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Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hitler
Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hitler
Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hitler
Libro electrónico545 páginas12 horas

Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hitler

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Berlín. Los días finales de abril de 1945. En el bunker de Adolf Hitler se desangra el último grupo de nazis leales al Führer.
Julio B. Mutti ha reconstruido los hechos allí acontecidos desde una óptica nunca antes abordada, contrastando la historia mundialmente conocida con los mitos creados en torno a aquellos confusos episodios.
¿Por qué alguna de las leyendas mundialmente instaladas se presentan imposibles a la luz de hechos veraces, comprobados y documentados revelados hace años?
Una narración metódica, detallada y pormenorizada de cada paso dado en aquel mítico refugio dejará al lector una acabada idea de lo verdaderamente acontecido en torno a uno de los hechos más tergiversados de la historia. La muerte de Adolf Hitler.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 ago 2019
ISBN9780463480182
Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hitler
Autor

Julio B. Mutti

Julio B. Mutti nació en Buenos Aires en 1978. Desde hace años se dedica a la investigación del nazismo y sus vinculaciones con la Argentina. Ha escrito la saga "Los verdaderos últimos días de la segunda guerra mundial": "Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hitler" y "Sumergibles alemanes en Argentina y Sudamérica", 2013. En 2015 publicó su tercer libro "Nazis en las sombras; la historia inédita de los espías del Tercer Reich en Argentina", editado en España y Argentina. Su blog u-boatargentina.blogspot.com es uno de los más visitados del país. Colabora activamente con revistas relacionadas a la Segunda Guerra Mundial y documentales televisivos. Email: julio.b.mutti@gmail.com

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    Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hitler - Julio B. Mutti

    En primer lugar a mi familia, siempre. También a todos los que han colaborado con esta larga investigación.

    Especialmente quiero mencionar algunos autores de diversa índole y opiniones, quienes han colaborado desinteresadamente con este humilde aporte. Carlos De Nápoli, una persona excelente y siempre presta a brindar ayuda e información sin pedir nada a cambio. Agradezco también a otros autores e investigadores por haber respondido siempre amablemente a mis correos. A pesar de que en algunas teorías no he logrado alcanzar sus conclusiones, puedo afirmar que respeto profundamente sus investigaciones y aportes.

    Gracias a Analía y Carlos Aníbal por incentivarme a escribir mis reflexiones sobre un tema que desde niño me ha apasionado.

    El conocimiento es mejor que la ignorancia; la historia es mejor que el mito.

    Ian Kershaw

    Introducción

    En abril de 1945, el incontenible Ejército Rojo de Stalin cerró sus fauces, ávidas de venganza, sobre la capital del Tercer Reich. El nazismo, agonizante víctima de su propia maquinaria de odio y destrucción, se enfrentaba a su hora más crítica y a la extinción total de su sistema, el cual había llevado a la nación germana a su cúspide durante los primeros años de guerra para luego caer en la desintegración y el desastre.

    Existieron y existen una gran cantidad de versiones, leyendas, historias y mitos sobre los últimos días del nazismo. Aquellos vividos durante la agonía del Tercer Reich, mientras las llamas, el caos y la destrucción se cernían sobre Berlín. Sin embargo, también existen una gran cantidad de testimonios veraces, investigaciones y archivos oficiales, de diversas naciones involucradas, que echan bastante luz sobre lo que en los últimos años se ha ido oscureciendo poco a poco.

    Especialmente, en algunas versiones e interpretaciones sobre lo ocurrido en el final de la Segunda Guerra Mundial - de autores de las más diversas nacionalidades - podemos encontrar todo tipo de teorías y especulaciones sobre la suerte corrida, en aquellos días, por Hitler y su séquito. Algunas de estas teorías incluso llegan a elaborar complejas tramas que desembocan en la fuga del dictador y algunos de sus colaboradores en las mismas narices de los rusos en las últimas semanas del mes de abril de 1945.

    Hugh Trevor Roper, comenzó a escribir la historia oficial de los occidentales casi sobre el mismo final de la guerra. Sin embargo, este oficial de inteligencia británico, al cual se le encargó la investigación de los hechos acaecidos en la Cancillería del Reich en aquellos históricos días, casi no contó con acceso al lugar de los hechos. Tampoco logró visitar el bunker hasta varios meses después de que los agentes especiales soviéticos completaran sus propias investigaciones.

    Como resultado de la pesquisa de Trevor Roper, basada casi completamente en los testimonios de los alemanes capturados por los occidentales, surgió el libro Los Últimos Días de Hitler. Libro que pronto se transformó en la versión oficial de los hechos, por los menos hasta que luego de la muerte de Stalin, la Unión Soviética comenzó a cambiar su versión y a reconocer que se sabía mucho más sobre el paradero de Hitler de lo que se había informado hasta ese momento.

    Una serie de hechos, encadenados entre sí, han creado el terreno perfecto para el desarrollo de todas las versiones encontradas, que desde el mismo día del final de la guerra hasta los nuestros, se han ido desarrollando en torno a la muerte de Adolf Hitler.

    En primer lugar, la decisión del líder nazi de evitar a toda costa caer en manos del enemigo bolchevique y de incinerar su cuerpo y el de su esposa hasta el punto de tornarlos irreconocibles.

    En segundo lugar, el hecho de que hayan sido los soviéticos y no los Aliados Occidentales los que tomaran Berlín, cubrió con un oscuro velo de desinformación la escena. En forma de una operación de inteligencia secreta dirigida por Stalin y unos pocos con el objetivo de engañar a propios y extraños. Se trataba de relacionar a los Aliados Occidentales con el nazismo y hacer ver a la opinión pública mundial que americanos e ingleses habían ocultado o colaborado de alguna manera con la huida de Hitler.

