Exiliados republicanos en Septfonds (1939)
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Prólogo de Nicolás Sánchez-Albornoz
José Antonio Vidal Castaño
Es doctor en Historia Contemporánea y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Valencia. Profesor de Geografía e Historia, con más de 38 años de servicios en la enseñanza pública. Sus líneas de investigación se centran en los aspectos políticos y militares de la Segunda República, la guerra civil, el exilio español de 1939 y la resistencia antifranquista, temas sobre los que ha publicado numerosos trabajos: La memoria reprimida. Historias orales del maquis (2004), Campo de Septfonds. Republicanos españoles en Judes (2006) y El sargento Fabra. Historia y mito de un militar republicano (1904-1970) (2012). Es premio de relatos Noche del Terror de Rentería y finalista del premio internacional de cuentos Max Aub.
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Exiliados republicanos en Septfonds (1939) - José Antonio Vidal Castaño
Prólogo a la primera edición
Para aquel éxodo multitudinario, variopinto y desconcertado, que se desbordó finalmente en enero y febrero de 1939 —la cuarta oleada, según los expertos
—, el ejecutivo del radical socialista Édouard Daladier ya había diseñado, a partir del centro especial
de Rieucros, por decreto de 21 de enero de 1939, y ganándole la mano al gobierno colaboracionista de Vichy, toda una geografía de la infamia: muchos de los republicanos españoles que llegaban como refugiados a una Francia, con su flamante derecho de asilo en cesantía, solo encontraron privaciones, desprecio y humillación, las playas de alambre de espino de Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien o Barcarès, la lóbrega fortaleza de Colliure, y el siniestro itinerario de Gurs (Béarn) a Le Vernet (Ariège), señalizado por Rivesaltes (Pirineos Orientales), Agde (Hérault), Bram (Aude) y Septfonds (Tarn-et-Garonne), sin que se agote aquí ni tanto estrago, de una parte, ni tanta dignidad de la otra. Eran tiempos de confusión, incertidumbre y sospecha, y en cada uno de aquellos lugares se internó, sin rubor alguno, el mapa de una derrota que tenía mucho de indicio y mensaje, matasellado especialmente para el primer ministro británico y el jefe del gobierno francés, Chamberlain y Daladier, embaucados ambos por Hitler, con los ilusorios Acuerdos de Múnich y sus consecuencias. Acerca de aquellos lugares, y de los errores y horrores que en ellos se perpetraron, tal vez por torpeza política, en un principio, y más tarde por imperativo de los criterios xenófobos, raciales y sumisos al nazismo, que informaban el régimen de Vichy, sabemos que la paciente investigación y el rigor histórico andan ventilando hasta sus más sórdidos escondrijos. Se aportan documentos, se indagan datos, pliegos de actas, recortes de viejos periódicos, testimonios orales y escritos; se escarba, se explora en la memoria, se restauran epistolarios, prendas para el llanto y el remiendo, versos de esperanza o de amores y cementerios disueltos en lluvia. Y es así como, poco a poco, se sigue el rastro de unos episodios trágicos e irrepetibles, se va aseando y ordenando esa materia recuperada, y se pone en pie, renglón a renglón, una bibliografía de solvencias para el conocimiento, el recuerdo y el respeto.
Ese oficio, que abate el olvido y hace de una peripecia, un destino, lo conoce a golpe de sensibilidad y sabiduría José Antonio Vidal Castaño, que ahora nos revela, en esta obra, todo el enigma y la desolación del campo de Judes, en Septfonds, y de sus inquilinos, españoles del exilio, en su mayoría, hasta que llegaron, a partir de octubre de 1940, otros nuevos, que los iban desplazando: primero soldados polacos en periodo de instrucción que pronto pasaron a la condición de prisioneros de guerra, al ser Francia derrotada militarmente; y casi de inmediato judíos franceses y de otras nacionalidades que iniciaban el infernal camino de su deportación a los campos nazis [...]
