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Cantar de los cantares de Salomón
Cantar de los cantares de Salomón
Cantar de los cantares de Salomón
Libro electrónico245 páginas3 horas

Cantar de los cantares de Salomón

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Una de las fuentes de inspiración de la poesía española ha sido el Cantar de los cantares. Fray Luis de León escribió en sus años jóvenes este comentario, obra maestra de la literatura española que –junto a Los nombres de Cristo y La perfecta casada– consagró a este agustino como uno de los principales representantes del Siglo de Oro español.
«Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor». Así comienza fray Luis su exposición, que expresa con todo detalle los efectos del amor humano entre Salomón y la bella Sulamita. Ávido de conocimientos filológicos, humanísticos, exegéticos y literarios, fray Luis se adentra con rigor en el texto bíblico, que traduce del original, e interpreta y expone su contenido como un orfebre literario y un avezado del lenguaje teológico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 nov 2023
ISBN9788428570176
Cantar de los cantares de Salomón
Autor

Luis de León

Fray Luis de León (Belmonte, Cuenca, 1527 [1528] - Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 1591), religioso agustino español de la escuela salmantina, destacó como teólogo, poeta, astrónomo y humanista. Es uno de los poetas más importantes de la segunda fase del Renacimiento español. Su obra entronca con la literatura ascética de la segunda mitad del siglo XVI. Su biografía está estrechamente ligada a Salamanca y su Universidad.

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    Cantar de los cantares de Salomón - Luis de León

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    Estudio introductorio

    Rafael Lazcano

    1. Presentación

    El panorama cultural español del siglo XVI manifiesta entre 1560 y 1572 un entusiasmo por el estudio de las Sagradas Escrituras. El llamado «movimiento biblista», con claro empuje hacia la filología, se configura de modo paulatino y magistral en cuatro grandes figuras: Gaspar de Grajal (1530-1575), Martínez de Cantalapiedra (1519-1579), Benito Arias Montano (1527-1598) y fray Luis de León, célebre poeta, escritor y personaje destacado del Siglo de Oro español, quien mostró un singular interés por la lingüística, la erudición y la lectura directa de la Sagrada Escritura.

    La exposición literal del Cantar de los cantares, su primera obra castellana, realizada bajo el amparo del dominio de la literatura clásica, las lenguas orientales y la castellana, convierte la insuperable historia de amor, apasionada y realista, entre dos enamorados, salpicada a veces de tintes eróticos y ambiente bucólico, en una égloga amorosa-pastoril con trasfondo de amor divino, de ascenso de las criaturas hacia la belleza y la perfección. Los enardecidos protagonistas aspiran a fundirse con la belleza suprema, que puede alcanzarse a través del amor, aspiración, deseo y reflejo del amor divino. La lectura del Cantar de los cantares, abierta a múltiples sentidos, pone de manifiesto la fuerza simbólica del amor judeocristiano, en el que fray Luis inscribe una amplia y profunda comunicación subjetiva, verbal y no verbal –acciones, movimientos, gestos[1]–, de los personajes, en la que se transmiten múltiples e insospechadas vivencias y sabias enseñanzas.

    «Ninguna cosa es más propia a Dios que el amor». Así comienza fray Luis su exposición del Cantar. Con todo detalle expresa los efectos del amor humano entre Salomón y la bella Sulamita [algunos escriben Sunamita], al poco disfrazados de pastores: «Debajo de una égloga pastoril más que en ninguna otra escritura, se muestra Dios herido de nuestros amores con todas aquellas pasiones y sentimientos que este afecto suele y puede hacer en los corazones humanos más blandos y más tiernos; ruega y llora, y pide celos; se va como desesperado, y vuelve luego, y variando entre esperanza y temor, alegría y tristeza, ya canta de contento, ya publica sus quejas, haciendo testigos a los montes y a los árboles de ellos, a los animales y a las fuentes, de la pena grande que padece. Aquí se ven pintados al vivo los amorosos fuegos de los demás amantes, los encendidos deseos, los perpetuos cuidados, las recias congojas que la ausencia y el temor en ellos causan, juntamente con los celos y sospechas que entre ellos se mueven. Aquí se oye el sonido de los ardientes suspiros, mensajeros del corazón, y de las amorosas quejas y dulces razonamientos, que unas veces van vestidos de esperanza, otras de temor, otras de tristeza o alegría; y, en breve, todos aquellos sentimientos que los apasionados amantes probar suelen, aquí se ven tanto más agudos y delicados, cuanto más vivo y acendrado es el divino amor que el mundano, y dichos con el mayor primor de palabras, blandura de requiebros, extrañeza de bellas comparaciones que jamás se escribió ni oyó» (CC, Prólogo).

