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Secretos de la guerra revelados por Nuremberg Personalidad y concepción geopolítica de Adolfo Hitler
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Secretos de la guerra revelados por Nuremberg Personalidad y concepción geopolítica de Adolfo Hitler

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El proceso de Nuremberg ha dado a la historia, por lo menos, el adelanto de diez años.
Se trataba por medio de este proceso de castigar a unos criminales; pero estos criminales eran ministros, generales, altos dignatarios y funcionarios, todos ellos, de primer orden que habían estado mezclados en todos los grandes acontecimientos interiores e internacionales desde la llegada de Hitler al poder. En consecuencia, su proceso fue el de una época y el de un país.
Millares de documentos fueron llevados al expediente del proceso; muchos representaban la esencia misma del secreto diplomático y militar. Si Alemania hubiera ganado la guerra o si esta hubiera terminado de una manera menos radical y menos brutal, se hubieran necesitado, muchos años para que llegaran al conocimiento del mundo, si llegaban.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 sept 2017
ISBN9781370719211
Secretos de la guerra revelados por Nuremberg Personalidad y concepción geopolítica de Adolfo Hitler
Autor

Raymund Cartier

Raymond Cartier periodista francés, nacido en Niort 13 de junio de, 1904 y murió en París el 18 de febrero de 1975. Autor de importantes documentos acerca de la historia de la Segunda Guerra Mundial.

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    Interesante porque revela algunos capítulos obscuros, pero creo le faltó intensidad en otros ya que la impresión que deja es que se trata de proteger a los interesados y culpar de todo al comandante supremo Hitler.
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    Creo que en algunos casos no se cuenta la verdadera historia como el plan de Sedan, ya que es conocido por muchos autores que lo han descrito, idea de Von Mainsten, por lo que da la idea que habra otros en que se incurra en lo mismo, por tal motivo deja mucho que desear estas narraciones.

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Secretos de la guerra revelados por Nuremberg Personalidad y concepción geopolítica de Adolfo Hitler - Raymund Cartier

Secretos de la Guerra

Revelados por Nuremberg

Personalidad y concepción geopolítica de Adolfo Hitler

Raymund Cartier

Traductor

Teniente coronel Eduardo Múñoz Rivas

Los secretos de la guerra, revelados por Nuremberg

Personalidad y concepción geopolítica de Adolfo Hitler

© Raymund Cartier

Primera Edición

© Ediciones LAVP

Diseño y diagramación

www.luisvillamarin.com

Teléfono 908-242-6010

New York-USA

9781370719211

Smashwords USA

Todos los derechos reservados. Sin autorización escrita del autor-editor no se puede reimprimir esta obra por ningún medio escrito, electrónico, de audio, de video, o reprográfico. Hecho del depósito de Ley en Colombia.

Secretos de la guerra

Prólogo del traductor

Prólogo del autor

La personalidad de Hitler es revelada por los documentos y los testimonios de Nuremberg

Hitler remilitariza la Renania con tres batallones

El plan de agresión del 5 de noviembre de 1937

Cómo Hitler se desembaraza de Blomberg y de Fristch y se nombra comandante en jefe

Hitler abre la crisis en Checoslovaquia contra el parecer de sus generales

La guerra contra Polonia fue decidida el 23 de mayo de 1939

Cómo hizo Hitler el Plan de Sedan

La operación de Noruega fue la guerra de Hitler

La campaña de Francia

Por qué Hitler no desembarcó en Inglaterra y por qué no tomó a Gibraltar

Cómo Mussolini salvó a Moscú

Fueron los marinos italianos quienes salvaron a Suez

La defección italiana de 1943

El ultimátum de Rodolfo Hess

El génesis de la guerra contra Rusia

La derrota alemana delante de Moscú

Que pensaba Hitler hacer de Rusia

Una conferencia del general Jodl

Cómo Hitler se decidió a morir en Berlín

Prólogo del traductor

El interés que despertó en mí el presente libro fue el motivo que me llevó a realizar su traducción, con el ánimo de que al ser editado por la Sección de Imprenta y Publicaciones del Comando General de las FF. MM., y pasando a ser un volumen de la Biblioteca del Oficial constituya un pequeño aporte de divulgación cultural entre mis camaradas.