. A raíz de un fortuito descubrimiento, en el curso de una ruta, entre turística y arqueológica, José Antonio Vidal Castaño escribe unos textos literarios, pero su condición de historiador lo impele a regresar al pequeño pueblo de Septfonds, en el departamento de Tarn-et-Garonne. Y lo hace dispuesto a desentrañar apasionada y metódicamente cuanto sucedió en aquellos parajes, con los combatientes españoles que cruzaron la frontera, tras la batalla del Ebro y la caída de Cataluña, en manos de los militares sublevados. Y este libro nos lo cuenta con sobriedad, reflexión y rigor académico.
Este libro es, como afirma su autor, el resultado de poner en orden esos papeles —los que rescató en Montauban y probablemente algunos más—, los recuerdos y las imágenes retenidas por la cámara y las historias orales
. Pero también, y sobre todo, es una investigación impecable y lúcida, resuelta por la voluntad, la responsabilidad y el compromiso que José Antonio Vidal Castaño tiene con la historia y la memoria. Por eso, lo dedica a cuantos, como él, combaten el olvido, que es una forma de sacarle punta al futuro.
Enrique Cerdán Tato
Alicante, julio de 2006
Agradecimientos
A Marie-Louise García, M. Larroque, Félix Rouy, José Luis Morro, Juan Gallego, Carme Coma, Salvador Broseta Perales, José Antonio Alonso, Robert, Salvador Soria, Juan Marín, Domènec Serra… A un desconocido que me condujo a los solitarios y lúgubres parajes, o así me lo parecieron, donde estuvo ubicado el campo de concentración en el municipio de Septfonds, y a toda persona, paisaje o cosa que, aun sin saberlo, han aportado algo a este libro.
Al grandísimo escritor Enrique Cerdán Tato, por su prólogo a la primera edición.
A Pilar Valls, por su consejo, siempre necesario para superar mis desalientos.
Al equipo editorial de Los Libros de la Catarata.
A Nicolás Sánchez-Albornoz, figura señera del exilio republicano español, por su brillante prólogo.
Prólogo
Ni el autor, ni el libro que motivan estas líneas, necesitan presentación alguna. El primero es un conocido historiador con varias obras a sus espaldas y el libro ha sido prologado ya en su primera aparición. El requerimiento amistoso del colega me impide sin embargo no complacer su deseo de incluir un comentario a esta necesitada reedición. Recojo en él unas breves reflexiones que me sugiere la lectura de un trabajo solidamente fundamentado, contextualizada la época tratada con recurso a una bibliografía nutrida y escrito, además, en prosa fluida con argumentos eficaces.
Exiliados republicanos en Septfonds (1939) duplica, en la intención del autor, la censura documentada y razonada de uno de los episodios más lacerantes de la historia del pueblo español con la reivindicación de los damnificados en la ocasión. El lugar de Septfonds donde se centra la acción formó parte de la ristra de campos que las autoridades francesas erigieron para aislar a los cientos de miles de soldados y civiles republicanos que necesitaron pedir asilo en el invierno de 1939, al concluir nuestra guerra defensiva. El trato recibido y las penalidades padecidas en ellos, algunas luctuosas, salieron primero a la luz de la memoria de los exiliados. Del testimonio personal, alguno literario como el aportado por Max Aub, los campos de concentración franceses ha pasado ahora al dominio de la investigación histórica. Septfonds añade a esa indagación un estudio más, pero lo hace a su manera: puntualiza los hechos con la elocuencia de las fuentes disponibles, sin descuidar la esfera humana.
Hace algunos meses leí apasionadamente el libro recién salido de la imprenta de mi compañero de peripecias Diario a dos voces. En él, Manuel Lamana recoge las anotaciones cotidianas que su padre dejó inéditas en un cuaderno cuadriculado sobre su paso por uno de los campos más duros del sur de Francia, y las enlaza día a día con los recuerdos infantiles, por momentos ficcionados, del internamiento de la madre y de los hermanos, cerca de la frontera alemana. El lector puede reconstruir así un ámbito único de sensaciones y sentimientos. La lectura de este libro, de factura singular, ha reverdecido en mí la convicción sobre la importancia del testimonio para captar en profundidad los acontecimientos de esa infausta época. Vidal Castaño consigue ese efecto. Su obra no se encierra en el campo de Septfonds, sino que persigue a los reclusos en su vuelta a España, al menos la del puñado al que pudo seguir los pasos. El tema del retorno de los refugiados, bastante descuidado hasta ahora, acaba, por cierto, de merecer un simposio universitario.
