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Jesús y tú, mujer
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Libro electrónico564 páginas9 horas

Jesús y tú, mujer

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La presente obra contempla los encuentros de Jesús con las principales figuras femeninas del Nuevo Testamento y, de acuerdo con el método de oración propuesto por san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales, ofrece material para la meditación silenciosa. En este camino interior, el lector se deja acompañar de manera particular por las intuiciones, experiencias y reflexiones acerca del misterio de la mujer de la filósofa y carmelita descalza santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2022
ISBN9781737437390
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    Jesús y tú, mujer - Sergio Munoz Fita

    Sergio M Fita

    Jesús y tú, mujer

    Retiro ignaciano para mujeres bajo la guía de Edith Stein

    Copyright © 2021 by Sergio M Fita

    All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored or transmitted in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, scanning, or otherwise without written permission from the publisher. It is illegal to copy this book, post it to a website, or distribute it by any other means without permission.

    First edition

    ISBN: 978-1-7374373-9-0

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    A la más santa y hermosa de todas las mujeres, mi Madre.

    Contents

    PRÓLOGO DEL AUTOR

    CARTA INTRODUCTORIA

    I. MEDITACIONES

    1. VIUDA EN EL TEMPLO Y REINA ESTER

    2. MARTA Y MARÍA

    3. VIDA EUCARÍSTICA DE LA MUJER

    4. SAMARITANA

    5. LA MIRADA DE JESÚS

    6. PECADORA PÚBLICA

    7. CONSECUENCIAS DEL PECADO

    8. MUJER ADÚLTERA

    9. MARÍA EN LA ANUNCIACIÓN

    10. MARÍA EN LA VISITACIÓN I

    11. MARÍA EN LA VISITACIÓN II

    12. MARÍA EN LA VISITACIÓN III

    13. MARÍA EN LA NATIVIDAD I

    14. MARÍA EN LA NATIVIDAD II

    15. MARÍA EN LA NATIVIDAD III

    16. CURACIÓN DE LA HEMORROÍSA Y RESURRECCIÓN DE LA HIJA DE JAIRO

    17. MUJER CANANEA

    18. MARÍA DE BETANIA

    19. EL GRANO DE TRIGO

    20. MARÍA JUNTO A LA CRUZ

    21. EL CORAZÓN ABIERTO DE JESÚS

    22. SANTA MARÍA MAGDALENA

    23. «EN TODO AMAR Y SERVIR»

    II. ANEXOS

    24. ANEXO I

    25. ANEXO II

    26. ANEXO III

    27. ANEXO IV

    28. ANEXO V

    29. ANEXO VI

    30. ANEXO VII

    31. ANEXO VIII

    32. ANEXO IX

    33. ANEXO X

    34. ANEXO XI

    Notes

    (Traducción al español de la carta original en inglés)

    Oficina del Obispo, Diócesis Católico-romana de Phoenix

    8 de febrero de 2022

    Rev. Padre Sergio M. Fita

    Parroquia Católico-romana de Santa Ana

    Querido Padre Sergio:

    Tras recibir el nihil obstat del Reverendo Padre Eugene María de la Trinidad, S. T. L., eremita diocesano, que hizo las veces de censor y revisó los textos que le fueron presentados, por la presente concedo, con fecha de la presente carta, mi imprimatur para la publicación del siguiente texto: Jesús y tú, mujer. Retiro ignaciano para mujeres bajo la guía de Edith Stein.

    Comparto su esperanza de que la publicación de esta obra aproveche grandemente a sus lectores a crecer en el conocimiento y amor de nuestro Señor Jesucristo.

    Sinceramente suyo en Cristo:

    Thomas J. Olmsted

    Obispo de Phoenix

    PRÓLOGO DEL AUTOR

    1. Hagamos un poco de historia. En el año 2019, el ministerio parroquial de Católicos en Acción me pidió dirigir una tanda de ejercicios espirituales para mujeres que tendría lugar ese verano en la abadía benedictina Prince of Peace, en California, entre los días 24 y 28 de junio. Se trataba de un retiro en inglés para el que me pareció oportuno preparar las reflexiones de acuerdo con una idea que había estado acariciando desde hacía mucho tiempo, y que consistía en utilizar el método ignaciano a partir de los encuentros del Señor Jesús con las distintas figuras femeninas que aparecen dispersas en el Nuevo Testamento. Dicho esfuerzo está en el origen del libro que ahora felizmente tienes entre manos.

    La respuesta unánime de las participantes en aquellos cinco días de oración silenciosa resultó abrumadoramente positiva: fueron ellas las primeras que me animaron a compartir con otros las meditaciones que había elaborado para la ocasión. Sin embargo, me pareció entonces que el trabajo era incompleto para una publicación: la brevedad de aquel retiro dejó fuera episodios evangélicos jugosísimos y ni siquiera la estructura propuesta por Loyola había podido ser respetada todo lo que yo hubiera deseado. Era pues obligado rellenar dichas lagunas, revisar el trabajo ya realizado y dar así un mayor equilibrio al conjunto de la obra.

    La empresa se ha llevado dos años largos de mi vida. Mientras escribo estas palabras, soy párroco de una comunidad maravillosa de la Diócesis de Phoenix, en Arizona. Santa Ana es también una parroquia ingente y no falta nunca el trabajo, gracias a Dios. Por eso, para completar la empresa ha sido perentorio buscar tiempo donde no lo había, quitar horas al sueño y sumergirse de nuevo en una tarea para mí ímproba. Han sido, además, tiempos convulsos, por las circunstancias que todos conocemos. A ello se añaden mis propias limitaciones, que han sido el verdadero caballo de batalla que he tenido que superar para finalmente poder ofrecer en estas páginas el fruto de tantos desvelos.

