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Hitler: Solo el mundo bastaba
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Libro electrónico1284 páginas25 horas

Hitler: Solo el mundo bastaba

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Este libro ofrece una biografía política e intelectual de Hitler, desde su primera concepción de la historia de Alemania y su papel en el mundo a raíz de la derrota en la Primera Guerra Mundial, hasta el convencimiento de que el principal enemigo no era ni el comunismo ni la Unión Soviética, ni tampoco el judaísmo internacional, como se ha repetido hasta ahora, sino el capitalismo anglosajón y, principalmente, Estados Unidos. Mientras que la mayoría de los historiadores han argumentado que Hitler subestimó la amenaza estadounidense, Simms muestra que Hitler se embarcó en una guerra preventiva contra Estados Unidos precisamente porque lo consideraba el principal adversario y el único que podía destruir Alemania. El dominio nazi sobre la práctica totalidad de Europa, la guerra contra la URSS y la aniquilación de los judíos europeos eran capítulos de una carrera contrarreloj para convertir al III Reich en una potencia capaz de enfrentarse al liderazgo anglosajón y, si no vencerlo, llegar al menos a un mundo bipolar equilibrado entre el descarnado capitalismo financiero anglosajón y el Reich alemán enraizado en la tradición racial germánica. Hitler es una lectura poderosamente argumentada y definitiva que permite comprender la mente de un tirano asesino del que pensábamos que ya lo sabíamos todo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 feb 2021
ISBN9788418218897
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    Hitler - Brendan Simms

    © Jochen Braun

    Brendan Simms es catedrático de Historia de las Relaciones Internacionales en la Universidad de Cambridge (Reino Unido). Ha publicado numerosos libros, entre los que destacan Unfinest Hour: Britain and the Destruction of Bosnia (finalista del Samuel Johnson Prize) y Europe: The Struggle for Supremacy, 1453 to the Present, que fue publicado en 2013 y recibió extraordinarias críticas.

    Este libro ofrece una biografía política e intelectual de Hitler, desde su primera concepción de la historia de Alemania y su papel en el mundo a raíz de la derrota en la Primera Guerra Mundial, hasta el convencimiento de que el principal enemigo no era ni el comunismo ni la Unión Soviética, ni tampoco el judaísmo internacional, como se ha repetido hasta ahora, sino el capitalismo anglosajón y, principalmente, Estados Unidos. Mientras que la mayoría de los historiadores han argumentado que Hitler subestimó la amenaza estadounidense, Simms muestra que Hitler se embarcó en una guerra preventiva contra Estados Unidos precisamente porque lo consideraba el principal adversario y el único que podía destruir Alemania. El dominio nazi sobre la práctica totalidad de Europa, la guerra contra la URSS y la aniquilación de los judíos europeos eran capítulos de una carrera contrarreloj para convertir al III Reich en una potencia capaz de enfrentarse al liderazgo anglosajón y, si no vencerlo, llegar al menos a un mundo bipolar equilibrado entre el descarnado capitalismo financiero anglosajón y el Reich alemán enraizado en la tradición racial germánica.

    Hitler es una lectura poderosamente argumentada y definitiva que permite comprender la mente de un tirano asesino del que pensábamos que ya lo sabíamos todo.

    Edición al cuidado de María Cifuentes

    Título de la edición original: Hitler: Only The World Was Enough

    Traducción del inglés: Victoria Eugenia Gordo del Rey

    Publicado por:

    Galaxia Gutenberg, S.L.

    Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª

    08037-Barcelona

    info@galaxiagutenberg.com

    www.galaxiagutenberg.com

    Edición en formato digital: febrero de 2020

    © Brendan Simms, 2019

    de la traducción: Victoria Eugenia Gordo del Rey, 2021

    © Galaxia Gutenberg, S.L., 2021

    Imagen de portada: © Pictures From History / Photoaisa

    Conversión a formato digital: Maria Garcia

    ISBN: 978-84-18218-89-7

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede realizarse con la autorización de sus titulares, aparte las excepciones previstas por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

    Para Katherine

    «Al final, el sustento del hombre depende de la tierra y la tierra es el trofeo que el destino otorga a los pueblos que luchan por ella».

    ADOLF HITLER, 1943,

    citado en Helmut Krausnick,

    «Zu Hitler’s Ostpolitik im Sommer 1943»,

    Vierteljahrshefte für Zeitgeschichte, 2 (1954),

    pp. 311-312

    Índice

    Abreviaturas

    Agradecimientos

    Prólogo

    Introducción

    PARTE I

    HUMILLACIÓN

    1. Boceto del dictador de joven

    2. Contra «un mundo de enemigos»

    3. La «colonización» de Alemania

    PARTE II

    FRAGMENTACIÓN

    4. La lucha por Baviera1

    5. Poder angloamericano e impotencia alemana

    6. Recuperando el control del partido

    PARTE III

    UNIFICACIÓN

    7. El desafío norteamericano

    8. Avance

    9. Cometer los menos errores posibles

    PARTE IV

    MOVILIZACIÓN

    10. El «cuento de hadas»

    11. La «elevación» del pueblo alemán

    12. Cañones y mantequilla

    PARTE V

    CONFRONTACIÓN

    13. «Niveles de vida» y «espacio vital»

    14. «Inglaterra es el motor de la oposición contra nosotros»

    15. Los «poseedores» y los «desposeídos»

    PARTE VI

    ANIQUILACIÓN

    16. Haciendo frente a Occidente y atacando a Oriente

    17. La lucha contra los «anglosajones» y la «plutocracia»

    18. La caída de la «Fortaleza Europa»

    Conclusión

    Notas

    Abreviaturas

    A fin de reducir la de por sí gran cantidad de referencias, los documentos de estas colecciones, fácilmente accesibles, se han citado en forma abreviada.

    Agradecimientos

    Por encima de todo quiero expresar mi agradecimiento a mi esposa, Anita Bunyan, por su apoyo durante más de treinta años y su ayuda para este proyecto. Mi agradecimiento también para Christopher Andrew, Mark Austin, Maximilian Becker, Ilya Berkovich, Tim Blanning, James Boyd, Christopher Clark, Norman Domeier, Alan Donahue, Andreas Fahrmeir, Bill Foster, Eric Frazier, Allegra Fryxell, Bernhard Fulda, Claire Gantet, Manfred Görtemaker, Christian Goeschel, Bobby Grampp, Tom Grant, Neil Gregor, Henning Grunwald, Christian Hartmann, Daniel Hedinger, Winfried Heinemann, Lukas Helfinger, Dorothy Hochstetter, Luisa Hulsroj, Nora Kalinskij, Gerhard Keiper, Jennifer Jenkins, Klaus Lankheit, Charlotte Lee, Clara Maier, Heinrich Meier, Mary-Ann Middlekoop, David Motadel, Marlene Mueller-Rytlewski, William Mulligan, Fred Nielsen, Mikael Nilsson, Jeremy Noakes, Wolfram Pyta, Phillips O’Brien, Darren O’Byrne, William O’Reilly, James Carleton Paget, Nathalie Price, Helen Roche, Gabriel Rolfes, Ulrich Schlie, Klaus Schmider, K. D. Schmidt, Klaus Schwabe, Constance Simms, Daniel Simms, Maja Spanu, Alan Steinweis, Benedict Stuchtey, Hans Ulrich Thamer, Liz Wake, Thomas Weber, Steffen Werther, Jo Whaley, Samuel Garrett Zeitlin y Rainer Zitelmann. Este libro está dedicado a mi hija menor, Katherine.

