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Barcos que hicieron historia
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Libro electrónico127 páginas2 horas

Barcos que hicieron historia

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Un recorrido a través de la historia de algunos grandes barcos. De las carabelas de Colón al gemelo del Titanic; de la masacre contaminante del Exxon Valdéz al polémico accidente del Costa Concordia; del Calypso de Cousteau al Crucero del Amor, este libro invita a navegar por una serie de historias curiosas, tecnológicas, humanas; por la gran aventura del hombre y sus máquinas flotantes.

IdiomaEspañol
EditorialDiego Gualda
Fecha de lanzamiento20 jun 2014
ISBN9789874541727
Barcos que hicieron historia
Autor

Diego Gualda

Diego Gualda nació en Sunny Sidro en 1974. Entre sus muchas habilidades, se destaca la de escribir su propia biografía en tercera persona.Su segundo nombre es Eduardo, pero no se lo digan a nadie.De chico quiso ser Maestro Jedi y estrella de rock. Pero, a falta de talento para el manejo de La Fuerza (o para la ejecución de instrumentos musicales), acabó convertido en periodista. La Universidad Católica lo vomitó en la vereda de las redacciones de los grandes medios gráficos nacionales, donde aún se lo puede ver mendigando.A lo largo de su carrera fue editor de las secciones internacionales, showbiz, deportes, clases magistrales y de suplementos especiales para la revista Noticias y de la sección información general del desaparecido diario Libre. Fue además cronista de Gente, columnista de Cosmopolitan y colaborador freelance de en una colección algo ecléctica de medios gráficos, incluyendo El Expreso Diario y las revistas Mañana Profesional, Contrastes, Barcos, Maxim, Playboy, Apertura, Target, El Gráfico, Metrópolis, Conozca Más, Ronda (Aerolíneas Argentinas), Sojourn (Hoteles Sheraton), Inc (Aerolíneas Lan), Veo Vea (Supermercados Vea), Star Trek Communicator, La Autopista del Sur y otros títulos casi innombrables.En materia de medios digitales, tecleó duro y parejo para el portal de la cadena Univisión, fue columnista de Perfil.com –y de 442, su vertical de contenido deportivo–, ejerció como coywriter para Dridco (grupo La Nación) y tuvo un exitoso blog en la versión on line del extinto diario Crítica. En un breve paso por Infobae fue editor de la sección Tendencias, produjo contenidos para Infobae TV y dirigió el equipo de nuevos medios.Se desempeñó como escritor fantasma (actividad en la que constató lo difícil que es tipear con una sábana en la cabeza) y se somete en forma regular al infierno que es hacer informes de lectura para Ediciones Urano y para V&R Editoras. Colaboró con Editorial Vértice (producción de contenidos para libros y revistas infantiles) y Pro Juniors (productora de espectáculos, ah... recuerdos del Pepsi Music 2007). En materia de prensa y relaciones públicas, fue copywriter para MGH Communication Management y para Brüke Comunicación. Hizo un intenso trabajo de coaching para Pulpo PR y ha realizado algunos trabajos independientes como agente de prensa, incluyendo la edición de house-organs para distintas compañías y organizaciones, aunque esta es una etapa oscura de su carrera que, terapia y psicotrópicos mediante, está tratando de superar.Condujo diferentes programas en Radio Cultura y en la ya desaparecida FM Martínez; además fue columnista en las radios Fénix y Palermo. Desde que cumplió cuarenta escucha Aspen. Dicen que eso viene con la edad.En el 2011 recibió una mención especial en los Premios ADEPA por su cobertura de la toma del Parque Indoamericano para la revista Gente. En el 2015 ganó el Premio Libertad de Prensa de ADEPA por su trabajo para revista Noticias sobre la masacre de Charlie Hebdo.Desde mediados del 2009 intenta incursionar en el terreno de la comedia stand up, aunque la comedia sigue repeliendo sus incursiones con relativo éxito. Se formó con Juan Barraza y Alejandro Angelini. Se deformó rotando por los clubes de comedia de la ciudad. Produjo espectáculos y se presentó en el Teatro El