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Martín Alonso Pinzón, un olvido injusto
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Libro electrónico752 páginas12 horas

Martín Alonso Pinzón, un olvido injusto

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Hasta que Martín Alonso Pinzón no regresa de Roma, de un viaje comercial, la expedición al Nuevo Mundo, no toma cuerpo. Martín Alonso, no sólo sufraga una parte importante del viaje, también proporciona las mejores naves y convence a los pilotos y a la marinería más expertos para embarcar en una aventura tan incierta. Gracias a su gran experiencia náutica, Martín navegó siempre en vanguardia, reparó averías, conjuró motines, y desde su carabela Pinta, Juan Rodríguez Bermejo, gritó la palabra que cambiaría el curso de la Historia: «¡Tierra!».

La relación entre Colon y Pinzón fue buena hasta la llegada al nuevo continente, pero convertido ya Colón en Almirante, cambiará de forma radical.

En la anochecida del 21 de noviembre en un acaecimiento normal de la navegación a vela y al haber ordenado Colón el regreso a Cuba, Martín Alonso no vio las señales y se separó de la flotilla, llegando el primero a Babeque y a la Española. En el diario de Colón extractado por las Casas, quedó constancia de unas severas acusaciones contra Pinzón por aquella separación, pero según testimonios de los pleitos colombinos, tales imputaciones podrían no tener fundamento. La enemistad entre ambos se mantendría hasta el final del viaje.

Martín fue el primero en llegar a la península, pero su fallecimiento a los pocos días lo hizo desaparecer de las recompensas y la notoriedad de la epopeya marítima más portentosa de todos los tiempos, en la que junto a él, un buen número de personajes fueron injustamente olvidados: Deza, Juan Pérez y Antonio de Marchena, sus hermanos Francisco y sobre todo Vicente, Juan de la Cosa y los palermos, los mejores nautas de la época, sin cuya intervención, hubiera sido difícil preparar la expedición.

Después de más de cinco siglos, es hora de devolverle el honor y la honra al navegante de Palos, sin cuyo concurso, Colón jamás hubiera llegado a América en octubre de 1492.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento9 mar 2022
ISBN9788411310802
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    El mejor libro sobre el descubrimiento de los últimos años y que pone en su verdadero valor la importancia de Martin Alonso Pinzón y sus hermanos en ese viaje del Descubrimiento. Sin ellos ese viaje no se hubiera llevado a cabo. Sin Martin no hubieran zarpado ni llegado a tierra y sin Vicente Col9on no hubiera regresado. Muy injusto el olvido de los Pinzón. España es un pueblo desagradecido

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Martín Alonso Pinzón, un olvido injusto - Juan Ángel López Díaz

Introducción

El padre franciscano Ángel Ortega, autor de la monumental obra La Rábida: historia documental crítica, cuando describe las últimas horas de Martín Alonso dice: «Es indudable que la muerte de Pinzón favoreció mucho la causa de Colón. Sería de todos modos Colón, el genio descubridor de América con la gloria y provecho consiguientes, pero es muy posible que de sobrevivir aquel, tuviese la historia nuevas fuentes de información para escribir el relato exacto de los hechos. No hubiera cuando menos quedado en la infamia su nombre. Esto solo ¡cuántas otras infamias contra el honor de España se hubieran evitado! Con las rectificaciones que la investigación crítica y serena introduce en la historia, creemos llegado el momento oportuno de que se emprenda una vigorosa y decidida campaña de rehabilitación del ilustre marino de Palos, segunda figura y primera gran víctima del descubrimiento de América, Martín Alonso Pinzón…».

Jesús Varela Marcos, uno de los historiadores actuales que más y mejor ha investigado el tema del descubrimiento, al revisar la figura de Martín Alonso, escribe: «Al finalizar el trabajo, se refiere a Colón y Pinzón descubridores de América, por primera vez, nos dimos cuenta que aparecía una nueva realidad, como era la presencia evidente de un codescubridor, y que este era Martín Alonso Pinzón. La evidencia resulta tan flagrante que nos vimos obligados a cambiar el título del trabajo, pues pensamos que dentro de la biografía de Cristóbal Colón el descubrimiento de América constituye una parte fundamental, y en este hecho fue vital Pinzón. El propio Colón, así lo hace ver desde los primeros momentos, y en especial en los más significativos, como el día que tomó posesión de San Salvador, el 12 de octubre, en que ofrece 5000 maravedíes a Pinzón en reconocimiento de la coautoría del hecho, y por tanto de la recompensa de 10000 maravedíes ofrecida por la reina Isabel. Así pues, aunque nuestra intención era rellenar las lagunas existentes en la vida de Colón y en su conflictivo primer viaje, se vio complementada por la activa presencia de Pinzón, hasta el punto de llevarle a la portada como descubridor»¹. Cesáreo Fernández Duro, capitán de navío de la Armada, de Zamora por más señas, prestigioso historiador que llegó a ser secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia, y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en 1883 escribió el primero de sus libros dedicado a la exculpación del marino palermo². Sin embargo ese intento fue respondido por otros historiadores con virulencia inusual, como es el caso del historiador americano Henry Harrisse o el español José María Asensio, quien en su magna obra Cristóbal Colón, su vida, sus viajes, sus descubrimientos vuelve a denostar a Martín Alonso, ratificando la inapelable culpabilidad de Pinzón en el episodio de la supuesta deserción durante la travesía desde Cuba a Babeque (la actual Gran Iguana) en la noche del 21 de noviembre de 1492.

Ante ese nuevo ataque Duro, en un libro posterior al tratar sobre la obra de Asensio dice lo siguiente: «Resulta que la admiración y el entusiasmo que ciertamente siento por Martín Alonso Pinzón, teniéndolo por espejo de la marinería, por hombre de los que más en alto grado avaloran la Armada española y por víctima de la injusticia aún más que de la ignorancia, han sido contraproducentes, sirviendo tan solo para que en esta obra monumental, popular y estimable, (se refiere a la de Asensio) se recarguen las tintas con que, a mi parecer inmerecidamente, está manchada una memoria digna de respeto y consideración sin límites ni distingos». Igualmente al hablar de la figura de Colón escribe Duro: «… La tradición y la poesía han elevado la imagen de Cristóbal Colón hasta la región de la leyenda en altura tal, que dejando concebir su grandeza, no consiente discernir a los que la contemplan, si principalmente procede de una percepción privilegiada, por la cual adelantándose a su siglo, presintió los juicios venideros o bien de Copérnico y de Newton, o sí, sublime ignorante fue instrumento elegido y guiado por la Providencia en la obra divina de llevar la luz del Evangelio al otro continente». Y continúa: «Estos modernos admiradores de Colón han adoptado en la exultación de su personalidad un método semejante al de las proyecciones fotográficas, dejando a obscuras la sala, a fin de que el foco de luz realce la imagen única que representa. Hay que bajar la pantalla si se quiere que el cuadro reciba la luz natural…»³.

