Anthony Eden, ministro británico de Asuntos Exteriores, quedó convencido de la mala fe italiana cuando le informaron de que, alrededor del 22 de diciembre de 1936, grandes cantidades de militares de tierra y abundante material de artillería y de transporte motorizado habían llegado hasta la zona sublevada.
En respuesta a una protesta inglesa contra el aumento de la injerencia italiana, el conde Ciano alegó que había “muchos rusos” en el país. Se refería, probablemente, a las Brigadas Internacionales del Ejército Popular de la República. Inglaterra debería dar la bienvenida a la intervención militar fascista, insistía Ciano, considerando el peligro que representaban las huestes que, organizadas por Moscú, estaban en España. A Eden, sin embargo, le preocupaba más la posibilidad del establecimiento de una base permanente italiana en Mallorca, que perjudicaría las rutas imperiales inglesas y pondría a Gibraltar al alcance de la aviación italiana en caso de guerra.
Al atardecer del 7 de febrero de 1937, diez mil militares italianos llegaron a las afueras de Málaga, ocupando la ciudad con mínimas bajas. Sin embargo, lo que contaba para Mussolini era que Franco tomase Madrid con la ayuda de la Italia fascista, cuyas tropas, declaró el Duce a un periodista, cortarían a los rojos “como un cuchillo la mantequilla”. A mediados de ese mes llegaron múltiples barcos con los 42.500 soldados de tierra que forjaron el Corpo di Truppe Volontarie, o CTV. Cierto número de ellos eran tropas del Ejército,