    2. Como ya he indicado, los dos pilares que sostienen esta obra son las Sagradas Escrituras y los Ejercicios espirituales del grandísimo Ignacio de Loyola. En ese orden. Ante todo, la Palabra de Dios, comprendida gozosamente según la interpretación viva de la Tradición Apostólica. En segundo lugar, la orientación y guía del fundador de la Compañía de Jesús. Si los Ejercicios ignacianos han sido el molde en el que se ha vertido el contenido del mensaje, el alimento espiritual viene todo él del Evangelio.

    Tal vez podría señalarse una tercera veta, no tan dominante como las anteriores, pero igualmente obligada para comprender el conjunto de la obra. Me refiero a los escritos de Edith Stein (santa Teresa Benedicta de la Cruz) sobre el misterio de la mujer. Recuerdo haber leído sus ensayos sobre el tema, en su versión española, mientras cursaba estudios de Filosofía en el Seminario. Desde el primer momento, quedé subyugado por la hondura y los «quilates» de aquellas consideraciones. Me sorprende todavía hoy que no se haga un uso más copioso de estos recursos en los que la santa filósofa alemana —judía convertida al catolicismo que murió como carmelita en el campo de exterminio de Auschwitz en 1942— dibuja, con los pinceles de sus palabras siempre certeras y exactas, los trazos fundamentales del alma femenina. Es difícil imaginar que se pueda expresar mejor lo que Edith allí afirma sobre la mujer. Yo, desde luego, no he encontrado nada parecido.

    3. Sin embargo, no colija de lo anterior el amable lector que la presente sea una obra especulativa y abstrusa. De hecho, se trata un escrito eminentemente sencillo y concreto: es, sin más, un libro de oración, que pretende acompañar a la mujer que desea encontrar a Jesucristo. Su único cometido es llevar almas a Dios y servir al Espíritu Santo para tocar corazones y atraerlos al Señor. Esta obra quiere ayudar a iniciar una conversación interior con ese Maestro que habla en el silencio y que tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68). Debo confesar, además, que ha nacido de la oración, que ha sido escrito en la oración y que pretende llevar al lector hacia una más profunda experiencia de oración. Ésa es la razón principal que me ha llevado a mantener el estilo sencillo, dialogal, que estaba en el origen de las primeras presentaciones —preparadas con la intención de ser leídas— y que puede apreciarse en cada una de las páginas de este libro. En estas palabras, si me consientes la cercanía, me dirijo a ti de tú a tú: no pretendo realizar una exposición aséptica de los distintos pasajes evangélicos. Quiero, con tu permiso, hablarte personalmente y, desde ahí, llevarte a Dios.

    Pido por ello perdón de antemano si, de cuándo en cuándo, surgen aquí y allá recuerdos personales o si me refiero a circunstancias vividas en primera persona. Sé bien que el mensaje, y no el mensajero, es lo único importante. Sé que es la Palabra la única que debe ser acogida en el alma mientras la voz, que no deja de ser más que un envoltorio secundario, acaba por desvanecerse en el silencio. Sé, en fin, que «él debe crecer, y yo tengo que menguar» (Jn 3,30). Sin embargo, soy también de la opinión que cree en la importancia de todo lo que es genuinamente humano como vehículo de transmisión de la gracia. ¿No es ésa la lógica misma de la Encarnación?

    En este sentido, debo advertir específicamente acerca de una vivencia que me ha marcado profundamente y a la que se hace mención con frecuencia a lo largo y ancho de este escrito. Corría el año 2018 cuando el Señor me concedió la gracia inmerecida de caminar durante tres meses, mochila al hombro, por Tierra Santa. Desde febrero hasta mayo, recorrí a pie la distancia que separa Egipto y Siria. Atravesé Palestina de arriba abajo, anduve las tierras yermas de Jordania y crucé de sur a norte todo el estado de Israel.

    Ha sido hasta la fecha la única vez que he podido visitar aquel lugar escogido por Dios para manifestarse a nosotros. Han pasado más de tres años y sigo sin saber qué me sucedió allí, pero algo pasó. Sea de ello lo que fuere, es evidente que, en un libro que gira todo él en torno a escenas evangélicas, aquella peregrinación debía dejar una impronta en mi manera de contemplar y exponer esos eventos. Espero que traer a colación aquellas experiencias no acabe convirtiéndose en una distracción. Antes al contrario: así como para mí aquella aventura fue la puerta de acceso a una mejor comprensión de la Sagrada Escritura, confío que para el lector sea también una oportunidad de gracia que le ayude a tener la sensación de que, de alguna manera, está caminando conmigo y que el único contenido de nuestra conversación es, en última instancia, Jesús.

    4. El libro está estructurado en dos secciones: la primera parte son las meditaciones que constituyen el verdadero fulcro de este trabajo; la segunda está formada por una serie de apéndices que contienen lecturas complementarias para algunas de las reflexiones. La obra está pensada para ser utilizada, principalmente, en el contexto de un retiro silencioso, y deseaba ofrecer una especie de todo-en-uno para quien estuviera realizando una experiencia de este tipo.

    Sin embargo, no pretendo con eso sugerir que el mío sea el único libro a tener en cuenta cuando se hacen unos días de ejercicios espirituales. De hecho, deseo aquí y ahora recomendar otros tres de los cuales el mío quiere ser solo una introducción:

    Ante todo, la Palabra de Dios escrita —lo que solemos conocer como Biblia—, manantial imprescindible de aguas limpias y fuente ineludible para quien desea entrar en diálogo auténtico con el Señor.

    Sería también provechoso tener a mano los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, para que cada cual vuelva a ellos cuando desee entrar más a fondo en la sabiduría verdaderamente celestial y divina del santo fundador.

    Finalmente, los ensayos de Edith Stein sobre la mujer que han sido publicados en español por Ediciones Palabra bajo el título La mujer, su papel según la naturaleza y la gracia (Biblioteca Palabra: Madrid 2006).

