Comprometidos con Dios: La promesa y la fuerza de los sacramentos
Por Scott Hahn
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Comprometidos con Dios - Scott Hahn
SCOTT HAHN
COMPROMETIDOS CON DIOS
La promesa y la fuerza de los sacramentos
Sexta edición
EDICIONES RIALP
MADRID
Título original: Swear to God. The Promise and Power of the Sacraments
© 2004 by SCOTT WALKER HAHN
Publicado por acuerdo con Broadway Books, una división de Random House, Inc.
© 2016 de la versión española realizada por ANTONIO LOZANO,
by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
Primera edición española: septiembre 2006
Sexta edición española: febrero 2018
Con aprobación eclesiástica del Arzobispado de Nueva York (EE.UU.), 25 de febrero de 2004.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-5293-1
ISBN (versión digital): 978-84-321-4125-6
A Jeremiah
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
DEDICATORIA
I. DE VERDAD, ME ABURRE
1. OTRA VEZ TOCADO
2. SIGNOS, SIGNOS, EN TODAS PARTES UN SIGNO
3. TRAS LA VERDAD
4. ADORANDO CON EL CORAZÓN
II. SIGNOS Y MISTERIOS
1. FRASES LLENAS DE FUERZA
2. LA CIENCIA DE LOS SIGNOS
3. HACIA EL MISTERIO
4. CIERTAS GRACIAS SOCIALES
5. TODO ES BUENO
III. LOS SACRAMENTOS EN LAS ESCRITURAS
1. CON ESPÍRITU JOVEN
2. LA ROCA ESPIRITUAL
3. ¿QUÉ TENEMOS ENTRE MANOS?
4. RITOS NATURALES
5. SOBRE LAS FIGURAS
6. LA ECONOMÍA DIVINA
7. CRECIENDO EN GRACIA
IV. JUSTO SIETE
1. LAS SIETE MARAVILLAS DE LA PALABRA
2. NACIDO PARA GANAR. EL BAUTISMO
3. ACEITE CELESTIAL. CONFIRMACIÓN
4. LA COMUNICACIÓN DE LA MISA. EUCARISTÍA
5. LA ABSOLUCIÓN DE NUESTROS PROBLEMAS. PENITENCIA
6. CIELO Y SALUD. UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
7. PADRES DE LA IGLESIA. EL SACRAMENTO DEL ORDEN
8. EL TURNO DE LOS CASADOS. MATRIMONIO
9. LA CONFIANZA EN DIOS
V. LA IDEA CLAVE: EL SIGNIFICADO DE LA ALIANZA (Y ALGUNA COSA MÁS)
1. SOY PARA TI
2. ALIANZA Y TESTAMENTO
3. EL RESTO DE LA HISTORIA
4. TOMANDO LA PALABRA DE DIOS
5. JURANDO CON UN CORTE
6. EL BANQUETE COMO VÍNCULO
7. ASEGURAR LA VERDAD
VI. ¿JURAS SOLEMNEMENTE? LOS SACRAMENTOS COMO FIDELIDAD A LA ALIANZA
1. DESDE EL AMOR A LA LEY
2. JURANDO COMO UN SOLDADO
3. EXPRESIÓN DE AMOR
4. EL MOMENTO DE JURAR
5. BAJO LA PROTECCIÓN DE LA LEY
VII. CUANDO LAS PALABRAS SON HECHOS
1. MISTERIOS PROFUNDOS
2. LA VERDAD DE LOS RITOS
3. PALABRAS PODEROSAS
4. EXPRESIONES DIVINAS
VIII. EL MOTOR DE LA HISTORIA
1. LA GRAN ALIANZA
2. FELICES SIETES
3. LAS ALIANZAS UNA TRAS OTRA
4. LAS PROMESAS FUNCIONAN
5. EL JURAMENTO PERMANECE
IX. CONFIANZA Y ENGAÑO
1. CUESTIÓN DE CONFIANZA
2. LEVANTANDO LA MANO HACIA DIOS
3. EN EL NOMBRE DE DIOS
4. LA GRACIA ES LO IMPORTANTE
5. LA FIDELIDAD SALVADORA
X. EN HONOR DE LA VERDAD
1. LA REALIDAD DEL JURAMENTO
2. LA ESCUELA DE JOB
3. JURAR DEBIDAMENTE
XI. LA PROMESA DOMINICAL
1. LA GRAVEDAD DE LA MISA
2. LA MISA HACE LA HISTORIA
3. CONOCIDA LA PENA, CONOCIDA LA GANANCIA
4. POMPA O MISTERIO
5. LA MISA DE LOS MÁRTIRES
