Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Pacífico
Pacífico
Pacífico
Libro electrónico323 páginas4 horas

Pacífico

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El descubrimiento del Pacífico, el mayor océano de la Tierra, realizada casi toda ella por barcos españoles, es la mayor gesta de exploración llevada a cabo por el hombre a lo largo de su historia. Un historiador australiano, Oskar Spate, bautizó este océano con toda razón, “Pacífico. El lago español”, nombre que se ha mantenido en este libro. Hubieron de encontrarse los vientos y las corrientes favorables que permitieran los viajes hacia occidente y el regreso hacia oriente llamado “tornaviaje”, tras el cual se pudo establecer una línea regular llamada “Galeón de Manila”, “Nao de Acapulco” o “Nao de China” entre Acapulco, en el virreinato de Nueva España y Manila y regreso, que duró doscientos cincuenta años, más que muchos imperios, de los casi cuatrocientos en que hubo presencia española en el Pacífico. El conocimiento de esta gesta quedó en gran medida oculto por las exploraciones y conquistas en América, con el nacimiento de grandes naciones y, a pesar de ser estudiado por historiadores, su divulgación ha sido muy escasa. No se puede querer ni admirar lo que no se conoce. El desconocimiento de aquella inmensidad hacía esas travesías imposibles. No obstante, los enormes riesgos eran asumidos por aquellas tripulaciones que se jugaban la vida o, en el mejor de los casos la salud. Muchos barcos quedaban a la deriva, ya sin tripulación, terminando con el maderamen deshecho o destrozado en lejanos y desconocidos acantilados, pero aceptaban el riesgo haciendo buena aquella frase de Cristóbal Colón: “La mar le da a cada hombre una nueva esperanza, como el dormir le da sueños”.

José Bonnet Casciaro, nace en Cartagena (España) en 1942. Marino y viajero, ha visitado países de Europa, África, Asia y América, entrando en contacto con diferentes culturas y situaciones sociales. Se inicia en el estudio de la astronomía a partir de la astronomía náutica o de posición, para continuar con la astrofísica, funda, en 1987, la Asociación Astronómica de Cartagena y un observatorio, que colabora con astrónomos profesionales. De esta etapa nace un libro enciclopédico de consulta, “Astrohistoria”, con más de cuatro mil entradas. Estudia historia en la UNED. Escribe un ensayo sobre los homínidos cromañones, que llama “Campos Elíseos” y, posteriormente, “La historia como problema”. Comienza a interesarse por la historia del descubrimiento y exploración del Océano Pacífico y queda fascinado por esos cuatro siglos fundamentales de la historia que culminan en esta obra.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 jul 2019
ISBN9788855086356
Pacífico

Relacionado con Pacífico

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Pacífico

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Pacífico - ​​​​​​​José Bonnet Casciaro

    Gemma

    Detrás de las consignas patrióticas hay mucha iniquidad. Pero esa iniquidad no está en quien creyéndolas las cumple y hace de ellas un credo de honor, sino en quien las crea y difunde, para después incumplirlas y hacer de ellas un paraguas bajo el que ocultar sus particulares conveniencias.

    Este libro está dedicado a los primeros.

    INTRODUCCIÓN

    Cuando, lleno de curiosidad, comencé a estudiar la exploración del Océano Pacífico me asombré de que la mayor exploración de la Tierra realizada por el ser humano había sido ese inmenso mar donde caben todos los desiertos de la Tierra y muchos más, y toda ella con barcos españoles. Un historiador australiano, Oskar Spate, le llamó con toda razón «El lago español», y así la titulé.

    Sin embargo muy pocos españoles conocen su extraordinaria historia. A diferencia de América que fue una exploración seguida de conquista, la Mar del Sur, después llamada Pacífico fue toda ella exploración y sólo una indispensable fuerza que permitiera posteriormente un activo comercio.

    Una vez encontradas las corrientes y los vientos que permitieran volver desde el Pacífico occidental hasta el virreinato de Nueva España, en lo que se llamó «tornaviaje», se estableció una línea regular que duró ¡doscientos cincuenta años! más que algunos imperios, y que se llamó «Galeón de Manila», «Nao de Acapulco» o «Nao de China», de los casi cuatrocientos que perduró nuestra presencia en aquel océano.