    5. ¿Para quién es el presente trabajo? En primer lugar, obvia decirlo, para las mujeres. No cualquier mujer, sin embargo: me dirijo a aquella que tiene sed y desea una obra que le ayude a descubrir quién es y qué quiere Dios de ella. Es un libro para la oración personal, tanto para utilizar en la vida diaria como para llevar consigo (según hemos dicho) cuando se hacen unos días de retiro en soledad y silencio.

    Por extensión, puede ser igualmente de utilidad para quien necesite preparar materiales de oración orientados a mujeres, sea en el contexto de unos ejercicios espirituales o en retiros más breves, incluso presentaciones puntuales.

    Finalmente, sobra señalar que gran parte del contenido que aquí se ofrece es absolutamente para todos, hombres o mujeres, pues Dios se dirige en su Revelación a toda persona que tenga oídos para escucharlo.

    6. Algunas consideraciones prácticas antes de comenzar. He optado por referenciar en el cuerpo del escrito solo aquellas citas que provengan de la Sagrada Escritura o de los Ejercicios espirituales de san Ignacio, con el ánimo de agilizar la lectura. Todas las demás notas se encuentran al final del libro, habiendo tomado aquellas que se refieren a documentos magisteriales de la base de datos que la Iglesia ha puesto a disposición de todos en la página web oficial del Estado del Vaticano.

    Por otro lado, me permito recomendar para quien utilice esta obra durante un retiro en silencio, comenzar con la lectura del primero de los anexos, en el que se dan unos criterios que pretenden orientar a la persona que está realizando este tipo de experiencia. De este modo, podrá aprovechar mejor lo que después encontrará en las meditaciones que se le presentan.

    7. Concluyo con el deber gozoso de los agradecimientos. Los primeros nombres que vienen a mi mente y mi corazón son los de Norma Guzmán y Jean Estes-Gonzales, que han dedicado horas, esfuerzos y más tiempo del que probablemente debían a las tareas de la corrección y traducción del libro. No tengo palabras para expresar adecuadamente mis sentimientos de admiración por estas dos mujeres que representan bien muchas de las cualidades femeninas que en esta obra se pretenden desglosar.

    Mi más sentida acción de gracias, también, a Steve Phelan que ha trabajado en la edición de la versión inglesa. Su contribución ha sido decisiva para la ejecución feliz de esta labor ingente.

    De modo especial me siento profundísimamente agradecido a Ediciones Palabra por su generosidad a la hora de permitirme utilizar los textos de Edith Stein que aparecen en la presente obra. Con su autorización para emplear las palabras de santa Teresa Benedicta de la Cruz, han dejado que ella sea la verdadera «compañera de viaje» de todas las mujeres que algún día leerán este libro.

    Mi sincero agradecimiento, igualmente, al Obispo de Phoenix, Thomas J. Olmsted, por concederme el honor de apoyar estas sencillas meditaciones. Dentro de la Compañía de Jesús, quiero darle gracias infinitas a los Padres Valverde y Mendizábal, ambos ya difuntos, por haberme guiado siempre por los caminos del Espíritu. El lector los encontrará nombrados con generosidad, pues de ellos son las mejores ideas de esta obra.

    Finalmente, gracias a ti, querido lector, por la confianza que me demuestras y por querer buscar en las páginas de esta obra algo de luz para el camino de tu vida.

    Iba a terminar aquí, pero ruego que se me permita, incluso a riesgo de que mis palabras conclusivas puedan sonar un tanto peregrinas, dar las gracias a la propia obra que nos ocupa, que ha llenado mis soledades y me ha acompañado en horas muy oscuras para la Iglesia y el mundo. En una circular a sus hijos salesianos fechada el 19 de marzo de 1885, san Juan Bosco describe un buen libro como un «amigo fiel»¹. Debo reconocer que éste, sin duda, lo ha sido para mí: cuando el ruido de los acontecimientos recientes llamaba a mi puerta y pretendía hurtarme la paz, este escrito fue el refugio en el que siempre encontré cobijo y calor. Trabajar en él ha sido para mí una grandísima bendición, y yo soy, sin duda, el primer beneficiario de sus palabras. En ellas, también a mí me ha hablado el Señor y por ellas, le estoy también yo infinitamente agradecido.

    Te las ofrezco ahora a ti, amigo lector, con el deseo de que, en adelante, puedan ser provechosas para ti y para más personas. De una cosa puedes estar seguro: han nacido y fueron escritas ad maiorem Dei gloriam, para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

    Que Él, María y José te bendigan:

    P. Sergio

    Gilbert (Arizona), 1 de mayo de 2021, memoria de san José obrero

    CARTA INTRODUCTORIA

    ALGUNAS CONSIDERACIONES ANTES DE INICIAR EL RETIRO²

    Quiero daros en primer lugar la enhorabuena por vuestra decisión de participar en el retiro que organiza Católicos en Acción durante la última semana de junio. Agradezco a este Movimiento el esfuerzo realizado con el fin de promover una iniciativa como ésta, que pretende ayudar a seglares como vosotras a un encuentro más profundo con el Señor. Deseo igualmente daros las gracias a cada una por haberle dado a Dios el espacio y el silencio necesarios para que pueda hablaros al corazón. Llevo mucho tiempo encomendando en mi pobre oración el fruto de estos ejercicios espirituales y os animo a que pidáis conmigo, desde ya, la gracia de un encuentro íntimo y transformante con Cristo.

    Tipo de retiro que vamos a hacer

    La experiencia de desierto a la que os invitamos está inspirada en los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Es importante subrayar la palabra «inspirada»: como sabéis, la propuesta ignaciana se prolonga aproximadamente durante cuatro semanas y presenta rasgos y características que es simplemente imposible adaptar a un retiro de pocas jornadas. Nosotros vamos a tener presente la estructura que san Ignacio propone y tomaremos de él los consejos que, aquí y allá, va dejando a lo largo de sus Ejercicios.

