Muchos europeos vivieron el tiempo transcurrido entre 1900 y 1914 como una extensión de la Belle Époque, una era idílica de elegantes salones de baile con mujeres enfundadas en vestidos blancos, bulevares llenos de animados cafés y gente haciendo pícnic en el campo o remando en plácidos ríos. Pero esa imagen no se ajustaba a la realidad. Los más informados eran muy conscientes de los riesgos que tenían delante. En Gran Bretaña, Alemania, Francia y Rusia se produjeron innumerables huelgas, lo mismo que en otros países. En las fábricas latía el descontento y en las cancillerías europeas había un miedo muy real de que estallase una revolución. Se estaba produciendo también un gran cambio tecnológico impulsado por un continuo caudal de adelantos técnicos, como la electricidad, el automóvil, el avión o el cine.
Fueron los años en que Einstein publicó su teoría de la relatividad especial, Leo Baekeland inventó la baquelita y Marie Curie aisló el radio. En un lapso de tiempo muy corto, la tecnología militar experimentó un desarrollo espectacular. Las ametralladoras eran muy fiables, los aeroplanos podían llevar a bordo armas letales y los nuevos destructores tenían torretas de artillería movidas por