llamado Evangelio de la salud. La afinidad entre la antropología humanista y dicho Evangelio es sorprendente y reconfortante. En él se nos enseña a ser hombres y mujeres, es decir, a conjugar sabia y saludablemente todos los verbos de la vida. Aliado inquebrantable de lo humano, el Evangelio, así leído, incluso cuando les contraría, regala a quienes lo viven una nueva calidad de vida y no sólo un modo diferente de vivir.
Teniendo como referente esa visión antropológica y evangélica, el libro va sembrando a lo largo de sus páginas unos mensajes saludables, marcados con énfasis y convicción. He aquí algunos.
Lo primero que puede decirse hoy en día acerca de la salud es que se ha convertido tal vez en el asunto más "interesante". Ocupa y preocupa. Crea cultura, ella misma es cultura. Es al mismo tiempo un valor de alto precio y estima y objeto de consumo sin límites; ambigüedad ésta que se derrama en múltiples expresiones. Más que un adjetivo de la vida parece ser, casi siempre, un verdadero sustantivo, como si contara más que la vida misma. Objeto de un ideal social, más o menos extendido, circula por los derroteros, a menudo estrechos, de unos cánones que, en vez de liberarla y humanizarla, la desposeen de sus significados más hondos.
En nuestra cultura tan plural y contradictoria, resulta ser una compañera agradable y acallada, venerada y maltratada, buscada e ignorada. Éstas y otras ambigüedades tal vez se deban en parte a que en ella siempre hay una cara oculta o escondida (H. G. Gadamer). Parece que la salud es aquello
que no se percibe, con lo cual no estamos familiarizados; el cristal sin mancha, el silencio del cuerpo. O, por el contrario, únicamente lo que aparece y… brilla. Como sucede con otras experiencias y valores de la vida, necesitamos de la ausencia para valorar en su justa medida la presencia. Es como si la función de la enfermedad consistiera en poner de manifiesto el cuerpo, en revelarnos, por fin, no sólo el valor sino también la existencia misma de la salud. Ésta, y no la enfermedad, es el objetivo y… el prodigio diario.
La salud necesita ser experimentada, hasta el punto de convertirse (porque lo es) en una de las experiencias fundamentales de la vida. Ello quiere decir, entre otras cosas, que ha de ser incorporada a la consciencia y al propio proyecto de vida, como un dato y como un valor, como territorio de la libertad y como cauce del curso concreto de la propia biografía. Vivirse en profundidad y en lucidez equivale a ir adquiriendo familiaridad con el cuerpo, con cuanto acontece en él y, sobre todo, con sus significados y con sus dimensiones más últimas y menos visibles.
La salud se aprende, a semejanza del amor y de la libertad. Ni todo nos es impuesto por la naturaleza. Ni todo depende del azar. Ni todo cae bajo el peso de un extraño determinismo. Es humana precisamente porque podemos decidir sobre ella, marcar de alguna manera su recorrido biográfico, alterar su rumbo, vivir saludablemente o insanamente, modificar los valores, creencias y los comportamientos que la condicionan, darle un sentido u otro, vivirla en clave de solidaridad o de egoísmo. Hay una salud que, como la condición humana, es dada en principio a todos (la que viene emparejada a nuestra naturaleza); sin embargo vivir saludablemente (o humanamente) es una opción que se aprende y que ha de andar el largo camino de la libertad.
La salud va, pues, de la mano de los verbos de la vida. Desde los más elementales, primeros y primarios hasta los que remiten a las profundidades de nuestra espiritualidad. Todos están directa o indirectamente relacionados con ella: comer y trabajar, sufrir y gozar, amar y soñar, mirar y acariciar, nacer y morir. Esta conexión tan íntima e imprescindible significa, entre otras cosas, que la salud, como los mismos verbos, ha de ser conjugada en todos sus tiempos, en activa y en pasiva, en un plural solidario y en una primera persona insustituible... Más aún, a todos los verbos de vida se les puede sacar partida saludable. También al morir.
Metida en la entraña de nuestra biografía, ligada al cuerpo y a sus significados, la salud se va modulando, haciendo y deshaciendo dentro de un complejo tejido relacional. Se mire por donde se mire, siempre la sorprenderemos
ahí. Es básicamente relación y una manera de vivirla: con el propio cuerpo, con las cosas, con los demás, con Dios. Lo específicamente humano no es el ver, sino el mirar: un mirar abierto o cerrado, dialogal o ensimismado. Lo realmente distintivo no es la herramienta sino su significado: la capacidad de convertir lo biológico en cultural (la comida que se hace Eucaristía y comunión), la realidad material en símbolo que une y agrega… La salud humana no pertenece de hecho al mundo de los objetos, no está encadenada al tener
. Es más bien un modo de ser y de vivirse, de relacionarse.