    Su historia quedó oculta por las conocidas conquistas en América, donde se crearon grandes naciones. Esta historia es estudiada por los especialistas, pero su divulgación ha sido muy escasa. Como se dice, un país que no sabe su historia está condenado a repetirla y, parece, que así ha sido, siglo tras siglo. A partir de esta historia cambiaron muchos conceptos, nació el siglo de las luces y se multiplicó el conocimiento.

    Lo cierto es que España configuró el mapa de un mundo que el ser humano no conocía. Más allá de la discusión de si descubrió antes que nadie una nueva isla, si dejó una impronta de su cultura o cualquier otra, nadie puede negar que España dijo cuál era el mundo que habitamos, cuales eran sus verdaderas dimensiones y su forma esférica, cuales sus mares y océanos, cuales sus vientos y sus corrientes, cual su movimiento de rotación, cuales sus muchos habitantes hasta entonces desconocidos… Una labor inmensa fundamentalmente de exploración en las peores condiciones posibles, una sangría que era una continuación de la que se desarrollaba en el nuevo continente recién descubierto, un drama en el que los ganadores no eran precisamente los que se lanzaban hacia un mundo desconocido. Salvo excepciones todos terminaron en la miseria y en el olvido, cuando no barridos por las olas.

    Sea como fuere con todos los errores, con todos los claroscuros, con todas las sombras que la historia nos imponga, la verdad es que la exploración del Pacífico no ha tenido parangón en la historia del mundo.

    «Pacífico. El lago español». José Bonnet Casciaro

    I - PACÍFICO: EL LAGO ESPAÑOL

    «Caminante no hay camino

    sino estelas en la mar…»

    Antonio Machado

    La exploración del Océano Pacífico, el mayor océano de la Tierra, realizada casi toda ella por España, es la mayor gesta de exploración llevada a cabo por el hombre a lo largo de su historia.

    Así como América en sus principios supuso una conquista, para lo que fue indispensable su exploración, si bien tuvo notables diferencias entre unas y otras naciones colonizadoras, la principal que esos territorios españoles no eran colonias sino que formaban parte de las Españas, el Océano Pacífico, así nombrado engañosamente por Magallanes cuando consiguió salir del laberinto tormentoso que le permitió descubrir un paso hacia un nuevo mar momentáneamente tranquilo, para enfrentarse a un horizonte infinito y desconocido, fue fundamentalmente una exploración, cualquiera que fueran sus intereses. Unos años antes, en 1513, Vasco Núñez de Balboa, había descubierto ese mismo mar al que llamó «la Mar del Sur», ni Magallanes ni Núñez de Balboa supieron nunca que habían descubierto el mayor océano de la Tierra. Al igual que Colón nunca supo que había descubierto un nuevo continente.

    Casi todo el descubrimiento del Océano Pacífico fue un interminable viaje de exploración y posteriormente de creación de asentamientos comerciales que naturalmente tenían que ser defendidos de ataques de los indígenas poco amistosos como los que dieron muerte a Magallanes o de piratas como el famoso Li Ma Hong cuyo lugarteniente, Sioko, atacó Manila con setecientos hombres provocando una matanza y una lucha de dos días que le costó la vida. Pero también fue necesaria una administración que pusiera un poco de orden, para que fueran viables las relaciones y los viajes comerciales.

    Hubieron de descubrirse vientos, corrientes, pequeñas y remotas islas en las que buscar alimentos y hacer aguadas, en muchas de ellas ni eso encontraron aquellos navegantes que iban dejando sus cuerpos convertidos en piltrafas y muchos de sus barcos en buques fantasmas, ya sin tripulación, a la deriva, llevados por esas desconocidas corrientes y vientos a quien sabe que lejano acantilado o con su maderamen deshecho empujado hacia desconocidos destinos.

    Cuando los ingleses, los holandeses y los franceses comenzaron a adentrarse en esos, para ellos, nuevos derroteros, los barcos españoles ya conocían y habían cartografiado casi todas sus islas. En esos barcos iban desde experimentados capitanes y pilotos hasta marineros de otros países, como el caso de los célebres Magallanes, el veneciano Pigafetta o Américo Vespucio, pero las empresas eran financiadas por España y los buques fueron todos españoles a cuyo servicio ponían sus conocimientos de navegación, para lo que se hacía necesario saber de astronomía náutica o de posición, todo lo demás estaba por descubrir. La mayoría de los barcos zarpaban hacia el oeste desde puertos de América Central, sobre todo desde Acapulco y, casualmente, en las zonas del Ecuador se encontraban con corrientes a su mismo rumbo, en general las corrientes ecuatoriales eran todas favorables a un rumbo oeste, fue la primera corriente encontrada en el Pacífico, lo que aliviaba un poco el viaje de ida, a pesar de lo cual tenían la imperiosa necesidad de encontrar tierra firme, aunque fuera una pequeña isla que les permitiera sobrevivir al largo viaje.