    Prólogo

    En julio de 1918, la Primera Guerra Mundial venía durando ya casi cuatro años. El soldado de primera clase Adolf Hitler, del 16º Regimiento Bávaro de Infantería de Reserva, había prestado servicio en ella prácticamente desde su comienzo. Había visto al Reich alemán desafiar a la poderosa coalición formada por los imperios de la Entente, Inglaterra, Francia y Rusia, además de otras potencias más pequeñas. A finales del año anterior, una de ellas, el Imperio zarista, había sido doblegada por una combinación de derrotas militares y revoluciones. Entretanto, no obstante, el Reich se había granjeado la enemistad de otra potencia todavía más temible: Estados Unidos.

    Alemania se hallaba en ese momento inmersa en una carrera por derrotar a Francia y hacer retroceder a Inglaterra al otro lado del Canal antes de que las tropas estadounidenses pudieran llegar en su ayuda. Al principio, sus esfuerzos se vieron coronados con éxito. El avance de los ejércitos alemanes en el frente occidental estaba siendo arrollador. Y con él, el de Adolf Hitler, que marchaba con ellos y pudo ser testigo directo del momento en que la racha comenzó a cambiar, durante la segunda batalla del Marne.

    El numeroso contingente de soldados americanos, descansados y llevados por un entusiasmo que contrarrestaba su falta de experiencia, entró arrasando entre los agotados reservistas bávaros, causando devastadores efectos en la moral de los camaradas de Hitler y una indeleble impresión en él mismo. Con al menos dos de estos nuevos enemigos se topó directamente. El 17 de julio de 1918, el ayudante de brigada Fritz Wiedemann escribió que «el soldado de primera clase Hitler había llevado dos prisioneros americanos (hechos por el 16º R[egimiento de Reserva] a los cuarteles de la 12º Brigada de la Real Infantería Bávara».¹

    Sobre quiénes eran estos hombres y la importancia que Hitler le dio al hecho entonces, no existe constancia. Sí sabemos, en cambio, cómo Hitler interpretaría más tarde aquel momento trascendental para su vida y, por tanto, para la historia del siglo XX.

    Hitler estaba convencido de que estos «soldaditos» eran descendientes de emigrantes alemanes que la patria había perdido a causa de la falta de «espacio vital» para alimentarles y que habían regresado en venganza formando parte de las filas de un ejército enemigo imparable. En posteriores discursos, volvió repetidamente sobre aquel momento de «mediados del verano de 1918 en que los primeros soldados americanos aparecieron en los campos de batalla franceses, hombres bien desarrollados, hombres de nuestra misma sangre, a los que durante siglos habíamos deportado y que ahora estaban dispuestos a hundir en el barro a la madre patria».²

    Aquí es, por tanto, donde empezó todo: la preocupación por la debilidad demográfica alemana, para la que el Lebensraum hacia el este iba a convertirse finalmente en el único remedio; el respeto y el miedo a las potencias «anglosajonas» con sus aparentemente infinitos recursos espaciales, demográficos, naturales y económicos; y la determinación de evitar otra guerra civil racial entre anglosajones y teutones –⁠propiciada por la «judería mundial»⁠– si era posible, o sobrevivir en caso de que un nuevo enfrentamiento resultara inevitable.

    Introducción

    Hace poco más de veinte años, un crítico alemán contabilizó más de 120.000 libros y artículos sobre Hitler y el Tercer Reich,¹ una cifra que desde entonces ha aumentado sustancialmente. Las mejores de estas biografías han reflejado la época y las tendencias académicas del escritor. La obra pionera de Alan Bullock, Hitler: estudio de una tiranía, escrita solo nueve años después de 1945, en plena Guerra Fría, le presentaba como un perfecto ejemplo de la «época de despotismo no ilustrado», pero también como un «oportunista carente de principios».² Intencionada o no, esta interpretación encajaba con el contexto intelectual más amplio de la teoría del totalitarismo y la propensión de su colega A. J. P. Taylor a priorizar la casualidad y la contingencia sobre modelos explicativos más profundos. Dos décadas más tarde, Joachim Fest escribió una célebre biografía, más literaria que académica, que no obstante se granjeó la admiración de muchos historiadores profesionales. Fue el primer intento imaginativo a gran escala de explicar cómo un hombre como Hitler pudo conseguir y mantener el poder en un país tan económicamente avanzado y culturalmente sofisticado como Alemania.³ Marcó un hito en la historia de la República Federal y constituyó la culminación de treinta años de investigación y profunda reflexión. La biografía de Fest trataba tanto de los alemanes como del propio Hitler.

    La siguiente biografía «clásica» tardó otros veinte años en aparecer. Los dos volúmenes de Ian Kershaw, considerada la obra de referencia hasta la fecha, reflejaban la notable cantidad de investigación sobre la dictadura nazi llevada a cabo durante las décadas anteriores, especialmente el «giro» hacia la historia social y el largo debate entre los «intencionalistas», que trazaban una línea más o menos recta desde las declaraciones pragmáticas de la década de 1920 hasta el final de la trayectoria de Hitler, y los «estructuralistas», que ponían el énfasis en las rivalidades y dinámicas institucionales.⁴ Si a Fest le habían criticado por abstraer demasiado a Hitler de su entorno,⁵ el Hitler de Kershaw estaba en cambio altamente contextualizado. Kershaw no ponía «el foco en la personalidad de Hitler», sino en el «carácter de su poder», lo que requería «fijarse en primera instancia en los demás más que en el propio Hitler».⁶ La biografía de Kershaw también tenía en cuenta el aspecto «voluntarista», por el que los historiadores resaltaban cada vez más la colaboración activa de la población en las iniciativas nazis, reconociendo el perdurable poder de instituciones y agrupaciones, y volvía a poner sobre la mesa la intervención individual como agente de la historia, tanto en los casos de mayor como de menor importancia.⁷ La construcción del «mito» que rodeó al Führer resultó ser en la misma medida obra de otros como suya propia.⁸ El Hitler de Kershaw no lo controlaba todo, porque no lo necesitaba: los principales actores «trabajaban por el Führer» por iniciativa propia.⁹ Su papel quedaba así relativizado en la visión de Kershaw, aunque seguía teniendo una gran visibilidad.

    Desde entonces han aparecido muchas más biografías y estudios especializados.¹⁰ Volker Ullrich destaca en particular la personalidad de Hitler.¹¹ Poco después, Peter Longerich ha culminado su largo compromiso con la historia del Tercer Reich ofreciendo su propia interpretación, que tiene en cuenta muchos de los detallados estudios aparecidos desde la publicación de los dos volúmenes de Kershaw¹² y demuestra que Hitler fue mucho más que un mero «catalizador» de fuerzas ya existentes en la sociedad alemana y una figura mucho más dominante de lo que había admitido el enfoque «estructuralista». Por la misma época, el libro de Wolfram Pyta, aunque no se tratara de una biografía propiamente dicha, mostró que el enfoque «cultural» en los estudios históricos podía aportar nuevas perspectivas sobre la imagen fabricada por Hitler de sí mismo como un «genio» y la naturaleza «escenificativa» de su gobierno.¹³ Más recientemente, la breve biografía de Hans-Ulrich Thamer nos ha vuelto a recordar la importancia de la violencia y la seducción en la relación de Hitler con el pueblo alemán.¹⁴

    En muchos aspectos, la aportación del que esto suscribe no puede competir en este campo. Obviamente, no llegará a constituir la primera obra en importancia sobre su materia de estudio, ni tampoco la última palabra. No aspira a igualar la calidad literaria de Joachim Fest, la dimensión y la profundidad de Ian Kershaw, el extenso conocimiento del sistema doméstico nazi de Peter Longerich, la sofisticación teórica de Wolfram Pyta o la penetración psicológica de Volker Ullrich. Ni tampoco puede la presente biografía explicar ni reinventar la rueda. Tiene en cuenta pero no trata de sintetizar la reciente y abundante investigación especializada sobre el Tercer Reich en un sentido más amplio.¹⁵ No puede explicar la profunda conexión que Hitler tenía con el pueblo alemán.¹⁶ En lugar de todo ello, este libro no trata del Hitler al que dicho pueblo votó, sino del Hitler que les tocó tener. No trata de lo que este «consiguió», sino de lo que pretendía. Por último, la personalidad y la vida privada de Hitler no constituyen un tema del libro, si bien aparecerán determinadas facetas de ellas, algunas bastante inesperadas. Dicho esto, aunque el autor no puede presentar el Hitler «completo», espera demostrar que nuestra imagen de él ha sido hasta ahora bastante incompleta.