    Durante este retiro, tendréis tiempos abundantes para la meditación, pues yo hablaré menos de lo que suele ser habitual. Este ritmo más pausado os permitirá una mayor profundidad en la reflexión personal de cada materia.

    Alguna de las razones para optar por este modo de realizar el retiro son las siguientes:

    En varios momentos de sus Ejercicios, san Ignacio propone dedicar cuatro o cinco horas a la meditación personal. Me parece que este punto es importante y que debemos seguir esta recomendación tanto como podamos porque el fruto de estos días depende, en buena medida, de esa generosidad en el tiempo para la oración personal y reposada.

    En el método de san Ignacio es muy importante lo que él llama «repeticiones»: se trata de volver a la misma meditación para ver hacia dónde nos está moviendo el Espíritu Santo a poner la atención en nuestra vida espiritual. En un retiro con demasiadas presentaciones, es imposible regresar a lo que se ha meditado previamente porque se tiene la impresión de que el tren va muy rápido y si uno se baja de él… ¡tal vez cuando regrese ya se haya marchado de la estación!

    En mi experiencia personal, escuchar al director hablar durante mucho tiempo termina convirtiéndose en una distracción en sí misma que, en lugar de ayudar a la unión con Dios, dispersa la mente y termina cansando a la persona.

    En mi opinión, cuando se deja tiempo para la oración personal y el director habla poco, el mensaje que se traslada al ejercitante es el de la primacía de la acción de Dios y la consiguiente respuesta personal y ése es, precisamente, el corazón de la experiencia ignaciana.

    El mismo san Ignacio aconseja en la segunda anotación de sus Ejercicios lo siguiente: «la persona que da a otro el modo y orden de meditar o contemplar debe narrar fielmente la historia de dicha contemplación o meditación, recorriendo solamente los puntos con breve o sumaria explicación; porque si la persona que contempla toma el fundamento verdadero de la historia, y discurre por sí misma y halla alguna cosa que explique o haga sentir un poco más la historia (bien sea por el razonamiento propio, o bien en cuanto el entendimiento es esclarecido por la ayuda divina), es de más gusto y fruto espiritual que si el de que da los ejercicios hubiese declarado y ampliado mucho más el sentido de la historia; porque no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar las cosas internamente» (EE 2).

    En el orden más práctico, tiene que ser un auténtico purgatorio escucharme a mí hablar mucho tiempo en mi pobre inglés durante cinco días. No os preocupéis que no os someteré a esa tortura.

    Con todo esto en mente, yo me voy a limitar a hablar en tres ocasiones: en dos meditaciones diarias —una por la mañana, otra por la tarde— y durante la Santa Misa. Cada día tendréis cuatro horas en el horario para la oración personal, a las que podréis añadir si queréis una quinta más al final de la jornada. No voy a caer en la tentación de «querer decirlo todo» porque en eso también —así lo veo yo— hay algo de orgullo o tal vez de desconfianza en la acción Dios en el alma. Hay que dejar a la persona que hace ejercicios en las manos del Señor y confiar en que ella responderá a lo que Él le esté comunicando.

    El horario oficial terminará siempre con el rezo de Completas a las ocho de la tarde. Después de esa hora, habrá «algo más» que variará cada día y que, en ningún caso, será de carácter obligatorio. La médula de los ejercicios serán las meditaciones del día y la tarde y la última actividad del día se ofrece para quien quiera participar en ella de manera voluntaria.

    Además, de esas cuatro horas de meditación, dos horas serán de adoración silenciosa ante el Santísimo Sacramento. Esto tiene también que ver con la propuesta de san Ignacio: con frecuencia, él suele concluir la oración con lo que llama «coloquio». Para san Ignacio, es evidente que la vida nueva que se nos presenta en los Ejercicios es imposible sin la ayuda de la gracia divina. El motivo de esa conversación con el Señor, o con María, o con el ángel de la guarda, es pedir la ayuda para recibir de Dios la fortaleza y el amor que necesitamos para «nacer de nuevo» (Jn 3,3). En esa misma línea de pensamiento, rezar prolongadamente ante el Santísimo es una manera de insistir en ese aspecto: «sin Mí, no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

    Tal vez alguna de vosotras esté pensando que cuatro horas son muchas, que nunca ha rezado tanto y que es probable, por consiguiente, que se le haga demasiado cuesta arriba rezar durante tanto tiempo. Al respecto, quiero también realizar rápidamente varias anotaciones:

    La primera es no exagerar la dificultad de rezar durante espacios tan prolongados de tiempo. Es perfectamente posible, incluso sencillo, meditar unas cuatro horas diarias durante una semana. La experiencia demuestra que, aunque exigente, está al alcance de todos. El ambiente de oración facilitará mucho este esfuerzo.

    Si nos cuesta, por las razones que sea, es importante advertir que los Ejercicios de san Ignacio son una experiencia que cuenta con el esfuerzo de la persona que los hace: ese esfuerzo es la expresión de la generosidad de quien desea aprovechar estos días de retiro y es ya una señal de la acción del Espíritu Santo en el alma. Como él mismo explica: «así como el pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, de la misma manera todo modo de preparar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y después de quitadas buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del alma, se llaman ejercicios espirituales» (EE 1).

    De hecho, la idea de acortar la hora de meditación debe ser considerada como una tentación: «el enemigo no poco suele procurar que se acorte la hora de dicha contemplación, meditación u oración» (EE 12). Frente a eso, san Ignacio —que nunca dejó de ser un soldado—, propone superar la prueba contra atacando: «la persona que se ejercita, para hacer contra la desolación y vencer las tentaciones, debe siempre estar algún tiempo más de la hora cumplida; porque no sólo se acostumbre a resistir al adversario sino incluso a derrocarle» (EE 13).