    El mayor problema lo encontraron en lo que se llamó el «Tornaviaje». En principio todas las corrientes encontradas eran contrarias, lo que hacían las travesías casi imposibles. No obstante, los enormes riesgos eran asumidos por aquellas tripulaciones que se jugaban la vida o, en el mejor de los casos la salud, para obtener un beneficio. Haciendo buena aquella frase de Cristóbal Colón: La mar le da a cada hombre una nueva esperanza, como el dormir le da sueños».

    Y así se creó una primera línea de navegación que hacía el viaje y el tornaviaje entre Manila y Acapulco que perduró ¡doscientos cincuenta años! Y que era conocida con el nombre de «Galeón de Manila», «Nao de Acapulco» o «Nao de China», en ella llegaban a Acapulco enormes cantidades de especias, clavo y nuez moscada de Molucas, pimienta y jengibre de la India y de Java, canela de Ceilán, alcanfor de Borneo, perfumes, bordados chinos, los conocidos mantones de Manila, que, en realidad, eran mantones de China, porcelanas chinas, incluso tejidos de las Indias, de China y Japón, sedas, maderas exóticas, muebles magníficamente trabajados, tallas de marfil, piedras preciosas, perlas…

    Desde Acapulco salían hacia Manila grandes cantidades de plata americana trabajada y desde España, vino de Andalucía, medallones, pesos, reales de oro y doblones, hasta los marineros y pasajeros escondían en las suelas de los zapatos esas monedas que se vendían a gran precio con destino no sólo a Filipinas, sino a China, Japón, Siam, Indochina… Además, los barcos también llevaban pasajeros: administradores, soldados, monjes…

    La llegada de esos barcos a Acapulco o a Manila suponía la creación de un mercado enorme que podía durar más de un mes. Desde Acapulco las mercancías no vendidas allí, unidas a la plata de Perú y artículos americanos, se trasladaban por tierra a puertos del Golfo y del Caribe, normalmente a Veracruz, donde embarcaban para ser trasladados a España, con alguna escala en la Habana, en otro peligroso viaje, sobre todo por la existencia de una piratería muy activa en el Atlántico, además de malos tiempos y huracanes.

    Entre 1564 y 1565, Andrés de Urdaneta encuentra al fin una ruta para el tornaviaje, aprovechando la corriente que, más tarde, se llamaría de Kuro Shivo, que ya empezaba a manifestarse hacia los 20 grados norte, con una gran amplitud se acercaba a las costas de Japón y llegaba más allá de los 35 grados norte. La cercanía a las costas japonesas resultaba un peligro por la existencia de naves que atacaban a las expediciones del «Galeón de Manila» que solían estar formadas por dos o tres barcos. Esa corriente amplísima llega a manifestarse, incluso con más fuerza, en el Mar de Japón entre las costas japonesas y coreanas y por el norte se acercaba a las Aleutianas, pero el peligro de ataques piratas hacía que los barcos españoles se alejaran todo lo posible de las costas de Japón. Llegaban a las costas de Los Estados Unidos y desde allí, acercándose a la costa arribaban a Acapulco.

    Este larguísimo proceso de exploración y comercio realizado exclusivamente por barcos españoles y que abarcó prácticamente todo el Océano Pacífico durante más de tres siglos hizo que el historiador australiano Oskar Spate llamara al Pacífico «El Lago Español»

    Esta es su historia:

    Theatrum Orbis Terrarum. Cortesía del Museo Naval de Madrid BMN 10168 (3)

    II - EL ORIGEN DE LA AVENTURA NUEVOS SABORES

    En los primeros siglos de la Edad Media todas las mesas europeas, incluidas las de reyes y nobles, saciaban su apetito a base de grandes ingestas de carnes de toda clase, lo que no podían sazonar correctamente lo compensaban con comidas pantagruélicas. Con las conquistas romanas en oriente comenzaron a conocerse una serie de productos índicos que, a través de barcos y caravanas, como aquellas en las que participó Mahoma, se comercializaban en el próximo oriente, en Egipto y en el norte de África. Esos productos eran las especias. Procedían de la India y de todos los países del norte del Índico, pero preferentemente de las Islas Molucas o islas de las especierías.

