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Trampas que enferman
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Libro electrónico367 páginas26 horas

Trampas que enferman

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Información de este libro electrónico

Descubre cómo los anzuelos ideológicos cotidianos nos colonizan la mente y nos quitan la salud.

La vorágine cultural y comercial de esta era de la exageración sobreexige a las personas y coloniza sus mentes, no sin antes estresarlas y agotar sus defensas. Los afectados se vuelven proclives, entre otros males, a la enfermedad. En paralelo, el exceso de racionalidad que producen el discurso tecnocientífico, la lógica empresario-mercantil y el mundo -en teoría- carente de fallas de la informática fomentan otra fuente de patología: la rigidez de pensamiento.

Ante esta preponderante dificultad para gestar una cultura más saludable, la única salida individual será armonizar nuestro mundo mental, y con ello obtener más margen para la salud. Solo así podremos enfrentar airosamente los avatares de la vida actual, que tiende a desorientarnos y a alejarnos de nosotros mismos.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento4 jul 2018
ISBN9788417533724
Trampas que enferman
Autor

Jorge Ballario

Jorge Ballario, residente en Argentina, se desempeña como psicólogo, psicoanalista y escritor. Es autor de cuatro libros: Las imágenes ideales, Las ventanas del deseo, Mente y pantalla y Trampas que enferman. Participó en numerosos cursos y seminarios, asistió a congresos nacionales e internacionales, y ha dictado conferencias en distintas ciudades del país. Colabora con el diario Página/12 de Buenos Aires, con diversos sitios de Internet -entre los que se cuentan Contrainfo.com, PortalPsicologico.org, Antroposmoderno.com y Elpsitio.com.ar-, y también con algunos medios gráficos de Córdoba y de Rosario. Con ello, suma hasta hoy más de trescientos artículos publicados.

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    Trampas que enferman - Jorge Ballario

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Trampas que enferman

    Primera edición: junio 2018

    ISBN: 9788417234898

    ISBN eBook: 9788417533724

    © del texto:

    Jorge Ballario

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España — Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Mi agradecimiento a Marina di Marco por sus correcciones y sugerencias, y también a su padre, Marcelo, quien me enseñó el valor de la corrección.

    Deseo agradecer, además, a todas las personas que me aportaron la información que necesité para desarrollar los casos psicobiográficos que ocupan el primer capítulo de la presente obra. Lamentablemente, no puedo mencionar sus nombres para proteger las identidades de los involucrados en esas historias.

    A todos ellos: muchas gracias, una vez más

    Introducción general

    Según la Organización Mundial de la Salud, «la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades». Pero… ¡cuán lejos de ese objetivo se halla el hombre occidental! Esto es lo que trataré de mostrarle al lector, aunque —preciso es decirlo— no son pocos los que se creen muy cerca de esa meta. Y digo «creen» porque, en realidad, la gente hedonista, típica de esta época, procura cultivar el bienestar, pero debe —paradójicamente— soportar dolores, disfunciones orgánicas, accidentes, y hasta enfermedades mortales, incluso cuando todavía se encuentra en la plenitud de su vida. Hacen todo lo posible para pasarla bien, pero parece que algo más poderoso las impulsa al malestar y a la enfermedad. ¿Qué ocurre para que tantas personas sufran, cuando en verdad buscan frenéticamente disfrutar?

    Para responder a este interrogante voy a desplegar dos visiones complementarias sobre la vida y la enfermedad. Por un lado, una mirada individual, relacionada con los casos psicobiográficos que desarrollaré en el primer capítulo. Por otro lado, la mirada ideológicosocial, que trabajaré como causa de malestar y de patología, mostrando cómo para muchas personas se superpone —al modo de la gota que hace rebalsar al vaso— a una base neurótica previa.

    Desde hace ya muchos años, y debido, con seguridad, a la cultura de la imagen y al fomento del deleite por consumir, el paradigma ha cambiado radicalmente: la cultura del goce reemplazó a la anterior, del trabajo, y disfrutar se volvió casi una obligación. El problema es que cuando algo de orden privado y espontáneo —como la capacidad de disfrutar— deviene en un mandamiento cultural, se altera su esencia, y ello perturba a sus desprevenidas víctimas. Al procurar cumplir con el perverso precepto ideológico, estas se esclavizan en rituales sociales vacíos, y se sienten culpables de no lograr la satisfacción deseada. Una verdadera emboscada cultural, que echa más leña al ardiente malestar contemporáneo.

