Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El camarada incomodo. La caza de Leon Trotsky por el poder stalinista
El camarada incomodo. La caza de Leon Trotsky por el poder stalinista
El camarada incomodo. La caza de Leon Trotsky por el poder stalinista
Libro electrónico157 páginas3 horas

El camarada incomodo. La caza de Leon Trotsky por el poder stalinista

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

León Trosky fue una figura central de la Revolución Rusa de 1917, que luego se vería envuelto en el engranaje de tensiones e intereses cruzados que suele sobrevenir a todo movimiento insurgente una vez en el poder. Aquí se cuenta de la rivalidad entre Trosky y Stalin, quien se hizo del poder merced a una impiadosa mano de hierro, proponiendo a ambos hombres como la metáfora de un sueño que acabaría devorando lo mejor de sí mismo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 dic 2012
ISBN9781939048394
El camarada incomodo. La caza de Leon Trotsky por el poder stalinista

Lee más de Gabriel Glasman

Relacionado con El camarada incomodo. La caza de Leon Trotsky por el poder stalinista

Libros electrónicos relacionados

Historia asiática para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para El camarada incomodo. La caza de Leon Trotsky por el poder stalinista

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación1 comentario

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Me gustó mucho! Recomendado para cualquiera que quiera indagar y aprender.

Vista previa del libro

El camarada incomodo. La caza de Leon Trotsky por el poder stalinista - Gabriel Glasman

Los errores históricos seducen a naciones enteras.

Voltaire

El hierro de la piqueta de alpinismo se hundió casi ocho centímetros en el cráneo, destruyendo todo a su paso. Había sido impulsado por una fuerza enorme, certera y mortal, una fuerza sabedora de que estaba ante su única oportunidad de culminar la tarea que había comenzado a ser diseñada muchísimos años antes, pero que por diversos motivos recién ahora podía concretarse.

El cerebro destruido era el de León Trotsky; inequívocamente, una de las figuras centrales de la Revolución Rusa de 1917, organizador del Ejército Rojo y del Estado soviético.

El ejecutor, el español Ramón Mercader, no contaba con semejante linaje, pero distaba, y mucho, de ser un mero aficionado. Por el contrario, se trataba de un joven agente pacientemente preparado por la inteligencia stalinista para asesinar al más enconado adversario del por entonces inefable jefe del Kremlin.

El trayecto que debió completar el asesino para acercarse lo suficiente a su víctima estuvo cuidadosamente planificado, aun en sus nimios detalles, evitando sospechas, asegurando cada uno de los pasos. Y por fin se había concretado el instante en que ambos, víctima y victimario, hablaron por última vez, se vieron por última vez el rostro.

La orden era una sola y no sería admitido ningún intento frustrado. Quizá por eso la contundencia del golpe. No había lugar para los yerros.

El director de la operación que terminaría con el asesinato de Trotsky sería el coronel Nahum Nikolaievitch Eitingon, un estrecho colaborador del temible Lavrenti Beria, hombre clave del sistema represivo stalinista. Había sido aquél, en definitiva, quien organizara un primer atentado contra Trotsky en Coyoacán, México, el 20 de mayo de 1940, cuando un comando de alrededor de veinte personas -en el que participó el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros- irrumpió en la casona del viejo revolucionario para ametrallarla sin mezquinar municiones. La operación resultó un palmario fracaso a pesar del despliegue de hombres y armas, pero se cobró una víctima más que engrosaría la nómina de asesinados por el stalinismo: el norteamericano Sheldon Harte, un colaborador de la seguridad del revolucionario, que fue secuestrado por los asaltantes y hallado muerto días más tarde.

Trotsky sabía mejor que nadie que era la presa principal de Stalin y que el fallido intento de mayo volvería a ensayarse. No resulta extraño entonces que en su refugio mexicano, el exiliado saludara cada mañana a su esposa con una frase tan conmovedora como dramática: ¡Nos han dado otro día de vida, Natasha!.

El Viejo, como le decían respetuosamente sus seguidores, no se equivocaba. La maquinaria de su asesinato seguiría andando, aunque por otros canales. Se intentaría ahora acceder a su círculo más íntimo para, en el momento oportuno, dar el golpe final.

