Año/Cero

UN IV REICH EN LA SOMBRA

El 30 de abril de 1945 supuso un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Era el fin de una era de sangre y muerte nunca antes vista, y el inicio de otra también estremecedora, la era atómica. Pero en aquella fecha, además, tomaba forma uno de los grandes misterios de la historia contemporánea hasta hoy. Aquel frío día de primavera tenía lugar, en un Berlín asediado, el suceso capital para acelerar la derrota definitiva del nazismo y el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial. Era la fecha, marcada al rojo en el calendario de efemérides, en que Adolf Hitler decidía pasar a mejor vida. O al menos eso parecen corroborar las investigaciones científicas más recientes, tras décadas de controversias y especulaciones. 75 años después, su legado de odio, no obstante, sigue vivo entre más grupos de la sociedad de lo que pudiera parecer.

La historia de los restos «perdidos» del mandatario nazi y la suerte que corrieron, dieron pábulo a todo tipo de teorías conspirativas, aunque la enrevesada trama real parece que sucedió como sigue: una vez que los soviéticos tomaron Berlín y entraron en el búnker de la Cancillería, un soldado encontró los restos de Hitler y Eva Braun, en el jardín, en el lugar que hoy ocupa el parking con una placa identificativa colocada por la sociedad Berliner Unterwelten e.V. Ambos cuerpos, o lo que quedaba de ellos, por orden dictada por el propio Hitler antes de morir, habían sido introducidos en un agujero de obús y se les roció con 200 litros de gasolina de los depósitos de los automóviles que aún permanecían en el búnker. Puesto que hacía mucho viento y no se podía encender una cerilla, Martin Bormann prendió una antorcha y se la pasó a Erick Kempa, quien prendió fuego a los cuerpos tras trece años sirviendo como chófer al Führer –y quien años después publicaría el superventas Yo quemé a Hitler–. En la escena estaban presentes también Joseph y Magda Goebbels, que no tardarían en seguir los pasos de su líder. Aunque los restos de Hitler y Braun parece que no estaban en muy buen estado, como muchos de los dientes que tenía el dictador eran implantes metálicos, la suerte jugó un papel importante: resulta que la mandíbula quedó casi intacta.

Tres días después, el 8 de mayo de 1945, el coronel soviético Vassily Gorbushin entregó en el más absoluto de los secretos a Yelena Rzhevskaya, intérprete de Ejército Rojo, una caja de color rojo y un mensaje: «Aquí están los dientes de Hitler y a partir de ahora respondes por ellos con tu vida». Eso contaría la propia Yelena en su libro de memorias.

Al parecer, aquellos vertiginosos y confusos días la caja se encontraba en una unidad más retrasada, y puesto que no había ningún lugar donde dejarla a salvo, se entregó su protección a Rzhevskaya. Los altos mandos, al parecer, lo hicieron porque en la mentalidad machista de entonces, creían que siendo mujer era menos probable ¡que se emborrachase y los perdiera!

¡HITLER VIVE!: LAS CLAVES DEL MITO

Por supuesto, aquellos restos y aquellos dientes podían no ser los

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