    Esta biografía reivindica tres nuevas premisas importantes e interrelacionadas. En primer lugar, que la principal preocupación de Hitler durante toda su trayectoria fue Angloamérica y el capitalismo global, más que la Unión Soviética y el bolchevismo. Segundo, que la visión de Hitler del pueblo alemán –⁠incluso una vez expurgado de judíos y otros «indeseables»⁠– fue muy ambivalente, reflejando un sentimiento de inferioridad respecto a los «anglosajones». Tercero, que –⁠por razones más que comprensibles⁠– nos hemos centrado demasiado en la homicida «eugenesia negativa» de Hitler contra los judíos y otros «indeseables» y no lo suficiente en lo que él consideraba su «eugenesia positiva», destinada a «elevar» al pueblo alemán a la altura de sus rivales británicos y estadounidenses.¹⁷ Como consecuencia, a todos se nos ha pasado por alto hasta qué punto Hitler se hallaba inmerso en una lucha mundial no solo contra los «judíos del mundo», sino contra los «anglosajones». La pretensión del autor no es meramente «acumulativa», no consiste en aportar una nueva dimensión al marco existente, sino en que su trabajo sea considerado con un carácter «sustitutivo». Si lo que aquí se afirma se sostiene como válido, la biografía de Hitler, y tal vez la historia del Tercer Reich en un sentido más amplio, debería replantearse desde su base.

    Esta biografía rompe por tanto con gran parte de la idea o ideas dominantes sobre Hitler. Hitler no había puesto al pueblo alemán en un pedestal racial, sino que le obsesionaba el temor de su permanente fragilidad. No creía que Estados Unidos hubiera quedado paralizado por el derrumbe de Wall Street y aquel país siguió constituyendo un factor clave en su pensamiento desde el inicio de la década de 1920 en adelante. El libro también refuta la arraigada creencia de que el principal motor de la visión del mundo de Hitler, y la fuente de su virulento antisemitismo, fuera el temor a la Unión Soviética o al bolchevismo. En consecuencia, no acepta la crucial importancia que se cree tuvo para él el frente del este en la Segunda Guerra Mundial. El libro no ve un «pluralismo conceptual» significativo en ningún área de la política nazi, interior ni exterior, que a Hitler realmente le importara. Hitler no fue prisionero de ninguna fuerza de la sociedad alemana, de unos centros de poder rivales. Si el gobierno alemán se encontró a menudo en un estado de «caos policrático» no fue desde luego resultado de ningún intento consciente del dictador por aplicar la máxima del «divide y vencerás». Dicho esto, ninguna de las obras citadas está exenta de valores ni de errores, y este libro inevitablemente coincide con los expertos en el Tercer Reich en algunos temas y discrepa en otros. De ello queda constancia en las notas, en las que la literatura se cita en general cuando el acuerdo es explícito, mientras que los errores se suelen corregir solo por deducción.

    El autor, de hecho, se basa en gran medida en el trabajo de otros, inspirado en algunas tendencias historiográficas recientes. En primer lugar, el cariz «transnacional» ha dotado de un nuevo marco a la historia alemana, en la que los hechos se entienden como parte de unos procesos europeos e incluso mundiales más amplios.¹⁸ El subcampo de la Histoire Croisée representó un estímulo especialmente valioso para entender el largo conflicto germano-americano que tanto determinó el pensamiento y la trayectoria de Hitler.¹⁹ En segundo lugar, la globalización: el Hitler de esta biografía es, pese a su especificidad, producto de unas fuerzas globales.²⁰ Encaja perfectamente en los recientes estudios sobre capitalismo mundial.²¹ En tercer lugar, la «tendencia ambiental» nos permite ver a Hitler básicamente como un maltusiano, un político de la escasez.²² En cuarto lugar, recientes estudios sobre la gobernanza mundial, especialmente el cartel angloamericano surgido a principios del siglo XX, acentuaron la percepción del autor acerca de la rebelión de Hitler ante ese orden de cosas.²³

    En quinto lugar, los estudios históricos sobre migración y raza, especialmente los que tratan del colonialismo de asentamiento angloamericano, así como la investigación sobre la política internacional sobre la raza y en especial el énfasis en las «hegemonías anglosajonas», han proporcionado un contexto para reflexionar sobre la visión mundial de Hitler.²⁴ En este sentido, Alemania puede considerarse, como ya lo fue por los alemanes de la época, incluido Hitler, tanto colonizadora como colonizada; no está claro a qué lado de la «frontera racial global» quedaba en realidad. El Reich fue el «reponedor», no lo «repuesto»;²⁵ el «fertilizante», por usar la expresión del propio Hitler, no el fertilizado. En sentido contrario, como señaló Aimé Césaire ya a mediados de la década de 1950, el proyecto imperial de Hitler en Europa invirtió el orden racial tradicional al reducir a muchos hombres blancos a un estatus inferior que solía estar reservado a la gente de color.²⁶ En sexto lugar, el «enfoque espacial» en la literatura histórica nos ayuda a entender cómo Alemania, tras realizar la transición del Reich tradicional a nación, fue reconcebida de nuevo como un imperio a escala mundial.²⁷ Por último, el «enfoque temporal» en los estudios históricos llevó al autor a prestar especial atención al tiempo, la cronología y, especialmente, a las líneas temporales en el pensamiento de Hitler.²⁸ La expansión y la contracción del tiempo en su mente se revelará como una variable crucial.

    Más concretamente, el texto dejará constancia de la gran deuda que el autor mantiene con un gran número de estudios sobre la Alemania nazi aparecidos a lo largo de los últimos veinte años.²⁹ Mark Mazower ha aportado un marco de trabajo para entender el Tercer Reich como un imperio europeo dentro de Europa.³⁰ Tim Snyder ha destacado la dimensión «ambiental» del pensamiento de Hitler. Adam Tooze ha mostrado hasta qué punto Estados Unidos debe considerarse la principal referencia para el Tercer Reich desde un primer momento, pero sobre todo desde que comenzó la batalla por la producción durante la guerra.³¹ La dimensión estadounidense de la historia alemana del siglo XX en general ha sido perfectamente descrita por Mary Nolan, Philipp Gassert y Stefan Kühl.³² Johann Chapoutot nos recuerda la indisoluble importancia de las ideas para el proyecto nazi³³ y Lars Lüdicke nos hace reparar en la asombrosa coherencia de pensamiento en temas clave a lo largo de los últimos veinticinco años.³⁴