    El mismo mariscal Zhukov, comandante en jefe de las tropas soviéticas, estuvo veinte años en las sombras. Ajeno a toda realidad sobre lo que realmente habían encontrado los oficiales del SMERSH cuando llegaron al Führerbunker, negándosele además, al mariscal, todo acceso al refugio.

    Zhukov, quien además era el principal referente militar soviético para los corresponsales internacionales en Berlín, era consultado una y otra vez sobre el paradero del Führer, sin poder dar una respuesta certera sobre tal asunto.

    El hecho de que muchos de los testigos clave hayan caído en mano de los soviéticos hizo que varios testimonios no se conocieran en occidente hasta diez años después de terminada la guerra. Sin embargo, y con algunas contradicciones que serán evaluadas, su relato de los hechos no varió demasiado contrastado con el de los testigos que fueron capturados por los occidentales y entrevistados por Trevor Roper.

    La desaparición del Reichsleiter Martin Bormann, uno de los personajes más siniestros y controvertidos del entorno de Hitler, pero a su vez uno de los más cercanos al dictador, generó también un enorme número de suspicacias y especulaciones. Si pudo Martin Bormann evadirse del centro de Berlín seguramente lo había hecho con Hitler. La aparición de su esqueleto en las cercanías de la estación central de Berlín en los años setenta, en lugar de acallar ciertas voces dio lugar a nuevas y remozadas versiones de los hechos.

    Se ha tildado a todas las personas que vieron con vida a Hitler a finales de abril de 1945 como nazis fanáticos. Algo que pretende hacer creer que la historia del suicidio fue un montaje y una lección bien aprendida. Un estudio exhaustivo del perfil y el rol de cada personaje dentro del séquito íntimo de Hitler, especialmente de aquellos que lo rodeaban en 1945, pone de manifiesto que no en todos los casos puede utilizarse ese argumento. Hubo muchos personajes que, sin dudas, tornaron imposible la participación de un doble del dictador.

    Al margen de ocultamientos estalinistas, cuerpos hallados, actas de autopsias mal interpretadas y otras cuestiones, una pregunta ha retumbado una y otra vez en mi cabeza durante los últimos años. Si Hitler logró evadirse de la capital del Tercer Reich en el último momento, tal cual se ha afirmado, ¿cómo pudo escapar de Berlín, que medios utilizó, como se desarrolló ese plan y quienes facilitaron su huida en las mismas narices de los Aliados?

    Creo que esta última interrogante es una cuestión que los investigadores que adhieren a la teoría de la supervivencia de Hitler, aunque lo han intentado una y otra vez, jamás han podido resolver satisfactoriamente.

    El espíritu de esta obra es la de ser respetuosa sobre todas las opiniones. Si bien algunos investigadores han intentado abordar el tema seriamente, exponiendo teorías relacionados con dobles o escapes espectaculares por vía aérea, veremos en el transcurso de este trabajo que esas interpretaciones presentan problemas insalvables. Que no surgen precisamente de seguir en forma incondicional la historia oficial de Trevor Roper, sino del análisis de los hechos militares, políticos, psicológicos e históricos disponibles para tal fin.

    Como resultado de más de diez años de investigación, este trabajo narra los pasos de Hitler y su séquito durante su estadía final en la Cancillería del Reich. A medida que avancen los acontecimientos, éstos se analizarán desde la perspectiva de la historia oficial – muchas veces discutible – pero también desde la perspectiva de los autores revisionistas, presentando al lector los hechos de la manera en que realmente sucedieron y fundamentando el relato en datos siempre veraces y comprobados.

    Luego de presentar los hechos históricos, el lector tendrá libertad para reflexionar y desarrollar su propia opinión y puntos de vista.

    La segunda parte de la obra se dedica a la investigación realizada sobre otro tema controversial, que como no podía ser de otra manera, está íntimamente ligado a la supuesta fuga de Adolf Hitler hacia la República Argentina. Se trata de la llegada, desembarco clandestino y hundimiento de sumergibles alemanes en las costas de ese país sudamericano.

    En esta segunda etapa de la investigación, a diferencia de lo que sucede con la muerte de Hitler, las evidencias pueden llevarnos por un camino completamente diferente a lo que narra, hasta hoy en día, la historia oficial mundialmente aceptada.

    Casi desde el comienzo, y muchas veces respaldado por archivos de origen oficial, surge firme y cada vez con mayor claridad una historia que aún permanece a medio descubrir.

    Las investigaciones previas han aportado cada una su parte del rompecabezas. El presente trabajo ha recopilado nueva información, así como también nuevos testimonios de primera mano que llevan a la ineludible conclusión de que a las costas argentinas no sólo llegaron el U-977 y el U-530.

    Lamentablemente también existen y han existido otras historias, algunas de ellas de cierta popularidad entre quienes se sienten interesados en el asunto de los submarinos alemanes en Argentina. Historias fantásticas que lejos de haber sido confirmadas durante el transcurso de esta investigación se han confirmado irreales.

    Ha resultado por demás interesante repasar, desde el comienzo mismo de las Segunda Guerra Mundial, las actividades llevadas a cabo por la Kriegsmarine en las aguas del Atlántico Sur. Estableciendo, de esa manera, que las operaciones especiales de los lobos grises y otras unidades de la Armada de Guerra Alemana no fueron algo que exclusivamente se desarrolló en 1945, sino que hay una serie de hechos y registros, algunos de ellos oficiales, que nos indican lo contrario.

