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Violencia y procesos de reconciliación política
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Violencia y procesos de reconciliación política
Libro electrónico325 páginas4 horas

Violencia y procesos de reconciliación política

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"Este libro responde a un curso que impartí en la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México ante un público de extraordinaria calidad, todos ellos profesores de esta universidad, lo que hizo posible que los diálogos fueran sumamente interesantes. Una parte del libro (capítulos 1 y 3) es una reedición de mi libro Atrapados en la violencia:
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ene 2022
ISBN9786074175134
Violencia y procesos de reconciliación política
Autor

José Sols Lucia

Doctor en Teología (Centre Sèvres, París, 1999), Licenciado en Teología (Centre Sèvres, París, 1994) y Licenciado en Historia Contemporánea (UB, 1987).

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    Violencia y procesos de reconciliación política - José Sols Lucia

    Violencia y procesos de reconciliación política

    JOSÉ SOLS LUCIA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    [LC] HM 886 S657.2018                                              [Dewey] 303.6 S657.2018

    Sols Lucia, José

    Violencia y procesos de reconciliación política / José Sols Lucia. – México: Universidad Iberoamericana Ciudad de México, 2018 – 208pp. – publicación electrónica – ISBN: 978-607-417-513-4

    1.Violencia. 2. Violencia política. 3. Reconciliación, 4. Derechos civiles – Aspectos religiosos -- Iglesia Católica. 5. El Salvador – Política y gobierno - 1979 – 1992. 6. Soluciones pacíficas de controversia internacional. I. Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Dirección de Servicios para la formación Integral. II. Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana.

    D.R.© 2018 Universidad Iberoamericana, A. C.

    D.R. © 2018 IMDOSOC

    Primera edición: 2018

    Versión impresa

    ISBN UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA: 978-607-417-508-0

    ISBN IMDOSOC: 978-607-8234-57-8

    Versión electrónica

    ISBN: 978-607-417-513-4

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Para Julia.

    Siglas

    Presentación

    La violencia nos sacude a menudo y de modos muy distintos. Cuando estamos en guerra, el conflicto impregna los órdenes de lo social, de lo económico y de lo político, sin olvidar lo cultural, que parece débil, pero que en realidad tiene una fuerza enorme. Cuando no estamos en guerra, podemos sufrir otras formas de violencia, como por ejemplo el terrorismo político, la delincuencia común, la revolución social, la violencia de género, los enfrentamientos entre tribus urbanas o la injusticia estructural, que es en sí misma una forma de violencia, además de ser la causa de otras. En este libro no vamos a analizar todos y cada uno de los modos de violencia, sino la unidad que subyace a todos ellos: ¿Por qué hay violencia en la vida humana? ¿Qué hace que surja? ¿Cuándo ocurre? ¿Qué significa?

    También analizaremos exhaustivamente la posición del pensamiento social cristiano acerca de la violencia, tanto del discurso oficial de la Iglesia como de la reflexión de algunos de sus pensadores más destacados. Los cristianos tienen en su haber dos grandes aportaciones al espíritu humano en este terreno, aunque una de ellas no esté exenta de polémica: 1) el pacifismo radical, esto es, la negativa a agredir al otro porque es un hermano, dado que todos somos hijos de un mismo Dios ―esta es la fraternidad universal en la que se fundamenta la democracia moderna, que lamentablemente no ha logrado pasar de lo nacional a lo global―; y 2) la teoría de la guerra justa, formulada con excelente buena fe por San Agustín en el siglo V para evitar violencias mayores y más injustas, pero que ha tenido como efecto secundario no pretendido por él una justificación moral de la violencia, que ha resultado nefasta.

    No queremos quedarnos sólo en el análisis de la violencia, ni siquiera en la presentación de la reflexión cristiana al respecto, sino que queremos ahondar también en los procesos de salida de la violencia, en los procesos de paz durante un enfrentamiento bélico o revolucionario, e incluso queremos analizar los procesos de reconciliación una vez finalizado el conflicto, esto es, la posibilidad de que convivan en la misma ciudad aquellos que años atrás se estaban agrediendo ―algo muy complicado pero posible.