XII. SEXO, MENTIRAS Y SACRAMENTOS
1. DURMIENDO EN COMPAÑÍA
2. PLANIFICAR LA MUERTE
3. SIGNOS DE VIDA
4. EL COMPROMISO DE AMBOS
XIII. LO ARRIESGADO DE LA FE
1. LA PRUEBA DE LA VERDAD
2. SIN COMUNICACIÓN
3. EL FACTOR MIEDO
4. LOS GRANDES ÉXITOS DE LA TENTACIÓN
5. DEBILIDAD NECESARIA
6. EL CASTIGO QUE NOS SALVA
7. SELLADO CON DOLOR
XIV. PRESENCIAS REALES
1. LA ASOMBROSA PRESENCIA
2. DE UNA REALIDAD A OTRA
3. CORRER EL VELO
XV. HACIA EL INFINITO
1. EL EVANGELIO SACRAMENTAL
2. TRAS EL PRESIDENTE
3. PARA TODOS LOS SANTOS
I. DE VERDAD, ME ABURRE
Yo era el típico estudiante de primer año que pensaba comerme el mundo. Después de una carrera meteórica, llegué con una beca a un prestigioso seminario evangélico y en mi primer semestre académico triunfé de la misma manera.
En el segundo semestre caminaba ya por el pintoresco campus del Gordon-Conwell Theological Seminary como si fuera mi casa. Me acompañaba mi inteligente y atractiva esposa, estudiante también. Kimberly y yo acabábamos de casarnos. Cuando le soltaba una de mis largas charlas, no importaba qué tema fuese, ella mostraba su cara más radiante, llena de interés y absoluta confianza. Su cariño y apoyo me parecían una muestra evidente de que Dios bendecía mi vida y, sin duda, contribuían a mi elevada autoestima. No se podía encontrar a nadie tan seguro de sus juicios como yo lo estaba de la solidez de los míos.
Una tarde Kimberly y yo salíamos de clase cuando vimos a un amigo común en el vestíbulo. Era George, un buen tipo y uno de los mejores estudiantes. Se consideraba un acérrimo calvinista, aunque realmente me tenía por más devoto que él. George también era un lector voraz. Siempre que le veía le abordaba y le preguntaba por nuevos títulos. Esa tarde llevaba un montón de libros y le pregunté por algo bueno.
Sus ojos se iluminaron y sacó un libro de entre la gran pila que llevaba: Calvino y los sacramentos.
Agarré el libro y me fijé en su portada bastante sosa: La doctrina de Calvino sobre la palabra y los sacramentos, de Ronald S. Wallace[1]. No mostré mucho entusiasmo.
Se lo devolví y solté lo primero que me vino a la cabeza: «Me aburre todo esto de los sacramentos, George».
Hablaba honestamente. Aunque entonces no lo admitía, el hecho es que en la iglesia me distraía con frecuencia. Mi mente vagaba mientras se administraba el bautismo o se celebraba la Cena del Señor. Esos rituales no eran el tipo de cosas que me hacían saltar de la cama o quedarme despierto hasta altas horas. Lo que yo entonces deseaba era enseñar y predicar la Biblia de una manera más dinámica, y los sacramentos me sugerían justo lo contrario: parecían una manera mecánica de acercarse a la religión, demasiado ritual, ceremoniosa, casi supersticiosa.
Debo decir que los sacramentos eran algo secundario en la mayoría de los debates protestantes sobre salvación y justificación, precisamente las cuestiones que me interesaban en ese momento.
Así que todo eso de los sacramentos, la verdad, me aburría.