    ¿Por qué hablamos de todo esto en un libro sobre la salud y la enfermedad? La respuesta es concisa, pero no se trata de un tema menor: en la era de las multinacionales y de la fenomenal concentración de la riqueza, no podemos soslayar la perniciosa y vasta influencia que producen tales colosos económicos en los individuos, mediante la colonización discursiva de sus mentes. Esto incide en el malestar y en las epidemias actuales.

    Otra veta de este asunto reside en el exceso de racionalidad que impulsa el sacralizado discurso tecnocientificista. Puede parecer a primera vista inocuo. Sin embargo, si lo sumamos a la hiperracionalidad que emana de la lógica empresarial y mercantil y a la fascinación que produce el mundo —sin fallas— de la informática podremos comprobar cómo fomenta rigidez en el pensamiento. Esta alternativa es, en sí misma, fuente indiscutible de malestar y patología.

    Paralelamente, la ciencia, desde una perspectiva genérica, les atribuye a las diversas enfermedades una causalidad —vinculada, entre muchas otras, a razones genéticas, desarreglos vitales, estrés, vida sedentaria, tabaquismo, alcoholismo, mala alimentación, obesidad y ansiedad—. Pero existe un mundo que la ciencia tiene casi vedado: el mundo de nuestras experiencias singulares —vivencias, emociones, sentimientos conscientes e inconscientes...—. Es fundamentalmente en este ámbito psicológico donde surgen los principales condicionamientos y determinaciones, capaces de impulsarnos al goce sublime o a la tragedia. Al mismo tiempo, la ciencia —mediante rótulos o clasificaciones— procura capturar, en algunas de sus estandarizadas vicisitudes estadísticas, nuestras escurridizas subjetividades.

    Esta obra expondrá algunos puntos relacionados con la salud y la enfermedad, que, en el mundo actual se hallan casi siempre enmarcados en un contexto ideológico que los hace muy difíciles de detectar. Se desprende de estas últimas palabras que la ideología, en su función de cubrir o distorsionar la realidad —al servicio de intereses ajenos a nuestra cotidianidad—, es la gran trampa de esta era: no nos permite detectar las demás trampitas. Estas serían velozmente neutralizadas si tuviésemos la suficiente claridad mental para detectar la trampa principal. ¿Cuáles son esas trampas y trampitas? Aquí, como muestra, esbozo algunas. El orden de exposición no es indicativo de la importancia relativa que poseen.

    •Muchas tragedias humanas individuales, cuando son producto de enfermedades o accidentes graves en gente relativamente joven, se vinculan a un guion infantil inconsciente que predispone a la persona para ellas. Por eso resulta difícil preverlas o revertirlas. Sin embargo, sería bastante posible lograrlo en los casos en los que el afectado siente que algo en su vida no funciona bien y decide corregirlo. Una forma es la psicoterapia profunda, pero hay también otras opciones, y ninguna resulta desdeñable. El cambio también puede ocurrir gracias a alguna contingencia favorable. Por el contrario, las ciencias duras poco consiguen hacer con ese aspecto fundamental de la vida humana, dado que la partida decisiva se juega en la singularidad de cada sujeto.

    •Para el psicoanálisis, el síntoma que aqueja a alguien posee un sentido profundo, y constituye la manifestación de un conflicto inconsciente. La terapia psicoanalítica puede influir y modificar el rumbo potencialmente trágico que alguien, sin saberlo, puede haber venido efectuando en su vida. Sin embargo, esta disciplina es combatida mediante el pretexto de falta de cientificidad.

    •La era de la exageración —exageración tecnoinformática, consumista y cultural— en la que estamos inmersos nos adormece los sentidos, eclipsa nuestro mundo interno y aletarga nuestro pensamiento crítico. Estas condiciones básicas contribuyen a generar síntomas como la ansiedad generalizada, la desorientación subjetiva, el malestar y la enfermedad.

    •Los serios y progresivos desequilibrios ecológicos producidos por nuestra sistemática devastación del planeta son la otra cara de la moneda del malestar y de la enfermedad humana: existe una correlación entre la enfermedad de la tierra y la del hombre. Ya veremos por qué.