    Julio B. Mutti

    Buenos Aires, Octubre de 2012

    Capítulo I

    Hitler arriba a Berlín para dirigir la lucha final por la capital luego de la derrota en las Ardenas

    Septiembre de 1944. Wolfsschanze, Cuartel General del Führer en Rastenburg, Prusia Oriental. La actividad del Estado Mayor de la Wehrmacht se desarrollaba de manera frenética. Una atmósfera de desesperación comenzaba a flotar en el ambiente.

    Luego de haber sufrido constantes pérdidas de territorio en ambos frentes desde el desembarco de los Aliados en Normandía, Hitler, estaba decidido a retomar la iniciativa mediante una gran ofensiva. Esta acción concentraría gran cantidad de las últimas reservas de material y hombres de un agotado Tercer Reich.

    Adolf Hitler jamás concibió la posibilidad de iniciar algún tipo de diálogo de paz negociada en el Frente del Este. Por el contrario, había tratado de hacer la paz, de manera casi ininterrumpida, con los Aliados Occidentales desde 1940.

    El Führer creía que si concentraba sus mejores fuerzas en el oeste, en un momento en que las líneas de abastecimiento aliadas se habían prolongado demasiado y sus ejércitos buscaban reagruparse frente a las fronteras del Reich, lograría que Estados Unidos, tal vez acosado por su opinión pública, condujera a los Aliados Occidentales hacia la firma de un tratado de paz. Un acuerdo que diera vía libre a Alemania en el este. Podemos afirmar que aquella decisión de Hitler, compartida por su servil Estado Mayor General (OKW), respondía más a razones políticas que a militares. El dictador buscaba poner a los occidentales en una posición incómoda, que le permitiera firmar una paz de compromiso excluyendo a los soviéticos. Así, luego podría volverse hacia el Frente Oriental con todas sus fuerzas.

    El plan de la ofensiva, ya en septiembre de 1944, dejaba entrever que el Führer comenzaba a perder contacto con la realidad de los acontecimientos. Una situación que se iría incrementando con el correr de los primeros meses de 1945. Desde el punto de vista militar, Hitler creía que en el Frente Oriental aún disponía de cierto tiempo, el cual le daría algún margen de maniobra antes de que el Ejército Rojo amenazara de muerte al Tercer Reich.

    Durante una reunión preparatoria del ataque, realizada en Rastenburg algunos meses antes, Hitler intentaba justificar la gran ofensiva del oeste: "Durante muchos meses la Wehrmacht se ha visto obligada a realizar acciones puramente defensivas destinadas a bloquear y tratar de repelar el avance del enemigo en ambos frentes. Han sido meses de muchas dificultades que han acarreado la pérdida de territorios ocupados. La propaganda contraria, sobre todo la de los Aliados Occidentales, era unánime en presentar a Alemania como un cadáver pestilente, cuya eliminación no era más que cuestión de semanas. Hallándose en manos de los Aliados la posibilidad de elegir el momento de la aniquilación total."

    "No aciertan a ver que Alemania lucha por Europa para bloquear a Asia el camino hacia el Occidente. Las poblaciones de América y de Inglaterra están cansadas de la guerra."

    "Si Alemania, considerada como muerta, volviera a la levantarse, si el aparente cadáver vuelve a batallar en el oeste se puede suponer que los Aliados Occidentales bajo la presión de la opinión pública y en vista de su propaganda, reconocida como falsa, estarán dispuestos a una paz por separado con Alemania. (…) Esta es la tarea histórica de Alemania: formar la barrera de protección contra Asia, que desde más de mil años cumplen fielmente los alemanes." (1)

    La fecha seleccionada para la ofensiva – pleno invierno – tenía que ver con el reconocimiento alemán de la plena superioridad aliada en el aire. Inicialmente, el tiempo brumoso y de nubes muy bajas favorecieron la poca actividad de las fuerzas aéreas enemigas. De todas maneras, no había tiempo para aguardar el cambio de estación, la suerte de Alemania estaba echada desde hacía tiempo.

    La Wehrmacht desencadenó su última gran ofensiva occidental en el mismo escenario donde había lanzado la primera, en 1940. Las Ardenas, un antiguo macizo montañoso, donde abundan frondosos bosques y el cual se extiende principalmente entre Francia y Bélgica.

    Si bien la situación era muy distinta con respecto a 1940, Hitler pensó que podría volver a sorprender al enemigo utilizando esta zona de difícil acceso para los blindados y débilmente defendida por los norteamericanos. De hecho, la sorpresa inicial fue lograda por las fuerzas alemanas por segunda vez en la guerra.

    La ofensiva, que comenzó el 16 de diciembre, – en un principio estaba pactada para el 1 de diciembre - inicialmente fue exitosa. Especialmente beneficiada por la poca actividad de la fuerza aérea americana debido al mal clima. Algunas formaciones blindadas de Panzers, muy potentes y bien equipadas, se lograron reunir para ser empleadas en la batalla. Entre estas últimas destacaban el 6º Ejército Panzer del general de las SS, Oberstgruppenführer Josef Sepp Dietrich, uno de los favoritos del Führer, y el 5º Ejército Panzer de Manteuffel. Otras formaciones de infantería, artillería e incluso de la Juventudes Hitlerianas también formaban parte de la operación.

    A pesar de lograr algunos avances, inicialmente alentadores, ya desde el primer día de la ofensiva no se lograron los ambiciosos objetivos planteados.

    La Wehrmacht, desde un comienzo, logró romper las líneas americanas y penetrar profundamente en sus posiciones, especialmente en el sector del 5º Ejército norteamericano. Pero para el 24 de diciembre la situación se había estancado. La Fuerza Aérea Estadounidense estaba nuevamente operativa, lo que complicaba sobremanera el accionar de los alemanes.

    Pronto los germanos comenzaron a perder las esperanzas de alcanzar los objetivos planificados: dominar los puentes sobre el río Mosa y hacerse con la importante ciudad de Amberes, centro principal de avituallamiento de las prolongadas líneas norteamericanas.

