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Mi Corazón esta Firme: Padre José Luis Correa Lira
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Libro electrónico293 páginas3 horas

Mi Corazón esta Firme: Padre José Luis Correa Lira

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El celibato, antes que una norma eclesiástica, es un don de Dios para el sacerdote y para la iglesia, que esta vinculado a la entrega total al Señor en una relación exclusiva, también en la dimensión afectiva. Esto supone una profunda intimidad con Cristo, que sin duda es capaz de saciar y trasformar el corazón de sus ministros.
Ante todo, el celibato es signo y estimulo de la caridad pastoral; brota de la experiencia personal del amor incondicional de Dios que suscita la entrega total a Él y al servicio de los hermanos.
Como dice el concilio Vaticano II: “Por la virginidad o el celibato a causa del reino de los cielos, los presbíteros se consagran a Cristo de una manera nueva y excelente y se unen más fácilmente a él con un corazón no dividido.
IdiomaEspañol
EditorialNueva Patris
Fecha de lanzamiento13 may 2014
ISBN9789562467285
Mi Corazón esta Firme: Padre José Luis Correa Lira

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    Mi Corazón esta Firme - Padre José Luis Correa Lira

    Dedicado a todos los sacerdotes y seminaristas.

    En gratitud a quienes me han animado a hablar y escribir sobre este delicado tema y a quienes revisaron el texto, en particular al padre Humberto Anwandter y a Mons. Javier del Río por sus palabras al prólogo.

    Mi corazón está firme

    Afectividad y sexualidad sacerdotal

    P. José Luis Correa Lira

    © EDITORIAL NUEVA PATRIS S.A.

    José Manuel Infante 132

    Teléfono: 2235 1343 - Fax: 2235 8674

    Providencia, Santiago - Chile

    E-mail: gerencia@patris.cl

    www.patris.cl

    N° Inscripción: 241428

    ISBN: 978-956-246-728-5

    Diseño Gráfico: Francisco Correa

    2a Edición: febrero 2015

    P. José Luis Correa Lira

    Mi corazón está firme

    Afectividad y sexualidad sacerdotal

    Índice

    Prólogo
    Presentación
    Introducción
    1 Contexto. Situación actual
    2 Madurez afectiva necesaria para el sacerdote

    2.1 El sacerdocio: vocación de amor

    2.2 Afectividad desde los documentos conciliares en adelante

    3 Algunas ‘enfermedades del corazón sacerdotal’:

    3.1 El ‘analfabetismo sentimental’

    3.2 La personalidad ‘alexitímica’

    3.3 La inmadurez afectiva

    Excurso: Posibles signos de inmadurez y eventuales patologías del desarrollo afectivo – sexual en el candidato al sacerdocio, según Cencini.

    3.4 El padre Kentenich y las cuatro crisis en el desarrollo sacerdotal

    4 Las desviaciones más comunes en la afectividad y sexualidad sacerdotal

    4.1 Pedofilia. ‘Curas pedófilos’

    Excurso:Desviaciones afectivo – sexuales y su vínculo con abusos de poder y dinero

    4.2 Homosexualidad y sacerdocio

    4.2.1 Una palabra del magisterio eclesial sobre la homosexualidad en general.

    4.2.2 Sobre la homosexualidad y el sacerdocio en particular.

    4.3 Autoerotismo (prácticas masturbatorias)

    4.4 Relación desordenada (incluso sexuales) con mujeres. ‘Problemas de faldas’. Enredos con mujeres

    Excurso: La mujer en la vida del sacerdote Consejos para un cura que se enamora (de una mujer)