    Llegado a este punto, aclaro que voy a adherir a las reglas para la interpretación de las enfermedades que esbozan Dethlefsen y Dahlke en su libro La enfermedad como camino¹.

    ***

    Por otro lado, esta obra complementa las clásicas causas psicobiológicas y ambientales de las enfermedades, con aquellas que denominamos «causas ideológicas». ¿Qué se entiende aquí por «ideología»? Constituye una poderosa herramienta de control social, que se utiliza para quitarle la libertad al ser humano, convirtiéndolo en parte de una masa manipulable. Las causas ideológicas son también demandas encubiertas, que cobran suma importancia en esta época, dados el fenomenal despliegue mediático y los astronómicos presupuestos que muchas multinacionales y corporaciones dedican a tal propósito. Por ejemplo, podremos ver cómo la industria del turismo contribuyó a modificar la percepción que los turistas poseen sobre el hecho de disfrutar y sobre el tipo de viaje que realizan (en «¿Europa o Eurolandia?»), cómo la ciencia, si se cierra sobre sí misma, se transforma en seudocientífica (en «Ciencia y seudociencia: ¿cuál es cuál?»), cómo la hipertensión arterial puede deberse a sentimientos promovidos por fenómenos simbólicos y metafóricos (en «Tensión arterial: ¿una medida de la presión psicológica?»), o cómo los laboratorios internacionales apuestan a la cronificación de algunas enfermedades, y a la invención de otras, para incrementar sus ganancias con la venta de fármacos (en «Hasta la rebeldía es una enfermedad»).

    También podremos apreciar las antinomias y los conflictos que ha producido el uso interesado de ciertos conceptos: «materialidad versus espiritualidad», «cientificismo versus sabiduría», «cultura versus singularidad».

    En cuanto a los aspectos singulares del proceso salud-enfermedad, los apreciaremos con mucha más claridad en los casos psicobiográficos, que prosiguen a esta introducción. Desde nuestro punto de vista, resulta más apropiado partir desde la singularidad de las personas, para que se pueda vislumbrar la complejidad que encierra cada existencia, y cómo desde los primeros a años de vida se va constituyendo el germen de la ideología en nosotros. De este modo, nos hallaremos en mejores condiciones para defendernos de ella. Entre otras formas, podremos relativizar los reduccionismos tranquilizadores a los cuales muchas veces adherimos sin cuestionarlos. Muchos de ellos son producidos en forma expresa para anestesiar nuestro pensamiento. Lamentablemente, hoy en día la inhumana competitividad empresarial global ya no deja resquicios sin colonizar, y la tentación de embotar nuestros sentidos en pos de las ganancias ya es un hecho concreto de nuestra sufriente realidad cotidiana.

    Estas antinomias y cuestiones ideológicas producen en la gente confusiones, conflictos y ansiedad, con sus inevitables consecuencias en el nivel de la salud. Sabemos que es muy difícil detener la voraginosa marcha del mundo actual solo con argumentos vinculados al beneficio individual: sería mejor que se lo intentara mediante una causa mundial —una causa que debería interesarles a casi todos—, como la preservación del ecosistema planetario. La moraleja de que «si salvamos al mundo nos salvamos a nosotros mismos» constituye el remedio que vislumbro para que —en tal caso— también la vida individual se sume a la armonía de nuestro hábitat natural. De ese modo, la gente ya no se hallaría tan tironeada por el monopólico paradigma mercantil. Tampoco se vería tan impulsada a cumplir con casi todas las pautas ideológicas que se le imponen. Con la medida de preservar el planeta —legislada debidamente, y en forma global—, habríamos dado un gran paso, pero no solo por la salud de la tierra, sino también por la salud de cada uno de nosotros.

    Un requisito crucial para que se consolide esta propuesta es que se logre una mayor equidad en la distribución del ingreso. Es absolutamente inmoral —y, en un futuro no demasiado lejano, podría llegar a ser apocalíptico— que menos de cien personas posean más de la mitad de la riqueza total del planeta. Ese es un lujo que la sustentabilidad de nuestro albergue ya no se halla en condiciones de mantener. Dicho de otro modo: es fundamental que el capitalismo se vuelva más humano, en pos de la armonía de los habitantes del mundo y de la relación de estos con el ecosistema.