    La última gran ofensiva del Tercer Reich estaba condenada al fracaso. Las razones fundamentales de este hecho radicaban en la superioridad aérea aliada y en la falta de carburante para el avance de los tanques alemanes. Los cuales varias veces se vieron detenidos por la falta de provisiones. En los primeros días de la ofensiva, cuando lo alemanes lograron crear una confusión importante en las líneas estadounidenses, los Panzers pudieron haber penetrado más profundamente en territorio enemigo. En parte no lo lograron por la alarmante falta de combustible para sus vehículos.

    Una de las condiciones principales para el éxito de aquella operación era lograr que las avanzadillas alemanas pudieran hacerse con depósitos de combustibles de los Aliados. Esto demuestra hasta qué punto el estado de abastecimiento de carburante era crítico en las Fuerzas Armadas Alemanas.

    El mariscal del Reich, Hermann Göring, había prometido al Führer que dos mil nuevos cazas a reacción se mantendrían en estricta reserva para la ofensiva. Una operación que Hitler había comenzado a considerar como la batalla decisiva de la guerra. Lo cierto es que para el momento de la acción solo se contaban con doscientos cincuenta aparatos de este tipo y unos setecientos cincuenta convencionales. Una vez más, Göring sería el objeto de duras reprimendas por parte del Führer. La Luftwaffe estaba derrotada desde hacía tiempo, la superioridad numérica y la capacidad industrial del enemigo eran abrumadoras; y las ventajas técnicas de los nuevos cazas a reacción se tornaban insignificantes para el resultado final de la batalla, dado el escaso número en que eran lanzados al combate.

    Una vez que resultó evidente que los objetivos planteados no serían alcanzados, Göring, en un típico intento de impresionar a su Führer, planificó un ataque con todos los aviones disponibles en el Frente Occidental. Buscaba desesperadamente destruir los aeródromos desde los cuales operaban los aparatos aliados que hostigaban constantemente las columnas blindadas y de granaderos alemanes. De aquella improvisada operación participaron alrededor de mil aviones de la Luftwaffe, entre ellos los modernos Me-262 a reacción. La Operación Bondenplatte, tal como se la bautizó, se llevó a cabo a principios de enero de 1945 y fue un completo fracaso que significaría la destrucción de la Luftwaffe como fuerza efectiva de combate. Este acontecimiento traería consecuencias fatales para la defensa final de la capital del Reich, la batalla por Berlín.

    El 20 de octubre de 1944, el Standartenführer Otto Skorzeny fue convocado al Wolfsschanze con el objeto de comparecer ante Hitler en persona. El famoso líder de comandos austríaco esperaba ser reconocido por su reciente acción desarrollada en Budapest, que acabó con el secuestro del hijo del regente de ese país, el almirante Horty. Sobre este hecho volveremos más adelante.

    Luego de que Skorzeny narrara a solas a Hitler el desarrollo de su reciente misión especial, el Führer comentó al teniente coronel de las Waffen SS el verdadero motivo por el cual había sido convocado.

    "Quédese Skorzeny, hoy he de darle el encargo más importante de su vida..."

    Sobre esta frase de Hitler bastante es lo que se ha escrito. Y sus interpretaciones son bastante disímiles. Como no podía ser de otra manera, se ha llegado a concluir que aquella frase del Führer se refería a una supuesta participación de Otto Skorzeny en un plan de evasión de Hitler a finales de abril de 1945. ¿Dónde estaba entonces, Skorzeny en abril de 1945? Se ha establecido, sin lugar a dudas que no estaba cerca del Hitler y el círculo de personas cercanas que lo rodeaba.

    Aquel día, Hitler dio las primeras instrucciones a su compatriota para que formara una pequeña brigada acorazada. Vestirían uniformes regulares norteamericanos y utilizaría vehículos capturados con el objeto de infiltrase tras sus filas. No era una misión de escasa importancia, ya que parte de los planes alemanes estaban basados en crear confusión detrás las líneas americanas.

    Es común caer en el error de creer que la única misión, de la que fue denominada brigada acorazada 105, era la de generar el caos tras las líneas enemigas. La misión fundamental del pequeño grupo de combate de Skorzeny era la de sobrepasar la línea del frente al amparo de su camuflaje y tomar intactos los puentes principales sobre el río Mosa, en el sector de avance del 6º Ejército acorazado de las Waffen SS.

    Desde el comienzo Skorzeny se encontró con una serie de dificultades muy importantes, lo que hizo presentar formalmente ante el general Jodl un pedido de cancelación de toda la operación. El material prometido no llegó a tiempo y cuando lo hizo se encontraba en condiciones muy malas. Los pocos tanques Sherman capturados a los estadounidenses tenían enormes problemas técnicos. Los uniformes enemigos eran escasos y el grueso de las unidades debía viajar en camiones cerrados vistiendo el atuendo alemán. Sólo los choferes y sus acompañantes utilizarían los uniformes capturados.

    La carencia de vehículos acorazados estadounidenses fue suplida con tanques Panther alemanes, camuflados y pintados del clásico color verde militar del US Army. De todas maneras, para el mismo Skorzeny, sólo un recluta novato y con la ayuda de la penumbra nocturna, podría tragar tal anzuelo. El idioma era otro problema. Hubo algunas complicaciones para reunir alemanes que hablaran inglés decentemente y que además pudiera imitar el slang americano. De todas maneras, se consiguió un buen número de antiguos marinos que probaron ser aptos para la tarea. Fueron divididos en diferentes grupos y disfrazados como sargentos americanos.