Bululú, Liberarte, The Cavern Club, Hard Rock Café, Niceto Club (para Comedy Central) y en otras salas del circuito off-Corrientes, zona libre de mosquitos. Además, pasó fugazmente por las pantallas de Bendita TV y Hora de Reír (Canal 9), Concentrados en red (DeporTV) y Temprano para tarde (CN23), siempre haciendo el ridículo con su monólogo (y sin temor al uso excesivo de esdrújulas). En el 2014 fue uno de los comediantes invitados a participar en el Festival Ciudad Emergente y en el 2015 tuvo la oportunidad de presentarse en The National Midnight Society, en Hollywood. Los gringos se rieron y todo. Más que nada, de su acento.Su primera novela, la comedia romántica "Hablalo con mi abogado", publicada en junio del 2009 (Plaza & Janés), resultó un suceso de ventas suficiente para mandar el auto al taller, comprar dos camisas y permitirse el lujo de pedir el McCombo con papas y gaseosa grande durante todo un mes. Además, invitó un asado para todos sus amigos. Sí, los cuatro. Aún le debe doscientos pesos al mecánico. Su segundo libro, la colección de cuentos "Pocas Pulgas" (Ediciones B), vio la luz en marzo del 2011. La luz, el gas, el teléfono, rentas, la tarjeta de crédito y muchas otras cuentas por pagar.En julio del 2014 lanzó la primera parte de "Hijos de la oscuridad" (Puck), una trilogía de literatura fantástica que ha provocado que una banda de vampiros ofendidísimos lo persigan día y noche (bueno, no... en realidad, solo de noche). La segunda entrega llegó a las librerías en el 2015 y la tercera lo hará en el 2016. Cualquier otro orden, es de suponerse, resultaría un tanto confuso para los lectores.En marzo del 2015 publicó su primer non-fiction, "Buenos muchachos" (Sudamericana), una biografía no autorizada de Jorge Rial y Luis Ventura, quizás su libro más brillante (la tapa es color naranja fluorescente). Además, en abril del mismo año salió a la venta la novela "Putas, fantasmas y gatitos" (Letras del Sur), un culebrón en clave de prensa amarilla. Este último libro, sumado al segundo de la saga de fantasy juvenil y al non-fiction le han valido al autor el inusual récord de llegar a las librerías con tres títulos nuevos, en tres géneros diferentes y desde distintas editoriales, todo en el mismo año.En la actualidad se desempeña como docente de la Licenciatura en Periodismo en la Universidad Abierta Interamericana y como colaborador para el diario La Nación y la revista Noticias, entre otros medios. Es además parte del equipo creativo de Zoomin Contenidos, donde diseña estrategias de comunicación, enfocado especialmente en el mundo digital. Sí, le pagan por poner fotos de su gato en InstagramA la sazón, es Segundo Dan de Taekwondo y –con muchísimo esfuerzo– un guitarrista decente (jamás le propuso sexo a su guitarra, por ejemplo). La combinación de ambas aficiones ha dado por resultado que, de vez en cuando, agarre algún instrumento musical y lo cague un poco a trompadas. En los últimos tiempos se ha inclinado de manera un tanto enfermiza hacia el ukelele, un adminículo que de por sí luce bastante absurdo sobre su prominente abdomen. Dice que lo prefiere por sobre la guitarra porque los instrumentos le gustan como las mujeres: cuanto menos cuerdas, mejor.Para músico, es un escritor del carajo.En suma, más que un multifacético Hombre del Renacimiento, Gualda es un encantador inepto multipropósito.Un verdadero chanta ilustrado.

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    Barcos que hicieron historia - Diego Gualda

    Chapter 1 - A modo de prólogo

    Unas palabras, antes de zarpar

    En otra vida, antes de ser un bohemio que se dedica a vivir de contar historias, pasé demasiado tiempo en el agua. Trabajé en el puerto, estuve embarcado, hasta administré una flota pequeña de buques tanque; lidié con aduanas, muelles, amarres, remolcadores y montones de cosas más que hacen a la actividad náutica comercial.

    Durante poco más de una década de portuario, de personal de tierra de la marina mercante, odié profundamente mi trabajo. Todos y cada uno de los malditos días que pasé en él.

