Comienza febrero de 1939 con un ambiente de guerra inminente en toda Europa. El papa Pío XI ha convocado en Roma un encuentro con todos los obispos italianos: quiere comentar con ellos la encíclica que planea publicar para dar su punto de vista sobre el fascismo, el nazismo, el racismo y antisemitismo que están extendiéndose en el continente. Ha sufrido varios problemas cardiacos el año anterior, está acatarrado y pide a su médico algún fármaco que le alivie lo suficiente como para alcanzar a celebrar el encuentro. Es inútil: morirá de forma súbita el día 10, a los 81 años de edad.
Tras discretas gestiones de la diplomacia alemana e italiana con el colegio cardenalicio, ocupa el trono de San Pedro el cardenal Eugenio Pacelli con el nombre de Pío XII. Tiene 63 años y una de sus primeras decisiones es guardar en un cajón el texto de la encíclica, que está prácticamente terminada y de la que no tenía noticia, pese a ser estrecho colaborador de Pío XI. Piensa que hacerla pública sólo servirá para aumentar la tensión con