    El maestro León, «enamorado del amor, del hebreo, y de la cultura bíblica» [Nahson, 1998: 1103], ávido de conocimientos filológicos, humanísticos, exegéticos y literarios, consiguió sobrepasar los límites de la glosa medieval acerca del Cantar de los cantares. Con rigor –lógica y razón– se adentra fray Luis en el texto bíblico como lo haría un autor moderno, que traduce del original, interpreta y expone su contenido, a modo de orfebre literario y teólogo del lenguaje.

    2. Vida

    En Belmonte (Cuenca) nació Luis de León el año 1527 [Herrera, 1652: 393]. Sus padres fueron Lope de León, formado en derecho, abogado en la Corte y oidor (juez) en la Chancillería de Granada, e Inés Varela de Alarcón, hija de Juan de Varela, oficial superior de la guardia real. Por las venas de Luis, el mayor de seis hermanos, corría sangre judía, aunque en escasa medida, proveniente de su bisabuela paterna, la judía conversa o cristiana nueva llamada Leonor Rodríguez de Villanueva, procesada y reconciliada en 1512, lo mismo que el abuelo de Leonor, judío y convertido, que fue juzgado por prácticas judaizantes y condenado en 1492 [Carrete, 1979: 31-36; Id, 2018: 981-987]. En su patria chica aprendió las primeras letras, luego acompañó a sus padres a la Corte, primero a Madrid (1533) y tres años más tarde a la ciudad de Valladolid, donde estudió latín, griego e inició su formación en hebreo. Con 14 años de edad llegó a Salamanca con intención de cursar la carrera de Cánones en la Universidad, tutelado por su tío Francisco de León, a la sazón profesor en la Facultad de Leyes. Ese mismo año, 1541, su padre fue destinado a la Chancillería de Granada en calidad de juez.

    Corría el mes de enero de 1543 cuando interrumpió los estudios de Derecho canónico para vestir el hábito agustiniano e iniciar el año de noviciado en el convento de San Agustín, donde profesó la vida consagrada el 29 de enero de 1544. En ese mismo convento salmantino cursó los estudios de Artes (1544-1546) y en la Universidad los de Teología (1546-1551), siendo sus maestros los destacados teólogos Juan de Guevara, Diego de Covarrubias y Melchor Cano, entre otros. Los cuatro años siguientes, 1551-1555, compaginó la docencia en los conventos de Toledo, Soria, Alcalá y Salamanca, con la formación teológica en la Universidad de Salamanca. Después profundizó en el estudio de la Sagrada Escritura y lenguas semitas en la Universidad de Alcalá, años 1556 y 1557, con los maestros Cipriano de la Huerga, catedrático de Biblia y hebraísta, y Mancio de Corpus Christi, prestigioso teólogo. Entre sus compañeros de estudios se encontraba Benito Arias Montano, destacado exégeta, humanista, traductor, poeta y editor de la famosa Biblia regia o políglota de Amberes (1568-1572).