    4.5 Sacerdotes con hijos

    5 Sexualidad sacerdotal.

    5.1 Algunas primeras observaciones e indicaciones

    5.2 La soledad sacerdotal

    5.3 Celibato, afectividad y comunidades sacerdotales

    6 Pureza

    6.1 Las torres protectoras de la pureza

    6.1.1 Amor filial a Dios

    6.1.2 La humildad

    Excurso: La sana autoestima

    6.1.3 La mortificación

    6.1.4 El trabajo

    6.1.5 El cultivo de la alegría:

    6.2 Algunas oraciones ante las tentaciones contra la pureza:

    6.3 Otros medios para una vida casta

    6.3.1 Protección y disciplina de los sentidos y de la fantasía

    6.3.2 Hacer transparente los órganos sexuales

    6.3.3 El pudor

    6.3.4 Moderación en las diversiones

    6.4 La prudencia y la ‘regula tactus’

    6.4.1 Sobre la prudencia en general:

    6.4.2 La Regula Tactus

    6.5 María y la vida afectiva del sacerdote

    7 Frente a las debilidades y caídas

    8 Expiación, penitencia y reparación

    Anexos

    I La experiencia vital del P. José Kentenich

    II El celibato según el P. Kentenich

    III Entrevista a Mons. Scicluna

    IV Celibato y compensación. Amedeo Cencini

    V El presbítero entre los 6 y los 20 años de ministerio. Oportunidades y desafíos. P. Andrés Torres Ramírez

    VI Los apoyos del afecto: comunidad, amigos y amigas

    VII Entrevista con Gerard van den Aardweg. Psicología católica y abusos sexuales por parte del Clero.

    VIII Carta de despedida de un sacerdote

    IX Homilía del sacerdote Franciscano P. Roger J. Landry.

    Palabras finales

    Literatura

    Prólogo

    El sacerdocio ministerial es un don de Dios, para el mismo elegido, en primer lugar, y también para la Iglesia. En los treinta años transcurridos desde que sentí el llamado del Señor al presbiterado, no he dejado de experimentar esa elección como un don. Más allá de los momentos de gozo o de dificultad, que se van alternando en la vida del sacerdote como en la de todo ser humano, he constatado, en mi vida y en la de cientos de sacerdotes que conozco, que Jesús no deja de cumplir la promesa que hizo a sus apóstoles: He aquí que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28,20).

    Desde esa experiencia, inicialmente no me fue fácil comprender cómo puede ser posible que un hombre elegido por Dios para ser la presencia sacramental de su hijo Jesucristo Cabeza de la Iglesia, el Buen Pastor que da su vida por las ovejas, pierda la alegría en el ejercicio del ministerio y se sienta necesitado de buscarla en otras fuentes. Más difícil aun me fue comprender que sacerdotes jóvenes, con poco tiempo de ordenación, ni siquiera lleguen a encontrar esa alegría y rápidamente se desilusionen del ministerio para el que se prepararon y al que aspiraron durante largos años.

    He tenido la gracia de dedicarme a la formación sacerdotal durante más de una década y hasta ahora ayudo en el discernimiento vocacional a numerosos jóvenes. Soy testigo de la ilusión con que los jóvenes suelen llegar al seminario y la inmensa gratitud con que reciben la noticia de que ha llegado el momento de ser ordenados sacerdotes. Lamentablemente, los diversos oficios que me ha tocado desempeñar en la Iglesia me han hecho también ser testigo de lo difícil que es recuperar esa ilusión y esa gratitud cuando se pierden. Esos mismos oficios y el profundo dolor que hasta ahora siento cuando constato que no son pocos los sacerdotes que han dejado de ser pastores y se han convertido en funcionarios de lo religioso y mundanos, para usar los mismos términos del Papa Francisco, me ha llevado a buscar las causas que puedan estar al origen de la pérdida de sentido del ministerio presbiteral que, en ocasiones, puede incluso desembocar en la pérdida de sentido del celibato y la castidad, entre otros aspectos propios de la identidad y el quehacer sacerdotal.

    En esa búsqueda he recurrido a la lectura de numerosos documentos del magisterio de la Iglesia y de obras de reconocidos teólogos y maestros de espiritualidad. He recurrido también al diálogo con personas de más experiencia que yo y con sacerdotes que han experimentado esa crisis, sea que la hayan superado, que la estén atravesando o que no hayan podido vencerla. Finalmente, he llegado a la conclusión de que, así como los seres humanos podemos contraer alguna enfermedad física o psíquica, también nuestro espíritu se puede enfermar y los sacerdotes no somos inmunes a ninguno de esos tipos de enfermedades, razón por la cual, si no tomamos las debidas precauciones, podemos contraerlas.

    Como dice la Presentación del actual Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, publicado el año 2013, el efecto más deletéreo que ha causado la generalizada secularización es la crisis del ministerio sacerdotal, crisis que por una parte se manifiesta en la sensible reducción de las vocaciones y, por otra, en la difusión de un espíritu de verdadera pérdida de sentido sobrenatural de la mi­sión sacerdotal, formas de inautenticidad que no pocas veces, en las degeneraciones más extremas, han provocado situaciones de graves sufrimientos.

