Tras las fatigas del viaje —la humillante ducha colectiva en Hendaya descrita por Dionisio Ridruejo en sus Cuadernos de Rusia, los insultos propinados por los franceses y el apedreamiento puntual de los vagones…—, la primera impresión de los divisionarios al poner el pie en la base de Grafenwöhr fue bastante favorable. Hubo quien comparó el recinto con un hotel: barracones amplios y limpios, armarios personales, retretes y duchas en buenas condiciones, zonas ajardinadas, campos de fútbol, comedores solventes y hasta un teatro.
Inaugurado en 1907, el Área de Entrenamiento de Grafenwöhr, cuya extensión rondaba los 200 kilómetros cuadrados, había asistido a la formación del Real Ejército Bávaro que combatió en la Primera Guerra Mundial, y allí la Wehrmacht había perfeccionado las técnicas de la Blitzkrieg que conmocionaron al mundo en septiembre de 1939.
Todavía hoy, sede de una de las principales bases militares de Estados Unidos en Europa, es noticia por haber entrenado a centenares de soldados ucranianos en su lucha contra Rusia.
Una comisión aposentadora, bajo la supervisión del teniente coronel Romero Mazariegos, se presentó unos días antes para preparar el terreno. Los oficiales españoles disponían de habitación propia dentro de los respectivos chalés, y cada compañía ocupaba un pabellón, con dieciséis hombres por cuarto, con cocina, agua corriente y luz eléctrica. Nuestros compatriotas fueron vacunados contra el tétanos, la difteria y la tosferina, y sometidos a exámenes médicos que no todos superaron, por lo que algunos fueron devueltos a sus casas.
La principal novedad organizativa que imprimieron los «anfitriones» estribó en el levantamiento de tres regimientos de Infantería (el 262.º de Pedro Pimentel, el 263.º de José Vierna y el 269.º de José Martínez Esparza), en lugar de los cuatro propios del organigrama español (se «cayó» el del coronel Miguel Rodrigo Martínez, quien pasó a ser «segundo»