En el prólogo del libro, Los Hermanos Pinzón en el descubrimiento de América, Luis Peñafiel, escribe: «Los historiadores sucesivos, han venido componiendo sus historias, fácilmente desviadas al romance, donde uno solo es el héroe, el justo, el mártir; los demás gentes anónimas, que, si se individualizan, es para acumular sobre ellas cobardías y bajezas. Aquellas perniciosas novelas de caballerías, contra las que Cervantes hizo salir al que enfermó de leerlas, escribianse sobre el mismo patrón: al protagonista todas las luces y para la comparsa todas las sombras. Será también bueno que recordemos que las tales novelerías se vinculan muy estrechamente con una concepción feudal de la existencia: con el rey y sus pares las virtudes, con la plebe las infamias. Tanto, que nobleza y caballería se hacen sinónimos de cualidades admirables, mientras que la plebeyez y villanía, de lo contrario. España donde el régimen feudal solo apuntó en algunos brotes esporádicos fue la primera en reaccionar literariamente contra una psicología que, siguiendo los pasos de la realidad social, condenaba a los unos a servir a los otros. Los plebeyos no valen menos que los hidalgos, los hidalgos que los condes y los condes que el rey; y todos juntos valemos más que vos, como reza la fórmula de fidelidad en Aragón. Si estás condiciones sociales han podido influir en perjuicio de la organización nacional, como considera Ortega y Gasset, no es asunto que nos corresponda investigar; nos interesa sencillamente consignarlo a los efectos de llegar por camino conocido a una parte principal del fondo de la cuestión Colón-Pinzón. ¿No se ha pretendido hacer de Colón el don Quijote de los mares, y en consecuencia es Pinzón el Sancho Panza?».

Al buscar la información fidedigna donde descubrir que fue lo que realmente pasó en ese primer viaje del descubrimiento, tenemos dos tipos de fuentes: por un lado los documentos redactados por Colón; sobre este tema nos dice Menéndez Pelayo: «Fue Colón, el primer historiador de sus viajes, y ¡ojala se hubiese conservado cuanto escribió sobre ellos!». Pero la fatalidad, que parece haber perseguido los primitivos monumentos de la Historia americana, nos ha privado de la mayor parte de ellos, y así no poseemos más que un extracto hecho por fray Bartolomé de las Casas del inestimable diario de su primera navegación, ni aparece la carta que sobre ella escribió a Toscanelli z, ni queda relación suya del segundo viaje, aunque Las Casas parece haberla tenido en su poder y finalmente ha perecido, y esto es más doloroso que todo, aquella escritura en forma de los comentarios de Julio Cesar, en que el almirante había consignado día por día las ocurrencias de sus tres primeros viajes, según se infiere de carta suya al papa en febrero de 1502. Quedan reducidas pues, las obras de Colón, prescindiendo de cartas familiares, memoriales y otros escritos breves de índole no literaria, a las tres relaciones del primer viaje (que en rigor se reducen a dos) y a las del tercero y cuarto, más el Libro de las Profecías, que, en la parte que pertenece a Colón, nos inicia más que otro alguno en las intimidades de su alma». Y como dice Duro, fue sobre estos únicos documentos, trastocados unas veces a través de Bartolomé de las Casas, «nunca desapasionado» y otras versiones del mismo hecho modificados por la parcialidad de don Hernando Colón, (Hernando o Fernando, por ambos nombres es citado), los historiadores sucesivos han venido componiendo sus historias… Por tanto, es de estas fuentes básicas, de donde la mayoría de los autores, nacionales y extranjeros, ofrecen sus versiones sobre ese primer viaje. La mayoría de ellas son a favor del almirante, aunque por supuesto, hay clásicos como Gómara, Herrera, Oviedo y otros, que a veces, discrepan de los anteriores. Sin embargo, siendo estas las fuentes «monumentales», vamos a llamarlas así, existen otras fuentes, los testigos de los pleitos que durante cincuenta años mantuvo la familia del almirante con la Corona y que están en los documentos del Archivo de Indias, que no fueron conocidas, y por ello, no fueron utilizadas, por los grandes «hacedores» de la versión oficial de este primer viaje, y que por ello, y dada la cantidad de información que de ellas se desprende, sin haberlas conocido, es imposible que hayan dado una versión certera de lo sucedido⁴.

Dice Duro sobre el hecho de no haber empleado los grandes hagiógrafos colombinos estas fuentes: «Existen en el Archivo de Indias de Sevilla, las piezas de los autos de los pleitos sostenidos durante medio siglo por los descendientes del descubridor de las Indias Occidentales en pro de los privilegios que a este fueron acordados. Humboldt, Irving, Campe, Prescott, Cantú, lumbreras de la ciencia y de la historia no examinaron estos legajos de los pleitos ni parece que lo hayan hecho los que sucesivamente han querido ilustrar la vida del gran navegante, aunque Fernández de Navarrete dio a conocer la existencia de los papeles por extracto de algunos que del archivo le comunicaron. Vale, sin embargo, la pena la difícil lectura de los originales, por el caudal de datos únicos que encierra»⁵.

El ya citado Varela Marcos dice que: «A riesgo de ser vulgares tenemos que iniciar este trabajo recordando que la figura histórica de Martín Alonso Pinzón, y en especial su participación en el viaje del descubrimiento, ha sido diluida por la presencia de Cristóbal Colón. Con ello no queremos decir que no se hayan hecho estudios importantes sobre este personaje y en general de toda la familia de los Pinzón. Pero con ser numerosos y serios, ninguno ha abordado el tema de las relaciones personales y profesionales entre Pinzón y Colón en 1492. Nuestra pretensión, dice Varela, es esta; pues ahora, después de cinco siglos, los sucesos están lo suficientemente lejanos como para exponer, sin pasión, las circunstancias históricas de aquel encuentro dentro de las posiciones revisionistas actuales que así parecen aconsejarlo». Continua Varela Marcos: «Las relaciones previas al viaje son bastante conocidas, interesa más el trato durante la travesía, y lo que realmente nos interesa, la convivencia en el periodo descubridor del 12 de octubre de 1492 al 6 de enero de 1493. Es en este periodo cuando las relaciones entre estos dos hombres se deterioran produciéndose la ruptura, y esto es lo que no ha sido expuesto con rigor histórico porque desde un principio faltó una de las partes, debido a la muerte de Martín Alonso. A tal ausencia se unió la exclusión del resto de los Pinzón en las inmediatas actuaciones descubridoras, con lo que el pacto verbal ratificador de la sociedad entre Colón y Martín Alonso Pinzón, fue perdiendo fuerza e incluso olvidándose o negándose». Con el paso del tiempo solo las declaraciones de algunos testigos aportaron alguna luz a lo que pasó en el primer viaje del descubrimiento. Es el caso de Francisco García Vallejo, marinero de unos cuarenta y cinco años en 1492 que al responder al fiscal en 1515, a la pregunta dieciocho segunda mitad dijo: «Y en esto, aquel jueves en la noche aclaró la luna, e un marinero que se decía Juan Rodríguez Bermejo, vecino de Molinos, de tierra de Sevilla, como la Luna aclaró del dicho navío de Martín Alonso Pinzón, vido la cabeza blanca de arena e alzó los ojos e vido tierra e luego arremetió con una lombarda e dio un trueno, tierra, tierra, e sobstuvierón los navíos hasta que vino el día, viernes 11 de octubre (sic), el dicho Martín Alonso descubrió a Guanahay la isla primera e que desta tanto sabe e que lo sabe por que lo vido a vista de ojos» ( Pleitos II p. 220). Continúa Varela: «Pero para entonces la máquina de la Historia conducida por los amigos de Colón, encabezada por fray Bartolomé de Las Casas y sobre todo por don Hernando Colón, habían conducido a la opinión pública a la costumbre de ver en los Pinzón a los agentes de la Corona en el pleito que mantenía con el maltratado, ultrajado e incomprendido Colón, llegándose incluso a arreglar los escritos del almirante», según Las Casas para defenderse: «El fiscal queriendo defender la causa del rey, quiso probar y poner en duda que el dicho Cristóbal Colón hubiese sido principal en el descubrimiento de las Indias». (Las Casas, Historia de las Indias, cap. XXXIV p. 124). Es el caso del famoso diario de navegación o diario de Colón del primer viaje, que se perdió, pero que conocemos parte de su contenido, si bien comentado, por las copias de Las Casas y la de su hijo Hernando. Marta González pone de manifiesto sus dudas sobre el Diario de Colón, su división en diario y las aportaciones de Las Casas, de forma que anota una duda justificada sobre tan famoso documento. (Las llamativas irregularidades estructurales del Diario de Colón. Congreso de Historia del descubrimiento. Real Academia de la Historia. Actas, tomo I, Madrid 1992, pp. 499-520). A la vez que aparecían estos diarios, desaparecía documentación fundamental para saber las relaciones entre ambos personajes, Colón y Pinzón, así p. ej. la de Juan Rodríguez de Fonseca, pieza importante, «factótum», le llama Varela, del hecho americano y cuya figura corrió similar suerte en la historia de España que la de Martín Alonso Pinzón en los hechos del descubrimiento⁶. En su biografía sobre Martín Alonso Pinzón, Carlos Rivera, en su prólogo escribe: «En el caso de Martín Alonso, más que una vida pasada, realmente se trata de una vida olvidada. Olvidada y preterida. Preterida y combatida. Injustamente, claro está». Continua Carlos Rivera: «No se pretende, como se ha hecho con los Pinzón, arrebatarle a Colón la gloria que le corresponde. Pese a sus torpezas, sus falsas visiones de iluminado, su carácter, su deslealtad para con los marineros de Palos, Colón tiene merecida su gloria, que por otra parte es y debe de ser incuestionable. La gloria que no tiene merecida, y que apenas se le discute, es la que correspondiendo a sus compañeros de aventuras, él les usurpó en vida, y después, una gran mayoría de los investigadores y estudiosos que han tratado el tema, colaboraron, a afianzar. Con una parcialidad, insensata, imprudente, antiespañola, falsaria de la verdad histórica, que con Las Casas a la cabeza, seguido de Fernando Colón, colocaron las primeras piedras, de buena o mala fe, deliberada o inconscientemente, de la que se dio en llamar leyenda negra. Para mayor gloria de Colón, no han sido pocos los historiadores que han considerado como traidores a los Pinzón, y particularmente a Martín Alonso. Sin embargo, si hablamos de traición, al primero que habría que aplicarle tal calificativo es al almirante. Los panegiristas de Colón, sin contar para nada con la actuación de sus lugartenientes en el descubrimiento, hacen más grande si cabe el papel de héroe del descubridor, que aun con la oposición de los traidores, logra a toda costa su objetivo. ¿Era ello necesario? ¿No había gloria suficiente en la gesta del descubrimiento, tan insólita, tan ingente y de tal grandiosidad, que habría dado para repartir la gloria, de manera equitativa entre todos los participantes, desde el almirante hasta el último marinero? Es más, mientras que aquellos marineros que se enrolaron con penas graves, a la vuelta, fueron indultados⁷, sobre Martín Alonso, cayó una losa de olvido y culpabilidad secular, que posiblemente no tiene parangón en los anales de la Historia, y más cuando se trata de un acontecimiento histórico, del calibre del que estamos tratando: El descubrimiento de América. No era necesario arrebatársela a unos para acumulársela a otros».

