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Muchos creyentes también están hoy confusos, con un Dios confeccionado a su medida, y buscan, insatisfechos, un camino que no dependa de opiniones y teorías: ese camino es Cristo, y ese encuentro personal sigue produciéndose si logramos abrirle libremente el corazón y nos dejamos amar por Él. Pero ¿cómo es realmente nuestro corazón?
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Para entender tu corazón - Jesús Higueras
1. UN ENCUENTRO ESPERADO
Cuando supo Jesús que los fariseos habían oído que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan —aunque no era Jesús quien bautizaba, sino sus discípulos—, abandonó Judea y se marchó otra vez a Galilea. Tenía que pasar por Samaría.
(Juan 4, 1-4)
En la generación de mis padres se consideraba extravagante
a aquel que se apartaba de la Iglesia y de las normas sociales para seguir sus propias reglas, con un estilo de vida en el vestir y en el obrar en abierta oposición a lo establecido como normal
. «Raro, extraño, desacostumbrado, excesivamente peculiar u original», lo define la RAE. Ahora, el extravagante es quien elige vivir su vida según las normas de la Iglesia católica, con fidelidad a sus principios y a las prácticas cristianas recomendadas. La sociedad señala ahora al cristiano como persona extraña
, fuera de lugar
, fuera del mundo
, extravagante
, como quien se presenta en pijama en una boda o suele tomar el postre antes del primer plato. Ciertamente, el objeto de la extravagancia ha cambiado en pocos años.
Todos hemos tenido también alguna vez la sensación de ser mirados de un modo especial por causa de nuestra fe, una sensación difícil de definir: entre la admiración y el rechazo, entre la burla y la envidia, entre el desprecio y el respeto. Y todo por seguir a un carpintero judío que con treinta años cerró su taller de Nazaret para anunciar a su pequeño mundo —el pueblo de Israel— que Dios estaba implicado con la humanidad mucho más de lo que esta pensaba. Este hombre tan solo necesitó tres años y unos pocos encuentros con ciertas personas para dar la vuelta a la historia de la humanidad en general, y a la de cada individuo en particular. Uno de esos encuentros a los que anteriormente aludíamos se produjo con una mujer samaritana, con la que casualmente
coincidió cuando esta se dirigía a llenar su cántaro de agua en el pozo más cercano.
Para los cristianos, el Evangelio es mucho más que un libro que narra la historia y la sabiduría de Jesús: es un escrito con la suficiente fuerza interior como para provocar en el alma del que lo lee la misma experiencia que se narra. ¿Podríamos nosotros vivir, dos mil años después, lo mismo que vivió esta mujer, sabiendo que Jesús se nos acerca y nos dice a cada uno que tiene sed? ¿No será tal vez un ejercicio de fantasía creer que Jesús se acerca a nosotros para tener una conversación privada, personal, de tú a tú?
¿Cómo sucedió ese encuentro? Para los israelitas de entonces, los samaritanos eran una raza maldita, nacida de la unión entre miembros del pueblo elegido y paganos idólatras. Era un pueblo tan despreciable que un judío observante evitaba acercarse a ese territorio, pues el mero contacto con ellos producía el pecado de impureza. Ellos aceptaban a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. También seguían la Ley dada por Moisés. Pero no acudían al templo de Jerusalén, como era preceptivo, ni escuchaban a los profetas.
Jesús, que era un judío cumplidor de la ley, debería como todos ellos rodear Samaría al dirigirse a Galilea desde Judea, al sur del país; sin embargo, el evangelista san Juan insiste en que era necesario que Jesús pasara a través de esta región. ¿Qué le llevó a tomar semejante decisión? Sin duda el Maestro esperaba el encuentro con aquella mujer que, sedienta de Dios, vivía una situación de dolor interior y discriminación social. Se sabía despreciada por los judíos a la vez que tenía serias dudas sobre cómo debía ser su relación con Dios. Había tenido cinco matrimonios y al final estaba muy sola, pues en su misma aldea la despreciaban por sus errores pasados. Seguro que estaba desconcertada y bloqueada en su corazón.
Hoy, como les sucedió entonces a los samaritanos, muchos creyentes también vivimos un momento de gran confusión en lo religioso, donde parece que cada uno se ha hecho una religión a su medida. Aceptamos unas verdades u otras según la sensibilidad con la que más nos identificamos: mientras que para unos es pecado una conducta, para otros es un acto virtuoso. Algunos se centran tanto en el Dios del amor que lo convierten en alguien dispuesto a aceptarlo todo, sin reparar en el daño que se hacen a sí mismos y a los demás. Otros, mientras tanto, hablan del Dios que castiga y que guarda recuerdo de los delitos que no se han confesado. El problema es que todo el mundo opina de todo —y muchos sin saber de nada—, y necesitamos un camino que nos acerque a Dios sobrevolando las opiniones de unos y otros. Ese camino solo puede ser