    Este libro responde a un curso que impartí en la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México ante un público de extraordinaria calidad, todos ellos profesores de esta universidad, lo que hizo posible que los diálogos fueran sumamente interesantes. Una parte del libro (capítulos 1 y 3) es una reedición de mi libro Atrapados en la violencia: ¿hay salida?, publicado en México en 2008, a su vez fruto de un curso impartido en el IMDOSOC en 2007. Dado que se deseaba reeditar este libro, optamos por completarlo con la reflexión de algunos autores contemporáneos acerca de la violencia (capítulo 2), como pueden ser Hannah Arendt y René Girard, y con otros estudios que he ido realizando estos últimos años sobre procesos de reconciliación política, concretamente a partir del pensamiento de Ignacio Ellacuría y la guerra civil salvadoreña (capítulo 4). Siempre que reproduzcamos total o parcialmente publicaciones anteriores, las citaremos adecuadamente.

    Cerramos el libro con un epílogo dedicado a la violencia en México, y sobre todo a la posibilidad de salir de ella. No es propiamente un estudio, sino una simple recopilación de breves artículos míos sobre el tema. Esta es la única parte del curso de la Universidad Iberoamericana que no di yo directamente, sino que me limité a coordinar, ya que fueron los asistentes quienes expusieron diferentes reflexiones al respecto. Confío en que algunos de los profesores y profesoras que participaron en el curso se animen a publicar sus análisis y reflexiones.

    Esperamos que este libro contribuya a comprender mejor el origen y el desarrollo de la violencia a fin de atajar sus causas más profundas, habitualmente de carácter estructural, y a entender que, allí donde ya hay violencia, la transición hacia una paz justa, aun siendo complicada y larga, es posible: esa paz que tiene su raíz en la justicia social y en el respeto habitual de los derechos humanos.

    José Sols Lucia

    Capítulo 1

    Origen y desarrollo de la violencia

    1. Qué es violencia

    Al hablar de violencia, aparecen inmediatamente en nuestro espíritu imágenes de agresiones físicas a personas, acontecidas en guerras, peleas, atentados terroristas o atracos de violencia común. (1) Al intentar poner conceptos a estas imágenes espontáneas, definimos violencia como la «agresión física y voluntaria de una persona a otra, de manera individual o colectiva, con la intención de causarle un daño grave». En esta primera definición, espontánea, casi inconsciente, la violencia es «agresión», esto es, ataque destructivo de un sujeto a otro; es «agresión física», lo que significa que el ataque va dirigido al cuerpo del otro; es «agresión física y voluntaria», lo que significa que el agresor actúa de manera libre, ejerciendo su voluntad, haciendo lo que habría podido no hacer; «de una persona a otra», o sea, siempre entre personas, entre sujetos libres, por lo que descartamos aquí las agresiones de animales a personas, o las agresiones de personas a animales ―aunque, en un sentido más amplio, sería legítimo incluir en la idea de violencia la agresión a animales, como, por ejemplo, el maltrato indebido e innecesario a un animal por parte de una persona―; «de manera individual o colectiva», ya que tanto el agresor como el agredido pueden ser sujetos individuales o colectivos; «con la intención de causarle un daño», dado que en la violencia hay una componente de destrucción ―total o parcial― del otro.

    Con esta definición, espontánea, excluimos los accidentes, ajenos a la voluntad, y las prácticas lúdicas o deportivas que comportan un duro contacto físico, pero donde no hay intención de causar un daño al otro, sino sólo de superarle en el juego.

    La palabra violencia procede del latín violentia. Para el profesor inglés John Keane:

    El término (2) (…) presenta connotaciones obsoletas que se remontan a los primeros usos ingleses (finales de la Edad Media) para designar el ejercicio de la fuerza física contra una persona, a la que se interrumpe o molesta, se estorba con rudeza y malos modos o se profana, deshonra o ultraja. (…) El término se entiende mejor cuando se define como aquella interferencia física que ejerce un individuo o un grupo en el cuerpo de un tercero, sin su consentimiento, cuyas consecuencias pueden ir desde una conmoción, una contusión o un rasguño, una inflamación o un dolor de cabeza, a un hueso roto, un ataque al corazón, la pérdida de un miembro e incluso la muerte (Keane, 2000: 61-62).

