MAGALLANES Y ELCANO: MÁS QUE DAR LA VUELTA AL MUNDO
se nuevo camino, conocido como la ruta portuguesa, había convertido Lisboa en el gran mercado de las especias, muy demandadas desde los más apartados rincones de Europa. Esas especias, más codiciadas que el oro, afluían por el estuario del Tajo en las bodegas de los barcos que formaban las flotas portuguesas en cuyo velamen lucían las rojas cruces de la Orden de Cristo, heredera en Portugal de los Templarios. Unas riquezas que permitían a sus reyes afrontar los elevados gastos de empresas constructivas como la Torre de Belém —una vigía sobre las aguas del Atlántico— o el grandioso monasterio de los Jerónimos, que se alzaba en la . Eran sólo dos muestras del esplendor del Portugal de aquellos años en que reinaba , al que llamaron el . A Lisboa, además de las valiosas especias, llegaban también plantas exóticas, frutas desconocidas y extraños animales nunca vistos en Europa o de los que, en el mejor de los casos,, impulsada por la corona de Castilla, que había cruzado las aguas del Atlántico —conocido hasta entonces como el mar Tenebroso—, buscando una ruta alternativa para llegar a las isla de las Especias. La buscaba navegando hacia poniente.
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