1. OTRA VEZ TOCADO
Al decir aquello no quise ser maleducado ni provocador, pero percibí que había producido un efecto de ese tipo en los presentes. Nadie respondió a mis palabras. Kimberly simplemente levantó una ceja asombrada, y George tomó su libro con una sonrisa amable y dijo que tenía prisa. Kimberly y yo salimos y fuimos a cenar. Le pregunté por qué un simple comentario había hundido de tal manera la conversación.
Ella me miró con una curiosa sonrisa apenada y me repitió palabra por palabra mi comentario: «Me aburre... todo esto de los sacramentos». Hizo un silencio y continuó: «Scott, me temo que no es prudente hablar así».
Resultó de gran ayuda que fuese hija de un pastor. Me explicó que no importaba lo que yo sintiese acerca de los sacramentos, pues tanto el bautismo como la Cena del Señor los había establecido el mismo Jesucristo, y eso perfectamente lo podía comprobar en las Escrituras. Me recordó que en el semestre anterior fue precisamente uno de mis profesores favoritos, M. G. Kline[2], que enseñaba Antiguo Testamento, quien nos mostró cómo debíamos ver los sacramentos. Eran promesas de la alianza que sellamos y renovamos cada uno personalmente con Jesucristo. Desechar esas promesas era como mínimo un tanto ingrato, cuando no incluso blasfemo.
Kimberly acabó su lección con una sonrisa y un juego de palabras: «No te sorprendas, Scott, si cuando comparezcas ante el Señor descubres que en verdad los aburridos sacramentos ¡te han llevado hasta el cielo!»[3].
No estaba convencido. Pero ya entonces había aprendido a confiar en sus intuiciones.
Busqué un ejemplar del libro que George estaba leyendo y descubrí lo fascinante que era. Durante los siguientes meses me dediqué a estudiar los sacramentos de una manera dinámica. Comencé a vislumbrar su drama, su pasión, su grandeza, su esplendor, su esperanza y, finalmente, su fuerza.
Pronto tuve el libro de Wallace entre mis favoritos. Algunos años más tarde, convertido ya en pastor protestante y profesor de un seminario, llegué a usar el libro como manual de clase.
2. SIGNOS, SIGNOS, EN TODAS PARTES UN SIGNO
Mi comprensión de los sacramentos sólo había comenzado. Como protestante, sólo reconocía dos de los siete sacramentos que celebra la Iglesia Católica: el bautismo y la Cena del Señor. Como calvinista además, los reconocía de una manera bastante alejada de ese fuerte realismo presente en la tradición católica.
Sin embargo, cuando leía la Biblia notaba que había algo más. Desde que Kimberly me sacó de mi autocomplacencia, descubrí impresionado ciertos detalles que siempre había pasado por alto. Ahora veía que Dios siempre ha seguido un modo característico y singular de tratar con su pueblo. Ha hecho alianzas con ellos y ha sellado esas alianzas no tratando de una manera abstracta la naturaleza de la salvación, sus deberes o sus mandatos, sino más bien sellando esas alianzas con signos externos, podríamos decir de manera física[4].
Cuando Dios hace su alianza con Noé, señala el arco iris como el signo visible de esa alianza (Gen 9, 12). Después, con Abraham, será la circuncisión el nuevo signo (Gen 17, 10). Con Moisés la alianza se extiende a todo el pueblo rociándoles con la sangre de animales sacrificados: «Tomó él la sangre y aspergió al pueblo diciendo: ésta es la sangre de la alianza que hace con vosotros Yavé» (Ex 24, 8).
Todas esas palabras y signos del Antiguo Testamento tomarán cumplimiento en el Nuevo. Jesús hablará de su obra salvadora como «este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre que es derramada por vosotros» (Lc 22, 20), y pronunciará esta Nueva Alianza en el momento de establecer el sacramento de la Eucaristía o, como dicen los presbiterianos, la Cena del Señor.
Jesús habló de los sacramentos como esenciales para la salvación. Del bautismo señaló que «quien no naciere del agua y del espíritu no puede entrar en el Reino de los Cielos» (Jn 3, 5). De la Eucaristía dijo: «si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn 6, 53).
