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Historia religiosa de Rusia y sus imperios
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Libro electrónico685 páginas13 horas

Historia religiosa de Rusia y sus imperios

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Hay tres, cuatro, tal vez más Rusias. Se han extendido a lo largo de los siglos por buena parte de Europa y Asia, con fronteras movedizas, uniendo o separando pueblos que comparten alguna raíz o que provienen de almácigos étnicos separados. En ese anchísimo escenario ha habido un protagonista esencial: la religión, o mejor — como era de esperarse— las religiones. Jean Meyer presenta en estas páginas un veloz recorrido por los más de mil años de las Iglesias presentes en "todas las Rusias", desde la que encontró su germen en Kiev hasta la que convivió con el régimen soviético, desde la que heredó los fulgores de Constantinopla hasta la que se vio forzada a vivir en la clandestinidad. Bautizado al nacer en la Iglesia católica, apostólica y romana, ungido durante su juventud en la ortodoxa, el autor realiza de forma personalísima una estupenda síntesis de la inmensa bibliografía que ha abordado esta aventura humana.
Convencido de que "las religiones son como moldes en los que los siglos han metido a las generaciones sucesivas", Meyer realiza una lenta radiografía de la espiritualidad rusa, del siglo X a la caída de la Unión Soviética, una espiritualidad excepcional que en distintos momentos le permitió a la gente superar el yugo del autoritarismo. Este recuento de alianzas y rivalidades eclesiásticas, de sucesivas maniobras estatales —ya el zar, ya los sóviets— por valerse de este credo o limitar aquella liturgia, permite entender las transformaciones de la nación rusa, compleja y aún en nuestros días protagonista de los acontecimientos mundiales.
Entre sínodos y monasterios, entre iconos y patriarcados, entre matanzas y renacimientos, esta historia religiosa de Rusia y sus imperios es una amalgama única de las fuerzas más íntimas de la humanidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2023
ISBN9786070312885
Historia religiosa de Rusia y sus imperios

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    Historia religiosa de Rusia y sus imperios - Jean Meyer

    1. La Rus de Kiev (900-1240)

    1. EL PRINCIPADO

    Al intervenir en los asuntos políticos de los eslavos, los varegos y su jefe Riúrik, fundador de la dinastía, no cambiaron gran cosa, pero estimularon la economía y los intercambios comerciales. Su valor militar y su dominio del arte de navegar les permitieron usar el gran río Dniéper como ruta comercial entre los mares Báltico y Negro. Así tuvieron un decisivo papel de intermediario entre Kiev y Constantinopla. Los sucesores de Riúrik formaron varios principados alrededor de las ciudades de Nóvgorod, Pskov, Pólotsk, Vítebsk, Yaroslavl, Súzdal, Rostov… En 972, el gran principado de Kiev había integrado todas las tribus eslavas desde el norte hasta el mar Negro. Bajo los primeros herederos de Riúrik (Oleg, Ígor, su viuda y regente Olga, y Sviatoslav), el Estado era una confederación de tribus y ciudades y el príncipe de Kiev reinaba en calidad de jefe de los polianos, la más poderosa unión de tribus y clanes. El emperador bizantino Constantino VII en De la administración del Imperio, escrito hacia 950, habla de la Rus, de su príncipe, de sus actividades y del gran comercio hasta Constantinopla: los comerciantes y su escolta militar, indispensable para rechazar a los peligrosos pechenegos, se instalaban en el barrio de los rus durante los seis meses de la temporada comercial, según los tratados de 907 y 944. El de 907 fue impuesto a los bizantinos por el príncipe Oleg cuando atacó Constantinopla: consiguió la apertura del mar Negro a los comerciantes de la Rus. De la misma manera, el tratado de 944 fue impuesto militarmente por el príncipe Ígor.

    Gracias a este gran comercio internacional que iba de Egipto a Inglaterra, pasando por el Dniéper y el Báltico, Kiev se volvió famosa por su riqueza, sus edificios y su población, y, culturalmente, se volvió bizantina y cristiana. John Fennell demuestra que el comercio, las conquistas militares del nieto de Riúrik, el príncipe Sviatoslav, y de su hijo Yaropolk, y los contactos con los Estados más anclados, más antiguos, tanto del Imperio bizantino como del Occidente europeo, transformaron el poder del príncipe de Kiev y la naturaleza de su Estado. La cristianización aceleró en mucho dicha evolución: ella, también, era una consecuencia de las relaciones comerciales con Bizancio.

    En 978, Vladímir, el medio hermano del príncipe Yaropolk, regresó de su exilio en Escandinavia con un ejército de varegos y mandó matar al príncipe: se quedó con su esposa griega y se sentó en su trono. Hay que saber que Yaropolk había derrotado y asesinado a su hermano Oleg para apoderarse de Nóvgorod… Por eso Vladímir se había refugiado en Escandinavia. El reino de Vladímir, de 978 a 1015, pasó a la historia como el momento de la cristianización de Rus, con todas sus consecuencias espirituales y culturales. Sin embargo, no hay que olvidar la obra política del príncipe.

    En seguida se deshizo de sus mercenarios: mandó a los aventureros a Constantinopla, al servicio del emperador, y se quedó con los buenos, sabios y valientes, según reza la Crónica. Expandió el territorio y aseguró sus fronteras por los cuatro vientos.¹

    2. LA CRISTIANIZACIÓN DE LA RUS

    Los eslavos de la región sabían del cristianismo desde la segunda mitad del siglo IX por sus contactos con el exterior, especialmente a partir de la llegada de los escandinavos. Por los búlgaros cristianos y la traducción a lengua eslava de las Escrituras por Cirilo y Metodio, la propagación de la nueva fe se volvió más activa. En 946 o 955, la princesa Olga se hizo bautizar en Constantinopla bajo el nombre de Elena —así se llamaba la esposa del emperador, su padrino; así se llamaba la madre del gran Constantino—. Sviatoslav se negó a imitar a su madre; la Crónica primaria dice: Ignoró lo que ella [Olga] dijo y no la escuchó. Le contestó que no quería que sus compañeros de armas se burlaran de él, a lo que Olga contestó: si te bautizas, todos harán lo mismo.

    No cabe duda de que había cristianos en la corte y el ejército del príncipe, entre los comerciantes y entre sus sujetos, antes de la famosa conversión de Vladímir en 988. Así, en 944 había ya una iglesia en Kiev, dedicada a san Elías. ¿Con sacerdotes búlgaros, de la escuela de Cirilo y Metodio, o con sacerdotes griegos? Los historiadores no se han puesto de acuerdo sobre lo que puede parecer un detalle nimio, pero que tiene una gran importancia ideológica: los historiadores ortodoxos optan por los griegos y Bizancio; los católicos, por Bulgaria, que en ese momento se llevaba bien con Roma. Sin embargo, en 864/867 los búlgaros habían recibido el bautizo de Bizancio.