Continua Rivera: «En un libro meritorio, Carabelas de España de Juan Cabal, en una fecha tan lejana como 1942, el autor ya reconoce que la epopeya del descubrimiento, ya no enciende las pasiones de otros tiempos. Lo que escribieron los Washington Irving, los LaMartine, los Roselly de Lorgues, escrito queda. Ya es muy difícil borrarlos de la memoria de la gente. Serían necesarios centenares de libros para borrar la opinión de estos autores, totalmente favorables a la figura de Colón, y que sin piedad, y de forma arbitraria maltratan la figura de Martín Alonso. Lo más triste de este injusto olvido, es que precisamente en España, la verdadera artífice del descubrimiento, pocos autores han defendido la tesis de escribir la verdadera historia de Martín Alonso y la importancia capital, que su existencia tuvo para el descubrimiento. Cesáreo Fernández Duro, Vicente Blasco Ibáñez, Carlos Pereyra, Marchena Colombo, son autores, de los pocos que pusieron sus valiosas dotes investigadoras, al servicio de esa causa. Igualmente fuera de España, el barón Alejandro de Humboldt, que en la primera mitad del s. XIX, sin dejar de admirar a Colón, coloca los pilares de aquella reacción hipercrítica, que después seguiría Mr. Henry Vignaud, frente a otros autores: Las Casas, Washington Irving, Robertson, Henry Harrisse, Roselly de Lorgues, Lamartine, H. H. Houben y tantos otros, que con su parcialidad manifiesta, colocaron a Martín Alonso en una crucifixión ignominiosa». Dice Carlos Pereyra (La Conquista de las Rutas Oceánicas. Madrid. Aguilar 1942): «Allí lo puso Colón: Allí lo dejó la leyenda colombina». Sigue Rivera: «D. Cesáreo Fernández Duro, intentó y objetivamente logró, desmontar las acusaciones contra Martín Alonso, de forma brillante, y desde el punto de vista de un oficial de la Armada española, sobre todo en el episodio de la supuesta deserción, que desmonta de forma admirable, y sobre todo desde el punto de vista náutico: la dificultad de ver una señal izada en un mástil, con una mar de fuerza considerable y con una separación de millas, no parece que pueda tener alegatos en contra. Sin embargo el americanista Henry Harrisse, volvió a replicar, devolviendo al purgatorio a nuestro héroe». Dice Carlos Rivera: «El conde Rosselly de Lorgues, a quien alguien ha considerado más colombino que el propio Colón por su parcialidad en contar y ensalzar la historia del almirante, no cesó de poner dificultades en la vida del almirante para finalmente engrandecerlo por haber superado todos los obstáculos que le pusieron en su camino. Sin embargo nada habla de la necesidad que tuvo de otras personas a su alrededor para suplir sus carencias en algunos y en ocasiones importantes momentos de la epopeya debido a su condición de extranjero, y ha ignorado la falta de fe en algunos momentos del camino, o su carácter "enojadizo y crudo", según Gómara, que hubieron otros de vencer por él». Continua Rivera: «Sin la historia parcial, harto difundida, que escribieron Las Casas y Fernando Colón, otro hubiera sido el arranque de la leyenda negra». Los detractores de la obra de España, apoyados en nuestros mismos textos, valiéndose de las falsedades que nosotros mismos hemos amparado y difundido, han pretendido incluso negarnos el honor de la mayor cosa, como escribió Gómara: «Después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo creo: el descubrimiento de las Indias». Don Gervasio de Artiñano y Galdácano, correspondiente de la Real Academia de la Historia, en su discurso de ingreso el 16 de junio de 1935, con el título Mares Españoles sobre la gesta del descubrimiento, decía lo siguiente: «El descubrimiento de las Indias no hemos sabido nosotros ni nos hemos preocupado mucho de darle la importancia que tiene, como tampoco nos aprovechamos ni sacamos los frutos materiales correspondientes a nuestra labor, y dejamos que poco a poco fueran los extranjeros asimilando la savia económica y cultural elaboradas por nosotros. Y por encima de todo han querido por ello denigrarnos»⁸. Hay ejemplos claros de tendenciosidad sobre la historia real de lo que pasó, en lo que afecta a Martín Alonso, como lo que escribe Hernando Colón del encuentro del ya almirante Colón y de Pinzón, cuando se vuelven a ver el 6 de enero de 1493, tras la desaparición de la «Pinta»:

«… Y al instante que llegó a donde estaba el almirante, Martín Alonzo, su capitán, entró en la carabela del almirante y se puso á fingir ciertos motivos y á disculparse de haberse apartado de él, diciendo que había sido contra su voluntad, sin haber podido hacer otra cosa. El almirante aunque sabía bastantemente lo contrario y la mala intención de este hombre, acordándose de la mucha licencia que se había tomado en otras cosas, en el viaje, disimulo con él y toleró sus mentiras, por no romper el designio de su empresa, lo que fácilmente hubiera sucedido, porque la mayor parte de la gente que venía con él era de la misma patria de Pinzón y aun parientes suyos, y lo cierto es que cuando se aparto del almirante en Cuba, fue con propósito de ir a la isla de Babeche porque los indios de su carabela le decían que había en ella mucho oro; pero cuando llego y vio lo contrario de lo que le habían dicho, volvió a La Española, donde los indios le afirmaban haber mucho oro» (Colón. H., t. I, 1991. p. 137). El Propio Harrisse, gran admirador de Colón, en su obra Don Fernando Colón, Historiador de su Padre, y sobre la opinión que este vierte sobre Martín Alonso, dice lo siguiente: «Una cosa choca a primera vista al lector de las Historie; y es el tono acervo que domina en ellas. Se cree leer un libro de controversia. El autor, justamente celoso de la gloria de su héroe, no se aviene a sufrir la menor contradicción, y cuando encuentra en su camino un rival de Cristóbal Colón o un escritor cuyas palabras aparezcan con tendencia a disminuir su importancia ante la posteridad, lo zahiere sin compasión. Para Martín Alonso Pinzón y para Gonzalo Fernández de Oviedo no encuentra palabras bastante despreciativas. Concedemos que D. Fernando, una vez en ese camino, se impusiera la obligación de refutar a cuantos osaran poner una mano sacrílega sobre los derechos de Cristóbal Colón al reconocimiento de su patria y de todo el género humano» (Harrisse. H., Sevilla 1871. p. 85-86).

Julián de Juderías, dice en su obra sobre la leyenda negra: «La ciencia de entonces no creyó en los planes de Colón ni tenía motivos para creer en ellos, pero los creyó Isabel la Católica. Pero, ¿fue solo Isabel la Católica la que creyó en ellos y la que facilitó su realización? ¿Y el padre Marchena y fray Juan Pérez y fray Diego de Deza, eran ingleses o franceses? ¿De quiénes eran las carabelas, sino de los hermanos Pinzón, que hicieron el sacrificio de amor propio de ir en ellas a las órdenes de Colón y el sacrificio pecuniario de sufragar los gastos en la parte que correspondía al almirante?». Continua Juderías: «Fue caballerosa la empresa, porque en aquellos tiempos se tenían ideas terribles del mar a través del cual debían de navegar las carabelas. Era el mar tenebroso». Sobre este mar dice dice Rosselly de Lorges: «Todas las obras de geografía, acreditaban la mala denominación de tenebroso, pues sobre los mapas se veían dibujados alrededor de tan pavorosa palabra figuras horribles, para las que ciclopes, lestrigones, grifos e hipocentauros fueran de agradable aspecto. No paraban aquí los peligros a que se exponían los exploradores, porque gigantescos enemigos podían a cada paso desplomarse sobre ellos. En aquellas latitudes se cernía con sus fabulosas alas el pájaro rok, que tenía por habito coger con su pico descomunal no a hombres o barquillas, sino a buques tripulados, y elevarse con ellos a la región de las nubes, para una vez allí, divertirse en destrozarlos con sus garras e irlos dejando caer en pedazos en las negras ondas de la mar tenebrosa». Y continúa Juderias: «Para vencer las dificultades que la superstición y la ignorancia que las gentes de mar oponían a la empresa, fue precisa la intervención de los hermanos Pinzón, sin ellos, la expedición no hubiera podido realizarse»⁹. De hecho y sin olvidar a los ya citados autores nacionales, encabezados por don Cesáreo F. Duro, han tenido que ser autores extranjeros, como el norteamericano Charles Fletcher Lummis, quien escribe: «Ningún hombre estudioso se atreve ya a citar a Prescott o a Irving o a ningún otro de sus secuaces, como autoridades de la historia; hoy solo se les considera como brillantes noveladores y nada más. Es menester que alguien haga tan populares las verdades de la historia de América como lo han sido las fábulas. A una nación le cupo en realidad la gloria de descubrir y explorar la América, de cambiar las nociones geográficas del mundo y de acaparar los conocimientos y los negocios por espacio de siglo y medio. Y esa nación fue España. Un genovés fue el descubridor de América, pero vino en calidad de español, vino de España, y por obra de la fe y del dinero españoles, en buques españoles, y de las tierras descubiertas tomó posesión en nombre de España. También fue España la que envió un florentino de nacimiento, a quien un impresor alemán hizo padrino de medio mundo, que no tenemos seguridad que él conociese; pero que estamos seguros de que no debiera llevar su nombre. Llamar América a este continente en honor de Amérigo Vespucci fue una injusticia, hija de la ignorancia, que ahora nos parece ridícula; pero de todos modos, también fue España la que envió el varón cuyo nombre lleva el Nuevo Mundo. Poco más hizo Colón que descubrir la América, lo cual es ciertamente bastante gloria para un hombre. Pero en la valerosa nación que hizo posible el descubrimiento, no faltaron héroes que llevasen a cabo la labor que con él se iniciaba. Ocurrió ese hecho un siglo antes de que los anglosajones pareciesen despertar y darse cuenta de que, realmente, existía un Nuevo Mundo y durante ese siglo la flor de España realizó maravillosos hechos. Ella fue la única nación de Europa que no dormía. Sus exploradores vestidos de malla, recorrieron México y Perú, se apoderaron de sus incalculables riquezas e hicieron de aquellos reinos partes integrantes de España. Cortés había conquistado y estaba colonizando un país salvaje doce veces más extenso que Inglaterra, muchos años antes que la primera expedición de gente inglesa hubiese visto siquiera la costa donde iba a fundar colonias en el Nuevo Mundo y Pizarro realizó aún más importantes obras. Ponce de León había tomado posesión en nombre de España de lo que es ahora uno de los estados de nuestra República (se refiere a la Florida), una generación antes de que los sajones pisasen aquella comarca. Aquel primer viandante por la América del Norte, Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, había hecho a pie el camino de la Florida al golfo de California, medio siglo antes de que nuestros antepasados sentasen la planta en nuestro país. Jamestown, la primera población inglesa en la América del Norte, no se fundó hasta 1607, y ya por entonces estaban los españoles permanentemente establecidos en la Florida y Nuevo México y eran dueños de un vasto territorio más al sur. Habían ya descubierto, conquistado y casi colonizado la parte interior de América, desde el nordeste de Kansas hasta Buenos Aires y desde el Atlántico al Pacífico. La mitad de los Estados Unidos, todo México, Yucatán, América Central, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Perú, Chile, Nueva Granada, y, además, un extenso territorio pertenecía a España cuando Inglaterra adquirió unas cuantas hectáreas en la costa de América más próxima. No hay palabras con qué expresar la enorme preponderancia de España sobre todas las demás naciones en la exploración del Nuevo Mundo. Españoles fueron los primeros que vieron y sondearon el mayor de los golfos; españoles los que descubrieron los dos ríos más caudalosos; españoles los que por vez primera vieron el océano Pacífico; españoles los primeros que supieron que había dos continentes en América; españoles los primeros que dieron la vuelta al mundo. Eran españoles los que se abrieron camino hasta las interiores lejanas reconditeces de nuestro propio país y de las tierras que más al sur se hallaban, y los que fundaron sus ciudades miles de millas tierra adentro, mucho antes que el primer anglosajón desembarcase en nuestro suelo. Aquel temprano anhelo español de explorar era verdaderamente sobrehumano. Pensar que un pobre teniente español (García López de Cárdenas), con veinte soldados atravesó un inefable desierto y contempló la más grande maravilla natural de América o del mundo, el Gran Cañón del Colorado, nada menos que ¡tres centurias antes de que lo viesen ojos norteamericanos! Y lo mismo sucedía desde el Colorado hasta el Cabo de Hornos. El heroico, intrépido y temerario Balboa realizó aquella terrible caminata a través del istmo, y descubrió el océano Pacífico y construyó en sus playas los primeros buques que se hicieron en América, y surcó con ellos aquel mar desconocido, y ¡ ya había muerto, más de medio siglo antes de que Drake y Hawkins pusieran en él los ojos!». Continua Lummis: «Cuando sepa el lector que el mejor libro de texto inglés (Lummis escribió esta obra en 1893), ni siquiera menciona el nombre del primer navegante que dio la vuelta al mundo, ni del explorador que descubrió el Brasil, otro español (Vicente Yáñez Pinzón), ni del que descubrió California (Juan Rodriguez Cabrillo), ni de los españoles que descubrieron y formaron colonias, en lo que son ahora los EE. UU., comprenderá que ha llegado el tiempo de que hagamos más justicia de la que hicieron nuestros padres, a un asunto que debiera de ser del mayor interés para todos los verdaderos americanos»¹⁰.