    Ante esta realidad, que en determinadas veces se pone de manifiesto en la incapacidad de sacerdotes para vivir el celibato por el Reino de los Cielos, que si bien son una minoría suelen dar mucho que hablar, cada vez con mayor frecuencia se alzan voces que pretenden culpabilizar a la Iglesia y presionarla para que solucione el problema a través de la abolición del celibato sacerdotal y la ordenación de viri probati. Todo parece indicar, sin embargo, que no está ahí la solución del problema y que, en no pocos casos, además, éste podría agravarse.

    El celibato, antes que una norma eclesiástica, es un don de Dios para el sacerdote y para la Iglesia, que está vinculado a la entrega total al Señor en una relación exclusiva, también en la dimensión afectiva. Esto supone una profunda intimidad con Cristo, que sin duda es capaz de saciar y transformar el corazón de sus ministros. Ante todo, el celibato es signo y estímulo de la caridad pastoral; brota de la experiencia personal del amor incondicional de Dios que suscita la entrega total a Él y al servicio de los hermanos.

    Como dice el concilio Vaticano II: Por la virginidad o el celibato a causa del reino de los Cielos, los presbíteros se consagran a Cristo de una manera nueva y excelente y se unen más fácilmente a él con un corazón no dividido (Presbyterorum ordinis, 16). Esta experien­cia radical del amor de Dios y de amor a Dios desemboca en el deseo de dedicarse por entero al servicio del Reino. La existencia histórica de Jesucristo célibe es el signo más evidente de la solidez de este carisma, tanto en el plano de la fe como en el de la común racionalidad humana.

    Gracias a Dios, la multisecular experiencia de la Iglesia y los adelantos de la ciencia nos permiten conocer cada vez mejor las raíces de la crisis que afecta al celibato sacerdotal y, por tanto, los modos de prevenirla o de superarla si ya se ha presentado. Visto que no es un fenómeno aislado, es preciso conocer y estudiar las causas que puede haber detrás de este tipo crisis, así como los medios para evitarla o aprovecharla en beneficio de alcanzar una mayor madurez - humana, cristiana y sacerdotal – para quien le toque vivirla.

    Esto es lo que ha hecho, precisamente, el P. José Luis Correa, que merece nuestra felicitación y agradecimiento por haberse dado el trabajo de sistematizar el resultado de sus investigaciones y experiencias sobre esta materia, para ponerlas a nuestro alcance. Estoy seguro que la lectura de este libro será de gran utilidad para cuantos aprecian el carisma del celibato sacerdotal, especialmente para aquellos que, habiéndolo recibido, lo aman y no quieren perderlo.

    Arequipa, 11 de mayo de 2014

    Domingo del Buen Pastor

    + Javier Del Río Alba

    Arzobispo de Arequipa

    "Para no sucumbir en las tormentas que se ciernen,

    la Iglesia no solo necesita héroes de la voluntad

    sino también, y sobre todo, genios del corazón."¹

    "Hay que crear espacios motivadores y sanadores

    para los agentes pastorales."

    (Papa Francisco, EG 77)

    "Mi corazón está firme, Dios mío,

    mi corazón está firme."²

    Presentación

    El siguiente texto, que no es un tratado acabado sobre el tema, es una elaboración a partir de algunas conferencias dictadas por el autor para sacerdotes diocesanos en los primeros meses de 2011. La primera fue en Chiclayo, Perú, donde el P. José Luis Correa Lira predicó el retiro anual para el clero de esa diócesis (del 10 al 15 de enero). La segunda en la jornada para sacerdotes diocesanos realizada en la casa de formación junto al Santuario de Schoenstatt en Bellavista, La Florida, Santiago, en enero de 2011. A mediados del año 2011, del 4 al 6 de julio, dictó varias conferencias sobre el particular al clero de Temuco, en su jornada anual de formación. Finalmente, en agosto del 2013, dio un curso de toda una semana sobre esta misma materia para todo el presbiterio de Arequipa, Perú.

    Como se aprecia en el índice, se trata de temas delicados, pocas veces abordados sistemática, pastoral y/o espiritualmente³.