    Como vemos, Keane se apunta a la concepción clásica de violencia, acerca de la cual hemos dicho que nos viene espontáneamente al espíritu, y que no es otra que la idea de agresión física y voluntaria entre personas con la intención de causar daño. Keane introduce la idea de diferentes grados de violencia, que van desde el rasguño hasta la muerte, pasando por la contusión, la conmoción, la inflamación, la rotura de huesos, el dolor o la pérdida de un miembro.

    No obstante, tanto nuestra definición espontánea como la definición de Keane presentan un problema. Si aceptamos que violencia es la agresión física y voluntaria que un sujeto hace a otro con la intención de causarle un daño, no hay motivo para pensar que esa agresión siempre será física, corporal. Por ejemplo, una estructura socioeconómica que engendre pobreza, y con esta, hambre, y con esta, muerte, será una agresión física, dado que el hambre y la muerte son bien físicas, habrá sido voluntaria, en la medida en que los sujetos que constituyen esa estructura no hacen nada por impedir esas consecuencias, pudiendo hacerlo, y, sin embargo, no habrá habido aquí contacto físico alguno entre agresor y agredido.

    Por ello, algunos autores definen la violencia centrándose en el agredido y prescindiendo del carácter individual o colectivo del agresor, o de su mayor o menor conciencia acerca de su participación en la agresión. Es el caso del sociólogo y matemático noruego Johan Galtung (n. 1930), uno de los grandes teóricos de la violencia, y del jesuita español Ignacio Ellacuría (1930-1989). Como decíamos en nuestro estudio Cien años de violencia, ambos autores:

    Prefieren no reducir la violencia a la agresión física puntual o localizada en el tiempo, sino que la amplían a todo aquello que, de manera voluntaria, atente contra la integridad física o psicológica de las personas, o contra la vida humana en general, como puede ser, por ejemplo, un sistema económico que genere estructuralmente bolsas sociales de miseria económica (Sols, 2003: 7).

    Ellacuría hablaba de la violencia estructural como violencia «radical», «menos visible superficialmente», «interpretada como injusticia y enmarcada en el misterio de iniquidad» (Ellacuría, 1973: 94). Se trata de una estructura socioeconómica, tejida con múltiples voluntades individuales y colectivas, que daña la vida, y la daña gravemente, hasta la muerte. Esa estructura es en sí misma violenta, aun cuando nadie dé un puñetazo a nadie, ni un navajazo, ni un disparo. Asimismo, la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que tuvo lugar en Medellín, Colombia, en 1968, calificó la desastrosa situación social, económica y de violación de derechos humanos que había en América Latina de «violencia institucionalizada» (II Conferencia, 1968: cap. II, n. 16).

    Galtung define la violencia como «la causa de la diferencia entre lo potencial y lo actual, entre lo que podría ser y lo que es» (Galtung, 1975: 111). Esta definición, algo críptica, pero que voy a explicar enseguida, es sumamente interesante, ya que pone en el concepto de violencia todo aquello que nos sustrae vida, aquello que, aun siendo evitable, no se nos evita. Así, morir de malaria por no haber sido voluntariamente vacunados contra esta enfermedad, habiendo vacuna, es violencia. Galtung pone un buen ejemplo:

    Si una persona muriera de tuberculosis en el siglo XVIII, difícilmente a eso se le podría considerar violencia, por el hecho de haber sido una muerte inevitable, pero si muere de la misma enfermedad hoy, a pesar de los recursos médicos que hay contra ella en el mundo, en ese caso la violencia es acorde con nuestra definición (Galtung, 1975: 111).

    Por ello, si entendemos por lo actual aquello que de hecho hay en nuestra realidad presente, la que viven todas y cada una de las personas del mundo, y por lo potencial aquello que, pudiendo estar, no está, la conclusión de Galtung es meridiana: «cuando lo potencial es superior a lo actual, la diferencia es por definición evitable, y cuando es evitable, entonces la violencia está presente» (Galtung, 1975: 111). (3) Así, es violencia el hecho de que cada día, en el mundo, mueran 30.000 niños menores de cinco años por causas evitables (PNUD, 2001: 11). Es el carácter evitable de esta tragedia diaria lo que la convierte en violencia.

