En Un crimen japonés, Guebel se sitúa en el convulso Japón del siglo XIV para narrar las peripecias de Yutaka Tanaka, un joven que intenta encontrar al asesino de su padre, un poderoso señor feudal. A medio camino entre la novela histórica y la policíaca, esta historia profundiza asimismo en las tortuosas consecuencias de la venganza.
> ¿Qué le atrajo en un primer momento de Japón como para escribir esta compleja novela?
Japón me interesa por la distancia, por la cultura y por el modo en que los japoneses logran transmutar la violencia y el sexo en arte.
> ¿Cree que esa es la clave de la fascinación que Japón ha despertado tradicionalmente en Occidente?
No solo esa. Mirá, te voy a responder con una frase del extinto presidente . El norteamericano , que fue el primer periodista occidental en entrevistarle, le dijo: «Dígame una cosa, presidente Mao. ¿Usted qué opina de la Revolución Francesa?». Y Mao le respondió: «Sí, la Revolución Francesa… Pero es que han pasado solo dos siglos, es muy temprano para opinar». Cuando Japón y China eran civilizaciones, Occidente era un territorio de pura barbarie, ¿no? Tampoco quiero, pero… Fíjate, mi novela se iba a llamar «Shibari», que es una técnica japonesa muy elaborada, estética y sensual de atadura. El es como un tránsito de la guerra a la lujuria. Eso es típico de la cultura japonesa, y es una de las cosas que más nos fascinan en Occidente. Como los samuráis. Los samuráis eran sujetos que cortaban cabezas y que luego convertían los restos del enemigo en un objeto artístico. Y que entre batalla y batalla escribían poemas y se iban a contemplar el florecimiento de los cerezos.