    Esta biografía también ha podido beneficiarse de los numerosos nuevos estudios sobre determinados periodos o aspectos de la vida de Hitler. Dirk Bavendamm puso la juventud de Hitler bajo el microscopio; Brigitte Hamann reexaminó la época de Hitler en Viena, demostrando que no existe ninguna prueba de un sentimiento antisemita por su parte durante aquellos años.³⁵ Por el contrario, como Anton Joachimsthaler demostró, la «senda» de Hitler comenzó en realidad en Múnich.³⁶ Thomas Weber ha arrojado luz sobre las experiencias de Hitler durante la Primera Guerra Mundial. Othmar Plöckinger y Thomas Weber realizaron un examen mucho más detallado de los cruciales años que Hitler pasó en Múnich inmediatamente después de la guerra. Plöckinger elaboró también un minucioso análisis de la gestación y el legado del Mein Kampf (Mi lucha).³⁷ Despina Stratigakos investigó las preferencias arquitectónicas y actividades domésticas de Hitler, un tema hasta ese momento inexplorado.³⁸ Anna Maria Sigmund fue la primera en analizar el complicado ménage à trois entre Hitler, su sobrina Geli Raubal y su chófer Emil Maurice.³⁹ Heike Görtemaker escribió el primer relato satisfactorio sobre su relación con Eva Braun.⁴⁰ Timothy Ryback nos ha permitido hacernos una idea de los hábitos de lectura de Hitler, mientras que Bill Niven investigó sus gustos cinematográficos.⁴¹ Fritz Redlich sometió a Hitler a un serio análisis psiquiátrico,⁴² Johannes Hürter examinó la relación de Hitler con sus jefes militares de más rango⁴³ y Stephen Fritz ha defendido con argumentos muy sólidos que Hitler no era ningún amateur en materia militar.⁴⁴

    Existen también varios estudios importantes sobre el papel de Hitler en el Tercer Reich. Christian Goeschel ha rastreado la evolución de su «alianza fascista» con Mussolini.⁴⁵ Kurt Bauer demostró su decisiva participación en el fallido golpe austriaco de 1934.⁴⁶ El estudio de Andreas Krämer sobre la crisis de mayo de 1938 y sus consecuencias mostró a un dictador reaccionando a unos acontecimientos externos, pero que controlaba por completo el aparato de seguridad nacional alemán.⁴⁷ El trabajo de Angela Hermann sobre la crisis de Múnich y sus repercusiones reveló que el «pluralismo conceptual» de la política exterior nazi solo existió a un nivel por debajo del propio dictador.⁴⁸ Rolf-Dieter Müller ha argumentado convincentemente que el plan de Hitler en 1938-1939 era atacar la Unión Soviética y que solo se desvió de él debido a la negativa polaca a cooperar.⁴⁹ La importancia clave de la dimensión norteamericana en 1940-1941 ha sido puesta de relieve en un estudio de Kershaw sobre las decisiones fatídicas de Hitler.⁵⁰ Edward Westermann y Carroll Kakel han comparado la guerra de Hitler en Rusia con la conquista del Oeste norteamericano.⁵¹ Los varios tomos de Das Deutsche Reich und der Zweite Weltkrieg, considerada la historia oficial alemana de la guerra, han demostrado el crucial papel de Hitler a lo largo del conflicto.⁵² Por último, el papel decisivo de Hitler en el asesinato de seis millones de judíos ha quedado demostrado más allá de toda duda por Richard Evans, Peter Longerich y otros autores que se han ocupado de refutar las afirmaciones de David Irving en contrario.⁵³ Magnus Brechtken y Maximilian Becker, del Instituto de Historia Contemporánea de Múnich, están preparando en la actualidad una edición académica de los discursos de Hitler como canciller.⁵⁴

    Los argumentos presentados en este libro se basan en abundantes, si bien heterogéneas, fuentes. Muchas son bien conocidas, otras han sido sorprendentemente ignoradas y algunas son, por lo que al autor le consta, completamente nuevas. La principal fuente sobre aproximadamente los primeros treinta años de la vida de Hitler es la edición completa de su correspondencia, escritos y anotaciones (algunas de ellas llegadas hasta nosotros de manera indirecta) hasta 1924; las falsificaciones conocidas dentro de este conjunto documental no se han tenido en cuenta.⁵⁵ Esta colección se encuentra razonablemente completa a partir de 1919, pero antes de esta fecha no lo está tanto; por ejemplo, no constan registros de ningún tipo de un año entero, entre agosto de 1908 y agosto de 1909.⁵⁶ De mediados de la década de 1920 en adelante, esta biografía se basa principalmente en ediciones críticas de Mein Kampf,⁵⁷ El segundo libro y la voluminosa edición de sus discursos y escritos entre 1925 y 1933.⁵⁸

    Como cabría esperar, los registros aumentan exponencialmente durante el periodo posterior a la toma del poder por parte de Hitler en 1933. Una importante fuente para el Tercer Reich en sí es la pionera colección de Max Domarus, integrada básicamente por discursos, aunque está incompleta y los estándares editoriales dejan bastante que desear.⁵⁹ Existe también una versión mucho más reducida, pero de calidad muy superior, de siete de los discursos más importantes de Hitler, realizada por Hildegard von Kotze y Helmut Krausnick.⁶⁰ Los documentos de los gabinetes de Hitler nos aportan una visión muy valiosa de su práctica de gobierno, y los documentos sobre política exterior alemana también incluyen muchas declaraciones realizadas por él.⁶¹ Respecto a los años de la guerra, contamos con la edición de Martin Moll de los «decretos» de Hitler, la colección de las «directivas» de Hitler de Walther Hubatsch, la edición de Willi Boelcke de sus reuniones con Albert Speer sobre producción de guerra, y el Lagebesprechungen, los protocolos de los informes militares de Hitler que han llegado hasta nosotros.⁶² Estas fuentes en serie se complementan con memorias, diarios, el reciente y sumamente valioso «Itinerario» recopilado por Harald Sandner y otras fuentes impresas.⁶³ Aunque la mayor parte del material citado en este libro lleva tiempo siendo de dominio público, la importancia de parte de él no se ha reconocido adecuadamente y algunas declaraciones clave han sido incomprensiblemente ignoradas durante décadas.

    Como ocurre con todas las fuentes históricas, las relativas a Hitler, y en particular los diarios y memorias, deben ser tratados con precaución. Joseph Goebbels, por ejemplo, tenía la intención de que la mayoría de sus diarios fueran publicados, así que el biógrafo debe tener en cuenta los engrandecimientos que el personaje dejaba para la posteridad.⁶⁴ Albert Speer, por su parte, no se limitó a incurrir en descaradas tergiversaciones y apologías, sino que además tendía a exagerar su especial vínculo con Hitler.⁶⁵ Algunas fuentes aparentemente contemporáneas, como el Aufzeichnungen de Otto Wagener y el diario de Gerhard Engel, fueron en realidad escritas muchos años después de los hechos que narran, pero, una vez cotejadas, han demostrado ser una guía muy fiable casi sin excepción.⁶⁶ También es necesario tener cuidado con los registros de las conversaciones informales de Hitler que, aunque bastante exactos respecto a sus sentimientos, contienen algunas tergiversaciones demostrables y no deberían tomarse como un registro literal de lo que realmente dijo.⁶⁷ Ninguna de sus supuestas declaraciones ha sido reproducida en estilo directo. Con las oportunas advertencias, todos estos registros se han utilizado en los casos en que se ha considerado apropiado.