Dice Carlos Rivera: «Para el Mundo, por nuestra desgana, por nuestra pasividad, España hizo cuanto hizo en América gracias a un ligur, Cristóbal Colón. En cambio por Colón no hizo nada España: Colón no fue creído, se le dejo morir de hambre, a Colón no se le dio nada en España». Continua Rivera: «En España no faltaron héroes para que Colón realizase su empresa: Los Pinzón, los Niño, Juan de la Cosa, héroes de la escondida villa de Palos, de Cantabria, de Aragón, que pusieron a su disposición, hombres, fondos, sapiencia náutica y barcos». Y sus sueños. Los recursos, fueron allegados por todos. Desde la Corte hasta el pueblo abarcó aquella colecta. El ya citado historiador Artiñano, en el mismo discurso de ingreso en la RAH, escribía: «Hay por hacer una labor inmensa de reivindicación. No se nos concede y no se nos reconoce el lugar que en la historia nos corresponde. A nuestros marinos y a nuestros hechos se les han robado glorias legítimas. Se ha calumniado y tergiversado nuestra colonización. Hay que rehacer nuestra historia marítima y la de nuestra actuación cultural». A esto habría que añadir los padres de La Rábida fray Juan Pérez y fray Antonio de Marchena, sin cuya existencia la posibilidad de que Colón hubiera accedido a los Reyes hubiera sido remota. O (Talavera, o Deza), salvo la iniciativa, que pertenece a Colón, ni siquiera la idea primordial pertenece al genovés. En el ambiente marinero de la época, y en especial en las costas del sur, de Palos, por su cercanía a Portugal, a Sagres, era bien sabido la posible existencia de tierras al otro lado del océano, de hecho, es evidente que Colón cuando elige el rumbo para regresar a España, sabía fehacientemente que no había que volver por la misma ruta de la ida, es evidente que Colón tenía la certeza absoluta ¿el piloto desconocido? ¿Alonso Sánchez? de alguien que había ido y vuelto de las tierras que se encontraban al otro lado del océano. Colón no era ni un iluminado, ni un visionario, ni un elegido de Dios, y menos un hombre de ciencia. Colón sin duda tenía conocimiento de que «otros» habían encontrado tierras al otro lado del mar, léase Alonso Sánchez, o como se llamara ese desconocido nauta. Tres hechos demuestran esta aseveración: La primera, la coincidencia de su estancia en Porto Santo, cuando agotado, moribundo, arriba a esa isla Alonso Sánchez después de su forzado viaje a América. La segunda, las razones secretas que prestaban a su tesón el aire de iluminado cuando defendía su causa, ante los técnicos de Portugal unas veces, y otras ante los técnicos de España, y por último el regreso a Europa poniendo proa al norte «donde encontraremos buenos vientos, se bien lo que digo en vez de hacerlo al noreste, que era por donde había venido». En lo que sí existió mérito por parte de Colón, amén de la casualidad de ir a recalar a La Rábida, donde estaban los frailes de los que ya hablamos, fue sin duda en su tenacidad, y en su habilidad para con absoluto convencimiento, ser capaz de convencer a los que patrocinaron la empresa, pero solo después de que otros reinos, y no sin hacer maniobras arteras (Portugal envió una carabela para comprobar la veracidad de la teoría de Colón, pero sin éxito), le negaran ese patrocinio. Fue España la que creyó en él y le proporcionó los medios, materiales y humanos, para llevar a buen puerto la expedición. Sin su tenacidad no se hubiera conseguido, pero sin los medios humanos y materiales proporcionados por los Reyes Católicos, y en concreto trataremos de demostrar, que sin la figura de Martín Alonso Pinzón, al menos en ese año de 1492 y en ese viaje, no hubiera llegado al nuevo continente, y si hubiera fracasado la salida en 1492, quién sabe si hubiera tenido otra posibilidad. En su Breve Historia de América, Carlos Pereyra escribe: La Niña y la Pinta regresaron a España: Pinzón en la Pinta, que era la más velera, y que sin embargo a punto estuvo de quedarse en España, ya que Colón no la quería por su mal estado, Colón en la Niña. Pinzón hizo la travesía feliz y directa de las Antillas a Bayona, Colón en la Niña paró en las islas Azores, y en Lisboa. ¿Por qué?, ¿solo por el mal tiempo? En Palos, sin embargo, ¡qué casualidad! encontramos, de regreso el mismo día, a Colón triunfante y a Pinzón moribundo. Los dos se odiaban mortalmente, y solo la desaparición de uno de los adversarios evitó lo que hubiera sido sin duda la polémica más interesante de la historia del descubrimiento. Pero no pudo ser. El superviviente, sin contrincante, impuso la versión de los hechos que más le convenía. Así nació la leyenda de un Pinzón indisciplinado y desleal. Pasados más de cinco siglos, la querella, cerrada con fallo condenatorio para el que no podía hablar, sigue cerrada. Pero queremos reabrir este caso, un caso en el que el mayor problema es la falta de un solo documento, ni de Martín Alonso, ni de sus hermanos, Vicente y Francisco, que lo acompañaron en ese primer viaje al nuevo mundo, para poder saber con certeza el papel que Martín Alonso y sus hermanos, desempeñaron en esa gesta. Nos faltan documentos clave, cuales son los que Martín Alonso pudiera haber redactado por si, o mandado redactar por otros, quizás en esos días después de su regreso y antes de morir, o los que pudieran haber redactado de igual manera sus hermanos presentes en la expedición o sus hijos. Pero no existen. Sin embargo allí donde termina la investigación severamente ligada a comprobables hechos, dice Stefan Zweig: Comienza el libre y alado arte de la institución psicológica; donde fracasa la paleografía, tiene que entrar en funciones la psicología, cuyas hipótesis, construidas lógicamente, son con frecuencia más verdaderas que la desnuda verdad de documentos y testimonios. Si no tuviéramos más que documentos para hacer historia ¡qué estrecha, que pobre, que llena de vacíos!» (Rivera. C., 1945. pp. 15-19).


1 Colón y Pinzón descubridores de América. Navarrete. t. III. p. 565. Citado por Jesús Varela Marcos. Valladolid. 2005. p 7.

2 Colón y Pinzón. Cesáreo Fernández Duro Madrid 1883.

3 Pinzón en el descubrimiento de las Indias con noticias críticas de algunas de las obras recientes relacionadas con el mismo descubrimiento. Cesáreo Fernández Duro. Sucesores de Rivadeneira. 1892. Madrid. pp. 10-13.

4 Los Hermanos Pinzón en el descubrimiento de América. Cesáreo Fernández Duro Colección Buen Aire Emece Ed. Buenos Aires 1944. pp. 7-10.

5 Pinzón en el descubrimiento de las Indias con noticias críticas de algunas de las obras recientes relacionadas con el mismo descubrimiento. Cesáreo Fernández Duro Sucesores de Rivadeneira. Madrid 1892. pp. 21-22.

