El 22 de junio de 1941, la Operación Barbarroja abría un nuevo capítulo en la Segunda Guerra Mundial. Aquel día, contraviniendo los acuerdos previos, el ejército nazi iniciaba su invasión de la URSS. En aquel momento residían en el país gobernado por Stalin 4221 españoles, según datos de Enrique Líster, miembro del Comité Central del Partido Comunista Español. Gran parte de ellos se habían exiliado siendo niños, durante la Guerra Civil. Eran los conocidos como «niños de Rusia». El resto, dirigentes comunistas y combatientes republicanos que huían de la represión del franquismo. Más allá de las cifras aportadas por Líster, es difícil saber el número exacto de españoles en la URSS en aquel momento. No en vano, existen fuentes que señalan que era superior y se aproximaba a los 7000.
Sea como fuere, estamos hablando de un grupo de personas con una ideología claramente antifascista. Muchos de aquellos niños ya eran mayores de edad y buena parte de la población adulta española entendió que debía implicarse en un compromiso ético a favor del país que los había acogido. Aquello era una continuación de la lucha contra las dictaduras que habían iniciado durante la Guerra Civil. Pese a las reticencias originales de Stalin, pronto se decidió aprovechar, de un modo u otro, la experiencia bélica de quienes habían combatido en el conflicto español.
ESPAÑOLES PARA DEFENDER MOSCÚ
Apenas unos días después de la invasión nazi, las fuerzas soviéticas aceptaron la buena disposición de los comunistas españoles para luchar contra el enemigo. El NKVD, antecedente del KGB, había organizado una brigada especial en la que podía encuadrar a los militantes extranjeros, la Brigada Motorizada Independiente de Designación Regimiento Motorizado de Fusileros. Otro grupo de luchadores españoles se encuadró en una compañía mixta en la que estaban presentes una sección rusa, otra austríaca y la española. El duro entrenamiento a que fueron sometidos tuvo que ser interrumpido antes de lo esperado. A mediados de octubre de 1941, las tropas nazis se acercaban peligrosamente a Moscú, rompiendo los diferentes cercos soviéticos. «Las hordas alemanas avanzaban desde occidente», recordaba el escritor Vasili Grossman en su libro . El recuerdo de sus triunfos recientes hacía que parecieran invencibles. «Cada soldado alemán llevaba en sus bolsillos fotografías del París vencido, de la Varsovia destruida, del Verdún deshonrado, del Belgrado reducido a cenizas, de Bruselas y Ámsterdam, de Oslo y Narvik, de Atenas y Gdynia invadidos», escribía el autor ruso. El pueblo ruso organizaba la resistencia y las líneas de defensa, pero el avance imparable hacía prever una pronta llegada a Moscú.