Estoy trancado en casa, tengo varios días sin ver a mi familia (para proteger a los viejos), trato de mantener las provisiones lo más que puedo. Trato de invertir mi tiempo de una manera productiva, quizás no aburrirme. Estoy invirtiendo tiempo en cocinar, pasar tiempo conmigo mismo, y hablar con mis amigos y mi familia. Así se encuentran millones de personas alrededor del mundo; algunos atrapados, otros aislados. Otros están enfermos con este virus. Otros se encuentran solitarios. Otros rodeados de gente pero aún en soledad interna. Muchos de nosotros ponemos nuestra esperanza en Dios mismo, otros en la ciencia, otros en el karma. La pregunta general es: ¿cuándo acabará? Y no es para menos. El COVID-19 es un virus que hemos tomado a relajo a causado tantos estragos por causa de su fácil contagio.

Cuando nos damos cuenta de lo pequeños y débiles que somos, nos damos cuenta que muchos de nosotros no sabemos donde poner el peso de esta revelación. Nos quedamos con el miedo y la realidad de nuestra debilidad en nuestras espaldas, y no sabemos que hacer. Nos aplasta el peso de la vida misma. Ya no hay fachadas, no hay caretas, no hay redes sociales que oculten la realidad de nuestra mente y nuestros corazón.
El pánico ataca. Y con todas las de ganar sobre nosotros.
Por eso la pregunta es, ¿donde puedo poner mi esperanza si el pánico me ataca? ¿Donde puedo descansar cuando no se cuándo va a acabar la cuarentena o cuando van a erradicar la enfermedad? ¿Donde pongo mi fe cuando no se si en la lotería de la vida, mis padres sufren del covid-19, o si llego a perder un ser querido al final?  ¿Donde, oh donde, puedo vivir en paz en tiempos donde no hay paz?

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