¿El deseo de paz de UN LOCO?
El sábado 10 de mayo de 1941, Rudolf Hess llamó a su ayudante principal, el capitán Karlheinz Pintsch, que se extrañó al escuchar la voz de su jefe al otro lado del teléfono, pues ese día libraba. Y más aún cuando el lugarteniente de Hitler le pidió que pasase a recogerle, sin falta, por la tarde. No le dio mucha más información, tan solo que el servicio meteorológico había anunciado tiempo favorable e iba a aprovechar para realizar un vuelo. Su subordinado, obviamente, no hizo preguntas, había aprendido a callar y obedecer en aquellos días sombríos de la Segunda Guerra Mundial.
EL EXTRAÑO VIAJE
Por la mañana, Hess pasó un buen rato jugando con su hijo, Wolf Rüdiger. Después invitó a almorzar a Alfred Rosenberg, su viejo amigo de la Sociedad Thule, aquella organización que fundaron en 1918, con la esvástica como símbolo, y que sería el germen del Partido Obrero Alemán (luego Partido Nazi). La comida fue escasa y despachada rápidamente: un poco de carne fría, algo de ensalada y una salchicha. El invitado no se imaginó, ni por un segundo, que no volvería a ver a su compañero de juventud hasta los Juicios de Núremberg, cuando el mundo ya había sido arrasado y los aliados intentaban cerrar las heridas.
Hess llevaba un plan de paz para los británicos con el propósito de poner fin al conflicto más devastador de la historia de la humanidad
Como no había tiempo que perder, Hess fue rápidamente a su armario y se puso el uniforme de oficial
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