    No se puede tomar como un hecho histórico la leyenda de la evangelización de Rusia por el apóstol Andrés, el primer llamado. El zar Iván IV, el Terrible, se la contó al enviado del papa, el jesuita italiano Antonio Possevino: Andrés, después de predicar en la colonia griega de Sinope, en la costa meridional del mar Negro, decidió ir a Roma no por la vía corta, por el Mediterráneo, sino por Crimea, el río Dniéper, Escandinavia, etcétera. Se paró primero en el futuro sitio de Kiev, profetizó el glorioso porvenir de la ciudad; luego llegó al futuro lugar de Nóvgorod. Por eso, Iván le dice en 1582 al padre Possevino: Recibimos nuestra fe cristiana de la primera Iglesia, cuando Andrés, el hermano del apóstol Pedro, visitó esas tierras, camino a Roma. Nosotros en Moscú recibimos la fe cristiana aquí, en Moscovia, al mismo tiempo que ustedes la recibían en Italia.² La leyenda debía ser muy antigua puesto que en 1086 el príncipe Vsiévolod construyó en Kiev una iglesia dedicada a san Andrés y eligió Andrés como nombre de bautizo para su hijo Vladímir Monómaco.

    Vladímir empezó su reino con todo el salvajismo de un pirata vikingo, apunta John Fennell, cuando llegó con su ejército escandinavo y se apoderó del principado en 978. Durante los diez primeros años logró el resurgimiento del paganismo como para deshacer la obra de su abuela Olga. La Crónica cuenta que lo primero que hizo fue construir en Kiev un templo, panteón de las principales divinidades conocidas por los eslavos: Perún, dios del trueno, protector de los guerreros; Jors y Dazhbog, dioses del sol; Stribog, dios del cielo y del viento, Mókosh, diosa de la fertilidad; Simargl, dios de las semillas y de las cosechas… Y el pueblo sacrificó llamándolos dioses; y llevaron a sus hijos e hijas y los sacrificaron a esos diablos, y mancharon la tierra con sus ofrendas. Y la tierra de Rusia y esa loma quedaron manchadas con sangre.³

    ¿Hubo sacrificios humanos? Puede tratarse de una exageración del cronista para subrayar el milagro de la conversión al cristianismo de un sanguinario pagano. De todos modos, uno está tentado a darle la razón al historiador soviético del paganismo, B. A. Rybakov, quien en su Yazychestvo Drevney Rusi [Paganismo de la Rus antigua] propone que Vladímir intentó cerrar el paso al cristianismo al reforzar una religión tradicional y popular.

    Diez años después de tomar el poder, Vladímir aceptó bautizarse e impuso el bautismo a su pueblo. Siglos más tarde, el Patriarcado de Moscú y de todas las Rusias decretó que 988 fue el año de la cristianización de Rusia y la grandiosa celebración del milenio, en 1988, en el apogeo de la perestroika, provocó un sinfín de publicaciones académicas, y no tan académicas, sobre lo que pasó alrededor del año de gracia de 988, entre Constantinopla y Kiev.

    En 864/867, los búlgaros entran en la Iglesia. En el siglo décimo, en su tercera parte, una serie de príncipes se convierten al cristianismo y deciden que sus pueblos serán cristianos también. Las fechas oficiales son 965 para Haroldo Diente Azul y Dinamarca; 965 para Mieszko, primer rey de Polonia; 966 para Géeza y su hijo Vajk (san Esteban), rey de Hungría; 988 para Vladímir, el gran príncipe de Kiev; 993 para Olaf Tryggvasson de Noruega; 1008 para Olaf Stautkonung de Suecia. Esta asombrosa avalancha de conversiones en cadena es una revolución desde arriba, realizada por los gobernantes. Cuando Constantino optó por el cristianismo reconocía un hecho: los cristianos eran ya muy numerosos; él lo hizo por motivos políticos bien conocidos, para afianzar el Imperio con una religión aparentemente irresistible, para aumentar la legitimidad del poder imperial. Los príncipes del siglo X procedieron de la misma manera y algunos invocaban el ejemplo de Constantino.

    El poderoso príncipe Mieszko surgió alrededor de 950, conquistó Pomerania, Galitzia, la Polonia de Cracovia, y armó un Estado fuerte, con su ejército y su moneda. Paró el expansionismo de los emperadores germánicos cristianos que afirmaban combatir a los paganos. Para estabilizar su obra, abrazó el cristianismo, quitándoles así a los alemanes el pretexto de la guerra. Ya cristiano, consiguió de Roma la creación de un primer obispado que dependía directamente del papa, sin pasar por la sede alemana de Magdeburgo. Luego hizo bautizar en masa, en ríos y lagos, a sus pueblos.

    Casi al mismo tiempo, el gran príncipe de Kiev, Vladímir, siguió el mismo camino. Vladimir Vodoff, con su Naissance de la chrétienté russe, es un excelente guía. El principado en expansión no había entrado en contacto con el cristianismo latino bajo su forma germánica porque existía la barrera de una Polonia todavía pagana. La conversión tenía que venir del sur bizantino. La leyenda, en la Crónica primaria, atribuida a Néstor, fue redactada dos o tres generaciones después del acontecimiento, en un tono netamente antilatino, a la hora del cisma de 1054 entre Roma y Constantinopla. Cuenta que el gran príncipe decide abandonar el paganismo y buscar la verdadera religión. ¿Será ésta el islam que abrazaron los búlgaros del Volga o el judaísmo adoptado por los jázaros? Vladímir declara contra los musulmanes: Para nosotros, rusos, beber es una alegría sin la cual no podemos vivir. Los judíos y los alemanes (es decir: latinos) quedan también fuera; por lo que sólo restan los griegos. Los embajadores que Vladímir mandó a Constantinopla regresan conquistados por la belleza de su liturgia: No sabíamos si nos encontrábamos en los cielos o en la tierra. Conclusión: Vladímir se hace bautizar por inmersión en el río Dniéper con todo su ejército, con toda la nación. El malvado violento y fornicario se transforma en hombre virtuoso que destruye los ídolos que había levantado. Satán se lamenta: ¡Aquí está quien me derrota, no un apóstol, sino un iletrado! Ya no reinaré en esos países. Hasta aquí la hermosa historia, completada por la leyenda de Jersón: Vladímir había tomado la plaza bizantina de Jersón y amenazaba con tomar Constantinopla si los coemperadores no le daban como esposa a su hermana Ana. Los emperadores aceptaron, pero pusieron como condición la conversión de Vladímir y de su pueblo. Y así fue.