    Lo cierto es que la Operación Grifo – Greif – tal como fue denominada, jamás se llevó a cabo. El avance del 6º Ejército acorazado de Sepp Dietrich nunca fue el esperado. Skorzeny, dadas todas las dificultades, se vio obligado a cancelar definitivamente la operación. Apenas se enviaron cinco o seis grupos de comandos, montados en Jeeps, que penetraron varios kilómetros tras las líneas enemigas. Lograron crear cierto caos, indicando caminos erróneos a columnas acorazadas aliadas, alterando señalizaciones y volando un depósito de municiones. Con todo, el efecto más importante fue el psicológico. Los estadounidenses se volvieron completamente paranoicos y comenzaron a ver comandos de las SS camuflados en todas partes. Llegaron a detener un gran número de compatriotas inocentes, incluidos oficiales, por sospechas muy menores y hasta ridículas. En cambio, muy pocos comandos de Skorzeny fueron detenidos, logrando la mayoría de ellos retornas a las filas alemanas.

    Para dirigir la ofensiva de las Ardenas, Hitler se había trasladado a su Cuartel General de Adlerhorst – Nido del águila - en la localidad cercana al frente de Bad Nauheim. Este complejo había sido construido por Albert Speer en 1939 y sólo fue usado por Hitler en aquella ocasión.

    Tras abandonar el Wolfsschanze de Rastenburg, – Guarida del lobo – el 20 de noviembre de 1944, Hitler se había trasladado a Berlín para someterse a una operación de garganta de menor importancia. Más tarde, el 10 de diciembre por la noche, dejó la capital en su tren blindado. En Adlerhorst planeaba dirigir la gran ofensiva con la cual esperaba revertir el curso de los acontecimientos. Acontecimientos que dejaban entrever un futuro oscuro para la Alemania nazi y en especial para sus dirigentes.

    Luego de que las acciones militares en las Ardenas no marcharan como Hitler lo esperaba, el Frente Oriental trajo nuevas preocupaciones. Tal como el general Guderian – Jefe del Estado Mayor del Ejército (OKH) - lo anticipara sin ser escuchado, el 12 de enero de 1945 el 1º Frente Ucraniano, al mando del mariscal Konev, dio comienzo a la ofensiva del Vístula. Nuevamente el Reich se veía seriamente amenazado por dos frentes que se cernían sin piedad avanzando firmemente sobre territorio alemán. (2)

    A mediados de la tarde del lunes 15 de enero de 1945, y como consecuencia del gran avance enemigo, Hitler abandonó, para siempre, su cuartel de Adlerhorst. Regresó así a Berlín en su tren privado, señal de que sus esperanzas de revertir los acontecimientos en las Ardenas estaban perdidas. Lo que él llamó la batalla decisiva de la guerra estaba terminada y la Wehrmacht derrotada.

    En un principio, el dirigente nazi había declarado que el Frente Oriental debía arreglárselas por sí solo. Aquello significaba que el OKH de Guderian, debía esperar hasta el desenlace final en las Ardenas. Sin embargo, el dictador, repentinamente detuvo toda actividad en el oeste y retornó a la capital germana para volver su atención nuevamente hacia el oriente. Sabía que su suerte estaba echada. Ahora pretendía encausar todas sus fuerzas y atención para detener a las hordas bolcheviques que avanzaban desde el mismo corazón de Rusia, ávidas de venganza.

    Muchas veces se ha escrito y manifestado que Hitler, inmerso en sus delirios de fantasía e irrealidad, nunca aceptó que la guerra estaba perdida. Al menos hasta la famosa semana final en el bunker durante abril de 1945. Sin embargo, durante su recién mencionada estadía en Adlerhorst, uno de sus principales colaboradores, el coronel Nicolas Von Below, – su ayudante de la Luftwaffe - quien permaneció a su lado por nada menos que ocho años, dejó constancia de lo contrario.

    Al parecer, el Führer mantenía, aún durante aquellos días traumáticos, ciertos lazos con la realidad. Von Below afirmó, sin dudarlo, que antes de partir desde Adlerhorst, Hitler le confesó lo siguiente: Sé que la guerra está perdida… La superioridad del enemigo es demasiado grande. Luego pronunciaría su famosa frase: "Jamás nos rendiremos, podemos caer pero con nosotros caerá todo un mundo" (3). La batalla decisiva estaba perdida hacía tiempo.

    El testimonio de Below hace pensar que Hitler, si bien muchas veces realizaba manifestaciones fantásticas sobre armas de venganza, o apostaba a movimientos de ejércitos inexistentes en la práctica, ya desde principios de 1945 sabía perfectamente cuál era el desenlace que le aguardaba. Es de suponer que muchas de sus afirmaciones sobre la victoria final, aún realizadas en privado en abril de 1945, estaban destinadas a elevar la moral de los que aún se mantenían dispuestos a seguirle. Sin importar las consecuencias ni el desastroso final que les esperaba. También a mantener el poder hipnótico que en su corte generaba, lo que le dio el dominio total sobre su entorno y las decisiones hasta el mismo final dramático del Tercer Reich.

    El día 16 de enero de 1945, Hitler y su séquito de colaboradores, enlaces, ayudantes y sirvientes se instalaron en la dañada pero aún imponente Cancillería del Reich. Ya nunca la abandonarían. El colosal edificio estaba situado en el distrito gubernamental de la capital del Reich, entre la Vosstrasse y la Wilhelmstrasse.

    El Führer se disponía a dirigir lo que él llamó la batalla final del Tercer Reich. Si bien Alemania contaba con otros grupos de ejército casi intactos y combatiendo en otros frentes o países ocupados, Hitler sabía que aquella efectivamente era su batalla definitiva. La que dictaría su suerte y la de sus seguidores.

