Objetivo: destruir a INDALECIO PRIETO
Desde que el 17 de mayo de 1937 se anunciara oficialmente que el doctor Juan Negrín había recibido «la honrosa, pero nada envidiable, misión de formar Gobierno», el tándem que había formado con su amigo Indalecio Prieto, responsable de la cartera de Defensa, había funcionado eficazmente con la ilusión puesta en ganar la guerra y la plena satisfacción del presidente de la República, Manuel Azaña, quien nunca se entendió con el anterior jefe del Gabinete, Francisco Largo Caballero. Solo los sindicatos UGT y CNT rechazaron formar parte del nuevo Ejecutivo de Negrín, quien contaba con el apoyo tanto de socialistas como de comunistas. Sin embargo, la pérdida de la cornisa cantábrica, esperada pero no por ello menos dolorosa, supuso un golpe tremendo para la moral republicana en general y para Indalecio Prieto en particular. Su amigo Julián Zugazagoitia nos dice que el ministro, «quien interpretaba cada derrota como una disminución de su autoridad», presentó su dimisión a Negrín, aunque el presidente se negó a aceptarla. La caída del País Vasco, rubricada con la deshonrosa rendición de los famosos gudaris ante los italianos en las playas de Laredo y Santoña, el 26 de agosto de 1937, constituyó un auténtico mazazo para las esperanzas que albergaban millones de republicanos.
Tras esta sonora derrota, que privó a la República del recurso de la industria pesada de Vizcaya, Prieto y el general Vicente Rojo Lluch, responsable del Estado Mayor republicano, planearon una ofensiva de gran alcance en el sector de Teruel. La operación, desarrollada victoriosamente en sus fases iniciales, proporcionó a los republicanos el alivio de la conquista temporal de la ciudad en el durísimo invierno de enero de 1938, pero apenas unos días después la situación militar dio un vuelco considerable. El mando faccioso, empeñado en no conceder ningún triunfo al Gobierno legítimo, lanzó una contraofensiva el 5 de febrero que recuperó la ciudad el 22. Tras el trágico balance de esta batalla, uno de los mayores desastres de toda la guerra, el Ejército Popular había perdido a más de 60.000 hombres frente a 40.000 bajas del enemigo, quedándose sin reservas para reponer todo el material bélico destruido, además de unas tropas supervivientes
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