6 Citado por Jesús Varela Marcos. COLÓN-PINZÓN una sociedad para el descubrimiento del Nuevo Mundo. Artículo dentro del Volumen II del libro Descubrimiento y Cartografía (II) Jesús Varela Marcos (Coord.). Seminario Iberoamericano de Descubrimientos y Cartografía. Instituto de Estudios de Iberoamérica y Portugal (Universidad de Valladolid) Tordesillas 1998. p. 15-17.

7 Los delincuentes eran un tal Bartolomé Torres, homicida, y sus amigos Juan de Moguer, Alfonso Clavijo y Pero Yzquierdo. Los tres amigos quebrantaron la prisión de Palos, liberaron a Torres, y por ello, es por lo que estaban condenados también a muerte. Pero Yzquierdo, es de la villa de Lepe y bien podría ser el discutido «marinero de Lepe», el mismo que disputo «las albricias» con Colón, y que ha sido discutido con Rodrigo de Triana. B. Gould, Alicia Nueva Lista Documentada de los Tripulantes de Colón en 1492., Real Academia de la Historia. Madrid. 1984. p. 44-

8 Martín Alonso Pinzón. Citado por Carlos Rivera. 1945. Imprenta Asilo Provincial. p. 9-14.

9 Historia de Cristóbal Colón y sus viajes. Rosselly de Lorges Citado por Julián Juderías. La leyenda negra. Ed Atlas. Madrid 2007. pp. 71-72.

10 Los exploradores españoles del siglo XVI. Vindicación de la Acción colonizadora española en América. Ed. Araluce. Charles. F. Lummis, XI Edición. Barcelona 1930. pp. 16 y ss.

I

Conocimientos geográficos previos al descubrimiento

1.1. La forma y dimensiones de la Tierra y del Mar Tenebroso

Antes de abordar las razones y argumentos que Colón tenía para lanzarse a su aventura es oportuno hacer un repaso de las tendencias y teorías científicas que existían sobre la forma y dimensiones del planeta a finales del s. XV y en particular sobre la extensión del océano que separaba Europa de Asia navegando hacia poniente. Cuando veamos cual era esa idea genérica en la época anterior al descubrimiento y sobre todo el ansia de expansión que existía en los pueblos europeos e ibéricos de navegar hacia el oeste, veremos que el proyecto colombino como dice Fernández Armesto, «parece perfectamente inteligible e incluso predecible»¹¹.

Uno de los mitos del descubrimiento es que en la época del viaje colombino todo el mundo creía que la Tierra era plana y que Colón tuvo que enfrentarse a esa creencia para llevar a cabo su búsqueda de las Indias navegando hacia el oeste. Eso es falso. Es cierto que una interpretación literal de la Biblia en la Edad Media llevó a la concepción de una Tierra plana y esa fue la creencia de mucha gente humilde. También Thales de Mileto (aprox. 624-547 a. C.) pensaba que la Tierra era un disco flotando en un mar de agua, pero los propios griegos descubrirían que la Tierra era esférica y así lo leemos en la obra de Platón (427-347 a. C), Fedón o la inmortalidad del alma y lo repite en el De Caelo (Sobre el Cielo) su discípulo Aristóteles (384-322 a. C.):

«Primeramente, repuso Sócrates, estoy convencido de que sí la Tierra está en medio del cielo y es de forma esférica, no tiene necesidad ni de aire ni de ningún otro apoyo que le impida caer. Además estoy convencido de que la Tierra es muy grande y que no habitamos en ella más que esta parte que se extiende desde Fasis (actual territorio de Georgia), hasta las columnas de Hércules, repartidos alrededor del mar como las hormigas… alrededor del pantano. Se dice mi querido Simmias, que si se mira esta Tierra desde un punto elevado, se parece a uno de esos balones de cuero».

Sobre esta unicidad del mar de oriente y occidente que permitía la navegación hacia nuevas tierras e islas, lo leyó Colón, como nos informa Hernando, su hijo, en el capítulo VII de la Historia del Almirante, al citar el Tratado Sobre el cielo de Aristóteles, en las Cuestiones naturales de Séneca, en la Cosmografía de Estrabón y, por encima de todo, en el segundo acto de la Medea de Séneca, en los conocidos versos, de los que el propio Colón hizo una traducción bastante exacta y que figuran en el Libro de las Profecías, donde el filósofo cordobés profetiza sobre que un nuevo marinero, aquel que fue guía de Jasón, llamado Typhys, descubrirá nuevos mundos y ya no será Thule la última de las tierras conocidas:

«Vendrán los tardos años del mundo

Ciertos tiempos en los cuales el mar Océano

aflojará los atamientos de las cosas

y se abrirá una grande tierra y un nuevo marinero

como aquel que fue guía de Jasón

que hubo nombre Thyphys y descubrirá nuevo mundo

y entonces no será la isla de Thule la

postrera de las tierras».

En suma, en los tiempos de Cristóbal Colón no había ninguna duda sobre la esfericidad del planeta. Esta leyenda errónea tiene su origen en la biografía romántica que escribió el escritor estadounidense Washington Irving (1783-1859), Vida y viajes de Cristóbal Colón (1828).

1.2. El tamaño de la Tierra

Una vez que los griegos supieron la forma del planeta surgió la pregunta de cuál era su tamaño. De nuevo la ciencia griega comenzó sus indagaciones utilizando la geometría, para calcular el perímetro terrestre. Hernando Colón, en la Historia del Almirante, enumera las fuentes que influyeron al almirante en su idea de llegar a las Indias navegando hacia el oeste. Una de las principales fue la obra ya citada Sobre el Cielo que aunque se conoció a partir del siglo IX en su traducción al árabe, su texto original en griego no se conoció en Italia hasta la caída de Constantinopla en 1453. En España se conocía desde el siglo XII por los comentarios que de la obra realizó Averroes y es probable que así la conociera Colón y un pasaje disparó la imaginación del nauta y posiblemente encendió la llama que daría lugar al proyecto originador del descubrimiento:

«Todo cambia mucho; me refiero a que las estrellas que están encima de nosotros y las estrellas que se ven son distintas según se mueva uno hacia el norte o hacia el sur. Y de hecho, se ven muchas estrellas en Egipto y en los alrededores de Chipre que no se ven en otras regiones y estrellas que nunca pueden verse más allá del radio de observación, ni en el amanecer ni en la puesta del sol de las regiones del  norte. Todo esto viene a demostrarnos no solo que la Tierra es de forma esférica, sino que es una esfera no de gran tamaño, pues de lo contrario, tal mínimo cambio de lugar no podría apreciarse de manera tan inmediata. De ahí que uno no debería estar tan seguro de la incredulidad de aquellos que no conciben que haya una continuidad entre las Columnas de Hércules y la India y que de este modo el océano sea uno. Una evidencia más a favor de esta afirmación, es el caso de los elefantes, especie que se da en cada una de esas regiones extremas, lo que da a entender que las características comunes de esas regiones situadas en ambos extremos explican su continuidad. Del mismo modo, aquellos matemáticos que intentan calcular el tamaño de la circunferencia de la Tierra llegan a la conclusión de que su volumen es esférico, pero también que si se compara con el de las estrellas, no es de gran tamaño, 400000 estadios».

