La división española de voluntarios representó para rusos y germanos una gota de agua en el océano bélico que encarnó el frente oriental. Su presencia generó una discreta reacción oficial en ambos bandos, que osciló entre la hostilidad soviética y la condescendencia alemana. Sin embargo, esa impresión evolucionó con el paso de los meses. El propio Hitler afirmó el 4 de enero de 1942 que «los nuestros están siempre contentos de tener a los españoles como vecinos de sector». La huella más imperecedera dejada por los miembros de la División Azul entre los civiles con los que convivieron fue el de una tropa poseedora de un sesgo más humano y de cierta empatía con la población.
Ocho décadas después de la presencia de la División Azul en el frente ruso, todavía resulta complejo dibujar un cuadro completo de la huella española en los meses que combatieron en el frente oriental. Si bien los historiadores han detallado con precisión sus implicaciones políticas, la composición de la unidad y su historial en el campo de batalla, existen todavía lagunas respecto a la impresión que aliados y enemigos percibieron de su desempeño.
La razón fundamental fue la escasa dimensión que soviéticos y alemanes otorgaron a la 250 División de la Wehrmacht en un teatro de operaciones tan dantesco como inabarcable. También se debe al silencio español que, una vez consumado el giro de Franco a partir de 1943, relegó a la unidad a un episodio que convenía recordar únicamente en espacios de exaltación de la épica castrense o falangista.
Descender a la intrahistoria de la División supone hallar infinidad de testimonios individuales de divisionarios, pero pocos relatos similares desde el lado alemán o soviético. No obstante, hay un elemento común en los escasos comentarios conocidos en ambos bandos: destacar el coraje y la indisciplina de sus integrantes.
«VAGOS Y MOROS, PERO VALIENTES»
Salvo excepciones, Alemania