    Vladimir Vodoff comenta que la leyenda acreditaba la idea de una Rus fuerte e independiente, capaz de imponerse al Imperio bizantino. Aceptada muchas veces por los historiadores, la leyenda debe ser corregida. En 987, los emperadores fueron amenazados por Bardas Focas, un usurpador llegado con sus tropas a las murallas de Constantinopla. Según una práctica común, los rusos fueron llamados en auxilio. La toma de Jersón, ciudad en poder de Bardas Focas, por Vladímir se sitúa en julio de 989 y determina la derrota final del usurpador. "A la luz de esos hechos, el bautismo de la Rus se inscribe en el marco de las relaciones bizantino-rusas corrientes y deja de ser el testimonio de la superioridad rusa como quiso hacerlo creer la Crónica. Además, el poder del príncipe se topaba con resistencias […] La cristianización le dio a él y a sus sucesores un poderoso medio para la construcción del Estado."

    Matrimonio, bautismo y alianza militar fueron negociados en paquete: era imposible dar una princesa imperial a un príncipe pagano. Los obispos griegos que acompañaban a la princesa hasta Kiev fijaron los cuadros institucionales de la nueva Iglesia. Su primer obispo metropolitano, Teofilacto, dependía del Patriarcado de Constantinopla, pero Vladímir, quien buscaba controlar ese clero griego, desarrolló buenas relaciones con la cristiandad latina y manifestó que él era el jefe de la Iglesia.

    Finalmente, la conversión, que fortalece la legitimidad del soberano, nuevo David, nuevo Constantino, que se casa con una princesa cristiana y da sus hijas a príncipes cristianos, tanto griegos como latinos, le da además un cuerpo de funcionarios: el clero, dueño de la escritura y conocedor del derecho, destinado a formar el núcleo de la administración.

    La decisión del príncipe Vladímir tuvo, también, una dimensión algo misteriosa que impresionó a sus contemporáneos, si escuchamos al futuro metropolitano Ilarión, en su obra maestra, el Sermón sobre la ley y la gracia (1049-1050): ¿Cómo recibiste la fe? ¿Cómo te prendiste del amor de Cristo? […] Danos a conocer de dónde sopló sobre ti el perfume del Espíritu Santo […]. No viste a Cristo, no caminaste con él: ¿cómo es que llegaste a ser su discípulo? Los escritores de Kiev del siglo XI vieron, como Ilarión en su conversión, un acto profundamente personal que relacionaban con una crisis interior.

    La Iglesia venera como santos a esos príncipes artesanos de la conversión de los pueblos: Olga y Vladímir, Esteban de Hungría, Eduviges de Polonia. La conversión se hizo sin conquista extranjera ni violencia. Es cierto que el proceso de cristianización no fue tan rápido como lo cuenta la leyenda; según los datos arqueológicos, la cristianización definitiva de Nóvgorod se dio apenas a fines del siglo XIII. Lo que llama la atención es el hecho siguiente: tres siglos antes, la mitad de la cristiandad se pasó al islam, la mitad que había visto nacer a la virgen María, a Jesús y los apóstoles, a los padres de la Iglesia. Esa catástrofe tuvo como causas principales las faltas políticas y culturales de los emperadores y de los patriarcas bizantinos, intolerantes en su helenismo, que agraviaba a sirios, árabes y egipcios. Resulta que el cristianismo de los bárbaros del norte, con todo y remanentes paganos —trataremos más adelante el tema de la doble fe—, manifestó a la hora de la prueba una solidez mucho mayor, pues, cuando el conquistador mongol se convirtió al islam, rusos, polacos y húngaros se mantuvieron en su fe.

    3. EL PRINCIPADO DE KIEV DE 1015 A 1240

    En 1014 empezó un enfrentamiento entre el gran príncipe Vladímir y uno de sus numerosos hijos, Yaroslav, que regía en Nóvgorod y había dejado de pagar el tributo a su padre. Al saber que Vladímir iba a entrar en campaña contra él, se apresuró a reclutar guerreros varegos. La muerte de Vladímir en 1015 evitó una guerra entre el hijo y el padre, pero precipitó el enfrentamiento entre los doce hermanos. Tres fueron asesinados: Borís, Gleb y Sviatoslav, sin que se sepa bien a bien por quién. La versión eclesiástica (Borís y Gleb fueron canonizados como mártires en 1072) denuncia a Sviatopolk el Maldito, que se había apoderado de Kiev. La guerra duró hasta 1019, cuando Sviatopolk, derrotado por Yaroslav, murió en el exilio. No sabemos qué pasó con los otros hermanos, que obviamente conservaron mucho tiempo sus dominios regionales: Yaroslav el Sabio tuvo que esperar hasta 1036 para quedar como único e incontestable dirigente de la Rus. La Crónica relata sus guerras victoriosas contra todos los enemigos: griegos, finlandeses, polacos, lituanos y los peligrosos nómadas, y sus numerosas fundaciones de monasterios e iglesias, así como la transformación de Kiev en una hermosa ciudad y gran centro cultural.

    Los cincuenta años que siguieron a su muerte en 1054 conocieron pocas veces la paz, en forma de escasas treguas. La guerra fue la norma entre sus numerosos hijos y nietos, guerra de príncipes, agravada por la llegada de un nuevo enemigo: los turcos polovetsianos, que no dejaron de hostigar Kiev durante muchos años. Por fin, en 1113, la situación política cambió repentinamente: un nieto de Yaroslav, el inteligente y enérgico Vladímir manifestó que era un verdadero hombre de Estado. Debía su apodo Monómaj a su abuelo materno, el emperador Constantino Monómaco. Príncipe de Kiev gracias al apoyo del pueblo de la ciudad, exasperado por las extorsiones de los príncipes, reinó hasta 1125; él y su hijo Mstislav el Grande (1125-1132) restauraron cierta unidad en la Rus y esos veinte años fueron los de mayor fuerza del Estado de Kiev desde la muerte de Yaroslav en 1054 hasta la llegada de los mongoles en 1240. Obedecidos por todos los príncipes, pudieron poner fin a la amenaza polovetsiana, gracias a sus victorias militares, a una política de alianzas matrimoniales y a la cristianización del enemigo.