    No caben dudas de que el dictador alemán no imaginaba un Reich sin su gloriosa capital. Aquella Gran Germania que había soñado junto a su arquitecto y ministro, Albert Speer. Dotada de inmensos monumentos y edificios, que eran tan impresionantes que hasta se dudaba que el suelo de Berlín, algo arenoso, pudiera soportarlos. Sin embargo, para la opinión del Führer, ese escenario se hallaba todavía lejano. Creía que podría contener a los soviéticos en Pomerania o en el Oder…

    La nueva Cancillería del Reich había sido encargada por Hitler a Speer en 1938. Su costo fue sideral, así como su magnificencia. Ocupaba un enorme predio y estaba inspirada en el neoclasicismo y en el art decó. Su imponencia estaba destinada a hacer sentir pequeños a los dignatarios de otros estados que la visitaran. ¡En la larga caminata desde la entrada hasta la sala de recepción los extranjeros van a hacerse una idea del poder y la grandeza del Reich alemán!. (4) Manifestó Hitler apenas visitó la obra maestra de su arquitecto predilecto.

    Debajo de los jardines de la imponente Cancillerías se ubicaba el refugio antiaéreo del Führer. Un bunker construido en 1943, cuando ya era evidente que la promesa de Göring de mantener libre de bombas a Berlín era una amarga quimera.

    Las afirmaciones sobre el estado en general de la Cancillería, para inicios de 1945, pueden diferir bastante entre sí. Existen trabajos que afirman que se hallaba en extremo dañada. Mientras que en otros, hablan de un edificio dañado por producto de los bombardeos aliados. Lo seguro era que, dada la magnitud de las incursiones aéreas y la proximidad de la artillería rusa, la más aconsejable sería alojarse en el Führerbunker, a cuyas instalaciones nos referiremos más adelante.

    Las fuerzas soviéticas que intentaría contener Hitler habían desmoronado las formaciones defensivas emplazadas sobre el Vístula y avanzaban a razón de 60 Km. diarios en dirección a Berlín. Tras comprobar en el mapa la posición de los rusos, un general alemán podía sacarse los pantalones e ir tranquilo a la cama. A medianoche ya habíamos llegados donde se hallaba ese general, recordaba el general Gusakovsky. (5)

    La ofensiva de invierno, la cual había comenzado el 12 de enero en el Vístula, estaba compuesta por más de seis millones setecientos mil combatientes soviéticos. Desplegados desde el Báltico hasta el Adriático. Representaban más del doble de los efectivos utilizados por la Wehrmacht en la Operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética en el año 1941.

    Las estimaciones del general Guderian, sobre que el Vístula era un castillo de naipes a punto de derrumbarse, no eran para nada exageradas.

    El frente de ataque que en abril convergería sobre Berlín estaba compuesto por tres ejes. Al norte avanzaba el 2º Frente Bielorruso al mando del general Rokosovssky; en el centro, el 1º Frente Bielorruso estaba al mando del célebre y brutal mariscal Georgi Zhukov; mientras que al sudeste se aproximaba el 1º Frente Ucraniano mandado por el mariscal Ivan Konev. En el sector destinado a atacar la capital se acercaban alrededor de dos millones y medio de combatientes soviéticos. Por su parte, los alemanes podían apenas contar con alrededor de cuatrocientos mil defensores, muchos de ellos de las Juventudes Hitlerianas y de la Volkssturm, muy mal equipados. Esta última era una organización paramilitar formada por personas exentas del servicio por motivos de edad, ya sea corta o avanzada.

    La superioridad del Ejército Rojo, en la batalla final por Berlín, era de 10 a 1 en infantería, 7 a 1 en tanques y 20 a 1 en artillería. Existen pruebas de que Hitler estaba al tanto de la fuerza apabullante con que contaban los rusos antes del año nuevo de 1945. Aun estando en su Cuartel General de Adlerhorst, recibió la Nochebuena de 1944 con la visita del Jefe de Estado Mayor del Ejército, el célebre comandante de tanques general Heinz Guderian, junto a su ayudante de información, el general Reinhardt Ghelen.

    Guderian era un hombre de carácter duro, quien ya en varias oportunidades había discutido con el Führer y su séquito servil del Estado Mayor General. Había empleado un tono que nadie se atrevía a utilizar. Hitler no la había destituido, tal como había hecho con otros, porque conocía de su gran valía como estratega militar.

    Ghelen y Guderian informaron las cifras, que, se estimaba, había logrado reunir el Ejército Rojo en el Frente Oriental para la ofensiva de invierno. Tanto Hitler como su Estado Mayor, con su leal y funcional Keitel a la cabeza, tildaron aquellas informaciones de disparatadas.

    Si bien podemos pensar que al tomar esa actitud Hitler seguía imbuido en su mundo de fantasía y realidad paralela, como comentamos anteriormente, horas después de aquella reunión confesaba a su ayudante de confianza von Below que la guerra estaba perdida debido a la superioridad abrumadora del enemigo.

    Desde ese momento, 24 de diciembre de 1944, Hitler sabía para sus adentros que su destino final era cuestión de unos pocos meses. Pero, para sus afueras, no podía aceptar esta realidad. Era la única persona por la cual Alemania se mantenía en guerra y por el cual todo el pesado andamiaje nazi seguía funcionando. Cualquier manifestación del Führer contraria a la victoria final resultaría en el total derrumbamiento de la Wehrmacht. Tal vez, varios miembros de su séquito de políticos, SS y algunos militares ciegamente leales comenzarían a dudar de su líder.

    Algunos escritores de diversas nacionalidades sostienen que Hitler no murió en Berlín el 30 de abril de 1945. Afirman que escapó a último momento, cuando el mes de abril llegaba a su ocaso; incluso, otros no tienen dudas de que se evadió de la capital una semana antes de esa fecha.

