EL SUEÑO DE LA CHINA HISPANA
Hubo un tiempo en que los españoles quisieron conquistar China, el gigante dormido del que Napoleón dijo que cuando despertara, el mundo temblaría. Deslumbrados por la facilidad con que un puñado de frailes y conquistadores habían derribado imperios y barrido culturas en América, pretendieron emular esas hazañas en el desconocido imperio celeste. Sus proyectos se revelaron quiméricos, pero la monarquía hispánica tuvo una fron tera con China y una experiencia de conllevancia con los sangleyes (chinos de Filipinas) durante más de tres siglos. Desde la época de Cristóbal Colón, la fascinación ejercida por el gigante asiático fue un acicate para que los españoles navegaran por ignotos mares y descubrieran tierras desconocidas. De la importancia de los intercambios con China, derivados de la mundialización ibérica (lusitana e hispánica), da idea que, en 1573, dos galeones de Manila partieran hacia Acapulco transportando 22.300 piezas de porcelana, sedas y otras mercancías chinas, o que, en la Lisboa de 1580, hubiera seis almacenes de porcelana china en la Rua Nova dos Mercadores. En 1565, el banquete de bodas del magnificente Alejandro Farnesio con la princesa María de Portugal se sirvió en vajillas de porcelana china azul y blanca, unos utensilios que los eclesiásticos portugueses enviados al Concilio de Trento consideraban más acordes con la reforma religiosa que los suntuosos objetos de oro y plata.
Cuando la expedición al mando de Miguel López de Legazpi llegó al archipiélago filipino en 1565, no tenía la certeza de si debía establecerse allí de forma permanente o proseguir hasta China. Pronto comprobaron que no eran las áureas islas imaginadas y que carecían de metales preciosos o especias. El 23 de
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