Campos de concentración. El libro no puede soslayar la pregunta lacerante de la responsabilidad de quienes los crearon y gestionaron. El dedo apunta derecho a Francia. Pero, la duda asalta: ¿qué Francia? Hay más de una. En su reclusión, los presos de Septfonds organizaron con gran sorpresa de sus guardianes el aniversario del 14 de julio y adornaron la alcaldía del pueblo con murales sobre la toma de La Bastilla, el retrato del autor de la Marsellesa
y una escena de la llegada de los refugiados en la que una mujer del pueblo ofrece una barra de pan a un necesitado. Los responsables políticos, la administración gala, diseñaron la lúgubre acogida apoyados por una opinión pública amedrentada y manipulada. Pero al lado de esa responsabilidad inexcusable, no puede olvidarse que la compasión y la solidaridad también se manifestaron. A la larga, la distinción tuvo consecuencias. Sin esas expresiones, ¿cómo se concibe la fraternidad forjada pocos años después codo con codo contra el invasor nazi en una resistencia compartida?
Libro breve, pero ilustrativo y sugerente, de lectura merecida.
Nicolás Sánchez-Albornoz
Ávila, agosto de 2013
Introducción
No comprendo por qué estáis aquí. Si detienen a los antifascistas, ¿qué guerra es esta?
Max Aub, Campo francés (1945)
La única manera de que la guerra civil quede absolutamente superada es que sea plenamente entendida.
Julián Marías, La guerra civil, ¿cómo pudo ocurrir? (1980)
Los años treinta fueron la década sórdida y deshonesta
de Auden; pero […] también una época de compromiso y fe políticos que culminó con las ilusiones y las vidas perdidas en la guerra civil española.
Tony Judt, Postguerra (2005)
Los motivos personales
A mediados de agosto del año 2000 llegué por primera vez a la población de Septfonds, en el sudoeste de Francia, a unos 30 kilómetros de Montauban. En la bella capital de Tarn-et-Garonne visité, con respeto y dolor, la tumba de Manuel Azaña, expresidente de la Segunda República española. Seguíamos la ruta de las ciudades fortificadas. Nos detuvimos en Septfonds, una parada no prevista, porque nuestro guía y amigo conocía la existencia de un cementerio español, un interesante lugar de la memoria
, aseguró.
El impacto de aquella visita se tradujo primero en el alma de un relato literario (Vidal Castaño, 2002: 104-111) y, más tarde, en el contenido de un trabajo académico¹. Supe entonces que debía volver y llegar hasta el fondo de esta historia. Y lo hice a mediados de noviembre de 2005. Visité de nuevo el cementerio de los españoles
y también el ayuntamiento, la iglesia parroquial de San Blas, el campo de Judes… Tomé fotos, hablé con gentes de Septfonds y de Caussade… Volví a Montauban con el propósito de saber más y me traje una cartera llena de papeles, desde algunos documentos a notas tomadas con cierto apresuramiento.
La idea del primer libro sobre el tema fue, en cierto modo, el resultado de poner en orden aquellos papeles, los recuerdos e imágenes retenidas por la cámara, las historias orales… Pero también la necesidad de ordenar una serie de lecturas, de consultas en bibliotecas o archivos, de visitas a memoriales y exposiciones… Trataba de ser una aproximación y un homenaje a las gentes del exilio republicano español —y, por extensión, al dolor de todos los exilios—, a aquellos que, tras perder su guerra, soportaron el calvario del internamiento
en campos como el de Judes. Todavía se discute si la patria de los derechos del hombre y del ciudadano
, la Francia de la Terecera República, fue todo lo fraternal y acogedora que las gentes sencillas, soldados y oficiales de la España republicana, e incluso los intelectuales,