El lapso 1933-1945, pasó sobre el mundo entero dejando en pos de sí amarguras, sufrimientos, miserias y lágrimas; era de pensar que después de este tiempo habría un período de paz y de tranquilidad, pero, por desgracia, una nueva guerra deja presentirse con alcances y consecuencias difíciles de imaginar.

La segunda guerra mundial pertenece ya al pasado y nos encontramos al borde de una nueva y por consiguiente, como en la actualidad la historia avanza con "proporciones atómicas", podría pensarse que este libro no tiene ya interés; sin embargo, quien lo lea encontrará en él elementos de juicio para analizar el desarrollo de los acontecimientos del día y la causa de muchos de ellos.

Quienes se interesan por el estudio de la estrategia verán al estratega revolucionario que fue Adolfo Hitler jugando con los principios y leyes de la guerra, para terminar aniquilado por quienes más pacientemente y con mayor tenacidad los aplicaron.

Verán asimismo que el ser humano no puede eludir ni modificar en modo alguno las leyes biológicas, como la ley de la lucha por la vida, el triunfo del más fuerte, la función crea el órgano y "órgano sin función se atrofia", leyes naturales que rigen y esclavizan al hombre.

Encontrará el lector una serie de notas, la mayor parte de ellas microbio grafías de los personajes que figuran o se nombren, muchos de ellos tan conocidos que dichas notas sobrarían, pero siendo la memoria frágil las he incluido como una ayuda.

Creo que la lectura del libro despertará interés, ya que en él aparecen las respuestas a muchas preguntas que se hacen a diario los revelados por espíritus inquietos e investigativos, como encontrarán también la solución a los enigmas que han dejado de serlo después de Nuremberg.

Este libro, que contiene la esencia misma del secreto político y militar alemán, junto con la obra de Liddell Hart "The other side of the hill", traducida por el señor general José M. Silva Plazas con el título Los generales alemanes hablan, constituyen un tratado funcional de historia militar contemporánea.

Los documentos llevados por los aliados al Palacio de Justicia de Nuremberg, fueron seleccionados con un cuidado inmenso y en una forma científica e inteligente, constituyendo pruebas verídicas de gran valor.

Los testimonios y las declaraciones fueron dados por altos funcionarios, y son sin discusión verdaderos. Teniendo como base esta magnífica fuente de información, Raymond Cartier escribió el libro que tituló "Los Secretos de la Guerra revelados por Nuremberg", cuya traducción ofrezco hoy a mis compañeros deseando que lo encuentren interesante y provechoso.

Bogotá, diciembre de 1951.

Prólogo del autor

El proceso de Nuremberg ha dado a la historia, por lo menos, el adelanto de diez años.

Se trataba por medio de este proceso de castigar a unos criminales; pero estos criminales eran ministros, generales, altos dignatarios y funcionarios, todos ellos, de primer orden que habían estado mezclados en todos los grandes acontecimientos interiores e internacionales desde la llegada de Hitler al poder. En consecuencia, su proceso fue el de una época y el de un país.

Este proceso fue preparado con un minucioso cuidado.

Bastante antes de la entrada de los aliados en Alemania, equipos de especialistas agregados al S.H.A.E.F., Estado Mayor de Eisenhower, fueron constituidos para buscar, inventariar, clasificar, preservar y conservar todos los documentos enemigos cuya naturaleza pudiera dar precisiones sobre las culpabilidades hitlerianas y sobre la conducción de la guerra por el Reich.

El funcionamiento y el trabajo de estos equipos fue descrito al iniciarse el proceso. Constituyó un acierto absoluto y un éxito brillante de organización y de método cuyo mérito corresponde en primer término a los americanos.

Millares de documentos fueron llevados al expediente del proceso; muchos representaban la esencia misma del secreto diplomático y militar. Si Alemania hubiera ganado la guerra o si esta hubiera terminado de una manera menos radical y menos brutal, se hubieran necesitado, muchos años para que llegaran al conocimiento del mundo, si llegaban.