    De regreso a Salamanca se ocupa de la enseñanza de la Teología en el convento de San Agustín y el estudio de lenguas clásicas y modernas, puesta la mirada en la graduación universitaria. En efecto, una vez superadas las pruebas y ejercicios estipulados, alcanzó los grados de licenciado y maestro en Teología por la Universidad de Salamanca el 7 de mayo y el 30 de junio de 1560, respectivamente. En los años sucesivos enseñará en diferentes cátedras: 1ª) Cátedra de Santo Tomás (1561-1565), tiempo en que traduce al castellano el original hebreo del Cantar de los cantares (1561-1562); 2ª) cátedra de Teología Nominal, luego llamada de Durando (1565-1572), 1572 es el año de su detención (24 de marzo) y prisión en la cárcel inquisitorial de Valladolid, en la que permanecerá hasta el 11 de diciembre de 1576, tras ser declarado inocente y libre de todo cargo por el Tribunal Supremo de la Inquisición; 3ª) cátedra extraordinaria de Teología, creada para él por la Universidad (1577-1578); 4ª) cátedra de Filosofía Moral (1578-1579; maestro en Artes, 1578), y 5ª) cátedra de Biblia (1579-1591), donde impartió importantes lecciones acerca del Eclesiastés, el evangelio de san Lucas, la segunda Carta de san Pablo a los tesalonicenses, el tratado De sensibus Sacrae Scripturae, el profeta Abdías, el Salmo 67 y otros salmos, el Cántico de Moisés (Dt 32), la epístola a los gálatas, el Cantar de los cantares (19 de octubre de 1585 hasta el 18 de junio de 1586) [Díaz Martín, 2020: 469-478], los dos primeros capítulos del Génesis, etc.

    Durante la década de 1580, además de las labores propias de la cátedra, desempeñó para la Universidad labores administrativas, principalmente en pleitos que la misma Universidad tenía ante la corte de Madrid, dada su pericia en asuntos jurídicos. Este fue el pretexto adecuado para alejarse de la ciudad de Salamanca, suspender la actividad docente, que tanta fatiga, hartura y desazón le producía desde hacía un tiempo, y así entregarse de lleno a su vocación de humanista, poeta, traductor, teólogo, biblista y escritor. Obras: In Cantica Canticorum (Salamanca 1580); reimpresa en 1582, y nueva edición, a modo de complemento de las anteriores, bajo el título In Canticum Canticorum Triplex explanatio. Psalmum XXVI. Abdiam. Epistol. ab Galatas, (Salamanca 1589); In Psalmum vigesimum sextum explanatio (Salamanca 1580), De los nombres de Cristo y La perfecta casada (Salamanca 1583), y Exposición del libro de Job (1591), edición póstuma (Madrid 1779), y también sus Poesías, edición que incluía las traducciones latinas, griegas e italianas, dadas a la imprenta por Francisco Quevedo (Madrid 1631). Editó Los libros de la Madre Teresa de Jesús (Salamanca 1588), y actuó en varios escenarios como impulsor de la reforma agustiniana.

    Doce lecciones leyó solamente el curso 1590-1591 en la Universidad de Salamanca, entre el 16 de julio de 1590 y los primeros días de agosto de 1591, cuando se desplazó al convento de San Agustín, de Madrigal de las Altas Torres (Ávila), con el fin de participar en el capítulo provincial de su provincia de Castilla. En ella había desempeñado los cargos de prior, consejero provincial (1563) y vicario provincial desde enero de 1591, tras el nombramiento del entonces provincial, Pedro de Rojas Enríquez, obispo de Astorga. Los capitulares reunidos en Madrigal eligieron el 14 de agosto a fray Luis para el cargo de provincial de Castilla, oficio que no llegó a ejercer porque nueve días después acabó su vida en el mismo convento madrigaleño. Sus restos mortales fueron llevados a Salamanca, primero al convento de San Agustín y, finalmente, el 28 de marzo de 1856 a la capilla de San Jerónimo, en las Escuelas Mayores, edificio principal de la Universidad de Salamanca.

    3. Traductor del Cantar de los cantares

    La faceta de traductor de fray Luis, hombre serio y sereno, amante de la soledad y la paz, audaz, paciente en las tribulaciones y siempre activo (estudio, cátedras, disputas, libros, viajes, capítulos, etc.), ocupa una parte importante de su vida intelectual, literaria y religiosa. Influido por un ambiente bíblico, el joven profesor universitario, todo un experto conocedor de la lengua hebrea y pertrechado de nobilísimos conocimientos gramaticales, lexicográficos y sintácticos, comienza su labor de traductor bíblico con el Cantar de los cantares.

    Por exigencias vocacionales, tanto bíblicas y filológicas como espirituales y literarias, a lo largo de su vida, fray Luis acometió varias traducciones. Además del Cantar, traduce al castellano el libro de Job, numerosas poesías clásicas y modernas, salmos (24) y los últimos 22 versículos del capítulo final del libro de los Proverbios. De todos los títulos, seguramente la exposición romance del Cantar de los cantares ocupe el puesto de honor en cuanto a su condición de filólogo renacentista y creador del lenguaje.