    La unidad no duró más de veinte años, de modo que, a partir de 1132, el Estado de Kiev empezó a decaer; en 1136 ocurrió la ruptura entre Nóvgorod y Kiev. No faltaron hombres fuertes, como Yuri Dolgoruki (brazo largo), su hijo Vsiévolod III o Andréi Bogoliubski (amante de Dios), pero aquellos actuaban en el noreste, mientras que el distrito de Kiev se fragmentaba en múltiples feudos, en el marco de un pleito feroz entre los descendientes de Monómaco y los príncipes de Chernígov, descendientes del segundo hijo de Yaroslav.

    Kiev seguía siendo la madre de las ciudades rusas, codiciada como el premio supremo por todos los príncipes deseosos de llevar el prestigioso título de príncipe de Kiev. Sin embargo, la verdadera fuerza histórica se movía hacia el noreste, alrededor de las ciudades de Rostov, Súzdal y Vladímir sobre el río Kliazma, fundada en 1108 por Vladímir Monómaco. Yuri Dolgoruki (†1157), príncipe de Súzdal y dos veces príncipe de Kiev, fundó un verdadero Estado (Suzdalia) y varias ciudades, entre las cuales se cuenta Moscú, y alentó la colonización. Su hijo, Andréi Bogoliubski (1157-1174), concentró sus energías en el noreste, sin interesarse por Kiev; extendió el territorio de Suzdalia hacia el norte y el este, instaló su capital en Vladímir, intentó conseguir la independencia eclesiástica para no depender religiosamente de Kiev. Su joven hermano, Vsiévolod III (1176-1212), fue el primero en asumir el título de Vieliki Kniaz o gran príncipe, no de Kiev sino de Vladímir; empujó las fronteras hacia el oriente y el poniente; dueño absoluto del noreste y respetado por sus numerosos hijos, fue reconocido por todos los príncipes del sur, de Kiev a Chernígov, como primus inter pares, padre y amo, que, de hecho, arbitraba en todos los conflictos entre sus primos.

    Su muerte significó, como siempre, guerra a muerte entre los hijos, por lo menos hasta la primera ofensiva de los mongoles en 1223: los rusos fueron derrotados en la batalla del río Kalka, cuando murieron nueve príncipes y la mitad del ejército. Los cronistas de la época no dieron mucha importancia al hecho porque los invasores se retiraron en seguida: Se regresaron y no sabemos de dónde vinieron, tampoco adónde se fueron. Sólo Dios sabe. Los años siguientes fueron testigos de la fragmentación del poder en Vladímir-Súzdal, de la guerra entre príncipes en el sur. La ciudad de Kiev cambió siete veces de dueño en los cinco años que precedieron al retorno de los mongoles. Cuando ocurrió la gran invasión, en 1237, bajo el mando del kan Batú, nieto de Gengis Kan, los príncipes sureños estaban agotados, arruinados, más divididos que nunca; en cuanto a los norteños de Suzdalia, en su espléndido aislamiento, ignoraban por completo la amenaza. En el invierno de 1237-1238 fueron totalmente derrotados. En la primavera, los mongoles se retiraron, para volver un año después a tomar ciudad tras ciudad, hasta la caída de Kiev en diciembre de 1240. Luego entraron en Polonia y Hungría. Así terminó la Rus de Kiev.

    4. LA IGLESIA EN LA RUS

    Como los búlgaros, los rusos tuvieron que escoger entre la antigua y la nueva Roma, y optaron por la ortodoxia de Constantinopla; como entre los búlgaros, la conversión fue impuesta por el monarca y la ortodoxia fue establecida en su versión eslava, la de Cirilo y Metodio. Esos factores fueron decisivos en el desarrollo de Rusia y de la Iglesia rusa.⁶ Hay que subrayar que la relación orgánica con la cultura bizantina se dio en su forma eslava. A partir de Yaroslav el Sabio, no cabe duda de que la Iglesia rusa dependía canónicamente del Patriarcado de Constantinopla, algo que no le gustaba a Vladímir y posiblemente tampoco a sus sucesores: intentaron varias veces conseguir rusos para Kiev, pero lo lograron solamente para dos entre los 22 metropolitanos de Kiev y toda la Rus: Ilarión (1051-1054) y Klim (1147-1155). Elegidos y consagrados por el patriarca, fueron siempre leales servidores del Imperio y de la Iglesia. Del príncipe de Kiev, también. En realidad, gozaban de una autonomía casi absoluta frente a Constantinopla, gracias a la lejanía; el mismo factor geográfico, a saber, la inmensidad de una Rus poco poblada, dejaba a los obispos una gran independencia frente a su metropolitano. A finales del siglo XI, la extensión de la metrópolis eclesiástica de Kiev rebasaba los 1.4 millones de kilómetros cuadrados, divididos en 15 o 16 diócesis a principio del siglo XIII, para una población estimada de siete u ocho millones de habitantes.

    En el primer siglo de la cristiandad rusa, los príncipes no intervinieron mucho en la actividad de la jerarquía eclesiástica; lo hicieron a partir de 1160, la primera vez con motivo de un conflicto entre clérigos, hasta que en 1224 el metropolitano Kirill I (1224-1233) consiguió del patriarca Germano II una carta posiblemente redactada por él mismo:

    Todos los piadosos príncipes y otras autoridades deben, bajo pena de excomunión, abstenerse de poner la mano sobre posesiones de las iglesias y de los monasterios… y de estorbar la jurisdicción episcopal sobre divorcios, rapto, seducción; porque los divinos y santos cánones y la ley cristiana ordenan a los solos obispos juzgar y corregir esas faltas. Por lo tanto, ordeno a los príncipes abstenerse de esas cosas.

    La Iglesia de Constantinopla no podía financiar a la joven Iglesia, de modo que, al principio, fueron los príncipes rusos quienes la ayudaron con la entrega de la décima parte de sus ingresos. Luego, la Iglesia empezó a cobrar una multa sobre todos los casos judiciales y, a partir del siglo XII, recibió donaciones de tierras.

    El sistema parroquial se estableció en tiempos de Yaroslav el Sabio: parroquias muy extensas en el campo, más pequeñas en las ciudades. Los clérigos se reclutaban entre los rusos casados y libres, pues la dignidad del sacerdocio es incompatible con la esclavitud. La función principal del sacerdote era la celebración litúrgica, asunto nada sencillo: la belleza de los oficios necesitaba celebrantes muy bien preparados, bien alfabetizados y dotados de buena voz para cantar. Además, una parroquia debía poseer 26 libros diferentes para poder celebrar la totalidad de los ciclos litúrgicos, algo que, dado el costo de los manuscritos, estaba fuera del alcance de la mayoría de los sacerdotes, en particular en el campo. Se contentaban con un mínimo de ocho libros que apenas permitían celebrar los principales oficios. La formación de los clérigos estaba totalmente condicionada por las celebraciones; aprendían a leer y cantar durante los oficios, sin recibir enseñanza teológica alguna, puesto que la prédica estaba entonces reservada a las comunidades monásticas. Rápidamente la mala preparación y la ausencia total de catequesis vaciaron la liturgia bizantina de lo que constituía para sus creadores su sustancia.