Verbos de vida se propone, por consiguiente, conducir al lector/a a descubrir una nueva geografía de la salud. No cabe en el cuerpo ni en sus diferentes parcelas. Tampoco es la suma del buen funcionamiento de las partes. El sentido de la totalidad no es el resultado de una operación matemática. En su hondura la experiencia humana de la salud remite siempre a un sujeto que es capaz de dar unidad a lo que aparece dividido, de reunir lo disperso, de integrar el límite, lo negativo. En un cuerpo enfermo cabe una saludable experiencia de vida, y en unos ojos sanos, miradas enfermas… El último juicio sobre la salud es obra de quien la vive y no de quien la diagnostica. Y es que su geografía es también espiritual. Va más allá o más dentro de lo observable por las ciencias. Circula también por venas invisibles. No cabe en el cuerpo, aunque lo necesite.
En las páginas de este libro subyace, en última instancia, una convicción de fondo que, de alguna manera está en el origen de su línea argumental: La salud, como toda experiencia humana fundamental y fundante (amor, libertad…), está habitada por Dios. Afirmación que aparece explicitada de muchas maneras. Ante todo en el hecho de que, por ser humana y básica, la salud va inseparablemente asociada a la vocación de ser hombres y mujeres. La salud no es sólo un dato de la naturaleza o fruto de la buena suerte. Es también un objetivo a alcanzar, promover y conservar. Junto con el don de la vida Dios nos ha dado el mandato de vivir. Pero no de cualquier manera, sino saludablemente. Nos jugamos en ello no sólo la suerte de la salud sino también la empresa
siempre inacabada de acertar a ser lo que estamos llamados a ser. Acertar en ello significa, a buen seguro, conectar con la fuente misma de la Vida. Más concretamente, con Aquel que vino precisamente a eso: a enseñarnos a ser hombres y mujeres, a recuperar el entusiasmo de serlo, a caminar hacia la plenitud.
I
CUANDO DECIMOS SALUD…
MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS
LOS ROSTROS DE LA SALUD
La salud escondida
Imagina un mosaico. Las piezas que lo componen son incontables. Muy variados sus colores y tonalidades. En él aparecen muchas figuras: unas, nítidas y bien definidas; otras, simplemente insinuadas, en penumbra o incluso desfiguradas. Este podría ser el mosaico de la salud.
Un punto de referencia
En 1946 la OMS definió la salud como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente ausencia de enfermedad o dolencia
.
A la salud se le reconoce, por fin, un contenido. Ya no es vista como una simple ausencia de afección, de lesión o disfunción; ya no es sólo un "no sentir", silencio del cuerpo. Se trata, al contrario, de algo vivido, es decir, de una experiencia; ciertamente, no tan primaria y elemental como la sensación de frío o de calor, sino mucho más compleja y elaborada, porque afecta a todas las dimensiones de cada persona y su circunstancia vital, y no sólo al cuerpo o únicamente a la mente. Como ocurre, pues, con el amor y con otras experiencias, también en el caso de la salud cada uno hace la suya.
Acentuaciones
Es evidente, por ejemplo, que el bienestar
, en cuanto experiencia y como meta, no es igual para todos. No es igual el bienestar
para el ambicioso y para el solidario; para quien vive en la abundancia de bienes y quien ha escogido voluntariamente la sobriedad de vida; para quien se encuentra a gusto en su propio cuerpo y el que no se ha reconciliado con sus límites...
Son éstas y otras diferencias las que marcan las múltiples variaciones, acentos y tonalidades del mosaico. Cada época ha tenido las suyas; ha subrayado unas figuras y desdibujado u olvidado otras.
¿Cómo recomponer sus piezas, colocar cada una en su lugar, y darle, si es posible, su propio tono y dimensiones? La dificultad no estriba tanto en describir las diferentes experiencias de salud (el propio mosaico) cuanto en descubrir cómo cada uno y cada época de la historia construye el suyo. Si compleja es la experiencia, más compleja es todavía su elaboración.
Esta se hace en función de múltiples factores, criterios y valores. Por ello, en este paseo por la maravillosa experiencia de la salud, vamos a tratar de descubrir algunos. Contribuirán, así espero, a ensanchar los horizontes, a proyectar sobre ellos un poco de luz y a poner de relieve dimensiones hoy en día oscurecidas.
No es sano todo lo que reluce
El cuerpo es epifanía
(manifestación) de la persona. De ahí que el primer diagnóstico acerca de la salud se refiera a sus aspectos externos, a su apariencia.
Es el criterio del vigor y de la vitalidad. Un criterio muy popular. Desde él apunta el ojo clínico
de cualquier observador cuando sentencia que alguien tiene buen aspecto
, buena cara
, o que está en forma
. La cultura actual va más lejos todavía, al acentuar el valor de ese criterio. Hoy se rinde culto al cuerpo, a la prestancia física, a la imagen, a la belleza, a la juventud... El footing
, los gimnasios y saunas, las dietas ligth
(ligeras) son algunas de las vías aconsejadas para acercarse al nuevo ideal de salud.
Este criterio,