Parece ser que los datos numéricos los aportó Eudoxo de Cnido (aprox. 400-347 a. C.), fundador de la astronomía matemática. Dejando a un lado, por errada, esa estimación sobre las dimensiones del perímetro de la tierra, es fácil comprender por qué Colón tuvo en cuenta este pasaje. Aristóteles, que era la máxima autoridad en esa materia en la Edad Media daba a entender que Asia podría extenderse justo alrededor del globo tal vez juntándose con África o al menos, que ambas regiones estuvieran bañadas por el mismo mar. De ahí que se pudiera alcanzar Asia si se partía hacia el oeste cruzando el mar que lo circundaba todo. Esta teoría estaba apoyada por muchas otras referencias clásicas y leyendas medievales sobre las islas legendarias del oeste (Antilia, Brazilia, las Siete Ciudades), navegaciones de otros pueblos e indicios como el hallazgo de restos de madera labrada arrojados por las olas en las playas de las islas atlánticas. Pese a estos augurios había que superar la enorme barrera psicológica de que no había nada más allá de las Columnas de Hércules, creencia acuñada en el lema Non plus ultra, frase de la que se hace eco Al-Masudi cuando describe las estatuas, «las cuales parecen apuntar: No hay nada más allá de mí». El siguiente cálculo del perímetro terrestre lo realizó Arquímedes de Siracusa (aprox. 287-212 a. C.) que consideró que «el perímetro de la Tierra es de 3000000 de estadios y no más», aunque también reconoce que «hay quienes afirman que es de 300000 estadios», cifra que él consideraba pequeña. Sin duda la medición griega más famosa y certera del perímetro terrestre la realizó Eratóstenes de Cirene (276-194 a. C.) quien estableció en 252000 estadios la longitud del meridiano terrestre que pasa por Alejandría. Si aplicamos al estadio egipcio un valor de 157,5 metros, la estimación de Eratóstenes del perímetro terrestre resultan 39690 kilómetros y el radio 6366,18 km. Teniendo en cuenta que la longitud real de uno de los meridianos terrestres es aproximadamente de 39940 kilómetros y que en el ecuador mide 40075,03 kilómetros y que el radio de la Tierra es en realidad 6378 km, podemos decir que Eratóstenes nos dio una buena estimación, la más exacta de la edad clásica. Siguió a este cálculo el de Posidonio (aprox. 130-50 a. C.), menos exacto que Eratóstenes pero más influyente para la historia del descubrimiento. En una primera estimación obtuvo la cifra de 240000 estadios, pero posteriormente la redujo a 180000 cifra que recogió Estrabón (aprox. 63 a. C.-24 d. C.) en su Geografía y que equivalía a 28350 kilómetros, lo que reducía las dimensiones reales de la Tierra obtenidas por Eratóstenes. El astrónomo, matemático y geógrafo grecorromano Claudio Ptolomeo (aprox. 90-170 d. C.) dio por buena la estimación de Posidonio y la expuso en su obra, del mismo nombre que la de Estrabón, Geografía. Esta fue la cifra que barajó Colón.

1.3. La extensión de Mar Tenebroso

El océano Atlántico, Mare Tenebrarum o Mare Tenebrosum en latín, Bahr al-Zulumat en árabe, o mar de las Tinieblas, era el nombre medieval del océano Atlántico que se consideraba inabordable y causa de una muerte segura para el que osara adentrarse en él. Así expresaba ese temor el historiador Ibn Jaldún: «El océano Atlántico es un vasto mar y sin límites, en el que los navíos no se atreven a alejarse de la costa, porque aunque conocen la dirección de los vientos, no pueden saber a donde podrían llevarlos, ya que no hay tierras conocidas más allá, y correrían el riesgo de perderse entre las brumas y las tinieblas»¹².

Sin embargo y quizás por reacción a las razones anteriores a finales del s. XV el espacio Atlántico ejercía una gran atracción sobre la imaginación de la sociedad cristiana, latina y árabe. A partir de 1424 los cartógrafos al dibujar sus mapas y cartas de navegar dejaban espacios en blanco por si estos eran cubiertos con nuevos descubrimientos. Las Canarias y las Azores empezaron a poblarse en 1402 y 1439, respectivamente, y a partir de la segunda mitad del siglo esos poblamientos se aceleran y se conquista la Gomera y se exploran las islas de Flores, Corgo, Cabo Verde y golfo de Guinea pero dichos descubrimientos no fueron plasmados hasta 1480, y cada nueva tierra e isla descubierta, generaba más ansias de explorar y así en los últimos años del siglo zarparon de Bristol expediciones para tratar de descubrir la isla de Brasilia que apuntaban los cosmógrafos y hubo expediciones de portugueses y españoles a la isla legendaria de la Antilia. Hasta que no se produjo el viaje del descubrimiento las opciones para saber lo que había en el Atlántico eran ilimitadas. No obstante, había una creencia general de que escondía tierras sin descubrir y, en particular, había dos teorías que influyeron sin duda en el proyecto colombino. La primera era la existencia de las Antípodas y la otra, la existencia de un Atlántico limitado por una masa terrestre. Las dos trataban del mismo problema fundamental que era saber el diámetro de la Tierra y las tierras emergidas y, por ende la extensión del Atlántico, y ambas trataban de responder estas preguntas. La existencia de las Antípodas a finales del siglo XV equivalía, en aquella época, a lo que en la actualidad, dice Armesto, implica «la existencia de mundos extraterrestres». El concepto de antípoda nace en la Grecia clásica cuando el mundo conocido era Europa, una parte de Asia hasta donde había llegado Alejandro y el norte de África. A esta zona del mundo se le llamaba ecúmene y se suponía que todo él estaba rodeado de una vasta extensión de agua. Cuando estuvo claro que la Tierra era esférica y se asumió que el ecúmene estaba situado en el hemisferio norte, se empezó a discutir la posibilidad de que existiera un ecúmene equivalente al otro lado del mundo, en el hemisferio sur. El término «Antípoda» aparece por primera vez en una obra de Platón, Timeo y es utilizado para calificar a las tierras ubicadas al otro lado del ecúmene. Otro nombre que recibieron estas tierras fue el de «Terra Australis Ignota», empleado por Aristóteles y Eratóstenes, y exponía la necesaria existencia de unas masas de tierra firme en el hemisferio sur como contraparte de las del norte y respondía al principio de simetría y balance, muy importante en el mundo erudito griego de la época. El conocimiento de las Antípodas en occidente se debió a la llegada de la Geografía de Estrabón que aunque escrita alrededor del año 23 a. C, no se conoció en Italia hasta 1423. Su importancia estribaba en el hecho de que este texto situaba ese continente en un lugar aproximado a donde Colón decía que esperaba encontrarlo. Dice Estrabón: «Es posible que en esa misma zona templada, existan realmente dos mundos habitados o incluso más, y en particular en las proximidades del paralelo, que pasa por Atenas, y que cruza el mar Atlántico». Estrabón afirmaba que Eratóstenes sostenía que «si la inmensidad del mar Atlántico no lo impidiera, podríamos navegar desde Iberia hasta la India, por el mismo paralelo». No se puede probar que Colón hubiese leído a Estrabón, pero un mapa atribuido a su hermano Bartolomé sí lo citaba, al igual que a Ptoloméo, Plinio y San Isidoro. Parece que Colón debió de citar las Hespérides como destino de su viaje en su presentación del proyecto a la Junta castellana, ya que una respuesta de esta comisión así lo expone con la frase: «San Agustín lo duda», en referencia a que el padre de la Iglesia tenía dudas razonables sobre la existencia de ese continente. Cuando regresó Colón de su primer viaje, muchos analistas italianos concluyeron que a donde había llegado pese al empecinamiento colombino de haberlo hecho al Asia, era en realidad a las Antípodas (Hespérides). Esta teoría, dice Armesto «era estimada por los humanistas puesto que era citada ya en la antigüedad por Marciano Capella en el De Nuptis Philologiae et Mercurii, o en los comentarios de Macrobio quien sugería una masa de tierra antipodal, tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur»¹³.

