NASCA ¿UNAS LÍNEAS RITUALES?
Pasear por las pampas de Nasca, Ingenio, Palpa, Jumana o Socos despierta la sed de cualquiera. Son inmensas llanuras pedregosas, de un tono gris oscuro rojizo, que abarcan unos cuatrocientos cincuenta kilómetros cuadrados y se sitúan en la costa meridional del Perú, entre el océano Pacífico y los Andes. Su aridez es legendaria: llueve unos treinta minutos al año. Por eso no hay rastro de vida. Sin embargo, los hombres han dejado su huella en este rincón perdido del mundo. Se aprecian marcas de ruedas de motocicletas y todoterrenos. De vez en cuando, una o varias líneas más amplias y nítidas, de color claro, se extienden hacia el horizonte. A ras de suelo es difícil dilucidar qué son o hasta dónde llegan, pero todo cobra sentido a 400 metros de altura. Por un precio que oscila entre los 135 y los 150 dólares, cualquier turista puede sobrevolar las pampas en avioneta. Desde su asiento contemplará un espectáculo que ha maravillado a viajeros, historiadores, arqueólogos y místicos durante más de ochenta años. Espirales, trapecios, triángulos y líneas, todos perfectamente delineados, se superponen a lo ancho del desierto. En algunas zonas, inmensas y elaboradas figuras de animales se extienden por la llanura: pájaros, una araña, un lagarto, un mono, una ballena…
¿Cuándo se trazaron estos dibujos, técnicamente llamados geoglifos? ¿Quiénes los hicieron? ¿Con qué propósito? Los arqueólogos han logrado responder con bastante certeza las dos primeras preguntas. La tercera sigue siendo un enigma, y los enigmas son terreno abonado para la imaginación. De creer algunas de las hipótesis más sorprendentes, los geoglifos serían pistas de aterrizaje para aeronaves espaciales, claves numéricas compartidas con los egipcios, atlas locales o mundiales, signos del zodíaco, estadios “olímpicos” precolombinos,
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