    A la par con la organización del episcopado y del sacerdocio, se procedió a la creación de santos. De 969 a 1200 se pueden contar 148 personas veneradas como santos; la mitad eran monjes, algo normal, ligado a la importancia de los monasterios; luego 33 prelados, 30 príncipes y princesas, 12 griegos: arquitectos y pintores que levantaron la iglesia de la Dormición en el Monasterio de las Cuevas, en Kiev; dos varegos mártires: la monja Eufrosina de Pólotsk y Gueorgui, el servidor del príncipe mártir Borís. Vladímir y su abuela Olga fueron además calificados de igual a los apóstoles.⁹ Lo que no fue creación, fue adopción de listas de santos occidentales, quizá por el conducto de los búlgaros marcados por las ideas de Cirilo y Metodio.¹⁰

    Si bien es poco lo que sabemos sobre los sacerdotes de la Rus —no podemos ni decir cuántos eran—, es posible extrapolar a partir del número de las iglesias. Debemos al historiador soviético Borís Víktorovich Sapunov, especialista en la Edad Media, un cálculo de las construcciones entre los años 1000 y 1240: se aprecia un crecimiento espectacular, pues desde la conversión de Vladímir hasta la invasión mongola se levantaron 2 000 templos en las ciudades y 6 000 en los pueblos.¹¹

    5. MONASTERIOS

    La multiplicación de las fundaciones monásticas no es menos impresionante: unas doscientas en dos siglos y medio. La Crónica atribuye a Vladímir la primera creación y dice que con Yaroslav la fe cristiana empezó a dar frutos y a crecer, los monasterios empezaron a fundarse. De todos los monasterios de la Rus de Kiev, ninguno alcanzó la importancia y la fama del gran Monasterio de las Cuevas de Kiev. El cronista cuenta que un tal Antip, lego de la región de Chernígov, peregrinó hasta el monte Athos, la Santa Montaña de los griegos; el abad del monasterio griego lo tonsuró, le puso como nombre de religión Antonio y le dijo: Vete a la Rus y quizá, contigo, la bendición de la Santa Montaña dará muchos monjes. Así fue. Se instaló en una cueva frente al río Dniéper en tiempos de Yaroslav, tuvo muchos discípulos, nombró a un abad llamado Varlaam. El príncipe de Kiev dio el terreno para fundar el monasterio que no dejó de crecer bajo la batuta de una serie de buenos abades, entre los cuales se cuenta Teodosio (1008-1074), el primer santo de la Rus.

    Es muy significativo que esta fundación, tan importante para el futuro de la Iglesia ortodoxa, no haya sido una iniciativa del príncipe y tampoco del metropolitano; desde un principio, el monasterio fue independiente y, a lo largo de su historia, no dudó en enfrentarse a ambos poderes. Así, Teodosio regañó en varias ocasiones a los príncipes que se peleaban. El origen noble de los primeros abades les permitía tratar directamente con los príncipes; tanto Varlaam como Teodosio eran hijos de boyardos y amigos del príncipe. En el siglo XII, el monasterio ofreció su recinto como terreno neutral donde podían sentarse a negociar los protagonistas en conflicto.

    El Monasterio de las Cuevas fue una verdadera colmena: sus monjes se despedían para fundar otros monasterios; vivero de obispos, fue el centro cultural de la Rus. Los monjes vivían en comunidad bajo la autoridad del abad y no tenían propiedad personal; Teodosio los puso al servicio de los pobres, de los enfermos y de los presos. Según el cronista, mandó construir un edificio para atender a limosneros, ciegos, cojos y demás enfermos: el monasterio dedicó la décima parte de sus ingresos a su mantenimiento; a los presos mandaba cada sábado un carro lleno de pan. ¿De dónde sacaban los monjes sus recursos? De las donaciones en tierras y dinero hechas por los príncipes y los boyardos. Pero no sabemos cuánta tierra llegaron a poseer los monasterios.

    Apertura al mundo, independencia política, actividades caritativas y culturales: el Monasterio de las Cuevas ofrecía un modelo que el monaquismo ruso iba a seguir a lo largo de los siglos.¹²

    6. LOS CRISTIANOS

    John Fennell, gran conocedor de la literatura rusa más antigua, nos permite adivinar quiénes fueron los sacerdotes y los monjes, y cuáles eran sus preocupaciones a la hora de confesarse. Nos presenta un documento fabuloso, Voproshanie Kirika [Las preguntas de Kirik]: 101 preguntas que hace el monje y sacerdote Kirik, más 24 hechas por el presbítero Savva, y 28 por el presbítero Iliá, al obispo Nifont de Nóvgorod (1131-1156). El conjunto de preguntas tiene que ver con la vida del clero, pero también con la de los parroquianos.

    Como era de esperarse, muchas preguntas tocan temas litúrgicos, más precisamente, eucarísticos: ¿puede comulgar un epiléptico?, ¿cuál penitencia se debe aplicar a quien vomitó después de recibir la comunión?, ¿se puede dar la comunión a la persona que sangra o escurre pus? El obispo contesta con bondad y sentido común: la sangre, el pus no alejan del sacramento, sino el hedor del pecado.

    Otro capítulo es el de la actividad sexual del sacerdote casado: ¿puede celebrar quien tuvo relaciones con su esposa la víspera? El que celebró el domingo, ¿puede tener relaciones el lunes? El obispo contesta que, si es joven y no puede esperar, no hay problema y que las emisiones (poluciones) nocturnas no importan.

    El generoso prelado se enoja cuando le preguntan si un hombre (lego) que tiene relaciones con su esposa durante la Cuaresma, puede comulgar: ¿A poco es lo que usted enseña? ¿Que un hombre no puede tener relaciones con su esposa en tiempo de Cuaresma? Eso sí que es pecado por parte de usted.¹³ El obispo no acepta algo que no parece preocupar demasiado a los sacerdotes: le preguntan ¿Qué es lo mejor? Hay gente que abiertamente tiene concubinas e hijos con ellas, mientras que otros lo hacen secretamente con sus siervas. Ambas conductas son malas según Nifont.