A comienzos del s. XV, Pierre d’Ailly, el cardenal de Turena, hablaba de las Antípodas en su Ymago Mundi obra de gran influencia en su época al igual que la Historia Rerum Ubique Gestarum, de Enea Silvio Piccolomini, el futuro papa Pio II, quien también cita y está de acuerdo con esa teoría, aunque pasado el tiempo, el autor se retracta y recomienda no creer en ella dado que un cristiano debe seguir la visión tradicional de la doctrina de la Iglesia. Se refería a que en esa época la Iglesia dictaba que todos descendemos de Adán y que los apóstoles habían predicado en todo el mundo; por lo que el hecho de que hubiera continentes desconocidos, desafiaba esa creencia. Así pues podemos afirmar que, en la época previa al descubrimiento, la existencia de las Antípodas era muy debatida, y en algunos círculos de Italia y en algunos mapas se nominaron como «Hespérides».

Figura 1. Ilustración del globo de Crates, según la Enciclopedia Británica de 1911. Textos en latín. Dominio público File: EB 1911 Map Fig 3.

Respecto a la segunda teoría, esto es, que pudiera haber una masa terrestre en ese gran sector desconocido del mar Tenebroso, era aceptada por el mundo renacentista debido a la creencia de que era necesaria una simetría de masas terrestres, de manera particular y, de forma general, por la idealización medieval de una creación ordenada, si bien, esta opción vulneraba los dogmas religiosos ya citados. La teoría de una gran masa terrestre que ocupaba parte del Atlántico y acortaba el tamaño del globo la compartía Ptolomeo, quien consideraba excesivos los cálculos de Marino de Tiro sobre el tamaño que este asignaba a la ecúmene o masa de tierra habitada, hasta los 225º de latitud, mientras que Ptolomeo solo la llevaba hasta 180º y por ello la masa de mar entre ambos continentes que consideraba Marino de Tiro, era menor. Fue por ello que Colón seguía a Marino de Tiro. Pierre d’Ailly, aunque como hemos visto, era partidario de la teoría de las Antípodas, consideraba que este podía ser un continente contiguo a la masa terrestre conocida y extrajo informaciones de Roger Bacón (1214-1292), donde hacía ver la posibilidad de que la mayor parte de la superficie del mundo estuviera cubierta de tierra, lo que llevó a sus lectores a deducir que había un Atlántico limitado, y su lector más afamado fue Colón, quien atribuyó a Aristóteles la opinión de que «el mar es pequeño entre la extremidad occidental de España y la parte oriental de la India». Esta opinión fue definitiva para Colón, y al regresar del tercer viaje, cuando toca tierra firme, la esgrimió como apoyo de su idea de haber llegado al Asia¹⁴.

1.4. La cartografía de la época anterior al descubrimiento

Tras haber visto el estado en que se encontraban los conocimientos geográficos relativos a la forma de la tierra y a la distribución conocida de las tierras y continentes, así como sus posibles distancias, parece conveniente conocer qué imagen se tenia del mundo conocido desde el punto de vista de la cartografía. Repasaremos los mapas y las teorías de los principales geógrafos que influyeron sin duda en el proyecto colombino: Marino de Tiro, ya citado, Ptolomeo, Al-Juarizmi, Martellus y Martín Behaim.

Marino de Tiro

De Marino de Tiro se tiene escasa información, Ptolomeo y Al–Masudi, el Herodoto de los árabes, lo mencionan, el primero para copiarlo y el segundo para alabarlo. La mayoría de los historiadores lo datan a finales del siglo I de nuestra era, y Al-Masudi lo sitúa en la época de Nerón, 55-68 d. C. Algunos autores modernos creen que fue el primer cartógrafo que representó un tramo de la costa sudamericana, pero su obra se perdió casi en su totalidad y solo la conocemos por otros autores como Ptolomeo, quien basó parte de su propia obra en los trabajos de Marino.

Figura 2. Mapa de Marino de Tiro del mundo habitado según la interpretación de Gossellin Fuente: Gossellin, 1797-1798, Tomo II, lámina nº II. La Geografía de Ptolomeo y su transmisión al islam, p. 28, Juan Piqueras Haba; Scripta Nova Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788 Depósito Legal: B. 21741-98 Vol. XIX, núm. 519 1 de octubre de 2015.

Marino extendió el ecúmene, como hemos dicho, hasta los 225º de longitud y en latitud llegó a los 24º sur. Hacia el este su mundo terminaba en una tierra llamada Thina o Tierra de los Chinos. Creía que Thina podía extenderse otros 45º más al este de la capital, supuestamente en el centro del país, lo que daría un mundo habitado de 270º de longitud a partir del meridiano inicial que situaba en las Canarias, al igual que Ptolomeo. Esta concepción del mundo dejaba solamente 90º entre las islas afortunadas y la costa oriental de China y como hemos dicho, por ser menor la distancia, Colón era partidario de este modelo. De Posidonio tomó Marino su medición de la Tierra, 180000 estadios, con un grado igual a 500 estadios, mientras Estrabón se mantenía todavía en la medición de Eratóstenes de 252000 estadios para la circunferencia del globo y 700 estadios por grado¹⁵.

La cuestión es saber por qué Marino y con él Ptolomeo adoptaron la medición de Posidonio y no la de Erastótenes, que era la más aproximada a la realidad. Para Posidonio la tierra formaba un solo continente y no contenía ninguna traza de la península asiática llamada Cola del Dragón, la representada en el mapamundi de Martellus del que hablaremos en breve, y que algunos historiadores asocian con la costa de Sudamérica. Marino de Tiro menciona a Alexandros como el misterioso personaje que le brindó esa valiosa información. Alexandros habría recibido la información sobre la ubicación y forma de lo que hoy es América del Sur de marinos chinos¹⁶.

Ptolomeo

De todos los textos de la época en el ámbito geográfico ninguno tenía la importancia de la obra Geografía de Ptolomeo.

La difusión en Europa de la obra de Ptolomeo generalizó el saber sobre el mundo conocido del siglo II, y asentó conceptos tales como el ecuador, los hemisferios, meridianos, paralelos y, en suma, estableció la posibilidad de un sistema de coordenadas para establecer la situación de un lugar en la esfera. Pero también introdujo errores de gran trascendencia para nuestro trabajo. Ptolomeo basó su esfera, como Posidonio, en un perímetro de 180000 estadios, con lo que redujo las dimensiones de la esfera de Eratóstenes y también erró en la medida del grado de longitud que estableció en 500 estadios, equivalente a 62,5 millas romanas y el grado de latitud, que lo estableció como ¾ del grado en longitud, 375 estadios, 46,8 millas, a lo largo del paralelo de Rodas¹⁷.

Figura 3. Carta de Ptolomeo. Copia de Johannes de Armssheim. Ulm 1482. Dominio público.

Estas medidas empequeñecieron el mundo e hizo que aumentara el número de grados para asignar las distancias entre diversos puntos. Así el Mediterráneo, desde las Canarias, que era el meridiano 0 para Ptolomeo, hasta Estambul paso a tener 62º, en vez de 43º como tiene realmente; y la distancia desde las islas Canarias, por tierra hasta el final de oriente, hasta Catiggara, la calculó en 177º (identificada por Alonso de Santa Cruz con la isla de Gilolo en las Molucas, quizás de forma interesada pues así caía dentro de los límites del Tratado de Tordesillas)¹⁸, estando en realidad en 120º. Con estos errores acercó, como se puede apreciar en el plano adjunto, las costas de Asia a las del oeste de Europa en más de 80º. De Ptolomeo, Colón, aprendió que el mundo era una esfera y asumió la idea ptoloméica confirmada por d’Ailly, que establecía que el mundo conocido se extendía como una masa de tierra continua, desde el oeste de Europa hasta el límite más oriental de Asia, y que entre ambas tierras, había un océano.

Figura 4. Desviación longitudinal de Ptolomeo con respecto a

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