    En este sentido, insisto con el santo español en aprovechar bien los tiempos de oración: no tendría sentido daros la posibilidad del encuentro con Dios —que es la razón por la que habéis querido participar en este retiro—, si después nos dejamos llevar por el cansancio, la desolación o la sequedad y fallamos en lo fundamental que es estar con Cristo.

    Como ayuda para completar la hora de oración, en caso de agotar la materia de la meditación, os aconsejo que traigáis al retiro vuestros propios libros de oración, aquellos de los cuales el Señor se ha servido en el pasado para hablaros. Os animo a que los utilicéis con libertad si los necesitáis, con el fin de encontrar en ellos alimento para vuestra oración personal. Yo también os daré en ocasiones alguna lectura para que la utilicéis durante vuestra plegaria o en los momentos de descanso. Y, por supuesto, siempre tendréis la Sagrada Escritura.

    Durante las presentaciones, no intentéis escribir palabra a palabra lo que yo diga: limitaos a anotar aquello queráis llevar después a la presencia de Dios en vuestra meditación; aquello hacia lo que sintáis que el Espíritu Santo os está inclinando.

    Últimos días antes de los ejercicios

    Deseo concluir este correo animándoos a que desde ya pidáis por los frutos del mismo. Realmente, cinco días a solas con Dios pueden significar el principio de una nueva vida cristiana. Tenéis que pensar que el Señor quiere daros una gracia muy importante y debéis disponeros desde ahora, pidiendo grandeza de alma. Esa actitud del corazón es una gracia: hemos de suplicarla en la oración. «Señor, hazme generosa». «Jesús, dame la gracia para fiarme de ti». «Toca mi corazón y cámbialo». «Quiero amarte como tú me amas a mí». «María, ayúdame a decir que sí a Dios». Estas jaculatorias deben ir preparando vuestra alma para que el Señor pueda entrar de un modo nuevo en vuestra vida.

    Si sois generosas, el retiro será muy fructífero. Dios no se deja ganar en generosidad. ¡Mucho ánimo y mucha alegría!

    Nada más. Gracias por vuestra paciencia y vuestra confianza.

    Os encomiendo a la Santísima Virgen María y le pido a nuestra Madre que os conceda las gracias que necesitáis para recibir a Jesús en vuestro corazón como Ella lo acogió en su vientre y en su alma.

    Que Dios os bendiga:

    Padre Sergio

    I

    MEDITACIONES

    1

    VIUDA EN EL TEMPLO Y REINA ESTER

    MEDITACIÓN INTRODUCTORIA - ACTITUDES INICIALES

    «Padre misericordioso, llena nuestros corazones de tu amor y haznos fieles al evangelio de Jesucristo. Danos la gracia de elevarnos por encima de nuestra debilidad humana» (oración del viernes de la tercera semana de Cuaresma, versión inglesa).

    Quiero comenzar estos ejercicios espirituales dándoos la bienvenida a todas en nombre del mismo Jesús. Estáis aquí, sobre todo, porque Jesús os ha invitado y vosotras habéis aceptado esa llamada: «me sedujiste, Señor, y me dejé seducir» (Jer 20,7).

    Dios os ha traído aquí para tener una conversación interior con cada una de vosotras. Como escribe el profeta Oseas: «la llevaré al desierto y le hablaré al corazón» (Os 2,13). En el mundo, en vuestra vida diaria, hay mucho ruido y el Señor ha querido esta semana alejaros de todo eso.

    Hay un versículo del Nuevo Testamento que a mí me gusta siempre citar al inicio de un retiro como éste. Dice así: «Él les dijo: venid conmigo a un lugar retirado a descansar un poco. Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer» (Mc 6,31). Así es vuestra vida como mujeres, madres, hijas, etc. Como los Apóstoles, muchas veces, no tenéis tiempo para vosotras mismas. La gente —familia, amigos, grupos de apostolado y ocupaciones— vienen y van a vosotras, y os cuesta encontrar momentos para el Señor. Y Jesús os trae con Él a un sitio como éste, a un «lugar retirado», para descansar en Él y con Él.

    1. En esta primera presentación, quiero exponeros el programa de éste y los próximos días. Como ya sabéis y os expliqué en la carta introductoria que os escribí, en estos ejercicios espirituales no vais a escucharme hablar mucho. El énfasis está en vuestro diálogo interior con Dios. Tendréis la oportunidad de hablar mucho con Jesús. Sobre todo, estáis aquí para escuchar, para poneros en las manos de Dios: «tú, Señor, eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla, y tú, nuestro alfarero: somos obra de tus manos» (Is 64,7). Con el profeta Isaías, también yo os invito a ser verdaderamente arcilla en las manos del Señor. Los Ejercicios espirituales son un auténtico viaje del espíritu: debe haber una progresión, un avance, una transformación. En su Castillo interior, santa Teresa de Jesús utiliza la analogía del gusano que, en el interior del capullo de seda, se convierte en una mariposa³. Tenéis que comenzar con ese deseo, con esa intensidad: con la determinación de aprovechar profundamente estos días de retiro. En la vigésima anotación de sus Ejercicios espirituales, san Ignacio de Loyola describe la actitud correcta cuando habla de aquel que «en todo desea aprovechar». Pedidle a Dios, y esto es lo más importante de esta introducción, que os dé esa actitud de querer aprovechar en todo. Es la actitud de aquella viuda que, en el templo y a la vista de Jesús, dio todo lo que tenía para vivir (Lc 21,1-4). Sería una buena oración que meditarais el ejemplo de esta mujer en la oración de hoy y os preguntarais: ¿he venido yo a este retiro con la misma disposición? ¿Estoy preparada para darlo todo? Pedidle a Dios que os ponga en esta oblación de vosotros mismas como postura de partida en estos ejercicios.