    La salud humana no es una cuestión meramente individual, sino que, como veremos a lo largo de nuestro recorrido, está muy vinculada al modo de vida cultural, y este, hoy más que nunca, se relaciona con los intereses de las multinacionales.


    ¹ Así las proponen estos autores: «1ª regla: en la interpretación de los síntomas, renunciar a las aparentes relaciones causales en el plano funcional. Éstas siempre se encuentran y su existencia no se discute. Sin embargo, no son aptas para la interpretación de un síntoma. Nosotros interpretamos el síntoma únicamente en su manifestación cualitativa y subjetiva. Las cadenas causales fisiológicas, morfológicas, químicas, nerviosas, etc., que puedan utilizarse para la realización del síntoma son indiferentes para la explicación de su significado […]. 2ª regla: analizar el momento de la aparición de un síntoma. Indagar en la situación personal, pensamientos, fantasías, sueños, acontecimientos y noticias que sitúan el síntoma en el tiempo» (Dethlefsen, Thorwald y Dahlke, Rüdiger. La enfermedad como camino. Buenos Aires: Debolsillo, 2012, pp. 97 y 98).

    Capítulo 1: Casos psicobiográficos

    Una aproximación a los casos psicobiográficos

    Los casos de personas relativamente jóvenes con enfermedades graves, que aquí expondremos, están motivados por mi afán de mostrar la siniestra eficacia de determinadas cuestiones mentales inconscientes. Estas suelen impulsar a los afectados, en sus vidas, por riesgosos senderos que en muchos casos son manifiestamente no deseados por ellos, pero que a su vez no pueden dejar de transitar.

    Es bueno que apreciemos en los casos que desplegaré los condicionamientos psicológicos que sufrieron y las consecuencias que les acarreó no haberlos detectado a tiempo.

    En mi investigación hallé muy pocos trabajos psicopatobiográficos como este, y esa es otra de mis motivaciones para publicarlo.

    También es mi anhelo que se pueda apreciar, en el desarrollo de este trabajo, cómo el exceso de racionalidad promovido por el sacralizado discurso científico genera rigidez en el pensamiento y, por ende, mayor propensión a la patología en los afectados. Esto, más allá de que luego la medicina pueda atenuarla mediante su arsenal tecnológico; obviamente, es preferible que no sea necesario su uso.

    El valor que subyace en un trabajo como este se opone, preciso es reconocerlo, a una visión cientificista. Pero, si renunciásemos a este tipo de análisis y nos quedásemos solo con las corroboraciones científicas, descubriríamos que estamos mucho más lejos de obtener la verdad singular y profunda de cada sujeto. En ese caso, solo contaríamos con un saber genérico y homogéneo, que nos robaría definitivamente la riqueza y las complejidades de la vida simbólica de cada ser humano particular. Vida que, como ya se verá más adelante, es fundamental para evitar que se despliegue el potencial trágico que subyace agazapado en cada uno de nosotros.

    Como contrapartida, uno de los objetivos específicos que acompañarán este trabajo —a veces en forma implícita, y otras de manera explícita— es el de probar que el psicoanálisis hubiese sido el instrumento más eficaz para torcer el destino fatídico de cada una de las personas que componen los casos aquí trabajados. Por extensión, la técnica psicoanalítica también puede cambiar el rumbo más o menos siniestro que potencialmente la mayoría de nosotros actuamos de manera inconsciente. En las sesiones psicoanalíticas que se desarrollan todos los días en el mundo, el terapeuta procura que sus pacientes consigan procesar o resignificar los asuntos profundos que los angustian, y de ese modo alterar, aunque sea en pocos grados, la «trayectoria de colisión» en las que muchos de ellos están inmersos. El psicoanálisis está preparado para influir de manera decisiva en la posición básica que el sujeto ocupa en la vida, que tanto sufrimiento le acarrea y de la que no puede desprenderse. Es más: en la generalidad de los casos, el sujeto ni siquiera vive esto como una cuestión que dependa de él, sino que cree que depende de otro que no le permite autonomizarse, o simplemente se lo atribuye a la mala suerte. Estas creencias y racionalizaciones son también parte de la potencial tragedia en la que se halla embarcado en su vida. Solo un método que jerarquice sobremanera la singularidad de cada paciente y que tenga una gran vocación de remar contra la corriente de las resistencias de sus analizantes, además de contar con la paciente escucha requerida, puede obtener y/o generar las oportunidades de intervenir de manera efectiva sobre la dirección de sus vidas.