    A través de la declaración de von Below, podemos deducir que el dictador había comprendido que el desenlace era inminente. Por lo menos desde el 24 de diciembre de 1944. Entonces, existe una pregunta que no podemos dejar de hacernos si pensamos que el Führer realmente quería prolongar su vida en las sombras, hacia algún rincón alejado del mundo: ¿Por qué habría de esperar, el Führer, Adolf Hitler, hasta encontrarse completamente cercado, casi incomunicado, privado de parte de su habitual séquito de sirvientes, médicos y ayudantes; cuando la superioridad aérea de los Aliados era cada días más aplastante, los aeródromos cercanos de Gatow y Rechlin y los demás habían caído o estaban por hacerlo; cuando aterrizar un avión de porte mediano en el Eje Este – Oeste era una tarea de sumo riesgo y cuando las tropas rusas combatían a metros de la Cancillería del Reich en una carrera alocada entre ellas por llegar al distrito gubernamental?

    Hitler ha sido una y mil veces descripto por su círculo íntimo como una persona que dudaba, durante un tiempo considerable, antes de tomar una decisión importante. Pero una vez que tomaba una resolución, su actitud era la de no cambiarla por nada del mundo. Una vez tomada una decisión sobre un asunto largamente pensado, "El resto éramos polvo bajo sus pies" (6).

    De haber tomado la decisión de evadirse de su oscuro destino final, sin dudas, Hitler hubiera tomado esa trascendental resolución con bastante anticipación. Seguramente mucho antes de abril de 1945, y no habría de ninguna manera improvisado una fuga a último momento, con el riesgo de caer vivo o herido en manos de los soviéticos. Un enemigo impiadoso, que lo exhibiría tal como él mismo mencionó en los momento finales de su vida: "Como una atracción para sus masas histéricas" (7).

    El Führer, derrotado en las Ardenas y con las oscuras perspectivas que se le presentaban en el Frente Oriental, en lugar de planificar su evasión, decidió recluirse en Berlín a comienzos de 1945. Aguardando así la llegada de su hora decisiva.

    En varias oportunidades, incluso luego del último cumpleaños del 20 de abril, cuando el desenlace era solo cuestión de días, manifestó a su círculo íntimo que dejaría para más adelante la decisión de huir o permanecer en Berlín hasta el final. El Führer sabía muy bien que permanecería en la capital. Pero, como ya se dijo, no podía confirmarlo hasta el momento culminante, cuando la influencia sobre su entorno y sobre su pueblo ya no tuviera sentido alguno.

    Volviendo al momento en el cual Hitler llegó a Berlín para afrontar la batalla por la capital, no puede dejar de mencionarse la manera en la cual el Führer quiso que la ciudad capital de su Reich milenario afrontara la batalla decisiva por su supervivencia.

    En caso de que el Ejército Rojo no pudiera ser detenido en los altos de Seelow, último obstáculo natural antes de Berlín, Hitler apostaba a convertir la batalla por la capital en una guerra callejera. Donde la superioridad abrumadora del enemigo se viera reducida por el entorpecimiento de la geografía urbana. En la configuración de ese tipo de batallas también contaba la presencia de civiles. Para Hitler no eran más que un instrumento que sería utilizado para entorpecer el avance enemigo. Por ese motivo, el dictador se negó a evacuar a los civiles berlineses. Declaró que, en todo caso, "si Alemania se hundía era porque su pueblo no era digno de su Führer" (8).

    Al momento del retorno de Hitler, el 16 de enero, Berlín ya estaba en condiciones desastrosas. Las constantes incursiones aéreas de los Aliados no cesaban ni de día ni de noche. Sus fuerzas aéreas se turnaban para mantener una lluvia constante de toneladas de explosivos, que todos los días asolaban la capital del Reich alemán.

    La Luftwaffe había perdido toda capacidad de resistencia. Más aún luego de que Göring intentara dar un golpe de timón con la Operación Bondenplatte, aniquilando inútilmente gran cantidad de aparatos que eran necesarios en la defensa de Berlín.

    Los civiles pasaban ya más tiempo en los refugios antiaéreos que en cualquier otro lugar. A tal punto, que comenzaron a contar con asistencia médica para mujeres que dieran a luz mientras estaban recluidas a varios metros bajo tierra. Los muertos civiles se multiplicaban a cada momento, quedando los cuerpos expuestos a la intemperie.

    Los berlineses, quienes fueron en los principios del nazismo los más resistentes a la política de Hitler, habían perdido ya, a esas alturas, la moral. Perdían cada vez más el miedo a mostrar su desacuerdo con el régimen en público. Por ejemplo, algunos chistes que circulaban entre los berlineses decían que las siglas LSR, omnipresentes en los refugios antiaéreos, significaban por sus siglas en alemán "aprenda ruso enseguida. Otros habían dejado de usar el Heil Hitler como saludo oficial y lo habían reemplazado por un Bleib ûbrig" – sobrevive – (9).

    La ciudad estaba dominada por un aire de derrumbamiento inminente, tanto en las vidas personales como en lo referente a la vida de la nación. Los rumores de violaciones por parte de los rusos, los cuales llegaban desde Prusia Oriental, hicieron que muchas mujeres buscaran una pareja ocasional para prescindir de su inocencia. Al menos en manos de un alemán. Muchos se empeñaban en construir barricadas con tranvías tumbados sobre la vía pública, como si aquello fuera a detener a los cientos de T-34 soviéticos que pronto arrollarían con toda resistencia.