    Como señalé también en la carta que os escribí, este retiro va a estar inspirado en la espiritualidad de san Ignacio, pero vamos a hacerlo con libertad porque no podemos condensar un mes en unos pocos días. Pensando en cómo podíamos organizar este camino espiritual, en mi oración privada se me hizo cada vez más evidente una idea que, debo confesar, he tenido en mi corazón durante muchos años.

    2. El título completo de los Ejercicios espirituales de san Ignacio es el siguiente: «Ejercicios Espirituales para vencerse a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse movido por alguna afección que desordenada sea». San Ignacio era un soldado y, en sus Ejercicios, nos convoca a una auténtica batalla: habéis venido para conquistaros a vosotras mismas. Hemos venido para abrir el corazón y dejar que la Voluntad de Dios, sólo ella, sea la que guíe nuestra vida.

    La Voluntad de Dios es la aventura más hermosa y maravillosa que existe. A veces tenemos miedo de Dios porque en el fondo pensamos que seríamos más felices si hiciéramos lo que deseamos nosotros, y no lo que quiere Él. Es la vieja tentación de Adán y Eva en el Edén. Nosotros tenemos que ver en Dios un amigo, y en su Voluntad amorosa el proyecto más extraordinario, el único que puede hacernos plenamente felices. Él es nuestro Padre, Jesús es nuestro hermano, la Santísima Trinidad nos ama y nos conoce. Y como buen Padre, Dios nos invita a la comunión con Él. En esa comunión encontramos vida, paz, alegría, gracia, misericordia y amor.

    El plan divino para cada persona es diferente. Habéis venido para abrazar esa misión, esa vocación que el Señor os ha dado a cada una de vosotras.

    ¿Cuál es el camino para conocer la Voluntad de Dios? El camino es siempre Jesús. Así nos lo propone san Ignacio: de las cuatro semanas de ejercicios, las últimas tres están básicamente dedicadas a la contemplación de la persona de Cristo. La Constitución Gaudium et Spes tiene una afirmación que san Juan Pablo II repetía con mucha frecuencia: «El misterio del hombre se esclarece solo en el misterio del Verbo encarnado»⁴. Tenéis que entrar en una relación vital con Cristo y solo ahí descubriréis quiénes sois y a qué estáis llamadas.

    * * *

    En estos ejercicios espirituales, vamos a contemplar despacio escenas de la Sagrada Escritura —especialmente del Evangelio— en las que el Señor interactúa con mujeres. En esas mujeres bíblicas, quiero pediros que os veáis vosotras mismas. Estoy convencido de que, en ellas, Dios ha revelado una manera de ser mujer y una forma en la que las mujeres deben relacionarse con Dios en Cristo.

    En su Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, san Juan Pablo II afirma que

    «la redención del hombre anunciada allí se hace aquí realidad en la persona y en la misión de Jesucristo, en quien reconocemos también lo que significa la realidad de la redención para la dignidad y la vocación de la mujer. Este significado es aclarado por las palabras de Cristo y por el conjunto de sus actitudes hacia las mujeres, que es sumamente sencillo y, precisamente por esto, extraordinario si se considera el ambiente de su tiempo; se trata de una actitud caracterizada por una extraordinaria transparencia y profundidad. Diversas mujeres aparecen en el transcurso de la misión de Jesús de Nazaret, y el encuentro con cada una de ellas es una confirmación de la novedad de vida evangélica, de la que ya se ha hablado»⁵.

    Y un poquito más adelante, continúa el Papa:

    «la actitud de Jesús en relación con las mujeres que se encuentran con él a lo largo del camino de su servicio mesiánico, es el reflejo del designio eterno de Dios que, al crear a cada una de ellas, la elige y la ama en Cristo (cf. Ef 1, 1-5). Por esto, cada mujer es la única criatura en la tierra que Dios ha querido por sí misma, cada una hereda también desde el principio la dignidad de persona precisamente como mujer. Jesús de Nazaret confirma esta dignidad, la recuerda, la renueva y hace de ella un contenido del Evangelio y de la redención, para lo cual fue enviado al mundo. Es necesario, por consiguiente, introducir en la dimensión del misterio pascual cada palabra y cada gesto de Cristo respecto a la mujer. De esta manera todo tiene su plena explicación»⁶.

    De esta manera, en esas mujeres evangélicas, podréis descubriros a vosotras, descubrir lo que Edit Stein llamaba «el alma femenina», aquello que es más genuinamente femenino y que por tanto forma parte de la vocación que Dios quiere para vosotras. Jesús debe haceros sentiros más mujeres y aquí, en este retiro, Él desea mostraros el tipo de mujeres que Él quiere que seáis en vuestras familias, comunidades y, sobre todo, en vuestra relación con Él.

    Quiero presentaros ahora la descripción que Edith Stein hace del alma de la mujer para que, en cada figura femenina de la Sagrada Escritura que vayamos considerando, descubráis esta alma perfeccionada por la gracia de Dios. Como sabéis, Edith Stein es el nombre judío de santa Teresa Benedicta de la Cruz, mártir en Auschwitz y una de las filósofas más importantes en la Europa de principios del S. XX. La siguiente es una descripción que os invito a tener presente a lo largo de estos ejercicios espirituales, para que la veáis, encarnada, en los pasajes evangélicos que vamos a considerar y para que intentéis reflejarla en vuestra propia vida y conducta, a partir de ahora.

    «La naturaleza de la mujer está basada sobre su vocación originaria: ser esposa y madre. Ambas se encuentran totalmente entrelazadas. El cuerpo de la mujer está plasmado para ser una sola carne con otro y para desarrollar en sí una nueva vida humana. A esto corresponde que el alma de la mujer esté dispuesta a ser fiel a una cabeza en obediencia, presta al servicio, y a la vez a ser su apoyo sólido, al modo en que un cuerpo bien disciplinado es un instrumento adecuado para el espíritu que lo anima, pero también es para él una fuente de energía y a él le da su sólida posición en el mundo exterior. Y ella está dispuesta a ser para otras almas protección y morada en que dichas almas puedan desarrollarse. Esta doble función de compañera del alma y de madre de las almas no está limitada a los confines de la relación esponsal y materna, sino que se extiende a todos los seres humanos que entran en el horizonte de la mujer.