    Se podría hacer una analogía entre el simulador de vuelo y el análisis. El simulador de vuelo brinda la posibilidad de equivocarse y realizar maniobras de todo tipo sin el riesgo de estrellarse con el avión. El análisis, de alguna manera, también es un simulacro virtual: es un espacio virtual en donde fluye la vida a través del lenguaje, en el que tenemos la posibilidad de evitarnos las tragedias que nos podrían ocurrir si no contásemos con esta opción. En suma, también es un espacio en donde podemos evitar «estrellarnos».

    En síntesis, el psicoanálisis trabaja en línea con los asuntos inconscientes que impulsan en forma peligrosa a un sujeto durante su existencia, y puede llegar a ser muy efectivo para cambiar un rumbo potencialmente desdichado de un sujeto particular. De hecho —y esto es una hipótesis de fondo que atraviesa todo este libro—, la falta de reconocimiento a la que muchas veces se ve sometido el psicoanálisis —acusado de falta de rigor por los cientificistas— puede deberse a que se contrapone a todo tipo de intereses, sobre todo económicos: ¿por qué brindarles a las personas una solución tan efectiva para sus problemas profundos, cuando conviene permitir que se estrellen, para venderles pastillas y otras yerbas que finjan, superficialmente, curarlas?

    En esta investigación conté con entrevistados que no solo conocían en profundidad a las personas de las que aquí me ocupo, sino que, además, se prestaron y se comprometieron de modo pleno con el proyecto. Dado lo exhaustivo de la labor indagación personal, la cantidad de información que las fuentes me brindaron es muy superior a la que expondré, pues por motivos de espacio y de pertinencia excluí los datos que no se ajustaban al objetivo de este trabajo. Los nombres reales de las personas y de los lugares que surgirán en estas breves historias de vida, incluso los de mis informantes, han sido reemplazados para proteger la privacidad de los involucrados.

    Marco teórico

    Para analizar los casos que componen esta investigación me inspiré en algunos conceptos centrales del psicoanálisis, pero los adapté a los requerimientos del trabajo. Además, tomé lo vinculado a la función simbólica de la enfermedad, extraído de los libros: La enfermedad como camino, de Dethlefsen y Dahlke, y Sana tu cuerpo, de Louise Hay. También quiero mencionar un excelente libro de John Sarno, titulado La mente dividida. El mismo, trata sobre las cuestiones psicosomáticas que se plantean en la medicina moderna, y sus consideraciones me son sumamente útiles para este trabajo. Hay otros libros de los que me nutrí, y que por razones de ordenamiento incluiré oportunamente en las notas al pie de página o en la bibliografía.

    Para avanzar en un análisis más ágil de los casos que en las próximas páginas desplegaré, he ideado algunos conceptos específicos que componen un esquema de fácil comprensión:

    •Trama (o guion) infantil: en nuestras historias singulares, casi todos poseemos una cuestión edípica, traumática o de otra índole que nos marcó a fuego. Es como un guion que se escribió en ese entonces, en nuestros inconscientes, y que cada uno de nosotros se ve impulsado con más o menos fuerza a actuar en determinadas situaciones. En ocasiones, cuando el impulso es muy intenso o cuando las circunstancias son adversas, dicho guion infantil procura burda y conflictivamente imponerse. En cambio, en otras condiciones más propicias, puede expresarse bastante bien sin generarle mayores contratiempos a su portador.

    •Rumbo trágico: la trama infantil puede gestar asignaturas pendientes y un rumbo trágico, aunque no necesariamente, dado que, si las circunstancias de vida son bastante favorables para que el individuo despliegue su guion mental infantil, este puede depararle muchas ventajas sin casi asignaturas pendientes. Sin embargo, el problema potencial persiste, porque cuando los vientos de cola culminan, y dada la dificultad que suele tener el sujeto en cambiar su guion fundamental, pueden surgir las asignaturas pendientes y el rumbo trágico. Este rumbo está vinculado a la intensidad del conflicto que a partir de lo descripto se pone en juego en cada sujeto particular. A mayor conflictividad, más acentuación del rumbo trágico.