    Con estas diferentes aportaciones, tendríamos ya la definición de violencia que va a orientar nuestro estudio: «agresión que recibe una persona o un grupo de personas por parte de otra persona u otro grupo de personas, directamente o a través de una estructura social, con conciencia refleja por parte del sujeto agresor, que causa un daño físico de mayor o menor grado en el sujeto agredido, que puede ir desde el dolor puntual hasta la muerte». Somos conscientes de que la expresión «con conciencia refleja por parte del sujeto agresor», especialmente al referirnos al daño que puede causar una estructura socioeconómica, es arriesgada. ¿Es violenta una estructura socioeconómica injusta? ¿Lo es incluso cuando los beneficiados del sistema no tienen conciencia de su carácter injusto? ¿Hay violencia cuando no hay intención alguna de causar daño? ¿Soy violento cuando compro un objeto cualquiera en el mercado, que quizás ha sido fabricado en condiciones inhumanas de trabajo y a cambio de un salario de miseria? ¿Soy violento cuando no sé que esto ocurre? Según Ellacuría y Galtung, este tipo de estructuras son violentas en sí mismas, al margen de la conciencia de los individuos concretos. Basta con que algunos individuos tengan conciencia refleja de la agresión y con que esta sea evitable, esto es, reemplazable por una estructura socioeconómica más humana y justa, para que podamos hablar de violencia.

    2. Lo biológico de la violencia

    Aparentemente, ejercer la violencia es un acto libre, pero ser violento no lo es. Los hombres (4) no hemos escogido nuestras características biológicas, sino que hemos nacido con ellas, y vivimos y actuamos, mejor o peor, con ellas. Si fuéramos plantas, o piedras, no seríamos agresivos, pero somos hombres, miembros de una de las especies denominadas agresivas, esto es, aquellas cuyos miembros necesitan agredir para conseguir comida o protección. La agresividad es algo natural. Si los leones no fueran agresivos, se habrían muerto de hambre en poco tiempo, puesto que la cebra no se plantará nunca ante el león esperando que este la devore.

    Tal como decíamos en nuestro estudio, Cien años de violencia, «la agresividad no es la violencia. Es el espacio entitativo donde se puede dar la violencia, si es que llega a darse. El espacio no es causa del fenómeno, sino su posibilidad» (Sols, 2003: 14). El médico y zoólogo austríaco Konrad Lorenz (1903-1989), premio Nobel de medicina en 1973, es sin duda quien más ha estudiado el comportamiento agresivo del ser humano. En su obra, Sobre la agresión: el pretendido mal, Lorenz afirma que la agresión intraespecífica, esto es, entre miembros de la misma especie, «es parte esencial en la organización conservadora de la vida de todos los seres» (Lorenz, 1972, 59). Lorenz alude claramente a la intraspezifische Agression (agresión intraespecífica), esto es, entre miembros de la misma especie. (5)

    Así, somos naturalmente agresivos, pero no somos naturalmente violentos. Ser agresivos no comporta ninguna valoración moral, mientras que ser violentos introduce el problema moral. Vamos por ello a matizar la frase con la que hemos empezado este apartado: «aparentemente, ejercer la violencia es un acto libre, pero ser violento no lo es». Más bien deberíamos decir: «realmente, ser violento es un acto libre, pero ser agresivo es un rasgo natural». ¿Dónde está, pues, la frontera entre la agresividad, que es natural, y la violencia, que es voluntaria? La frontera está precisamente en la libertad, en la posibilidad de escoger, en la orientación que demos a este nuestro rasgo natural, la agresividad. No obstante, la frontera es a veces difusa. Entre las características de la agresividad natural, encontramos: 1) la defensa del propio territorio, 2) la protección de los cachorros, y 3) la búsqueda de comida. Si consideramos estos tres rasgos como algo natural, casi automáticamente justificaríamos: 1) la guerra defensiva, 2) la agresión en defensa propia o de la propia familia, y 3) las revoluciones sociales. ¿Realmente estaríamos dispuestos a aceptar estas formas de violencias como algo natural? Ya llegaremos a esto más adelante.

