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LA ODISEA IRLANDESA DE LA… ARMADA INVENCIBLE

SEA APÓCRIFA O NO LA FAMOSA CITA DE FELIPE II, EL AUTÉNTICO ENEMIGO DE LA GRANDE Y FELI-CÍSIMA NUNCA FUERON LOS PROPIOS INGLESES, SINO LOS ELEMEN-TOS. Porque las intensas corrientes marítimas que azotaban aquella parte del canal, la más estrecha, impidió que los marineros maniobraran los barcos de vuelta a su posición original. Aquella flota que navegaba a una, como si de un mismo ente se tratara, de pronto se disgregó. Algunas naves llegaron incluso a colisionar entre sí, como la Rata Encoronada, de don Alonso de Leiva, y la galeaza San Lorenzo, de don Hugo de Moncada. La San Lorenzo, por cierto, acabó encallada en un banco de arena cerca de Calais. Los ingleses la abordaron y estuvieron a punto de hacerse con la nave española, pero la intervención de tropas francesas acantonadas en la zona lo impidió.

Por supuesto, los ingleses vieron la dispersión de la flota española como una oportunidad para lanzarse al ataque. Pero el entretenimiento que supuso la intentona de hacerse con la San Lorenzo dio un respiro a Medina Sidonia para que reorganizara al resto de barcos y plantara cara a los de la pérfida Albion. Adoptaron una formación en media luna, con la San Martín, la nave insignia, parapetada por los galeones y galeazas.

Y estalló la batalla. Nueve horas de cañonazos, e incluso arcabuzazos, cerca de los bajíos situados entre Ostende y Gravelinas. Los barcos enemigos llegaron a estar tan cerca que por momentos podían escucharse los insultos de unos y otros. Los daños en las embarcaciones de ambos bandos fueron considerables y, a no mucho tardar, determinantes para los españoles. Pero estos aguantaron. Solo uno de ellos se hundió durante la batalla, el vizcaíno María Juan, pero la resistencia enconada dio al fin sus frutos: los navíos ingleses empezaron a quedarse sin munición. Para entonces, sin embargo, los vientos habían llevado a la ya maltrecha flota española lejos de la costa de Flandes, hacia las aguas imprevistas del Mar del Norte.

Este fue el primer gran estoque que las fuerzas de la naturaleza le dieron a la Armada, pero no iba a ser el último ni, desde luego, el peor. Aun así, el duque de Medina Sidonia todavía albergaba esperanzas de conectar. Para ello convocó un consejo de guerra, en el que se tomó la decisión de regresar a España por el Mar del Norte. Un camino rechazado al principio, pero que pronto el viento y las mareas convirtieron en la única alternativa viable. Y así quedó registrado en el diario de a bordo, el 10 de agosto. Para entonces la Empresa de Inglaterra se dio por fracasada, incluso sin haber perdido, en realidad, una batalla. Otros habrían de darle el golpe de gracia; otros que no podían ser combatidos con cañones ni arcabuces.

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