Entonces los sacramentos son cualquier cosa menos aburridos. Son acciones con consecuencias últimas. Asuntos de vida o muerte, de cielo o infierno. Dios mismo, al hablar de ellos, lo hace en términos especialmente dramáticos. Los apóstoles recordarán fielmente su ejemplo y al tratar estos puntos lo harán de manera severa. San Pablo advierte a los cristianos que quien faltara al debido respeto por los sacramentos traería sobre sí mismo la justicia de Dios y sería por tanto castigado (1 Cor 11, 29-30). Kimberly estaba en lo cierto cuando se inquietaba por alguien que menospreciaba los sacramentos, especialmente si esa persona aspiraba a ser teólogo y, aún más, si era su marido.
3. TRAS LA VERDAD
Gracias a este providencial encuentro con mi compañero de seminario, aprendí a leer las Escrituras de una manera diferente, sacramental. Y sin este camino sacramental que acababa de entrever no podía progresar. La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, cuando habla de los sacramentos usa un lenguaje realista. Se trata de acciones simbólicas, pero que sin duda son más que símbolos. Son memoriales, pero no simples recordatorios. Son ritos de paso, pero mucho más que meros rituales. Los sacramentos son acciones divinas en orden a la creación del universo. Marcan los momentos de la historia —la historia del mundo, la historia de la salvación, la de uno mismo— en los que Dios decide recomenzar con su pueblo.
Esta idea domina las Escrituras. Kimberly y George parece que la habían captado de manera instintiva, y fue lo que les hizo estremecerse cuando proclamé mi escaso interés por los sacramentos. Sin embargo, cuando empecé a estudiar el asunto, no encontré ninguna base a ese realismo sacramental[5] en las obras protestantes tradicionales, ni tampoco en las de sus fervorosos seguidores contemporáneos.
En esta situación, lo normal es que hubiese relegado mi descubrimiento al campo de la fantasía o quizá al de una lectura equivocada. En cambio, encontré ese realismo sacramental en otros lugares mucho más insospechados. Lo encontré, por ejemplo, en todos y cada uno de los escritos de los primeros cristianos y en los Padres de la Iglesia. El fundador de mi particular camino protestante, Calvino, valoraba mucho el testimonio de los Padres, así que me sentía cómodo cuando me acerqué a ellos para comprender mejor las Escrituras. Pero pronto comencé a notar que la visión de estos primeros cristianos era cualquier cosa antes que calvinista y, curiosamente, parecía encajar mejor con la Biblia.
Mis lecturas de los Padres me llevaron más lejos de lo que esperaba y encontré la enseñanza bíblica sobre los sacramentos en el lugar que menos podía imaginar: el Magisterio y la Tradición de la Iglesia Católica Romana.
Desde que todavía adolescente me convertí, he sido un ferviente hijo de la reforma protestante. Ansiaba el día de poder predicar desde el púlpito de una iglesia presbiteriana. Creía en las doctrinas de Calvino y Lutero —y en su rechazo al catolicismo— por significar una vuelta a las fuentes bíblicas. Todo lo que sabía de la doctrina católica lo conocía de segunda o tercera mano, y precisamente de la de sus oponentes.
4. ADORANDO CON EL CORAZÓN
Ahora estaba listo para recibir la verdad. Una verdad que tantos millones de almas santas y humildes habían recibido antes que yo. Una verdad que tantos teólogos protestantes son incapaces de admitir. En el siglo XIX, el estudioso luterano Julius Wellhausen dijo que «el culto de los protestantes se encuentra en el fondo del culto católico [...], pero sin el corazón que lo anima». Ese corazón, decía el teólogo católico Karl Adam, es «la experiencia católica sobre el gran Misterio, que muestra que la gracia de Cristo entra en el mundo real y verdaderamente, en el espacio y en el tiempo, y lo transforma»[6].
Karl Adam subrayaba cómo «la gracia divina opera verdaderamente a través de los sacramentos»: el bautismo, la Eucaristía, la confesión, la confirmación, el matrimonio, el orden y la unción de enfermos. Y, en síntesis, la denominaba «la doctrina católica de los sacramentos»[7]. Pero podía haber precisado más y haberse referido a «la doctrina bíblica de los sacramentos».
Era cuestión de tiempo que yo admitiese que ambas expresiones eran idénticas y fuese recibido dentro de la Iglesia Católica. Un