    A propósito de las mujeres, preguntan cuál penitencia imponer a las que llevan a sus niños enfermos con el curandero o a las que intentan despertar el deseo sexual de su esposo dándole a beber del agua en la que se han lavado. Para ambos casos, contesta escuetamente el obispo, siete semanas de penitencia (no precisa cuál); tres, si son jóvenes, porque esas mujeres se conducen como las de la doble fe (dvoievierie), ésas que preparan pan, queso y carne para Rod y Rozhanitsa, divinidades de la fertilidad. La presencia del paganismo preocupaba muy seriamente al obispo, mucho más que la impureza de las mujeres que obsesiona a los sacerdotes. Cuando le preguntan si el sacerdote que tiene una pieza de vestido de mujer cosida en su ropa puede celebrar, el obispo se ríe y pregunta a Kirik si cree que la mujer es pagana. Cuando le preguntan qué opina de dos solteras que tienen relaciones sexuales, contesta: Es mejor que hacerlo con un hombre. Una vez más, manifiesta su sentido común cuando el ingenuo Kirik dice: Leí en un libro que, si un hombre se acuesta con su esposa un domingo o un sábado o un viernes y conciben un hijo, éste será o un ladrón o un fornicario o un cobarde y que sus padres deben recibir dos meses de penitencia. Nifont exclama: ¡Tales libros deben quemarse!

    7. PAGANISMO Y CRISTIANISMO: LA DOBLE FE

    La lectura de las preguntas de Kirik revela que lo que preocupa al obispo no son las debilidades humanas, sino las prácticas paganas que amenazan a su grey. Es un tema recurrente en todas las Iglesias cristianas a la hora de las conversiones, un tema clásicamente ilustrado en México con el emblemático Idols behind Altars, de Anita Brenner (1929), donde se demuestra que el cristianismo no es más que un barniz sobre un robusto paganismo muy arraigado. Obispos franceses del siglo XVIII se quejaban de las ofrendas de alimentos y bebidas en los panteones; los antropólogos de apenas una generación atrás han estudiado la brujería muy activa actualmente en ciertas provincias rurales de Francia.

    Gracias a los arqueólogos y los antropólogos, el paganismo eslavo es ahora bastante conocido con sus ritos, cultos, misterios, sacrificios —humanos y no—, cremación de los muertos, poligamia… Muchas prácticas —en particular los sacrificios humanos y la cremación— desaparecieron rápidamente, pero la Iglesia sintió como una amenaza permanente y muy seria la actuación de brujos, adivinos y chamanes. Por eso el metropolitano Ioann II (1078-1089) ordena: Los que practican brujería y magia, sean hombres o mujeres, deben ser denunciados y alejados de sus malas prácticas por la palabra y la instrucción; si no se abstienen de su maldad, hay que castigarlos severamente. Pero no deben matarlos, tampoco herirlos en su carne, porque eso no lo acepta la Iglesia.¹⁴

    ¿Por qué tenía la Iglesia tanta preocupación? Después de todo, el paganismo eslavo no ofreció ninguna resistencia abierta a la cristianización; no tenía organización, clero ni dogmas; era un paganismo apacible, profundamente ligado a la vida natural; quizá por lo mismo era muy popular y por lo tanto fue difícil de combatir. No hay que exagerar el éxito del cristianismo de la Rus, ni lo profundo de su cristianización, que fue al principio un hecho de una pequeña élite de letrados laicos y religiosos. Las mismas preguntas de Kirik manifiestan una comprensión bastante rústica de la naturaleza del cristianismo y, para el pueblo, esa religión venía de la mano de extranjeros, fueran escandinavos, como el príncipe, o griegos, como el metropolitano y los sacerdotes de la primera generación.

    Con o sin entendimiento del cristianismo, la gente que buscaba a los brujos, no veía en ellos adeptos, mucho menos sacerdotes de otra religión —que llamamos paganismo a falta de un mejor concepto—, sino médicos. No buscaban una fe, sino una terapia. Como nuestros contemporáneos, como nosotros cuando recurrimos a un huesero, a un rebouteux [curandero], y buscamos en pociones, plantas, esencias, oligoelementos y homeopatía el remedio que no da la medicina científica. Eso lo entendía muy bien el obispo Nifont que aplicaba su indulgencia a esa vertiente del paganismo. Lo que no le gustaba para nada eran las saturnales, el equivalente de los mitotes del mundo indígena en la Nueva España: fiestas acompañadas de bailes, cantos, comida y bebida, y que podían culminar en actividades sexuales. El cronista denuncia, a finales del siglo XI, las rusalii o fiestas en honor de los antepasados difuntos, con sus trompetas y demás instrumentos musicales: Y vemos multitudes pisando terrenos de placer, montando espectáculos inventados por el diablo, mientras que los templos quedan vacíos… Pero si bailarines o músicos o actores llaman a la gente, todos corren para alegrarse y pasan todo el día en el espectáculo.

    Los especialistas rusos no hablan de sincretismo, como los europeos y americanos sí hacen a propósito de la cristianización de los indios, sino de doble fe, dvoievierie, adhesión simultánea al cristianismo y, en forma paralela, a prácticas de los tiempos pasados que no terminan de pasar, ni terminarán nunca. Los momentos más temidos por obispos y sacerdotes son los de la coincidencia cronológica entre fiesta cristiana y pagana; por ejemplo, el 8 de septiembre, día de la Natividad de la Virgen, se topa con la celebración de las divinidades de la fertilidad, Rod y Rodzhanitsa; el 24 de junio, fiesta de san Juan el Bautista, se encuentra con la del solsticio de verano (como en la Europa latina, cuando los jóvenes brincan encima de las fogatas, en la noche de san Juan). Recomiendo ver la hermosa película de Andréi Tarkovski Andréi Rubliov, donde se aprecia al joven monje y pintor Rubliov caer en las tentaciones de esa noche de verano…: Hombres y mujeres hacen cosas inconvenientes. Andréi Rubliov lo vivió en el siglo XV y a principios del siglo XX eso no había desaparecido en la Rusia profunda. ¿Qué podía hacer la Iglesia? No mucho.