    El padre José Luis ya ha publicado otros libros⁴ con temas especialmente orientados a los sacerdotes:

    "Diocesanos en Movimientos."

    Paternidad Sacerdotal. Espiritual, pero real.

    Amigos de Jesús. Amistad sacerdotal con Jesús.

    ¿Mi hijo sacerdote? Testimonios de mamás de sacerdotes en tiempos difíciles.

    Dada la importancia de la materia, Editorial Nueva Patris publica este material para ponerlo a disposición del clero en particular y de laicos comprometidos en la Iglesia.

    "Se necesita una solidez humana, cultural, afectiva, espiritual y doctrinal (…) hay que tener el valor de una revisión profunda de las estructuras de formación y preparación del clero (…)

    La situación actual exige una formación de calidad a todos los niveles."

    (Papa Francisco)

    "A pesar de la escasez vocacional,

    hoy se tiene más clara conciencia

    de la necesidad

    de una mejor selección

    de los candidatos al sacerdocio.

    No se pueden llenar los seminarios

    con cualquier tipo de motivaciones,

    y menos si éstas se relacionan con

    inseguridades afectivas,

    búsquedas de formas de poder,

    glorias humanas

    o bienestar económico"

    (Papa Francisco)

    Introducción

    Estamos en tiempos de crisis intraeclesial, reconocido también por el mismo Papa Benedicto XVI, que habla, por ejemplo, de una gran crisis estremecedora en su Carta Pastoral a los católicos de Irlanda, en marzo de 2010⁷ (tres veces usa la palabra crisis) y en el libro entrevista ‘Luz del mundo’:

    Y justamente en este tiempo de los escándalos nos hemos sentido realmente mal al ver qué miserable es la Iglesia y cuánto faltan sus miembros en el seguimiento de Jesucristo (…). El Papa siente conmoción por la miseria y pecaminosidad de la Iglesia.

    Incluso Juan Pablo II tenía ya esos sentimientos, como podemos corroborar en su Carta a los Sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 2002:

    "Nos sentimos en estos momentos personalmente conmovidos en lo más íntimo por los pecados de algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida con la Ordenación, cediendo incluso a las peores manifestaciones del mysterium iniquitatis que actúa en el mundo. Se provocan así escándalos graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas sobre todos los demás sacerdotes beneméritos, que ejercen su ministerio con honestidad y coherencia, y a veces con caridad heroica."

    Esa conmoción tiene que llevarnos a una auténtica y definitiva conversión.

    Conversión a nivel de actitudes y no solo cumplimiento de prácticas, de actos externos. Se trata de tener, y por eso adquirir y cultivar, los mismos sentimientos que Cristo, según la palabra paulina (Cfr. Flp 2,5). Naturalmente esa íntima unión con Cristo debe traducirse en obras inspiradas en aquellas de Jesús y en un estilo de vida crístico.

    Por lo mismo, no puedo sino citar y recomendar rezar, continua e insistentemente, una oración mariana, escrita por el padre Kentenich, en su tiempo de prisión en el Campo de Concentración de Dachau, compuesta para la hora de Vísperas, que recuerda el Cenáculo y Pentecostés:

    "Allí para la Iglesia

    imploraste al Espíritu Santo,

    quien la liberó de las miserias de la mediocridad,

    la inició en la doctrina de Cristo

    y avivó en ella

    el espíritu de apóstoles y de mártires."¹⁰

    Por su parte, el P. Hurtado recordaba que Dios quiere hacer de nosotros santos; no mediocres, sino santos. No tenemos derecho a pactar ni a contentarnos con la mediocridad, sino que tenemos que aspirar a la magnanimidad, a la radicalidad en la entrega. Pues, como él advertía, el día que no haya santos ya no habrá Iglesia.

    Un nuevo milagro de Pentecostés debe producirse, y es lo que esperamos ocurra, en la Iglesia, para que el Espíritu Santo extirpe lo enfermo, deseche lo falso y preserve y potencie lo sano.

    Ya como Cardenal, Josef Ratzinger había insistido que todas las grandes crisis de la Iglesia van acompañadas de una decadencia del clero.¹¹

    Amedeo Cencini apunta en esa dirección cuando afirma que no ha habido problema de Iglesia, en este tiempo tormentoso del postconcilio, que no se haya reflejado de algún modo o no haya encontrado algún eco en la figura y en la vida del sacerdote, determinando las diversas crisis.