    •Asignatura/s pendiente/s: es lo que resulta más claro para el afectado. Sería equivalente al síntoma que alguien lleva a la consulta con un psicólogo. Es lo que le preocupa, de lo que se queja habitualmente. Las asignaturas pendientes son producto de una incompatibilidad básica entre la historia inconsciente, generalmente infantil, y los requerimientos más actuales y conscientes de la persona. Se trata de algo que el afectado desea para sí, pero que a su vez no puede lograrlo, y que paulatinamente su falta le pesa más.

    •Impaciencia progresiva: a este concepto, en estrecha vinculación con el anterior, lo podríamos definir como una fuerza crecientemente hostil para la persona afectada —relacionada con sus asignaturas pendientes— que la presionaría en pos de lo postergado, sin contemplar lo dificultoso que le resulte concretar sus asignaturas pendientes. A medida que se reduce la expectativa vital del afectado, esta fuerza se podría tornar muy agresiva y hasta letal si él no lograse de algún modo satisfacerla. La forma en que dicha fuerza, que representa a la parte insatisfecha del involucrado, suele manifestarse, es como enfermedad o accidente. Sería algo así como «patear el tablero» por parte de dicha fuerza frente a la frustración crónica a la que el sujeto la somete. La impaciencia progresiva en determinadas condiciones de cronicidad e intensidad puede perder de vista sus objetivos iniciales e impulsar al sujeto a su autodestrucción.

    La detección de la trama infantil o el rumbo trágico, en psicología, es análoga a detectar malos hábitos en medicina (estrés, fumar, comida chatarra, vida sedentaria, etcétera). En ambos enfoques existe la resistencia al cambio por parte del afectado, incluso aunque posea plena conciencia del riesgo al que se expone. La diferencia radica en que la resistencia es básicamente consciente en lo que respecta a los malos hábitos de la medicina, e inconsciente en lo que atañe a la dimensión trágica humana. La resistencia al cambio está siempre sostenida en algún tipo de satisfacción. Puede ser transparente y lineal la vinculada a los malos hábitos, o profunda y oscura la inherente a los asuntos inconscientes humanos. Naturalmente que esta última resistencia es la de más difícil remoción.

    Estos casos psicopatobiográficos que desarrollaré remiten a personas que padecieron enfermedades graves y que murieron (casi todos) antes de los sesenta años, más concretamente entre los treinta y cinco y los cincuenta y ocho años. Me propuse que los casos investigados no pasen de los sesenta años, para que se pueda apreciar con más claridad el conflicto psicológico profundo causal: si fuesen personas mayores, de por ejemplo más de setenta y cinco años, el deterioro biológico natural de la edad facilitaría mucho las posibilidades de enfermar; es decir, que se podría desdibujar la importancia del conflicto psicológico.

    Psicobiografías trágicas

    Esclerosis múltiple: el caso de Augusto

    Un conocido mío llamado Federico Riestra, con quien solemos encontrarnos en un café céntrico, me acercó la historia de Augusto, su amigo de toda la vida, recientemente fallecido a raíz de una cruel enfermedad denominada esclerosis múltiple.

    A Federico, que está al tanto de los casos psicobiográficos de desdichado desenlace que estoy investigando, le intrigaban ciertos aspectos de la vida de su amigo: si bien siempre los vio como simples rarezas, ahora comenzó a sospechar que podrían estar vinculados. En su afán de satisfacer mi necesidad de ampliar la información en todo lo posible, me contactó con una tía de Augusto que vive en una localidad cercana a la nuestra, Bell Ville. De allí eran Augusto y su familia, quienes se habían ido a Buenos Aires hace treinta años. Según Federico —que también es nativo de esa ciudad—, Victoria es una de las pocas parientes que le quedan a esa familia. Es la única hermana de la madre de Augusto. Además, estuvo siempre en comunicación con ellos, dado que viajaba cada tanto a visitarlos. También su hermana le devolvía esporádicamente las visitas. Y al menos una vez al año, especialmente en las tradicionales fiestas de Fin de Año, solían sumarse sus hijos, Augusto y Javier. Este último, con su esposa y con las dos pequeñas hijas de ambos. Todos disfrutaban mucho de la paz de su terruño y del encuentro con viejos amigos. Desde el fallecimiento de Augusto, Victoria casi ya no tiene contacto con ellos, debido a que su hermana, además de vivir muy lejos de ahí junto a la familia de su único hijo vivo, se encuentra muy delicada de salud. Solo se telefonean para algunos cumpleaños o algún otro acontecimiento especial. La presencia física y la cercanía afectiva ya hace años que se interrumpieron.