    Poco a poco a través de barcos árabes que llegaban al Golfo Pérsico o al Mar Rojo, desembarcaban por la llamada «Arabia feliz» ¹ y Egipto en los que tenían que pagar altísimos tributos y donde esperaban largas caravanas de camellos para transportarlas a ciudades y puertos mediterráneos, de nuevo en barcos árabes o venecianos, cada vez más numerosos, o al norte de África. Otros viajes por tierra se hacían a través de la famosa «ruta de la seda». En estos largos y variados viajes siempre permanecían expuestos a las tormentas y a los piratas del mar o a piratas del desierto, los beduinos, para llegar finalmente a los mercaderes europeos que financiaban los viajes.

    Venecia se convirtió, a la caída de Bizancio en el puerto de recepción de esas mercaderías y durante mucho tiempo dispuso de una flota que transportaba la mercancía y allí, en Venecia, esperaban los mercaderes que la distribuían por toda Europa. Cada uno de estos puntos de viaje y distribución suponían un encarecimiento de la mercancía y así adquiría un valor semejante a la plata e incluso al oro, pues una vez sazonadas las comidas con pimienta, clavo, nuez moscada, canela… hasta se llegó a echar jengibre a la cerveza y al vino, no hay en Europa una mesa que se precie que no utilice estos exóticos productos. Cuando las especierías empiezan a ser conocidas y utilizadas, las sosas carnes nórdicas o las verduras simplemente hervidas no se utilizan sin el consiguiente aliño en ninguna mesa que se precie. A esto se añadía que productos como la patata, el maíz o el tomate, todavía no se utilizaban y el café y el té aún no eran conocidos. La pimienta era tan valorada que se convirtió en moneda de trueque en muchos lugares, se pagaban deudas o servía de aval.

    A estos productos había que añadir el incienso para las iglesias, el opio, alcanfor, resina, quina, cúrcuma… productos de la farmacopea de aquellos tiempos, muy reputados y que se hicieron imprescindibles.

    Esas especierías cuentan además con la ventaja de su facilidad de transporte en muy diferentes condiciones, no se estropeaban con facilidad al ser sometidas a tan diferentes temperaturas y condiciones de viaje además de tener una alta caducidad. Un solo barco de cien o trescientas toneladas de especias podía hacer millonario a quien lo financiaba y compensar incluso la pérdida de varios barcos más. Eran productos que en origen se compraban a precios de miseria al existir plantaciones enormes con una mano de obra esclava.

    Para completar la carga el número de mercancías era enorme, desde las sedas de la India, los diamantes de Narsingar, las perlas de Ceilán, bordados, repujados… El número y calidad de las mercancías era enorme.

    Pero los acontecimientos habrían de provocar una disminución y encarecimiento de las especias: La expansión del islam hizo necesaria la búsqueda de otras rutas alternativas. Esa expansión ponía en peligro no sólo el comercio existente sino la propia existencia de los reinos europeos. Suponía el enfrentamiento de dos culturas y religiones no sólo diferentes sino totalmente opuestas, si bien no podían, con criterios actuales, considerarse una muy superior a la otra, pero en Europa comenzaba tímidamente una separación de la política y la religión, mientras que en el islam no la hubo en ningún momento.

    La pérdida de estas rutas comerciales influyó de forma importante, aunque no única, en la organización de las cruzadas, que buscaban como premisa indispensable para la mentalidad y la religiosidad de la época la conquista de los santos lugares ocupados por los musulmanes. Nadie hubiera participado en una cruzada sin la promesa del perdón y de la salvación eterna, pero probablemente no se hubieran llevado a cabo empresas tan costosas sin la necesidad de apertura de las rentables rutas comerciales cerradas por el empuje islamista.

    Era la hora de las grandes exploraciones navales, que se iniciaron organizadamente por el infante Enrique el navegante de Portugal (aparte de viajes aislados), creando la primera escuela de navegación de Europa, en Sagres y los sucesivos reyes portugueses seguidos por España, antes de que Portugal culminara su viaje por mar a la India.