    A pesar de la situación desoladora, muchos berlineses se empeñaban en llevar una vida lo más normal posible. Acudiendo todavía a su trabajo, en caso de que el edificio se mantuviera en pie, y teniendo en cuenta que el suministro eléctrico se mantenía en actividad. No eran pocos los que se las arreglaban tratando de pernoctar en lugares cercanos a sus oficinas, ya que el transporte público prácticamente había dejado de funcionar (10).

    En definitiva, el Ejército Rojo, aún no habían llegado al Oder. Y según la propaganda de Goebbels, había tiempo para utilizar en su contra las mentadas armas milagrosas que dieran a la guerra un golpe de timón de ciento ochenta grados.

    Cardona,Gabriel. Segunda Guerra Mundial Día a Día; 1939-1945, tomo XVIII Ed. Buenos Aires:Planeta, 2010

    Beevor, Antony. Berlín. Barcelona: Ed. Critica, Booket, 2005. P 41 y 44

    Von Below, Nicolaus. At Hitler's Side: The Memoirs of Hitler's Lufwaffe Adjutant 1937-1945.Barcelona: Maguncia, 1980. P 398

    Sereny, Gitta. El Arquitecto de Hitler: su lucha con la verdad Buenos Aires; Vergara, 1996.Declaraciónes de A. Speer.

    Beevor Op. cit. p 83

    Roper, H.T. Los Últimos Días de Hitler. Barcelona: Rotativa, Plaza & Janés, 1975. Cita de H. Göring.

    Ibid.

    Ibid.

    Beevor Op. cit. p 20 y 21

    Beevor Op. cit p 20 y 21

    Capítulo II

    El círculo íntimo de Hitler. Quiénes rodeaban al Führer en 1945. Las intrigas en torno al poder político centralizado.

    Para poder comprender los hechos históricos que acontecieron en el bunker de la Cancillería del Reich, en el período que abarca desde el 16 de enero al 8 de mayo de 1945, así como también para analizar los mitos y versiones que se han narrado a lo largo de los años, es necesario conocer, interpretar y familiarizarse con los perfiles, el accionar y las historias, de aquellas personas que rodearon al Führer. Su círculo íntimo o "entourage" – séquito - más cercano.

    Por supuesto no todos los que rodeaban al dictador tenían la misma importancia, nivel de jerarquía o valor a los ojos del Führer. También era posible, dentro de la corte del dictador, ascender o descender en su consideración de acuerdo a como se desarrollaran los acontecimientos y las intrigas internas entre los diferentes actores.

    Es necesario establecer, a los fines de comprender correctamente el funcionamiento social y político de este grupo de personas, que la forma en que se comportaban los miembros del círculo íntimo de Hitler poco tenía que ver con la manera en que se desenvuelven o se han comportado, a lo largo de la historia del siglo XX, cualquier otro gabinete de colaboradores de un Jefe de Estado; sea éste un gobierno legítimo o de facto.

    La estructura del gobierno nazi estaba centralmente planificada. Al punto de que toda decisión o acción relevante, fundamentalmente de tipo político y/o militar, debía contar con la aprobación de su máximo líder. Algunas otras cuestiones, que sin dudas pueden parecer superfluas para un Jefe de Estado, eran seguidas con atención por Hitler. También dependían de su aprobación, por ejemplo, el tratamiento de obras de arte, museos y temas relacionados a la arquitectura de algunos edificios gubernamentales. El resto de los asuntos, mientras no tuvieran relevancia política o militar, eran delegados a sus colaboradores o a sus organizaciones súper burocráticas. Pero casi siempre requerían al menos el visto bueno del dictador.

    Tal vez, con la excepción del arquitecto Albert Speer, a quien nos referiremos en detalle más adelante, el círculo íntimo de colaboradores del Führer no se comportaba, generalmente, como un grupo de funcionarios en busca de la eficiencia profesional. Actuaban casi como satélites en torno a su jefe político, buscando constantemente complacer al Führer. Proceder o decir lo que creían que a él le agradaría. De esa manera, la consideración sobre ellos crecería.

    Mantener el favor de Hitler era la única manera de conservar el poder y obtener beneficios dentro de entourage. De nada servía ser eficiente, tener el favor del pueblo o del partido nazi sin el favor del Führer. Aunque este hecho implicara complacer el punto de vista del dictador, sabiendo que se obraba en contra de los intereses nacionales o del mismo sentido común dictado por la realidad de los acontecimientos.

    A diferencia de lo que la historia oficial muchas veces ha predicado, y a pesar de actuar como se ha descripto en el párrafo precedente, podemos afirmar que algunos de sus colaboradores fueron capaces y eficientes funcionarios. Independientemente de su relación con los crímenes nazis. Entre ellos podemos citar al ambiguo Albert Speer. Quien luego de desempeñarse como el arquitecto personal del Führer fue creciendo en su consideración hasta convertirse en uno de sus únicos pseudoamigos; tal vez, en lo más cercano a un amigo que Hitler jamás tuviera.

    Speer asumió, ya con la guerra muy avanzada, el cargo de Ministro de Armamentos. Rol en el cual desarrolló una tarea tan descomunal como eficiente, logrando incrementar la producción de equipos y municiones hasta niveles impensados. Aun cuando los bombardeos aéreos sobre Alemania eran devastadores.

    Otro caso de aguda inteligencia, a pesar de que puede ser considerada como macabra y al servicio del mal, fue el ministro de propaganda Joseph Goebbels. Sobre él también volveremos más adelante.

    Lo importante es que la forma en que se movían y actuaban estos colaboradores cercanos al Führer y la manera de gobernar del dictador, concentrando absolutamente todo el poder político en su persona y en el partido, transformó a los integrantes del gobierno en una corte. Aquello se vio aún más acentuado a partir de los grandes triunfos logrados en

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