    Y, sin embargo, no puedo negar una cierta e indescriptible fascinación por los barcos.

    A lo largo de la historia de esta raza que, de puro cariñosos, llamamos humanidad, los buques han sido protagonistas. Fueron el vehículo que nos llevó a constatar que no vivíamos en un plano sostenido sobre el lomo de tortugas gigantes; el agente del comercio y el transporte que nos llevó hacia el primer intercambio cultural a gran escala; el guerrero en tiempos violentos y el diplomático en tiempos de paz; el lucimiento del desarrollo tecnológico y, a la vez, el escenario de grandes tragedias humanas.

    En un planeta ocupado en sus tres cuartas partes por agua, si los hombres no hubiésemos inventado los barcos y desarrollado la navegación, seguramente no habríamos alcanzado el desarrollo actual. Como especie, le debemos mucho a nuestros buques.

    Las antiguas embarcaciones a vela fueron las protagonistas indiscutidas de la aventura de descubrir. Los enormes cruceros transatlánticos de principios del siglo veinte sintetizaron a la perfección lo que ciencia, industria y diseño podía hacer cuando iban de la mano. Las máquinas de destrucción que poblaron los mares durante la Segunda Guerra Mundial demostraron la importancia estratégica de dominar los océanos. Los grandes buques de carga empezaron a hacer que el mundo nos pareciera cada vez un poco más pequeño.

    Este libro no es una historia de la náutica, ni una colección exhaustiva de los más grandes barcos del mundo. Ni pretende ser ninguna de las dos cosas. Es más bien una selección, reedición y reescritura azarosa de las crónicas (algunas de ellas publicadas anteriormente en la prensa local, muchas en la revista Barcos, algunas en Noticas y hasta en el desaparecido diario Libre) de ciertos buques importantes en la historia de la humanidad. ¿Qué es lo que los hace importantes? El puro capricho de un ex agente marítimo devenido en escritor, que –con sus amores y sus odios a cuestas– sigue encontrándolos fascinantes.

    A la vuelta de la página, el amable lector tropezará seguramente con un curso algo errático, que lo llevará de crucero por los rumbos que este antojadizo capitán ha elegido. El autor les sugiere se encomienden a Poseidón y disfruten del viaje.

    Bienvenidos a bordo.

    Todos al agua

    Una breve historia

    Si la navegación nació de una inquietud o de una necesidad, es un misterio. Si fue una invención o un descubrimiento, también. Lo único que se puede tener por cierto es que, desde los hombres de las cavernas en adelante, el ser humano ha navegado y probablemente lo siga haciendo.

    La navegación primitiva, la de balsas talladas en troncos, pudo haber nacido como reacción de la natural curiosidad cavernícola que –además de estampar sus manos en las paredes y cortejar a sus mujeres a los garrotazos– exploraba su entorno. Aunque también, el primer astuto cavernícola en treparse a un tronco, puede haberlo hecho por la necesidad de llegar a esa codiciada presa de caza que estaba justo del otro lado de un arroyo. Cuál de las dos hipótesis es la verdadera, seguramente nunca se sepa, aunque ambas sean igualmente factibles.

    Esta misma navegación primitiva puede haber nacido como un producto del ingenio de nuestros ancestros, por sí solo, como nació la rueda, la lamparita, el motor de combustión interna o el sacacorchos eléctrico. Pero también puede haber sido el descubrimiento de algún pitecántropo que, al ver en el riacho cercano a una ranita parada sobre una madera que flotaba corriente abajo, se le haya cruzado por la cabeza imitarla. Lamentablemente, ya no queda ningún ancestro vivo a quien interrogar sobre este punto.

    Lo cierto es que el pueblo de la antigüedad más renombrado por su espíritu de navegante e incluso considerado un verdadero precursor en la materia, fue el fenicio. Sin embargo, estos hombres, nativos de tierras pobres y obligados por la circunstancias a navegar en busca de nuevas fronteras, llevaron muy pocos registros de sus conocimientos y tecnología náutica, probablemente por el celo de comerciantes con el que protegían la información para evitar la competencia.