    En cambio, esta biografía no ha tenido para nada en cuenta una serie de fuentes «clásicas». Respecto a las primeras etapas de la vida de Hitler, tergiversadas por el Mein Kampf y posteriores «memorias» de sus contemporáneos, el autor ha tomado la drástica medida de basarse solo en el material generado en esa época. Esto descartaba, por ejemplo, las memorias de su amigo de infancia Kubizek.⁶⁸ Tampoco se ha considerado fiable nada de lo dicho o citado por Werner Maser.⁶⁹ Fuentes como las «conversaciones con Breiting» y los recuerdos de Hermann Rauschning, que durante mucho tiempo se han visto con recelo pero siguen apareciendo de vez en cuando en algunos relatos acreditados, no se han utilizado.⁷⁰ Por último y con notable renuencia, el autor ha obviado por completo el presunto «testamento» de Hitler de principios de 1945. Los sentimientos en él vertidos sin duda armonizan con los de Hitler, e incluso con el argumento de este libro, pero un reciente examen forense demuestra que su procedencia es demasiado dudosa para poder fiarse de su contenido.⁷¹

    Las nuevas fuentes utilizadas para esta biografía se pueden agrupar en dos categorías. Algunas solo comentan o recrean aspectos bien conocidos de la trayectoria de Hitler. Otras, sin embargo, sirven de fundamento a argumentos esenciales del libro. El Kriegsarchiv o Archivo de Guerra bávaro proporcionó nuevo material sobre la experiencia de Hitler en la Primera Guerra Mundial, incluido su trascendental encuentro con soldados norteamericanos y la lucha de su regimiento con sus nuevos adversarios en general. Otros depósitos bibliotecarios de Múnich confirmaron la profunda preocupación que a Hitler le producía el separatismo bávaro. Los registros del Ministerio de Asuntos Exteriores contenían material muy valioso sobre hacer retornar a los emigrantes alemanes y el plan de «intercambiarlos» por judíos alemanes «salientes». Hasta donde al autor le consta, ninguno de estos documentos concretos ha sido utilizado por otros biógrafos de Hitler y es incluso poco probable que conocieran su existencia.

    Con el fin de estructurar todo este material en una argumentación lógica, el autor ha adoptado un enfoque tipo «embudo». En un primer momento, cuando las fuentes son escasas, ha tratado de abarcar lo más posible. A medida que el libro avanza y las principales líneas de interpretación van siendo más claras y el material de fuentes más copioso, el foco se va estrechando. Esto también obedece a que Hitler fue notablemente más abierto sobre su manera de pensar en sus primeros años y con el tiempo fue haciéndose cada vez más cauto. En general, el autor ha tratado de mostrar más que de contar. Esto supone una extensa exégesis y citas directas del propio Hitler. A diferencia de algunos trabajos, por tanto, esta biografía es más bien escasa en contexto y «Hitlercéntrica».⁷² No le perderemos de vista durante más de un párrafo o dos seguidos. Esto no quiere decir, por supuesto, que Hitler fuera un pensador completamente sui generis –⁠es bien sabido que se basaba en gran medida en argumentos ajenos⁠–, sino simplemente que nos centraremos en lo que él pensaba más que en de dónde lo tomó. Siguiendo la norma de Richard Evans, daremos prioridad al «análisis, la argumentación y la interpretación» sobre el «lenguaje del fiscal de la corte penal o del moralista sermoneador».⁷³ La intención no ha sido contradecir a Hitler sistemáticamente, ya que hacerlo habría sobrepasado los límites del libro y dado como resultado una obra muy distinta. Salvo cuando tengan motivos para creer lo contrario, los lectores –⁠y aquí tomo una frase prestada⁠– harán bien en considerar todo lo que dijo como una mentira, incluidos las conjunciones y los artículos. De una forma u otra el «contenido de verdad» que hay en los escritos y discursos de Hitler es menos importante para esta biografía que su significado e intención. En este punto el autor ha tratado en todo momento de penetrar en la mente de Hitler, sin dejar que él entre en la suya.

    Los tres argumentos centrales de este libro se apoyan en una serie de subargumentos. Muchos de ellos le sonarán incluso al lector profano y la mayoría serán bien conocidos para los especialistas en este campo. Otros pueden haber sido brevemente apuntados con anterioridad, pero sin que se les haya dado la importancia que verdaderamente tienen. También hay algunos hilos argumentales bastante esenciales que son –⁠por lo que al autor le consta⁠– completamente nuevos. Si bien la preocupación de Hitler por Inglaterra no es ningún secreto, y el grado de su enfrentamiento con Estados Unidos ha constituido un tema recurrente en los estudios más recientes, hasta ahora los historiadores no han reconocido su obsesión demográfica con la emigración alemana y la gran importancia que esta ejerció en su visión mundial. Mientras que la conexión entre el antisemitismo de Hitler y su anticapitalismo ha sido señalada a menudo e incluso sido objeto de algunos estudios, la enorme influencia que esto ejerció en su visión mundial y hasta qué punto él estuvo librando una guerra contra las «altas finanzas internacionales» y la «plutocracia» desde el principio hasta el final no se ha comprendido en absoluto. El grado de preocupación que a Hitler le producía la cohesión racial del pueblo alemán, que él atribuía a siglos de fragmentación política y cultural, tampoco se ha entendido del todo. Por esta razón, la importancia de la amenaza separatista bávara, el desafío de la integración europea, el fantasma de la restauración de la monarquía Habsburgo y la amenaza «negra» (del clero) en varios momentos de la trayectoria de Hitler requieren una considerable profundización.

    El argumento se subdivide en seis partes. La primera trata de las primeras etapas de la vida de Hitler hasta el final de la guerra mundial, durante la cual, tras unos muy lentos inicios, fue dando cada vez más señales de concienciación política, pero ninguna de vocación política o potencial liderazgo. La guerra sumergió a Hitler en un encuentro traumático con el poder de Angloamérica, cuya fuerza militar, económica, financiera y demográfica aplastó al Reich e hizo añicos su universo. Entre 1919 y 1922 empezaron a hacerse visibles las primeras líneas de su visión mundial: el temor a Angloamérica, la hostilidad asociada al capitalismo global y la judería internacional, así como la preocupación por que debilidades internas como el socialismo, el bolchevismo, la emigración masiva y especialmente el separatismo bávaro dejaran al Reich indefenso frente a los enemigos externos. Durante este periodo, Hitler parece haber estado actuando bajo el supuesto de que la regeneración de Alemania necesitaría muchos años, tal vez generaciones. En la Parte II, que abarca los años 1923-1927, vemos cómo en un principio el tiempo se aceleró para Hitler, a fin de prevenir el peligro de un golpe aparentemente separatista y aprovecharse de una coyuntura doméstica e internacional que parecía favorable. Tras el fracaso de su propio golpe, Hitler volvió a unos plazos más largos y empezó a construir su concepto de Lebensraum en respuesta a la degeneración racial de Alemania, y en especial a la hemorragia que para él representaba la salida de tantos emigrantes sanos a Estados Unidos. Este era necesariamente un proyecto a largo plazo, por lo que el tiempo volvió a desacelerarse para Hitler.

    En la Parte III, que comprende el periodo 1928-1932, vemos a Hitler elaborar un proyecto modernizador destinado a fortalecer al Reich frente al desafío norteamericano, especialmente frente a la pérdida de los «mejores» elementos de la sociedad alemana a través de la emigración al Nuevo Mundo, y proporcionar una alternativa a la ampliamente popular idea de la integración europea. Aprovechando el bache económico causado por la Depresión, diseñó también una estrategia para hacerse con el poder bastante antes de lo que tenía previsto. En la Parte IV, que comprende los años 1933-1936, se analiza el proyecto de transformación social, económica y racial de Hitler, diseñado para eliminar a los elementos «negativos» de la sociedad alemana, como los judíos y los discapacitados, y facilitar el desarrollo de líneas raciales más «positivas». Si el reloj «racial» fue, por su propia naturaleza, programado a un plazo mucho más largo, las políticas diplomáticas y militares de Hitler se ajustaron a una agenda mucho más inmediata. Por parte de Hitler no existía un plan de dominación mundial, solo la determinación de proporcionar a Alemania la ampliación territorial que él creía necesaria para sobrevivir en un mundo de potencias mundiales.