La calculada operación incluyó el enamoramiento de una colaboradora cercana de Trotsky, Sylvia Ageloff, seducida por aquel agente convenientemente preparado, Ramón Mercader del Río, quien de esta manera tendría abiertas las puertas de la residencia de los Trotsky. Mercader llegó a la misma en cuatro oportunidades. La última, el 20 de agosto de 1940, fue la definitiva. Con su golpe, terminaba una historia que había comenzado casi en el mismo instante en que el revolucionario asesinado comenzó a chocar con Stalin, poco menos de veinte años atrás, en las vísperas de la desaparición de Vladimir Lenin, inspirador y líder indiscutido de la gran revolución de octubre.

Una vieja rivalidad

Las tensiones creadas por el primer movimiento revolucionario socialista triunfante se expresaron de múltiples maneras y a través de los más diversos canales políticos, sociales y culturales. La enorme enemistad y aversión mutua que se estableció entre Trotsky y Stalin, va a configurar sólo una de ellas, pero una de las más dramáticas.

Dicho de otra manera, la oposición Trotsky-Stalin es símbolo y síntoma de otras, se asienta en la trama propia del proceso revolucionario en Rusia y sus repercusiones externas, muy especialmente en el Viejo Continente.

Las frustraciones y derrotas de la revolución mundial que debía comenzar en Alemania y que será brutalmente aplastada, constituyen una plataforma inequívoca donde va a asentarse una de las disputas más importantes de la historia contemporánea, y cuyo resultado signó buena parte de la suerte que correrían los movimientos revolucionarios de todo el globo.

Trotsky era por entonces, y particularmente a partir de la muerte de Lenin, el representante mismo de la tradición bolchevique de Octubre, que buscaba afanosamente expandir la revolución más allá de las propias fronteras. Stalin, en cambio, era la identificación del conservadorismo burocrático, que volcaba sus fuerzas fronteras adentro, en un contexto de derrota y retroceso de las masas obreras. Uno era expansión; otro implosión.

La batalla comenzaría dentro del Partido Bolchevique en 1923, cuando Trotsky constituyó la llamada Oposición de Izquierda, en un intento de re-direccionar al Partido contra lo que estimaba una evidente degeneración burocrática.

Trotsky apelaba entonces a las tradiciones raigales de Octubre -en verdad no dejaría de hacerlo nunca-, pero todo indicaría que ya era demasiado tarde. El Partido estaba alineado junto a su Secretario General, Stalin, quien con mano áspera pero cuidadosa en sus manejos había logrado un control casi completo sobre el aparato.

Entre 1923 y 1929, la batalla entre Trotsky y Stalin ya cobra una furia que sólo prenuncia los extremos de la década siguiente. Por lo pronto, ocultamientos, conspiraciones de palacio, promociones y ventajismos, conjuras personales contra los enemigos y reparto de halagos para los propios y leales fueron algunas de las maneras con las que Stalin fue tendiendo un puente para encaramarse en el poder. Más tarde, persecuciones dentro y fuera de Rusia, acusaciones, falsificaciones de documentos y alegatos, torturas físicas y psicológicas, desapariciones, deportaciones, asesinatos y todo tipo de vejámenes. Y por más que la enumeración sea extensa, estos fueron apenas algunos de los recursos que el stalinismo triunfante empleó para mantenerse en la cumbre, destruyendo desde el nacimiento cualquier manifestación que estimara una amenaza. Toda voz que osara disentir con él era una fuerza peligrosa que buscaba presentarle batalla. Y debía ser destruida.

El hacedor errante

Trotsky fue consecutivamente desplazado de todos sus cargos, al igual que sus colaboradores y adherentes. En 1927 será expulsado del Partido y deportado a Alma-Ata y dos años más tarde expulsado de Rusia. Víctor Serge va a subrayar que todo comenzó con el encarcelamiento de 8.000 opositores y continuó con la persecución hasta el exterminio físico de toda la generación revolucionaria de 1917-1924.