    1    La «Arabia feliz» es una franja de tierra entre la Cordillera de Hadramouth y el Indico a la que, contrariamente al resto de Arabia, llegan los vientos alisios y disponen de un régimen fluvial que en el resto de Arabia no existe.

    III - RUMBO AL ATLÁNTICO

    La navegación atlántica hay que abordarla, aunque sea someramente, como elemento previo a lo que luego será el objetivo principal de este libro que es la exploración de la Mar del Sur o Pacífico.

    Hay que tratarla con dos procesos distintos, el primero es la salida de los pueblos mediterráneos en navegaciones costeras, ya dominadas por esos pueblos, a través de las míticas Columnas de Hércules y en sus relatos mezclen, como es costumbre de la época, la historia real con mitos y leyendas.

    Existe un acontecimiento, anterior previo a esas navegaciones costeras, que durante mucho tiempo ha estado envuelto en la neblina de la leyenda y que corresponde a pueblos nórdicos, los pueblos vikingos, que atacaban esporádicamente a los pueblos situados más al sur, llegando incluso a gran parte del Mediterráneo, pero sobre todo, hay que destacar de qué manera y con qué medios se atrevieron a adentrarse en ese desconocido mar rumbo al Oeste, en principio a Islandia, lugar al que ya habían llegado monjes irlandeses. A principios del siglo XX, se desconocía qué otros lugares pudieron visitar, aunque existía la sospecha de que lo habían conseguido.

    Más tarde se descubrieron restos de poblados vikingos en Groenlandia, por medio de excavaciones arqueológicas realizadas hacia 1947. En uno de ellos apareció, años más tarde, restos de un instrumento consistente en parte de un disco de madera con incisiones que indicaban las diferentes altitudes del Sol, así como dos líneas, una recta y otra curva, que indicaban los equinoccios y los solsticios, también con incisiones que indicarían la situación del norte en el momento de la observación. Podría corresponder a un instrumento de navegación vikingo utilizado por el año 1000 a de C. No podía ser atribuido a ningún otro pueblo inexistente en la zona.

    Los asentamientos vikingos fueron abandonados posiblemente por las duras condiciones climáticas que dieron lugar a fallecimientos por falta de alimentos y por el intenso frío que hubieron de soportar.

    Algunos investigadores nórdicos trataron de explicar estas navegaciones y asentamientos como el verdadero descubrimiento de un nuevo continente, pero las condiciones y los datos existentes no permitieron considerarlos así, ya que para que se produzca un descubrimiento deben ocurrir unos hechos históricos que no se dieron. Tales como confirmaciones escritas; sentido o idea de descubrimiento de nuevas tierras; asentamientos o poblados estables con una continuidad prolongada; contactos con pobladores del lugar que no tuvieran conocimiento de una existencia exterior y distinta a ellos que dieran lugar a intercambios e incluso conflictos y luchas entre ellos y los nuevos pobladores. En definitiva, un mundo nuevo culturalmente más atrasado en su mayoría, aunque con asombrosos conocimientos en determinados aspectos y sin noticias sobre otras poblaciones o culturas externas a la suya. Nada de esto se dio en las evidentes y extraordinarias navegaciones vikingas hacia el extremo nordeste de América, con unos barcos en absoluto apropiados para ellas.

    Muy posteriormente, hacia el año 1000 d de C, el navegante noruego Leif, hijo de Erik el Rojo, partió desde Groenlandia hacia el sur y, según la saga de un alemán llamado Tyrker que iba en la expedición, llegó hasta las costas de Estados Unidos a las que llamó Vinland, por encontrar uvas en aquellas tierras, sin que existan más datos de ese viaje.

    Pero ya terminando con estos episodios vikingos que merecen un estudio aparte, aunque muy difícil por la falta de datos que lo permitan, veamos los que, partiendo del Mediterráneo, costearon el Atlántico oriental lo que suponía el inicio de navegaciones atlánticas de mayor envergadura.

    Hacia el año 480 a de C, los carthaginenses ² envían una flota al mando de Hanno para circunnavegar las costas occidentales de África. Existe un relato púnico sobre este viaje y una versión griega. Según el relato, Hanno divisó una gran montaña hacia el oeste, sin duda se trataba del Teide, ninguna otra podía ser vista en esa latitud, posiblemente se acercara a ella descubriendo que se trataba de una isla, pero continuó viaje por la costa africana, llegando a un punto remoto del sur y constatando que se trataba de un continente, pasó una montaña volcánica de unos mil metros de altura, cercana a la costa, a la que llamó «El carro de los dioses», en lo que hoy es Guinea, debía tratarse del actual monte Kakoulima, posiblemente llegaron hasta Sierra Leona y avistaron las islas de Cabo Verde, terminando el relato de esta navegación. La existencia de las islas Canarias y las de Cabo Verde se olvidó hasta su redescubrimiento mucho más tarde. A excepción del relato del rey Juba II.