    Convenimos con Federico que iba a comenzar la primera entrevista con Victoria y luego proseguiría con él. Le dije que me interesaba ver en primer lugar lo relacionado con la infancia de Augusto y las vicisitudes del vínculo con su madre, y que seguramente la tía de Augusto estaba más compenetrada con ese período. Él asintió.

    A los pocos días fui a ver a la tía de Augusto, Victoria Milani. Me recibió expectante. Era una mujer alta y delgada de unos ochenta años. Su rostro reflejaba dolor, pero sus actitudes se mostraban entusiastas. Tal vez ambos aspectos convivían en esta mujer. Su casa era antigua, pero bien conservada y muy ordenada. Todo parecía estar en su lugar. Aparentaba ser la vivienda de una solitaria. Como si hubiese leído mi pensamiento, me confirmó que vivía sola.

    Nos sentamos a una gran mesa donde parecía concentrarse el único desorden de la casa. Nuevamente ocurrió el milagro telepático: justificó el desorden comentándome que se acababan de ir sus nietos y que habían estado comiendo y jugando en la mesa.

    Luego de una breve charla y de algunas explicaciones que le brindé sobre el tipo de trabajo que pensaba hacer sobre Augusto, ella se mostró interesada en el proyecto y se prestó gustosa a responder a la entrevista.

    Jorge Ballario: ¿Qué recuerda de la infancia de Augusto y de la relación con su madre en esa época?

    Victoria Milani: Augusto se llevaba muy bien con su madre desde el principio. Elena había sufrido muchas frustraciones, especialmente en el vínculo con su marido. Recuerdo que durante muchos años, luego del nacimiento de Augusto, mi hermana se veía feliz, a pesar de los problemas con su esposo. Más de diez años después, volvió a quedar embarazada de su segundo y último hijo, Javier. Aunque el preferido para ella seguía siendo Augusto. Este chico era especial. Tenía muchas inquietudes y ambiciones precoces. Recuerdo que en su infancia leía enciclopedias complejas, y ya siendo adolescente se carteaba con organismos internacionales y con grandes empresas de aviones. Una vez lo invitaron a visitar una en Estados Unidos, pero en esa época los padres andaban con problemas económicos y no pudieron costearle el viaje. La aviación era una pasión para él, y le duró hasta que finalizó la adolescencia. Incluso siendo muy chico aprendió a construir pequeños aviones de aeromodelismo y lograba hacerlos volar. La madre era sumamente feliz con los logros y con las expectativas que generaba su pequeño genio. A él también lo ponía feliz verla alegre, se complementaban muy bien. Esto era algo que cualquiera se daba cuenta.

    JB: ¿Y con su padre cómo se llevaba?

    VM: Augusto se avergonzaba de su padre alcohólico y desconsiderado: con sus vicios, Miguel llegó incluso a hacerle perder a Elena la herencia. En ocasiones se cruzaba en estado de total ebriedad con el chico y los amigos, vivían situaciones de gran bochorno.

    Augusto ayudó decididamente a que se concretara la separación de sus padres, dado que no toleraba los malos momentos y las injusticias.

    Elena se consiguió un trabajo para poder llevar adelante la casa. Tenía muchos gastos, y ya casi no le quedaban ahorros. Además, sus dos hijos estudiaban en colegios privados. Al finalizar los estudios, Augusto también salió a contribuir con el presupuesto hogareño. Pero los trabajos que podía obtener en una pequeña ciudad como esta no eran de su agrado, porque estaban muy por debajo de su potencial y no le auguraban un gran crecimiento. Era ambicioso, ¿sabe? Después de haber peregrinado durante varios años por diversos empleos y de haber probado suerte con un emprendimiento de servicios y organizaciones de eventos para empresas, que le dejó algunas deudas, decidió con mucho dolor emigrar a Buenos Aires. Su madre usó los últimos ahorros que le quedaban para ayudarlo a pagar, y para que contara con algo de dinero hasta que consiguiese trabajo.

    JB: ¿Cómo vivieron la separación?

    VM: Con mucho dolor, pero también con grandes expectativas por parte de ambos. Ella trabajaba mucho fuera y dentro de la casa. Además

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