    En la Parte V, correspondiente al periodo 1937-1940, el tiempo volvió a acelerarse una vez más, como respuesta de Hitler a la hostilidad de Angloamérica. Aquí veremos cómo el Führer, que en un principio no se había planteado la dominación global, y ni siquiera ocupar una parte tan grande del continente europeo, se vio impulsado por la lógica de la guerra y la expansión hacia una ampliación mayor del conflicto. Por último, en la Parte VI, que abarca el periodo 1941-1945, la trayectoria de Hitler alcanzó su culmen con la confrontación con los Estados Unidos de Roosevelt, desembocando en una desaforada lucha por el Lebensraum y la destrucción de la judería europea. Cuando las potencias «anglosajonas» se unieron en su contra, Hitler quedó convencido de que solo una política verdaderamente global podría proteger al Reich frente a todos sus enemigos. Los ejércitos alemanes se hallaban apostados en dos continentes y amenazaban con ocupar un tercero. Hitler también albergaba planes de atacar el hemisferio occidental, al menos desde el aire. Durante un breve lapso de tiempo, pareció como si tuviera el mundo entero a su alcance, pero sin poder agarrar el trofeo entre sus manos, y al poco tiempo comenzó la inevitable caída, que culminaría con la segunda y aún más destructiva derrota del Reich a manos de, en opinión de Hitler, los «anglosajones», los judíos y sus aliados.

    Parte I

    HUMILLACIÓN

    Las tres primeras décadas de la vida de Hitler estuvieron caracterizadas por la oscuridad y las privaciones de uno u otro tipo. Al poco tiempo de su nacimiento, en el extremo occidental del Imperio Habsburgo, en circunstancias humildes, si bien no de pobreza, la situación de Adolf Hitler comenzó a deteriorarse rápidamente. Su padre y su madre murieron, esta última tras una traumática enfermedad, y él malgastó su modesta herencia. Su talento artístico no fue reconocido en Viena. Hitler estuvo dando tumbos y pasando duras penalidades antes de recomponerse y mudarse a Múnich, entonces la segunda ciudad del Imperio alemán. Allí estuvo arreglándoselas como pudo. Aparte de su rechazo explícito hacia el Imperio Habsburgo, Hitler no dio ninguna otra muestra de politización hasta que alcanzó la edad de veinticinco años. La guerra resultó para él una experiencia liberadora y desestabilizadora a la vez. Durante los cuatro años que duró su servicio militar, Hitler fue herido, sufrió devastadores bombardeos, fue condecorado, quedó temporalmente ciego y cayó derrotado, como tantos otros alemanes. Terminó el conflicto como lo comenzó, como una figura esencialmente solitaria, marginada por la historia de Alemania y del mundo.

    1

    Boceto del dictador de joven

    Adolf Hitler nació en Austria, por circunstancias históricas, el 20 de abril de 1889. Su lugar de nacimiento, Braunau am Inn, había pertenecido al ducado de Baviera durante cientos de años antes de que fuera cedido a la monarquía Habsburgo por el Tratado de Teschen que selló el final de la guerra de Sucesión bávara en 1779. Durante las revueltas de las guerras revolucionarias y napoleónicas cambió de manos en varias ocasiones, para volver definitivamente a Austria en 1815. Cultural y etnográficamente, la frontera del río Inn entre Alemania y lo que luego sería el Imperio austrohúngaro marcaba una distinción ausente de diferencias, al menos en Braunau y alrededores. El dialecto alemán y las costumbres tradicionales eran más o menos las mismas a uno y otro lado del río. Aunque Hitler no tardó en trasladarse más al este, y vivió también en otros lugares, continuó dentro de los confines de la Alta Austria y, por tanto, de la zona dialectal del «bávaro central».¹ Hitler más adelante se autodenominaría bávaro en varias ocasiones.²

    Políticamente, sin embargo, la brecha era enorme. Durante unos mil años, los habitantes de Braunau habían formado parte del Sacro Imperio Romano, una comunidad política de naciones que englobó a la mayoría de los alemanes hasta su extinción en 1806. Su orientación germánica se mantuvo a través de la Confederación Alemana a partir de 1815. En 1866-1871, sin embargo, el primer ministro de Prusia, Otto von Bismarck, excluyó a Austria y aplastó a Francia a fin de permitir la «pequeña unificación alemana» del Segundo Reich. Los Habsburgo respondieron volviendo su mirada hacia el sur y hacia el este, y tratando de llegar a un compromiso con los indisciplinados magiares. Gracias al nuevo estatus de la corona húngara, los habitantes de Braunau se convirtieron entonces en «imperiales y reales» súbditos de un imperio multinacional en lugar de un Estado explícitamente alemán. La frontera con el Imperio alemán se encontraba solo a trescientos metros de Simbach, al otro lado del Inn. Los Hitler debían de verla cada día. Las simpatías del padre, Alois, eran, según se dice, pangermánicas, asociadas a una opinión liberal o al menos librepensadora y escéptica respecto a la Iglesia católica romana.³ No existen pruebas fiables de que Alois fuera desleal a los Habsburgo, antisemita, alcohólico o violento con sus hijos.

    Adolf era uno de los hijos menores de una dispersa familia.⁴ Tenía un hermanastro mayor, Alois júnior, y una hermanastra, Ángela, nacidos del primer matrimonio de su padre con Franziska Matzelsberger. Tras la muerte de esta, Alois se había casado con su prima, Klara Pölzl, con la que había tenido seis hijos, de los cuales solo dos sobrevivieron: el propio Adolf y su hermana pequeña, Paula. Dos de los cuatro hermanos de Hitler murieron antes de nacer él, y otro cuando Hitler apenas había cumplido diez años. La hermana de Klara, Johanna, a la que llamaban «Hanitante» («tía Hani»), fue una figura muy importante en sus vidas. El trabajo de Alois pronto obligó a que la familia se mudara de su casa en la calle Salzburger Vorstadt al cercano Hafeld, en Lambach. Alois también trabajó durante un tiempo en la ciudad fronteriza alemana de Passau. Finalmente se jubiló en Leonding,⁵ donde murió de un infarto mientras se encontraba tomando una copa de vino mañanera en un mesón de la localidad, el 3 de enero de 1903.

    La viuda, Klara, trasladó a la familia primero a Linz y luego a Urfahr, en la otra orilla del Danubio. Hitler continuó su educación en la Staats Realschule de Linz.⁶ La escuela de Linz era famosa por sus simpatías nacionalistas alemanas y anti-Habsburgo. Tras unos primeros años de buenos resultados académicos, Adolf se convirtió en un alumno apático, con ausencias frecuentes, que solo obtuvo buenas notas en dibujo y deporte, y una calificación de su esfuerzo como meramente «satisfactorio».⁷ Aunque Hitler se apuntó a varias organizaciones culturales mientras vivió en Linz y en Urfahr, como el Linzer Musealverein, el Oberösterreichischer Musikalverein y el Oberösterreichischer Volksbildungsverein,⁸ no existen pruebas de esa época acerca de ningún compromiso político. Nada sugiere, tampoco, que Hitler conociera a su compañero de escuela Ludwig Wittgenstein, que más tarde se convertiría en un famoso filósofo. En todo caso, Hitler fue un mal estudiante que se vio obligado a repetir curso antes de abandonar definitivamente el colegio a los dieciséis años.

    El efecto que esta sucesión de muertes y de cambios tuvo en el joven Adolf se desconoce. Sus experiencias no fueron en ningún sentido extraordinarias: estas inseguridades emocionales y económicas eran habituales en aquella época, puede que en todas. Es cierto que tanto el padre como el hijo (como más adelante ocurriría) establecieron relaciones con sus primas, pero esto no constituía nada raro en las zonas rurales entonces. Al parecer mantuvo varias amistades normales, especialmente con August Kubizek, compañero wagneriano al que conoció en un concierto y con quien compartía intereses artísticos. Por tanto, nada en la infancia de Hitler, de la que a ciencia cierta se saben pocas cosas, sugiere lo que vendría después.