    El alma de la mujer debe, por consiguiente, ser amplia y abierta a todo lo humano; debe ser sosegada, de modo que ninguna débil llamita pueda ser apagada por la tempestad; debe ser cálida, a fin de que las tiernas semillas no se congelen; debe ser luminosa para que en las esquinas y pliegues oscuros no hagan su nido los parásitos; en sí reservada, de forma que las irrupciones del exterior no amenacen la vida en el interior; vacía de sí misma, para que la vida ajena tenga en ella su espacio; finalmente, señora de sí misma y de su propia realidad, a fin de que toda su personalidad se encuentre en actitud de servicio a toda llamada.

    Esa es una imagen ideal del alma femenina. Para eso estaba plasmada el alma de la primera mujer, y así podemos nosotros pensar el alma de la Madre de Dios. En todas las demás mujeres hay ciertamente desde la caída un germen de tal desarrollo, pero necesita un especial cuidado y un mimo particular para no quedar sofocado entre la mala hierba crecida abundantemente»⁷.

    3. Al inicio de este retiro, quiero poner ante vuestros ojos el ejemplo de dos mujeres, una del Antiguo y otra del Nuevo Testamento. De la última ya hemos hablado: la viuda que dio todo (Lc 21,1-4). Como expresé en mi carta, el fruto de los ejercicios espirituales no depende de lo hermosas que sean las meditaciones o de lo sabio que sea el director humano, sino de vuestra generosidad. Dios no se deja nunca vencer en generosidad. Imaginad ese momento en el que la anciana deja caer en el cepillo del templo cuanto tenía para vivir. Contempladla en la fila, tal vez avergonzada porque ella casi no tenía nada para ofrecer y veía a otros haciendo donativos mayores y echando más dinero. Y, en vuestra oración, presenciad el momento en el que entrega su monedita ante la mirada amorosa y admirada de Jesús. Os invito a que os detengáis en ese instante. Si el Señor no hubiera dicho nada, este acto extraordinario hubiera pasado desapercibido, conocido sólo por aquella mujer y Dios. Jesús, sin embargo, ha querido ponerlo ante nosotros para que nos midamos con la magnanimidad de aquella mujer.

    Puedes hacerte estas preguntas, sin dejar de mirar la escena del Evangelio: «¿Estoy yo dándolo todo en mi vida cristiana?». «¿He venido aquí dispuesta a vaciarme por Jesús o, por el contrario, hay alguna parte de mí que no se entrega a Él del todo?». Sobre todo, medita ante todo en la mirada de Jesús hacia esa mujer. Contempla la admiración y el amor del Señor en sus ojos. ¿Puede Cristo mirarte de igual modo porque encuentra en ti la misma grandeza y confianza? En tu oración personal, ofrécete a Jesús y dile: «Señor, yo también quiero ponerme completamente en tus manos». «Ayúdame a fiarme de Ti y ofrecértelo todo». «Ayúdame a creer que Tú quieres mi felicidad y conoces lo que necesito para ser feliz». «Toma las riendas de ahora en delante y marca tú el camino a seguir».

    4. La segunda mujer nos lleva al Antiguo Testamento: hablo de la reina Ester. Es para mí un personaje muy querido porque, a diferencia de otras mujeres recias y robustas de la Escritura Santa, Esther es una mujer llena de dulzura, temerosa, que se siente frágil pero que, al mismo tiempo, consigue vencer esa fragilidad con la fuerza estupenda de su fe.

    Conocéis su historia: una judía que se convierte en la esposa del rey de Persia durante el periodo del exilio de Israel en Babilonia, en torno al año 586 AC. A la muerte de sus padres, había sido recibida y educada por un familiar suyo, de nombre Mardoqueo. Poseía una belleza extraordinaria, de tal manera que, cuando el rey Asuero repudia a su primera esposa, Ester es elegida de entre todas las jóvenes del reino para suceder a Vasti como esposa del monarca.

    En éstas, el brazo derecho del rey —un ministro llamado Amán— inicia una persecución para acabar con el pueblo judío. Mardoqueo le pide a Ester, de la que se desconoce en la corte su origen hebreo, que socorra a los de su raza. «Sálvanos de la muerte», le suplica Mardoqueo en un mensaje.

    Al principio, Ester rechaza ayudar a su pueblo. Manda decir a Mardoqueo estas palabras: «Todos los servidores del rey y el pueblo de las provincias del reino saben que hay una ley según la cual debe morir cualquier hombre o mujer que se presente ante el rey, en el atrio interior, sin haber sido llamado. Esto, a menos que el rey extienda hacia él su cetro de oro para perdonarle la vida. En cuanto a mí, ya hace treinta días que no he sido llamada a la presencia del rey» (Est 4,11).

    La respuesta de Mordecai es clara: «No te imagines que por estar en la casa del rey vas a ser la única en escapar con vida entre todos los judíos. No, si te quedas callada en este preciso momento, el alivio y la liberación les vendrán a los judíos de otra parte, mientras que tú y la casa de tu padre desaparecerán. ¡Quién sabe si no has llegado a ser reina, precisamente, para una ocasión como ésta!» (v. 13-14).

    A estas palabras, Ester responde a Mardoqueo de la siguiente manera : «Ve a reunir a todos los judíos que están en Susa, y ayunen por mí. No coman ni beban durante tres días, ni de día ni de noche. Yo, por mi parte, también ayunaré junto con mis servidoras. Así me presentaré al rey, por más que sea en contra de la ley. Y si es necesario que muera, moriré» (v. 16).