Luego vendría el asilo del revolucionario y el planeta sin visado, como él mismo bautizó el mundo hostil que le cerraba las puertas, ya que ninguna nación acordaba darle finalmente un lugar donde vivir y trabajar.

Enviado a Turquía, Francia, Noruega y, por fin, a México, Trotsky jamás dejó de combatir en el terreno de las ideas y de la organización, dejando una obra escrita de cientos de títulos y una incipiente organización partidaria mundial, la Cuarta Internacional, que llegó a fundar antes que los agentes stalinistas concretaran su asesinato.

Por supuesto, las características gansteriles del stalinismo van a incorporar un elemento contundente, el de la persecución y asesinato de cientos de revolucionarios que habían hallado en la figura de Trotsky, un aglutinante que recuperaba la auténtica y original esencia del bolchevismo de Lenin, con sus utopías libertadoras intactas, incapaces de replegarse desde los principios que a aquél le dieran vida.

Trotsky, que conocía la crueldad de su enemigo político mejor que nadie, constataría en carne propia hasta dónde llegaba el odio que Stalin le profesaba. De hecho, ninguno de los hijos de Trotsky va a sobrevivirle, cayendo uno a uno bajo las garras de los agentes de la policía secreta stalinista, la tenebrosa GPU.

Aun así, el Viejo continuó batallando.

El año 1936 marcó un hito en su disputa con Stalin. Ese año se realizó en Moscú uno de los más revulsivos procesos que llevaron al cadalso o al suicidio a buena parte de la Generación del 17 que aún se hallaba libre. Los hombres que militaron codo a codo con Lenin fueron acorralados, mientras eran acusados de colaborar con el fascismo y de intentar liquidar al partido de la revolución. El cadalso se cobró la vida de Zinoviev, Kamenev, Bujarin y Rikov, entre tantos otros, al par que los campos de concentración se poblaban con más y más opositores.

Mientras tanto, la calumnia sobre Trotsky no cejaba. Su imagen y su nombre fueron virtualmente borrados de la historia revolucionaria, y sólo aparecían si se trataba de señalar su supuesta oposición al leninismo.

El revolucionario por su parte no dejaba de trabajar y, sobre todo, de escribir. Hombre de acción, como lo había demostrado sobradamente en las revoluciones de 1905 y 1917, Trotsky creía firmemente en la unidad de la teoría y la práctica, y jamás desestimó sus cualidades de teórico e historiador de la revolución rusa.

Dos hombres, dos mundos

Fue en ese mismo año de 1936 cuando Trotsky manifestó su inmediata intención de biografiar a Stalin, a quien llamaba con sorna el gran organizador de derrotas. Stalin, por supuesto, no lo podía tolerar. Y la máquina asesina intensificó sus labores.

Un año más tarde Trotsky arribaba a México y la GPU comenzaba a elaborar sus planes de hacer llegar el brazo de Stalin a la que sería la última morada del camarada incómodo.

El asilo que le diera el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, le permitió a Trotsky hallar cierta tranquilidad para continuar su batalla contra lo que consideraba un régimen falaz y desviado. Incluso alcanzó a animar él mismo una comisión investigadora que, presidida por el filósofo y educador norteamericano John Dewey, debía comprobar la veracidad o la falsedad de los cargos que el stalinismo volcaba sobre él.

Stalin buscaba acallarlo de cualquier manera. Los escritos del Viejo lo irritaban y la constitución de la Cuarta Internacional resultó concluyente. El círculo sobre Trotsky no podía sino cerrarse en cualquier momento.

Pero el golpe de la piqueta canceló sólo una parte de la historia.

Trotsky continuaría dando batalla a través de sus escritos, traducidos a todos los idiomas, y con organizaciones políticas que tomarían su pensamiento como la auténtica herencia bolchevique.

Por su parte, Stalin se mantendría en el poder casi dos décadas más, adorado y temido por buena parte del universo comunista.

Mercader del Río, el brazo ejecutor de Stalin, estuvo encarcelado hasta

¿Disfrutas la vista previa?
Página 1 de 1