    Las principales preocupaciones de Hitler tras dejar el colegio eran su seguridad financiera, su vida sentimental, hacer carrera como pintor y la salud de su madre. La primera carta de Hitler de la que se tiene noticia fue escrita en febrero de 1906, junto con su hermana Paula, solicitando al Finanzdirektion Linz el pago de su pensión de huérfano.⁹ Visitó Viena en varias ocasiones y no tardaría en mudarse a la capital imperial. Allí desarrolló su afición por las óperas de Richard Wagner. En el verano de 1906, Hitler asistió a la representación de Tristán e Isolda y también a la de El holandés errante. También estuvo en el Stadttheater. De la ópera no solo le apasionaba la música, también la arquitectura de sus teatros. En una postal del Teatro de la Ópera de la Corte de Viena dejó constancia de lo impresionado que le dejó la «majestad» de su exterior, pero también de sus reservas respecto al interior, excesivamente «recargado» de terciopelo y oro.¹⁰

    A principios de 1907, la madre de Hitler fue diagnosticada de cáncer y operada sin éxito. Aunque no tenía seguro médico, las facturas no fueron muy cuantiosas gracias a la amabilidad de su médico judío, Eduard Bloch. Hitler ayudó a cuidar de su madre durante su enfermedad y cuando murió, a finales de diciembre de 1907, parece ser que quedó devastado. Sin embargo, durante el tratamiento encontró tiempo para viajar a Viena e incluso alquilar allí una habitación a principios del otoño.¹¹ En cualquier caso, es cierto que Hitler nunca culpó a Bloch de la muerte de su madre ni se volvió por ello antisemita. Por el contrario, durante un tiempo siguió manteniendo un contacto amistoso con Bloch, llegando incluso a enviarle una postal pintada a mano para felicitarle el año nuevo.¹² Mucho tiempo después, Hitler permitió que Bloch escapara de Austria en unas condiciones mucho más favorables que sus desdichados compañeros judíos.

    Entretanto, las ambiciones artísticas de Hitler sufrieron un serio revés. A primeros de septiembre de 1907, solicitó, junto con otros 111 candidatos, su ingreso en la Viennese Akademie für Bildende Künste. Aproximadamente una tercera parte de ellos fueron desestimados en un primer momento, pero Hitler logró pasar a la siguiente fase en torno a un mes más tarde. Esta vez, sin embargo, tuvo menos suerte: sus dibujos fueron calificados de «no satisfactorios» y por tanto no pudo contarse entre los veintiocho candidatos finalmente admitidos.¹³ Hitler decidió, no obstante, mudarse permanentemente a Viena en febrero de 1908. Ese año pidió una importante suma de dinero a su «Hanitante» para financiarse, y para el resto fue arreglándoselas con su pensión de orfandad.¹⁴ Una amiga de la familia, Magdalena Hanisch, trató de allanarle el camino en la capital recabando el apoyo de Alfred Roller, un profesor muy influyente de la Kunstgewerbeschule, cuyas puestas en escena de las óperas de Wagner eran sumamente admiradas por Hitler; de hecho, le llamaba el «gran maestro de la ilustración escénica». La carta de Magdalena a su amiga Johanna Motloch, que fue quien actuó de intermediaria, ofrece la única descripción de la que tenemos constancia del Hitler de esa época. «Me gustaría ayudar a este joven», escribió, «no tiene a nadie que pueda recomendarle ni ayudarle de palabra ni de obra. Llegó solo a Viena y tuvo que ir a todas partes también solo, sin nadie que le orientara para lograr su admisión».¹⁵ Lo único que mantenía a Hitler en Linz, añadía, era la cuestión de su pensión de orfandad. Röller accedió a ver a Hitler, quien a su vez expresó su más efusivo agradecimiento a Johanna Motloch. Sin embargo, la reunión no tuvo lugar.

    El primer lugar de residencia de Hitler en Viena fue una habitación en Stumpergasse. Su casera, Maria Zakreys, era checa y, según Hitler, hablaba un alemán defectuoso. Los intereses de Hitler en aquel momento eran sobre todo musicales y arquitectónicos. A mediados de febrero de 1908, anunció su intención de comprar un piano, y cuando dos meses después su amigo Kubizek prometió llevar una viola, el joven Adolf amenazó en tono de broma con gastar dos coronas en algodón para taparse los oídos. A mitad del verano, sin embargo, Hitler no se encontraba ya tan eufórico. Confesaba llevar la vida de un ermitaño, acosado por las chinches, y para colmo sin tener a nadie para despertarle: Frau Zakreys estaba fuera. No obstante, Hitler empezó a interesarse por la planificación urbanística, especialmente por el trazado y la arquitectura de Linz.¹⁶ Un mes después, los ánimos de Hitler no habían remontado; pedía perdón a Kubizek por su largo silencio y añadía: «No se me ocurre nada que contarte». Ocupaba su tiempo leyendo periódicos –⁠existen referencias a una suscripción⁠– y escribiendo, al parecer sobre planificación urbanística y arquitectura: «Ahora estoy escribiendo mucho, normalmente por las tardes y por las noches».¹⁷ Es posible que el malestar de Hitler tuviera, al menos en parte, un origen financiero. Parecen no existir dudas de que pasó un periodo de pobreza, tras el cual le diría a Kubizek: «Ya no hace falta que me traigas queso y mantequilla, pero gracias por la intención». Una pobreza que, sin embargo, no le impediría asistir a una representación del Lohengrin de Wagner.¹⁸

    Poco después, Hitler dejó Stumpergasse y durante más de un año la ciudad se lo tragó. Hasta agosto de 1909 se alojó en casa de Helene Riedl, en Felberstrasse. Su única actividad conocida durante este periodo fue solicitar por segunda vez su entrada en la Academia, con los mismos decepcionantes resultados que en la ocasión anterior. Se alojó después durante un mes en casa de Antonia Oberlerchner, en Sechshauserstrasse, para marcharse a mediados de septiembre de 1909. De lo que vino a continuación se sabe aún menos. Ciertamente pasó por algún tipo de crisis económica y puede que psicológica, que conllevó un descenso en su consideración social. Pocos años más tarde, mucho antes de que fuera famoso, Hitler les dijo a las autoridades de Linz que el otoño de 1909 había sido «una época amarga» para él.¹⁹ Según una declaración que hizo a la policía vienesa a principios de agosto de 1910, pasó algún tiempo en un asilo para personas sin hogar de Meidling. No se sabe cómo Hitler consiguió salir de allí, pero sí nos consta que a partir de febrero de 1910 ya pudo pagar una cama en un lugar más respetable, el albergue para hombres de Meldemannstrasse, en Viena-Brigittenau.²⁰ Aquí comenzó a pintar postales y cuadros que su amigote y «socio» Reinhold Hanisch vendía a algunos distribuidores; la relación se fue al traste cuando Hitler denunció a Hanisch por haberse apropiado indebidamente de parte del dinero.²¹

    Una vez más su pista se pierde en la ciudad. Tenemos extensas descripciones de lo que hizo y pensó durante este tiempo, escritas por él y por algunos contemporáneos suyos, pero todas ellas proceden de un tiempo en el que Hitler ya se había convertido en una figura pública y trataba por todos los medios de elaborar su propio relato biográfico, especialmente en Mein Kampf. Lo único que sabemos con certeza es que Hitler tuvo que permanecer en las filas del Imperio austrohúngaro hasta la edad de veinticuatro años, a fin de poder cobrar su pensión de huérfano. A esto no ayudó su enfrentamiento con su mediohermana Angela Raubal por culpa de su herencia, a la que se vio obligado a renunciar tras comparecer ante un tribunal en Viena a primeros de marzo de 1911.²² Es posible que Hitler asistiera a una de las conferencias de Karl May, el autor superventas de novelas del oeste, a finales de marzo de 1912.²³ En la primavera de 1913, Hitler cobró la última cuota de su pensión. Ya no había nada que le retuviera en Viena.