    De todos modos, se sabe que sus buques tenían propulsión combinada: remo y vela; aunque desconocían la técnica de la virada, que permite navegar a sotavento, y –por lo tanto– se movían principalmente a remo y solo usaban las velas cuando tenían el viento a favor. Siempre que podían se mantenían a la vista de la costa y, si la zona era desconocida o peligrosa, no la navegaban de noche, sino que fondeaban usando en principio pesadas piedras y más tarde anclas de madera rellenas de plomo. En sus viajes con fines de comercio llevaron estas endebles embarcaciones hasta lugares tan remotos como Chipre, Rodas, Sicilia, Cerdeña y España.

    Los griegos, una continuidad de la tradición náutica fenicia, ya dividían el curso en cuatro puntos cardinales. El cartógrafo Hiparco fue el primero en dividir el mundo conocido en paralelos y meridianos, tomando como referente el Ecuador y las Islas Afortunadas, hoy conocidas como Canarias.

    A pesar de que en el Imperio Romano la profesión de marino estaba mal vista dentro de la escala social (aunque, de hecho, las Guerras Púnicas anotaron algunos puntos a favor de los hombres de mar), aportaron a la tecnología marítima el odómetro, primer dispositivo que, con una rueda, engranajes y piedritas, permitía medir la velocidad de sus trirreme. Alejandro Magno también puso su granito de arena con la construcción del primer faro. Pero, en el siglo IV, la llegada de los bárbaros a Europa y los prejuicios populares sobre la peligrosidad del mar detuvieron toda evolución técnica por algo así como cinco siglos, a pesar de que pueblos como los genoveses o los venecianos –más por necesidad que por cualquier otra razón– siguieron navegando.

    Contrariamente a los romanos, para los vikingos, ser marino era una segura candidatura a héroe. Entre sus grandes exploradores se destacan Narod, que llegó a Islandia en el año 861, Erik el Rojo, que descubrió Groenlandia en el 983 y su hijo Leif, quien –se cree– pisó suelo americano por primera vez en el año 1000.

    La llegada de los árabes y los judíos a la Península Ibérica también contribuyó al desarrollo de la navegación, ya que muchos textos científicos, en particular de astronomía, fueron traducidos del griego, el hebreo y el árabe. El súmun de la náutica de esta época fue durante el reinado del español Alfonso X el Sabio (1252-1248), durante el cual un comité de eruditos convocado por la corona publicó las Tablas Alfonsinas, un extenso tratado de náutica astronómica que durante más de dos siglos sirvió para orientar a los navegantes. En la misma época, Raimundo Llul publicó su Arte de Navegar e inventó uno de los primeros astrolabios (instrumento para medir la altura de un cuerpo celeste) conocido. El astrolabio dio a su vez origen al sextante, versión corregida y aumentada que hizo su debut alrededor de 1775 y que –mejorando sobre todo la calibración y precisión de los elementos ópticos– se siguió utilizando hasta mediados del siglo XX.

    La aparición de la brújula, ya en el siglo XII, fue definitivamente el progreso de la ciencia náutica más significativo de toda su historia. En esta misma época se empezó a popularizar el uso de las cartas náuticas. Todas estas innovaciones crearon el ambiente técnico propicio para que fueran posibles viajes como los de Cristobal Colón, Vasco da Gama, Alvarez Cabral (el primero en llegar a Brasil) y la maratónica vuelta al mundo de Magallanes y Elcano, que probó en forma definitiva e incuestionable la esfericidad de la tierra.

    Tecnología náutica

    Del sextante al GPS

    En alrededor de un milenio y medio de navegación, la forma de medir la posición ha evolucionado de rudimentarios instrumentos cuasimecánicos y ópticos a sofisticados sistemas satelitales. El primer instrumento capaz de calcular la latitud en forma más o menos precisa fue el sextante que –midiendo la altura sobre el horizonte de una estrella o del mismo sol– permitía una aproximación a la posición real de la embarcación.

    Dado que la posición se tomaba en forma manual (y los cálculos correspondientes estaban sujetos a la habilidad para los logaritmos del oficial de guardia a bordo) el resultado nunca era preciso y mucho menos actualizado. A principios del siglo XX, por ejemplo, en los grandes cruceros, la

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