    8. LA VIDA ESPIRITUAL

    Con todo y doble fe, la Rus, a pesar de su brevedad y fragilidad, puede ser considerada como uno de los mayores éxitos que haya conocido el cristianismo.¹⁵ No se puede poner en duda la existencia de una verdadera cultura cristiana, posiblemente superior a la del ulterior periodo moscovita. Analfabeta, como Carlomagno, Vladímir mandó construir escuelas y sus hijos eran perfectamente instruidos; bajo Yaroslav el Sabio, un gran lector, Kiev se volvió un centro cultural internacional con talleres de traductores y redactores; los escritos de su hijo Vladímir Monómaco prueban que su autor tenía gran conocimiento de la literatura bizantina. Hubo en Kiev

    un esfuerzo consciente para crear una cultura y asimilar la herencia cristiana y helénica […], ese periodo de aprendizaje es inevitable en la historia de toda cultura. Lo importante es que los rusos fueron buenos alumnos. Golubinski, el gran detractor del pasado de Rusia, vio en el metropolitano Ilarión no un orador decadente, sino un verdadero orador en el apogeo del arte. Los sermones de Cirilo de Turov guardan todo su valor literario y no solamente histórico. Las primeras crónicas, llenas de hechos, reflejan también toda una visión del mundo. Sus autores fueron hombres que tenían una visión del mundo muy precisa y elaborada, para nada unos ingenuos […] Es significativo que la oración a Dios, en nombre del pueblo recién bautizado, al final del Alabado sea nuestro príncipe Vladímir, redactada por Ilarión, haya sido adoptada en el uso litúrgico de la Iglesia.¹⁶

    Por otro lado, el Sermón sobre la ley y la gracia, del mismo autor, manifiesta una conciencia religiosa y nacional, con un entusiasmo profundamente arraigado en la experiencia del bautismo, en la aceptación de la gracia y de la ley divina.¹⁷

    Según Olivier Clément, sacerdote ortodoxo, desde los inicios ese pueblo vivió el cristianismo con un maximalismo bastante alejado de la sabiduría humana, con su insistencia en el amor y la ternura, representada ésta en el icono de la Virgen de la Ternura, de Vladímir. La otra característica inicial es el ritualismo. El pueblo buscó en la vida de la Iglesia un orden, una armonía, un límite. Su elemento pagano, chamánico, encontraba un antídoto en el elemento apaciguador del ritual eclesiástico. El riesgo ha sido, sigue siendo, una religión de la observancia y de la ley.¹⁸

    El presbítero George Florovsky dice que la historia de esa cultura cristiana no agota el destino religioso del pueblo ruso. El carácter doloroso del desarrollo de la antigua Rusia puede atribuirse al hecho de que la imaginación ‘nocturna’ escapó demasiado tiempo y con obstinación a la purificación, verificación y prueba de la razón.¹⁹ Es un lugar común atribuir al cristianismo ruso sentimiento e imaginación del corazón, frente a la frialdad de la razón, pero el presbítero Aleksander Schmemann piensa que la resistencia del alma rusa al logos fue una de las causas más profundas de muchas crisis trágicas que marcarían el curso de su historia.

    Si durante siglos la Rusia cristiana no se expresó en el lenguaje de la filosofía y de la teología, sí lo hizo a través de la filocalia, a saber, el amor a la belleza. La leyenda dice que los embajadores de Vladímir optaron por el cristianismo bizantino porque la belleza de su liturgia era incomparable. La Rus se expresó en las obras de belleza: arquitectura, pintura, canto, obras todas relacionadas con la liturgia.

    Quien dice liturgia dice templo, iglesia, la santa casa, signo visible del encuentro entre el cielo y la tierra, lugar de reunión de la asamblea de vivos y difuntos. Hermanos difuntos, inclinen la cabeza para recibir la bendición, canta el diácono. De Constantinopla, la Rus recibió su plano cuadrado, en forma de cruz griega, con una cúpula que se apoya sobre cuatro pilares interiores. En edificios mayores, el número de cúpulas puede variar por grupos de tres, cinco, siete o nueve. El mensaje es siempre el mismo: el cuadrado es nuestro mundo terrestre, el círculo es el símbolo de la eternidad celeste. Siempre se encuentra la división en tres partes: el santuario, la nave, el vestíbulo. El muro que da al oriente, de donde viene Cristo, el Sol de Justicia, tiene una o tres ábsides. En el ábside central, se encuentra el santuario.

    En las regiones boscosas, la piedra escaseaba y, por lo tanto, fue reservada para los monasterios y catedrales; las otras iglesias fueron hechas de madera, de las cuales sólo muy pocas sobrevivieron hasta hoy. Las que se conservaron son del siglo XVIII, como el conjunto de Kizhi Pogost, famosísimo ejemplo de la arquitectura religiosa en madera.

    En el siglo XI, Yaroslav lanzó un gran programa arquitectural en la ciudad de Kiev; mandó construir la catedral Santa Sofía que, inaugurada en 1037, tiene cinco ábsides y trece cúpulas: es una joya. En los siglos XII y XIII, las rivalidades entre príncipes estimularon la construcción de catedrales y monasterios en las ciudades del norte, como Vladímir y Súzdal.

    El icono es una teología en color. En su Ce que je crois, el historiador católico Jean Delumeau (†2020) afirma que la Trinidad de Andréi Rubliov aclara el misterio de Dios más que cualquier especulación. Los iconos de la Sabiduría de Nóvgorod dicen más que todos los discursos de las sofiólogos; los innumerables iconos de la Ternura de la Rus nos hablan como nunca, ocho, nueve siglos después. Aportación bizantina, el arte del icono expresa la encarnación del Hijo de Dios, la deificación futura del hombre y la transfiguración del mundo creado. El séptimo concilio ecuménico, el de Nicea II, en 787, después de la derrota final de los iconoclastas, afirma que el icono es más que obra de arte o imagen piadosa: es una verdadera teología litúrgica y pedagógica.

    En el periodo de Kiev, el icono sobre tablas de madera, frescos murales y mosaicos es el fruto de la asimilación del arte y las técnicas bizantinas y de la expresión nacional. Las obras de esta época escaparon a la destrucción mongola únicamente en la ciudad de Nóvgorod y en el norte: en Nóvgorod, los iconos de Pedro y Pablo (siglo XI), el arcángel Gabriel de los rizos de oro (siglo XII), la Anunciación de Ustiug y Nuestra Señora del Signo. En 1131 —narra el cronista—, el patriarca de Constantinopla mandó al príncipe Yuri Dolgoruki el icono de Nuestra Señora que sirvió de modelo a varias generaciones de iconógrafos. Después de pasar un tiempo en un monasterio de Kiev, fue trasladado primero a Vladímir y luego a Moscú, donde Nuestra Señora se venera como la milagrosa protectora de la ciudad.

