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Tripulantes del Graf Spee; fuga de oficiales, suboficiales y marineros.
Tripulantes del Graf Spee; fuga de oficiales, suboficiales y marineros.
Tripulantes del Graf Spee; fuga de oficiales, suboficiales y marineros.
Libro electrónico292 páginas31 minutos

Tripulantes del Graf Spee; fuga de oficiales, suboficiales y marineros.

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El 18 de diciembre de 1939 arribaron al Puerto de Buenos Aires 1.055 tripulantes pertenecientes al acorazado de bolsillo “Admiral Graf Spee”. Luego de haber hundido su nave frente a Montevideo, el capitán Langsdorff cometió suicidio en las dependencias del Arsenal Naval. Finalmente, 1.046 tripulantes fueron internados en territorio argentino. Sin embargo, casi desde el comienzo oficiales, suboficiales y marineros especializados comenzaron a fugarse, utilizando para ello la ayuda de las redes de espionaje alemanas y de la Embajada de Alemania en Buenos Aires.
El trabajo presenta un detallado estudio de las más de ciento treinta fugas y la posterior actuación de los tripulantes evadidos en la guerra. Cada marino se presenta con su fotografía, rango e historial, de acuerdo a los archivos argentinos y alemanes.
Más de ciento cuarenta imágenes de excelente calidad y gran valor histórico.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ago 2019
ISBN9780463967782
Tripulantes del Graf Spee; fuga de oficiales, suboficiales y marineros.
Autor

Julio B. Mutti

Julio B. Mutti nació en Buenos Aires en 1978. Desde hace años se dedica a la investigación del nazismo y sus vinculaciones con la Argentina. Ha escrito la saga "Los verdaderos últimos días de la segunda guerra mundial": "Mito y realidad sobre la muerte de Adolf Hitler" y "Sumergibles alemanes en Argentina y Sudamérica", 2013. En 2015 publicó su tercer libro "Nazis en las sombras; la historia inédita de los espías del Tercer Reich en Argentina", editado en España y Argentina. Su blog u-boatargentina.blogspot.com es uno de los más visitados del país. Colabora activamente con revistas relacionadas a la Segunda Guerra Mundial y documentales televisivos. Email: julio.b.mutti@gmail.com

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    Tripulantes del Graf Spee; fuga de oficiales, suboficiales y marineros. - Julio B. Mutti

    El joven piloto trepidaba de frío. Sus manos, bajo los gruesos guantes de cuero, estaban entumecidas; temblaban aferradas al timón del endeble aparato. Los inclementes y helados chubascos del Atlántico Norte no tenían piedad con su ajado rostro, las escarchadas gotas de lluvia se hundían en sus mejillas con la fuerza de pequeñas espadas de acero.

    Con uno movimiento lento, vacilante, desempañó sus antiparras y dirigió una breve mirada sobre su hombro izquierdo hacia la cola del avión; un biplano Fairey Swordfish que no cesaba de oscilar como un péndulo, entregado a los fuertes vientos del océano abierto. Aun entre la oscuridad y la llovizna pudo divisar con claridad la expresión de terror de su navegante, quien inclinado hacia un lado de la cabina contemplaba horrorizado las inmensas holas que varios cientos de metros debajo de ellos colisionaban unas con otras, expulsando columnas de agua que casi alcanzaban las alas del torpedero.

    Aceleraron a máxima velocidad. La intensidad del viento arreció de repente y la frágil tela que recubría el fuselaje comenzó a rasgarse, debilitada por el paso de los años. El aparato por completo estaba siendo exigido al máximo. Las alas vibraban con intensidad y el pesado torpedo que colgaba debajo de la estructura intentaba arrastrar a la nave hacia las crestas espumantes de agua y sal.

    Miró su cronómetro. En el momento esperado las detonaciones se hicieron oír. Levantó la vista y el contorno de esa enorme mole de acero comenzó a recortarse entre la bruma y la penumbra. Los destellos de los cañones antiaéreos eran cuantiosos y podía verse con claridad la blanca estela que dejaba el gigantesco acorazado.

    Los minutos pasaban rápidamente, pero para el asombro de los valientes aviadores aún no habían sido derribados. Los viejos biplanos eran demasiado lentos, y las bombas explotaban mucho antes del alcanzar a los aparatos.

    Accionó el interruptor. El torpedo se incrustó en el mar, mientras una fuerza incontenible impulsó al viejo biplano hacia arriba por la súbita pérdida de peso. Viró sin perder el tiempo; se alejó a toda velocidad volando en zigzag y casi barrenando las olas con la panza.

    Desde el puente del Bismarck, los ojos verdes del capitán de navío Paul Ascher observaban a través de los prismáticos a aquella diminuta y lenta mancha, que en la oscuridad se alejaba indemne y triunfante. La sorda explosión apenas fue perceptible desde allí. El torpedo detonó debajo de los timones del temible acorazado, inutilizándolos por completo.

    Era curioso y desesperante al mismo tiempo. Un viejo biplano, obsoleto y con el fuselaje forrado en tela, sentenciaba a muerte con un solo torpedo al acorazado más poderoso y temible de la flota de Hitler. Ascher apenas podía creerlo. Había sobrevivido a la larga travesía del Graf Spee hasta las marrones aguas del Río de la Plata, para luego evadirse y cruzar el mundo entero de regreso a Alemania. También había sobrevivido a más de un encuentro cara a cara con las mejores unidades de la Marina Real, y estaba orgulloso de haber sido asignado al acorazado más moderno y temido de la Kriegsmarine. Sin embargo, apenas un viejo torpedero lo había sentenciado a muerte.

    Un día más tarde, el 27 de mayo de 1941, el imponente Bismarck, junto con el capitán Ascher y el suboficial Heirich Bethe, ambos veteranos del Graf Spee, se perdían para siempre bajo las aguas del Atlántico Norte.

    Internados en Argentina

    Como todos sabemos, el 18 de diciembre de 1939 arribaron al Puerto de Buenos Aires 1.055 tripulantes pertenecientes al acorazado de bolsillo Admiral Graf Spee. Lo hechos que los habían llevado a hundir su nave en las cercanías de Montevideo son largamente conocidos: A finales de ese año, y luego de varios éxitos, el acorazado se trabó en combate con los cruceros británicos Ajax, Exceter y Achilles, en las cercanías de Punta del Este, Uruguay. A pesar de la desventaja numérica, el poder de fuego del Spee causó mayores daños a los británicos que los sufridos por los alemanes. Sin embargo, Langsdorff decidió

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