    Él anota cuatro:

    Crisis de insignificancia o de soledad, crisis del celibato o de la dimensión sacral del sacerdote, crisis incluso dentro de la comunidad eclesial respecto a la autoridad o a las relaciones paritarias dentro del presbiterio, crisis de imagen y crisis vocacional…

    Y concluye que sobre todas estas crisis (está), como una especie de denominador común invisible, la más general y consistente, que ha impregnado toda esta etapa tan compleja de la vida eclesial, haciéndose cada vez más palpable y central, y que es ahora clamorosa e innegable, a saber, la crisis de identidad del sacerdote.¹²

    El Concilio Vaticano II desarrolló una eclesiología completa y una teología del ministerio episcopal; en lo que se refiere al ministerio sacerdotal quedó en deuda, observaba la alemana Judith Müller.¹³

    Más adelante, Cencini distingue tres niveles de identidad, en los que se dan fenómenos de confusión o de difusión de identidad, ligados a un concepto de sí mismo inestable o negativo para el sacerdote de hoy.

    Así, en el nivel corporal, toca el tema de parecer, en el que se da una atención excesiva por ‘parecer’ bien, a nivel del vestido (el sacerdote ‘maniquí’), de cualidades estéticas más o menos pre­su­n­tas (el sacerdote ‘guapo’), o la preocupación tan ingenua y a veces tan ridícula de disimular la edad, o el cuidado excesivo de la propia salud (el sacerdote ‘doliente’), o la exhibición y explotación de la fascinación discreta del ‘reverendo’, del hombre de culto (el ‘donjuán, que le gusta jugar con los sentimientos propios y ajenos), en una mezcla complicada de sed de afecto y ganas de destacar…¹⁴

    A nivel psíquico, habla del tener, haciendo referencia a las propias dotes y talentos, a las propias riquezas personales, como por ejemplo, el coeficiente intelectual o la capacidad de expresarse en una función determinada, la afirmación en el trabajo o cierta manera de entender la propia rectitud o incluso la propia perfección moral. Aquí, dice Cencini, el sacerdote pone el acento en lo que tiene y en lo que espera conquistar con ‘sus’ medios y con ‘su’ esfuerzo."¹⁵

    De esto, Cencini saca la siguiente conclusión: De aquí se sigue que, ante la cruda realidad de una vida parroquial que exige un esfuerzo duro y un servicio cotidiano no siempre gratificante, los sacerdotes educados en los cultivos sofisticados de invernadero o en el culto al yo psíquico y a sus talentos se sientan ‘no reali­zados’ o ‘desilusionados’.¹⁶

    Sobre el ‘narcisismo clerical’, dejemos hablar nuevamente al autor que nos ha ayudado en este punto y que previene que el "autoenamoramiento podrá crear al sacerdote narcisista problemas específicos en el área afectiva:

    "En el origen del narcicismo (…), no hay necesariamente una real carencia afectiva, (…), sino la incapacidad de dejarse amar, de no darse cuenta de que ya ha sido amado, o incluso el desprecio del amor recibido, por haber sido expresado de manera imperfecta por criaturas limitadas, o también el no saber contentarse con lo que se ha recibido gratuitamente o no saber apreciarlo bastante (…). Por eso tiene necesidad de impresionar, de asombrar, de ser aplaudido; por eso se muestra siempre muy atento a su índice de simpatía y muy sensible a los signos de aprobación; por eso lo que cuenta para él es la imagen, la apariencia, la exterioridad. Y se enamora de esa imagen, no de su yo real. (…) este autoenamoramiento podrá crear al sacerdote narcisista problemas específicos en el área afectiva. (…) En resumen, en el origen de ciertas relaciones afectivas, con o sin connotaciones genitales-sexuales, no estaría la necesidad de sexo, sino una identidad parcial y precaria, una consideración negativa de sí mismo, o un sacerdote-adolescente, enfrascado todavía - ¡a los 30, 40 ó 50 años!- en deshojar la fatídica margarita (…) ¡cuántas purezas sacerdotales meramente formales son una expresión torcida de la misma búsqueda ansiosa de positividad, vivida

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