    Continuando por la costa africana, por el año 24 a de C, en un mítico relato, el rey Juba II de Mauritania, esposo de Cleopatra Selene, se dice que hija de Marco Antonio y Cleopatra, algo poco creíble, rey interesado en las artes , las ciencias y la tecnología, descubrió las Islas Canarias y las pobló con bereberes, posiblemente antepasados de los guanches. Con el tiempo se fue perdiendo el conocimiento de su ubicación, aunque no de su existencia.

    En el año 320 a de C, aproximadamente, se realiza un viaje muy interesante del griego Piteas que zarpa del puerto de Marsella, por aquel entonces colonia griega, de la que establece la latitud aproximada.

    Tras pasar al atlántico por las Columnas de Hércules, llega a las Islas Británicas que cartografía con forma de triángulo estableciendo sus dimensiones aproximadas. Esas islas eran probablemente las conocidas como Casitérides que cita, donde encontró un comercio local de estaño. Llegó a los países nórdicos comprobando la existencia de ámbar.

    Se acercó al Círculo Polar Ártico, observando auroras boreales y el Sol de Medianoche. Establece la relación entre la Luna y las mareas y observa la posición de la estrella Polar. Fue un viaje científico y de descubrimientos.

    A partir de este viaje se estableció un comercio de estaño y de ámbar, ambos muy utilizados en el mundo griego y romano, gran parte de él por vía terrestre y que perduró durante siglos.

    A partir de aquí se producen una serie de navegaciones costeras poco documentadas, siendo a partir del siglo XIII cuando comienzan a ser conocidas nuevas navegaciones africanas como la de los hermanos Ugolino y Guido Vivaldi, de Génova, que emprenden una importante expedición por la costa occidental de África. Jamás regresaron y se ignora hasta dónde pudieron llegar, aunque el hecho de emprender tal viaje (como dice Paul Lunde, v. bibliografía) significa ser depositarios de una tradición no basada en Ptolomeo y parece ser que, de origen árabe, pues al-Birundi y otros estudiosos árabes pensaban que los océanos Atlántico e Índico se unían por el sur.

    El océano Índico era conocido desde época inmemorial, por las civilizaciones que poblaban sus costas y también lo eran parte de las costas orientales africanas, incluso había un activo comercio entre ellas. Alejandro Magno conocedor de la existencia de un gran mar intentó llegar a él, por el 325 a C, tras la conquista del imperio persa, pero, con unas tropas ya exhaustas, tuvo que regresar.

    Ya conocidos parcialmente estos dos grandes mares, el Índico y el Atlántico, era razonable suponer que podrían estar unidos más al sur y continuaron las exploraciones, como la de Jaime Ferrer, en 1346, rumbo a Senegal, de la que no regresó.

    Entre 1414 y 1439, el navegante italiano Niccoló da Conti, recorre gran parte del Océano Índico, sin llegar a las costas del sur de África, lo que hubiera supuesto la conexión con el Atlántico Sur.

    Hay un descubrimiento muy importante, aunque no se sabe con seguridad su origen, se trata de la brújula. De ella hace referencia Alexander Neckam, en 1180, antes de que se popularice. Habla de la capacidad del magnetismo para señalar la dirección, mediante una aguja magnética a la que llamó «brújula», del latín caja. Cuando empezó a utilizarse en navegación se le llamó «compas», que procede del francés girar.

    Precisamente fue un estudiante francés conocido por su nombre latinizado de Petrus Peregrinus, quien en 1269, describe la brújula que había sido introducida en Europa en el siglo XII y llama «Polo Norte» al extremo de la aguja imantada y «Polo Sur» al extremo opuesto. El invento se atribuye a los chinos que lo transmiten a los árabes, que, a su vez lo introducen en Europa, pero es sólo una especulación. La brújula se hace desde entonces imprescindible en la navegación.

    Peregrinus también describe el experimento del imán con las limaduras de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1