    Cuando Hitler fue a Múnich, en mayo de 1913, todas sus posesiones cabían dentro de una pequeña maleta. Su bagaje mental conocido era todavía menor.²⁴ Consistía básicamente en negativas. En sus tratos con Eduard Bloch en Linz no mostró el más leve indicio de antisemitismo, más bien todo lo contrario. Más tarde, Hitler mantuvo tratos amistosos con al menos dos judíos a los que vendía sus cuadros en Viena: el judío moravo Siegfried Löffner, que fue interrogado por la policía en relación con el presunto fraude de Hanisch, y el judío húngaro Samuel Morgenstern, que llevaba un cuidadoso registro de estas compras.²⁵ Tampoco tenemos ninguna evidencia de esta época que demuestre que Hitler reaccionaba negativamente al carácter multinacional de la capital austrohúngara. Vivió feliz durante casi un año bajo el techo de una solterona, Maria Zakreys, y no dejó traslucir ninguna irritación por su limitado manejo de la lengua alemana. Sus intereses documentados eran la arquitectura, la planificación urbanística y la música, especialmente las relaciones entre estas áreas. Probablemente dentro de su cabeza pasaban muchas más cosas, pero no podemos estar seguros de cuáles eran.

    La forma en que Hitler se describía a sí mismo fue cambiando, pero siempre con un denominador común: la creatividad. Se registró como «artista» en Stumpergasse a mediados de febrero de 1908, como «estudiante» en Felberstrasse a mediados de noviembre de 1908, como «escritor» en Sechshauserstrasse a finales de agosto de 1909 y como «pintor» en Meldemannstrasse a primeros de febrero y de nuevo a finales de junio de 1910.²⁶ En aquel momento, no es posible que los constantes cambios de domicilio obedecieran a evadir el servicio militar, ya que siempre registraba sus entradas y salidas. En cualquier caso, son perfectamente típicos de alguien con los antecedentes y los intereses de Hitler. Las continuas fluctuaciones en su solvencia económica, que solo dejaban rastro en caso de entrar en conflicto con la ley o en el registro de las autoridades municipales, fueron moneda común para millones de personas en la Europa anterior a 1914.

    Fue a su llegada a Múnich, a finales de mayo de 1913, cuando Hitler participó en su primer acto político documentado. Él y su nuevo compañero Rudolf Häusler alquilaron una habitación en casa del sastre Josef Popp, en Schleissheimerstrasse. Entonces se registró como «apátrida», lo que constituye una clara muestra de rechazo a su nativa Austria-Hungría. Es posible también que su intención fuera tratar de despistar a las autoridades cuando le llamaran a cumplir con el servicio militar que Hitler, como el resto de los jóvenes de su reemplazo, debía prestar al Imperio una vez que había cumplido los veinte años en abril de 1909. En agosto de 1913, la Magistratura de Linz estuvo de hecho tratando de localizarle bajo sospecha de deserción, y en octubre supieron por unos parientes que Hitler se había mudado a Viena. Aunque él no había proporcionado su nueva dirección a las instancias burocráticas, al preguntar en el hostal de Brigittenau en el que se hospedaba estas averiguaron enseguida que se había trasladado a Múnich. Las autoridades austrohúngaras no lograrían dar con su paradero en la Schleissheimerstrasse de Múnich hasta enero de 1914.²⁷ Poco después, Hitler recibió la orden de presentarse ante la magistratura de Linz. Esto le llevó a ofrecer una extensa disculpa que basó en su pobreza y en que él ya había respondido a la llamada en Viena, en febrero de 1910. Finalmente, las autoridades austriacas le citaron en el centro de reclutamiento de Salzburgo a principios de febrero de 1914 y le declararon físicamente no apto para el servicio.²⁸ Mientras tanto, Hitler continuó ganándose la vida con la venta de sus pinturas, como ya había hecho antes en Viena.²⁹

    De todo ello extraemos una imagen del joven Hitler más cercana a un esbozo que a un retrato completo. Sin duda, era algo más que un mero don nadie; sus intereses artísticos estaban bien asentados; su hostilidad hacia el Imperio Habsburgo, aunque no las razones para sentirla, está documentada. No encontramos en cambio ningún indicio de las ideas y aspiraciones que adoptaría después.³⁰ ¿Podría haber sido de otro modo? Lo que Hitler vivió en Linz y en Viena bien pudo conformar sus posteriores puntos de vista sobre política nacional, raza o cultura. Pero no había visto nada todavía y, hasta donde sabemos, tampoco estaba muy al tanto de lo que pasaba fuera del Imperio Habsburgo y su aliado alemán. No hay evidencias de esa época de que tampoco supiera mucho sobre Francia, el Imperio ruso o el mundo anglosajón del Imperio británico y Estados Unidos. Pero eso estaba a punto de cambiar. Si el Hitler de 1914 todavía no había dejado apenas huella en el mundo, el mundo estaba a punto de dejar huella en él.

    2

    Contra «un mundo de enemigos»

    Al parecer, Hitler reaccionó con entusiasmo al estallido de la Primera Guerra Mundial. En una fotografía de esa época –⁠tomada antes de que se conocieran por el que luego sería su socio y propagandista, Heinrich Hoffmann⁠– aparece entre una animada multitud en la Odeonsplatz de Múnich, el 2 de agosto de 1914.¹ Se presentó voluntario para luchar con el ejército bávaro² y dos semanas después fue reclutado por el 16º Regimiento Bávaro de Infantería de Reserva, conocido como Regimiento List, por el nombre de su comandante. Esta unidad no constituía un regimiento «voluntario» como tal, sino que estaba integrada por una muestra de población muy diversa, procedente sobre todo de la sociedad del sur de Baviera, entre la que se encontraban voluntarios como Hitler y también hombres reclutados a la fuerza. A continuación, el regimiento recibió algunas semanas de instrucción, casi toda ella en el propio Múnich, pero también en el campamento de Lechfeld, al sur de Augsburgo. Durante este periodo Hitler aprendió a utilizar el fusil reglamentario y luego fue enviado a reforzar el avance alemán a través de Bélgica y el norte de Francia.³

    En otras palabras, Hitler no desapareció cuando estalló la guerra. Por el contrario, se presentó de inmediato voluntario para ingresar en el ejército alemán (técnicamente, el bávaro), tomando una decisión bastante inusual. En agosto de 1914, por tanto, Hitler dio definitivamente la espalda no solo a Austria-Hungría, sino que optó decisivamente por Alemania. Esta fue su primera y fundamental declaración política documentada.

    El principal enemigo, según Hitler pensaba entonces, se encontraba al otro lado del Canal. La primera carta de la que tenemos constancia tras alistarse, dirigida a su antigua casera en Múnich, Anna Popp, anuncia su esperanza de «llegar a Inglaterra», cabe suponer que como parte de una fuerza invasora.⁴ Sorprendentemente, el objetivo de Hitler no era el Imperio zarista del este, pese a constituir en ese momento una amenaza para la Prusia Oriental; a lo largo de toda la guerra, de hecho, solo en una ocasión (que nos conste) hizo referencia al frente del este.⁵ Tampoco señaló al inveterado enemigo francés. Al centrarse en Inglaterra, es posible que Hitler estuviera haciéndose eco del discurso del «odio a Inglaterra» presente en toda Alemania en general y en su unidad en particular,⁶ o que se adelantara incluso a él. Una semana después, cuando el Regimiento List llegó a Lille, en el norte de Francia, fue reunido en la Place du Concert para recibir una «orden del príncipe de la Corona bávara contra el inglés». «Ahora tenemos la suerte», escucharon, «de tener enfrente a los ingleses, a las tropas de un pueblo que lleva

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