    Lorenz era consciente del peligro que entrañaban estas afirmaciones. Si algo peligroso tiene la agresión es precisamente su carácter instintivo. «El conocimiento de que la tendencia agresiva es un verdadero instinto, destinado primordialmente a conservar la especie, nos hace comprender la magnitud del peligro: es lo espontáneo de ese instinto lo que lo hace tan temible» (Lorenz, 1972: 60-61).

    El carácter biológico de nuestra agresividad no nos debe llevar a condenar con excesiva rapidez la violencia, pues no podemos ir contra nuestras características naturales. En el extremo opuesto, ese mismo carácter biológico no puede llevarnos a ser tampoco excesivamente permisivos con la violencia, como si ser violento fuera algo tan natural como comer o dormir. El ser humano tiene la posibilidad de orientar en una dirección u otra su agresividad natural: a una de estas orientaciones se le denomina violencia, pero no a todas.

    3. El ciclo de la violencia

    Resulta curioso constatar cómo el origen, desarrollo y final de los momentos violentos constituyen un ciclo que se repite una y otra vez. Este carácter reiterativo no debe hacernos pensar que estamos ante algo inevitable. Al contrario, en el inicio de cada ciclo hay un acto libre, que, según se oriente en un sentido u otro, dará lugar o no a la violencia. Expuse por primera vez estas reflexiones en mi conferencia «El ciclo de la violencia», con ocasión de la entrega del Premio «Memorial Joan XXIII per la Pau - 2006», (6) acto que tuvo lugar en el Ayuntamiento de Sant Cugat del Vallès (Barcelona), el 18 de noviembre de 2005. Voy a exponer aquí algunas de las ideas principales. Este ciclo consta de diez momentos:

    3.1 Búsqueda de uno mismo

    No cabe duda de que un rasgo característico del hombre es la búsqueda de sí mismo. El hombre se pasa la vida tomando decisiones, optando, ejerciendo su libertad, pero tarde o temprano se pregunta quién es él, quién es ese sujeto que a diario decide cosas que afectan al futuro. El hombre, cada individuo, tiene una identidad, y no puede vivir sin ella. Cada uno de nosotros tiene un nombre y una historia, cada uno desea construir su propio futuro. Preguntarme quién soy no es egoísmo, sino el fundamento de mi humanidad. El autorreconocimiento no es una tentación ególatra, sino la condición de posibilidad para desplegar nuestra humanidad.

    Ahora bien, el hombre encuentra dificultades insuperables a la hora de contestar de manera aislada a la pregunta ¿quién soy?, sin contar con los demás. Estamos constituidos de tal manera que no logramos responder sin los demás a la pregunta por la propia identidad. Esto es así porque el hombre es un ser esencialmente social, que desarrolla sus facultades en sociedad. No obstante, cada hombre tiene conciencia de su individualidad, de su carácter único. Paradójicamente, unicidad y sociabilidad van de la mano; no se anulan, se necesitan, pero tienen una relación bastante compleja y hasta problemática. Lo que ahora nos interesa es constatar que el autorreconocimiento identitario es social, se da en sociedad, sin que la sociedad llegue a anular al individuo. Esto es así por diferentes razones. Veamos aquí sólo cuatro:

    En primer lugar, a mí me define mi nombre, y son los demás los que me llaman por mi nombre, ya que yo no me llamo a mí mismo.

    En segundo lugar, a mí me define mi rostro, y son los demás quienes ven mi rostro, y no yo. Yo sólo puedo mirarme al espejo de vez en cuando, pero no puedo actuar y hablar viendo mi propio rostro, mientras que los demás sí lo ven.

    En tercer lugar, a mí me define lo que puedo aportar a la sociedad, y eso me lo muestra la propia sociedad. Yo puedo ser escritor, profesor, músico, deportista, comerciante, esposo, padre, y en todas y cada una de estas actividades o estados de vida los demás me muestran si esperan eso de mí o no.

    Y en cuarto lugar, todo ser humano está inscrito en una historia, una historia que es expuesta en forma de relato. A cada uno de nosotros se nos explica este relato durante nuestra infancia y nuestra adolescencia, crecemos con él y en él. No nos lo contamos a nosotros mismos, sino que otros ―nuestros padres, nuestros educadores, la sociedad en general― nos lo cuentan, y nosotros nos lo

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