    Para el canto litúrgico, como en los inicios de la arquitectura y de la pintura, la Rus adoptó la tradición bizantina, un sistema enteramente elaborado a partir de la reforma de san Juan de Damasco, el gran teólogo, liturgista e himnógrafo del siglo VIII. Le debemos la creación del sistema monódico en ocho tonos, sistema que engendró el ciclo de ocho semanas que rige los oficios dominicales. En la tradición de los padres de la Iglesia, la música litúrgica rusa ha sido puramente vocal desde un principio. Los únicos instrumentos permitidos son las campanas, que aparecieron en Nóvgorod alrededor de la década de 1050. Los rusos prefieren olvidar que se debe a la influencia occidental, y lo pueden hacer porque las campanas se han integrado perfectamente a la cultura religiosa nacional. Como las campanas, el canto se desarrolló de manera original.²⁰

    9. LA IGLESIA DE LA RUS Y LOS LATINOS

    Las campanas son prueba del contacto entre latinos y rusos, así como los numerosos matrimonios entre príncipes de la Rus y princesas latinas: Vladimir Vodoff ha calculado que los descendientes de Vladímir, a lo largo de cuatro generaciones, efectuaron 65 matrimonios dinásticos con extranjeros, de los cuales 58 ocurrieron en países latinos y sólo siete en Bizancio, eso contra las reservas y a veces las interdicciones formuladas por la Iglesia ortodoxa. Así, el nombre griego Felipe aparece entre los reyes de Francia por la princesa rusa Anna, que entró en el linaje de los Capetos. Obviamente las consecuencias del cisma de 1054 son inexistentes en los medios principescos eslavos, que no conocen las barreras eclesiásticas. Esos príncipes no prohíben la presencia de Iglesias latinas en su tierra; las hay en Kiev, Nóvgorod, Ládoga, Pereyaslavl, Pólotsk, Smolensk, Pskov y Galitzia. Los príncipes reciben y apoyan a los misioneros latinos que van a trabajar entre los pueblos paganos: el obispo misionero san Bruno (de Querfurt) cuenta, en su carta de 1008 al rey alemán Enrique II, sus amistosas relaciones con Vladímir cuando fue a evangelizar a los pechenegos. Pasó varios días en Kiev con el senior Ruzorum, que intentó convencerlo de renunciar a tan peligrosa aventura; como el obispo no cambió de parecer, lo acompañó personalmente con sus guerreros, luego le dejó a uno de sus hijos como posible rehén de los paganos. No hay ninguna mención de dificultades ni diferencias entre latinos y rusos.

    En la joven Iglesia rusa no hay rasgo de antilatinismo, a pesar de que los metropolitanos de Kiev sean griegos, nombrados por Constantinopla, que comparten, en tono menor, el sentido de su patriarca. Así Ioann II escribe, a fines del siglo XI, al antipapa Guibert (Clemente III), quien le había pedido su apoyo: No digo que ustedes se encuentren totalmente separados de nosotros: sabemos que son cristianos por la gracia de Dios y que en la mayoría de los puntos nos entendemos, pero hay cuestiones en las que hay desacuerdo.²¹

    En su Sermón sobre la ley y la gracia, Ilarión no pone en duda la ortodoxia de Roma; en la tercera parte, la de elogio a Vladímir, dice: Con alabanzas la tierra romana celebra a Pedro y Pablo, gracias a los cuales creyeron en Jesucristo, el Hijo de Dios; Éfeso y Patmos celebran a Juan el Teólogo; la India, a Tomás; Egipto, a Marcos; todas las tierras honran y glorifican cada una a su propio maestro que les enseñó la fe ortodoxa. Al monje Kirik, que pregunta si hay que rebautizar a los latinos, el obispo Nifont contesta que no es necesario, o sea que los sacramentos impartidos por los latinos son válidos.

    Parece que los rusos compartían el punto de vista de los búlgaros, plasmado en la contestación de Demetrio Comateno, arzobispo de Ohrid (1216-1236), al arzobispo de Dirraquio, Constantino Cabasilas. A la pregunta ¿debe un arzobispo cuidarse de no entrar en las iglesias latinas y rezar en ellas, si está invitado por latinos, y de no dar la comunión a éstos si entran en la santa Iglesia católica [católica significa ortodoxa] durante la misa?, él contesta:

    Se puede ver que ciertos latinos no son para nada ajenos a nuestras costumbres, tanto en materia dogmática como en materia eclesiástica. Por lo tanto, el arzobispo convidado a entrar en sus iglesias irá sin hesitación. En efecto, ellos también adoran las santas imágenes que muestran en sus templos. Además, si él los ve adelantarse, les concederá con gusto la comunión […] Además, Italia está llena de templos dedicados a los santos apóstoles y mártires, y el corifeo de esos templos es él, en Roma, dedicado al corifeo de los apóstoles, Pedro. Nuestros compatriotas, sean eclesiásticos o sean laicos, van a esos templos, ahí rezan.

    A otra pregunta responde:

    Hay dos cosas evidentes y considerables que causan la separación que existe entre nosotros y los latinos. La primera y más importante es la posición dogmática en cuanto al Espíritu Santo; la segunda, que no tiene la misma importancia, es la ofrenda de los ázimos. Pero, en cuanto a la lectura de la Escritura, a las oraciones, los cantos, los templos divinos, la adoración de la venerable cruz y de las santas imágenes, todo esto es común entre ellos y nosotros. No hay nada que suene mal, tampoco que ofenda a la piedad, en el hecho de sepultar a los latinos en templos griegos, tampoco en el hecho de cantar en común los cantos fúnebres con sacerdotes romanos y latinos […] Si de casualidad alguien se escandalizara, entonces sus ideas se revelarían insensatas.

    El arzobispo mencionó la posición dogmática en cuanto al Espíritu Santo. Se refiere al famoso problema del Filioque, palabra agregada al símbolo de Nicea, el Credo, por primera vez en 589, en el Concilio de Toledo, para defenderse del arrianismo de los visigodos; luego pasó a Francia y Alemania, hasta ser admitida por Roma en el siglo XI. Los misioneros romanos en Bulgaria emplearon desde antes el término controvertido y ello desencadenó la polémica que vino a constituir el núcleo del debate teológico entre ortodoxos y latinos.

    En cuanto a los ázimos, se refiere a una cuestión eucarística y material. Para los griegos radicales, la hostia de los latinos, hecha con pan ázimo, es una costumbre judaica y herética, mientras que ellos comulgan con pan fermentado.

    Ni las excomuniones recíprocas de 1054, entre el legado del papa Humberto y el patriarca Cerulario, ni las cruzadas (hasta la de 1204, pervertida en toma de Constantinopla) parecen haber preocupado a los rusos. Tolerancia y moderación caracterizan, por ambos lados, las relaciones entre ortodoxos y latinos, por lo menos hasta la cruzada de las órdenes militares germánicas y de los escandinavos contra el príncipe de Nóvgorod, Aleksander Nievski, entre 1237 y 1242. Para aquel entonces los mongoles estaban destruyendo la Rus de Kiev, así que la cruzada es vivida como una puñalada por la espalda infligida por los cristianos. Algo

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