    Os invito a que leáis la oración tan hermosa de la reina Ester que se encuentra en el Antiguo Testamento (4,14-30). Ella confiesa varias veces que tiene miedo: «líbrame de mi temor» (4,30). La Palabra de Dios dice: «la reina Ester, presa de una angustia mortal, también buscó refugio en el Señor» (4,12). Igualmente afirma: «su corazón estaba oprimido por el temor» (5,5). Incluso dice la Escritura que se desmayó de pavor ante el rey.

    Ester reza y ayuna: «Se despojó de sus vestidos lujosos y se puso ropa de aflicción y de duelo. En lugar de los perfumes refinados, se cubrió la cabeza de ceniza y basura. Mortificó su cuerpo duramente y dejó caer sus cabellos enmarañados sobre aquel cuerpo que antes se complacía en adornar. Luego oró al Señor, Dios de Israel» (4,13-14).

    Conocéis el final de la historia, que podéis encontrar en vuestras biblias: la intercesión de la reina obtiene la salvación de su Pueblo y la muerte del enemigo.

    Creo que hay muchas similitudes entre ella y vosotras estos días. Señalo sólo algunas:

    Igual que ella, vosotras estáis llamadas a avanzar, a progresar en vuestro itinerario de fe. Ester hace un camino: la mujer que aparece al final de la historia es distinta de la que comienza el relato.

    Del mismo modo que ella era consciente de sus miedos, vosotras también tenéis debilidades, fragilidades, y el Señor quiere llevaros más allá de esas limitaciones que os bloquean y os impiden hacer la Voluntad de Dios.

    Así como Dios salvó a Israel gracias a Ester, el Señor quiere cambiar vuestros corazones para poder así llevar vida eterna a vuestras familias y a la gente que hay a vuestro alrededor.

    Del mismo modo que Ester fue conducida por la Providencia divina hasta llegar a ser reina y convertirse así en instrumento de liberación, el Señor también ha ido llevándoos a lo largo de vuestra vida con su mano providente y os ha colocado en el lugar en el que estáis con el fin de ser causa de salvación para vuestras familias.

    Así como Ester oró y ayunó durante tres días (5,1), vosotras estáis aquí esta semana para rezar y ofrecer sacrificios a Dios con el fin de que Él os transforme y su salvación llegue, primero a vosotras y, a través de vosotras, a otras personas.

    La Reina Ester tenía esa generosidad de la que hablábamos anteriormente, que es fundamental para el fruto de este retiro: «si debo morir, moriré». Estaba dispuesta al último sacrificio por su fe y por su pueblo. También de ella podéis aprender a tener esta disposición del corazón y, si no poseéis esta radicalidad, imitad también a la reina rogándole a Dios, al inicio de este retiro, que os conceda ese coraje, esa generosidad y ese amor.

    Os pido que os toméis estos días con la misma seriedad con la que la Reina Ester rezó y ayunó aquellos tres días. Como a ella, en nuestra vida cristiana o en unos ejercicios espirituales como estos, Dios puede pedirnos sacrificios, incluso grandes sacrificios.

    En las glorias de María, san Alfonso María de Ligorio usa el ejemplo de Ester para hablar de la Virgen: así como la primera intercedió y con su intercesión logró la salvación para su pueblo, así María —que también es Reina y es hermosa— nos salva a nosotros, sus hijos, con su intercesión. Como en Caná (Jn 2,5), Ella os dice a cada una, en vuestro corazón: «haced lo que Él os diga». Lo que Él os diga. Es decir, la premisa es que Jesús os va a hablar. Escuchadlo.

    5. Pensad estos días en el retiro de la reina Ester, y dedicaos a aprovechar esta semana como si os fuera la vida en ello. Os invito a que apaguéis vuestros teléfonos y os olvidéis de todo. Os aseguro que no les va a pasar nada a vuestra familia si, durante unos pocos días, no reciben noticias vuestras. Repito: estos son días de oración y silencio. Encontraréis a Dios si os centráis en Él y no os distraéis. Sin recogimiento, no encontraréis lo que habéis venido a buscar.

    Mi experiencia durante la peregrinación a Tierra Santa fue realmente muy impactante en ese sentido: yo ya conocía la importancia del silencio, pero allí descubrí algo nuevo que no puedo expresar, que no sé describir. Abrazad el silencio estos días.

    2

    MARTA Y MARÍA

    DÍA I (MAÑANA) - SEGUNDA MEDITACIÓN - PRINCIPIO Y FUNDAMENTO I

    «Te pedimos, Señor, que inspires, sostengas y acompañes nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin» (oración del jueves después de ceniza).

    Buenos días a todas. Comenzamos nuestro primer día de ejercicios espirituales poniéndonos en la presencia de Dios. Le pedimos que nos ayude a obtener el «conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga» (EE 104).

    Me permito recordaros otra vez con san Ignacio, que «no el mucho saber harta y satisfice el alma, sino el sentir y gustar las cosas internamente» (EE 2). Santa Teresa de Jesús es de la misma opinión: «el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho»⁸. No intentéis, por tanto, cubrir en vuestra oración todo lo que yo os diga ahora: que vuestra plegaria sea pausada, serena, reposada, sin prisas. Lo que no meditéis aquí podéis llevároslo con vosotras y utilizarlo para vuestra reflexión cuando regreséis a vuestras casas. Así, de alguna manera extenderéis estos días de retiro más allá de la presente semana y continuareis recibiendo gracias de estas jornadas incluso después de que terminen.

    La reflexión que abre los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola es la famosa meditación de «Principio y fundamento» que, a nivel personal, tal vez haya sido la consideración que haya tenido una influencia más incisiva en toda mi vida. Cuando yo mismo hice el mes de ejercicios en el año 2003, dediqué a esta sola página nueve

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