    El pretexto para emprender la versión directa del hebreo en lengua vernácula del Cantar de los cantares, uno de los libros más difíciles de traducir y glosar de la Sagrada Escritura, lo encuentra fray Luis en una monja del convento Sancti-Spiritus, de Salamanca, su prima Isabel Osorio, que ignoraba el latín y deseaba conocer en su lengua castellana el texto bíblico y los significados literal y alegórico del Cantar[2]. En principio, el uso de la traducción iba a ser estrictamente conventual, privado y familiar[3], sin el propósito de que pasase por la aprobación para su publicación en forma de libro, por dos motivos: el concilio de Trento imponía la Vulgata como única versión autorizada (sesión 4ª del 8 de abril de 1546) [Denzinger, 1999: 483], y porque estaba en vigor la prohibición de la «Biblia en romance castellano o en otra cualquier vulgar lengua», norma dictada en el Índice de libros prohibidos de Valdés (1551, n. 59; recogida también en el Índice de 1559) [Bleznick, 1968: 195-205].

    Fray Luis, hombre atrevido e intelectual valiente, proyecta la «versión capitular» y la «traducción versicular»[4] del Cantar con la misma libertad de expresión y exigencia académica que caracteriza la enseñanza en el aula universitaria. Fray Luis manifiesta al final del Prólogo del Cantar que disfruta en «el extenderse diciendo, y el declarar copiosamente la razón que se entiende, y con guardar la sentencia que más agrada, jugar con las palabras añadiendo y quitando a nuestra voluntad, eso quédese para el que declara, cuyo propio oficio es, y nosotros usamos de él después de puesto cada capítulo en la declaración que se sigue». Pero además de precisiones filológicas, fray Luis ofrece numerosos conocimientos históricos, psicológicos, arqueológicos, etc. Fray Luis nos dice que el conocimiento no admite vetos idiomáticos: libros libres, sin trabas ni cortapisas, en romance.

    El gusto por la poesía, el conocimiento de la lengua hebrea y el impulso de su ingenio, familiarizado con la traducción exegética judía, le motivaron lo suficiente como para comenzar en 1561 la traducción y el comentario castellano a partir del original hebreo, no por la traducción latina de san Jerónimo, ni de la versión griega de los LXX, preparada por –70 o 72– judíos de Alejandría, traducción comenzada al inicio del siglo III a.C. y acabada hacia finales del siglo II a.C. Además, fray Luis se interesó por una exposición en romance del Cantar de los cantares de Salomón, acompañado de la traducción en verso, de Arias Montano, que había preparado en 1554, y a la que tuvo acceso en la primavera de 1561 por mediación, probablemente, del agustino Sebastián Toscano, a condición de que vertiera el texto resultante, traducción y comentario del Cantar, al idioma de Cicerón, escritor y orador romano[5].

    De este modo comenzó fray Luis la traducción del original hebreo del Cantar, con espíritu crítico y distanciado de la Vulgata, tratando de comprender el texto original, comparándolo con la traducción griega de los LXX, e incluso con el manuscrito del comentario del Cantar de Arias Montano. Es consciente de los graves riesgos que acarrea tal empresa, también de los serios problemas que podría levantar entre los intelectuales de su tiempo, los peligros que seguramente ocasionaría a las personas no formadas en las letras divinas, los misterios de la fe, el amor humano y el amor divino, tras la lectura de su obra, e incluso entre los lectores formados, puesto que su lectura podría inducir a cambios de conciencia, voluntad, sentimientos y actitudes, independientemente de su origen, cristiano o judío. Téngase presente que durante siglos la Vulgata había servido de fuente para la teología y el derecho, la fijación de las normas morales y el quehacer de las comunidades. Para fray Luis, lo inmediato, no obstante, era cómo solventar las arduas dificultades textuales del Cantar. De este modo lo declara en el Prólogo:

    «Porque se ha de entender que este libro en su primer origen se escribió en metro, y es todo él una égloga pastoril, adonde con palabras y lenguaje de pastores hablan Salomón y su esposa, y algunas veces sus compañeros, como si todos fuesen gente de aldea. Hace dificultoso su entendimiento, primeramente, lo que suele poner dificultad en todos los escritos adonde se explican algunas grandes pasiones o afectos, mayormente de amor, que, al parecer, van las razones cortadas y desconcertadas; aunque, a la verdad, entendido una vez el hilo de la pasión que mueve, responden maravillosamente a los afectos que exprimen, los cuales nacen unos de otros por natural concierto. Y la causa de parecer así cortadas, es que en el ánimo enseñoreado de alguna vehemente afición, no alcanza la lengua al corazón, ni se puede decir tanto como se siente, y aun eso que se puede, no lo dice todo sino a partes y cortadamente, una vez el principio de la razón, y otras el fin sin el principio. Que así como el que ama siente mucho lo que dice, así le parece que, en apuntándolo, está por lo demás entendido; y la pasión con su fuerza y con su increíble presteza le arrebata la lengua y el corazón de un afecto en otro; y de aquí son sus razones cortadas y llenas de oscuridad. Parecen también desconcertadas entre sí, porque responden al movimiento que hace la pasión en el ánimo del que las dice; la cual quien no la siente o ve, juzga mal de ellas, como juzgaría por cosa de desvarío y de mal seso los meneos y movimientos de los que bailan, el que, viéndolos de lejos no oyese ni entendiese el son a quien siguen; lo cual es mucho de advertir en este libro y en todos los semejantes».

    A su vez, fray Luis reconoce el esfuerzo filológico y exegético que exige una versión en lengua romance del original hebreo, lengua densa y difusa en sus significados, cuando lo que se propone es ofrecer pureza del lenguaje, sentido interno y variada significación de las peculiares comparaciones que colman la retórica amorosa del Cantar. Dice así:

    «Lo segundo que pone oscuridad es ser la lengua hebrea en que se escribió, de su propiedad y condición, lengua de pocas palabras y de cortas razones, y esas llenas de diversidad de sentidos. Y juntamente con esto, por ser el estilo y juicio de las cosas en aquel tiempo y en aquella gente tan diferente de lo que se platica ahora; de donde nace parecernos nuevas y extrañas, y fuera de todo buen primor las comparaciones de que usa este libro, cuando el Esposo o la Esposa quiere más loar la belleza y gentileza de las facciones del otro, como cuando compara el cuello a una torre, y los dientes a un rebaño de ovejas, y así otras semejantes. Como a la verdad cada lenguaje y cada gente tenga sus propiedades de hablar, adonde la costumbre usada y recibida hace que sea primor y gentileza, lo que en otra lengua y a otras gentes pareciera muy tosco, y así es de creer que todo esto que ahora, por su novedad y por ser ajeno de nuestro uso, nos desagrada, era todo el bien hablar y toda la cortesana de aquel tiempo entre aquella gente».

    Porque las dificultades abundan y los campos de trabajo resultan numerosos, fija con precisión y realismo el objetivo que persigue, la fijación del texto, el sentido literal propio de la filología, dejando para otra ocasión el sentido espiritual. Dice fray Luis: «Solamente trabajaré en declarar la corteza de la letra, así, llanamente, como si en este libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas, al parecer, dichas y respondidas entre Salomón y su esposa, que será solamente declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y del requiebro; que, aunque es trabajo de menos quilates que el primero, no carece de grandes dificultades, como luego veremos» (CC, Prólogo).

    El procedimiento metodológico empleado, además de meticuloso y amplio, nos parece ambicioso y preciso. No incluye críticas directas, ni palabras de menosprecio hacia la versión oficial de la Vulgata, simplemente se aparta de ella, y también de la traducción griega septuaginta [Habib Arkin, 1966: 37-64]. Este es un signo más de su carácter intelectual y su nivel de creatividad, su coherencia metodológica y su madurez científica. Con firmeza declara fray Luis: «Lo que yo hago en esto son dos cosas: la una es volver en nuestra lengua palabra por palabra el texto de este libro; en la segunda, declaro con brevedad no cada palabra por sí, sino los pasos donde se ofrece alguna oscuridad en la letra, a fin de que quede claro su sentido así en la corteza y sobrehaz, poniendo al principio el capítulo todo entero, y después, su declaración. Acerca de lo primero procuré conformarme cuanto pude con el original hebreo, cotejando juntamente todas las

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