Es, por ejemplo, el caso de los Archivos del Comando Supremo de la Wehrmacht tomados en Flensburg. Es increíble, que en la misma pavorosa catástrofe de abril de 1945, no hubiera habido un oficial ni un fósforo para prenderles fuego y destruirlos, pero los alemanes son papeleros y conservadores.

Gracias a estas dos virtudes los jueces de Nuremberg han tenido a su disposición las directivas de Hitler, sus conferencias secretas, los procesos verbales de sus principales consejos de guerra, los planes del comando alemán, etc.

Dicho de otra manera, la sustancia misma de la historia, al mismo tiempo que las pruebas definitivas de la premeditación y de los crímenes nazis.

Aparte de los papeles hubo en Nuremberg también los hombres. Todo lo que quedaba de Alemania y del hitlerismo abatidos entró al inmenso edificio del Palacio de Justicia para aportar, generalmente en forma involuntaria, la verdad.

Las deposiciones representan millares de folios; no se limitan a relatar los hechos: aquellas los restituyen en su relieve y en su color.

Para la parte militar, los acusadores han tenido a su disposición todos los grandes jefes alemanes siguientes; cinco acusados:

Göering, Keitel, Jodl, Raeder y Doenitz; docenas de testigos: los mariscales o generales von Brauchtisch, von Runsdtedt, Halder, Milch, Paulus, von Falkenhorst, von Falkenhausen, Guderian, Warlimont, etc.

El objeto del proceso era castigar a los culpables y no el de escribir historia. Es esta la razón por la cual gran número de revelaciones contenidas en los documentos y en los testimonios no han franqueado, o lo han hecho muy poco, la línea de la audiencia.

En más de una ocasión, el admirable presidente del Tribunal sir Geoffrey Lawrence, ha detenido a un acusado o a un testigo cuando este comenzaba a relatar un episodio apasionante de la guerra. "Eso no interesa al jurado", al pronunciar estas palabras lo hacía bien, desde el punto de vista de juez; por otra parte, estaba obsesionado por el pensamiento de ganar tiempo.

Las revelaciones de Nuremberg, por otro lado, eran tan largas y monótonas que la prensa de ningún país tuvo la paciencia ni la posibilidad de dar cuenta de ellas de una manera detallada.

La prensa francesa menos que ninguna otra; basta recordar que los periódicos aparecieron solo en dos páginas la mayor parte del tiempo que duró el proceso.

Las revelaciones de Nuremberg han permanecido, pues, confidenciales. Los espíritus más curiosos continúan haciéndose, con relación al desarrollo de la guerra, preguntas que desde hace mucho tiempo recibieron su respuesta; viven todavía pensando en enigmas que ya dejaron de serlo.

He estudiado los expedientes de Nuremberg durante muchos meses, y no tengo la osadía, de decir que los conozco a fondo; solo puedo decir que conozco lo esencial.

Con mi conocimiento he hecho el libro que sigue. No se trata de una información ni de un análisis del proceso; puedo decir que estos pensamientos han estado, casi por completo, ausentes de mi trabajo; la cuestión, propiamente dicha de las culpabilidades no la trato ni una sola vez; no hago tampoco apreciaciones como tampoco saco conclusiones; me limito a un relato.

Con algunas excepciones el relato se limita a los acontecimientos militares, y está basado exclusivamente en los extractos de los documentos y de los testimonios; hablo lo menos posible, solamente dejo que hablen los expedientes.

He juzgado, sin embargo, necesario extraer de los documentos y de presentar en primer lugar todos los detalles que ayudan a precisar la personalidad tan mal conocida de Hitler.

Es imposible comprender el desarrollo de los acontecimientos si no se coloca en medio del drama al hombre; y seguramente, es en los expedientes de Nuremberg donde los futuros historiadores del dictador encontrarán una parte de su material.

El resto del relato sigue un orden cronológico. Es, de alguna manera, la historia de la guerra escrita por el enemigo y en su campo. Creo que dará sorpresas y hará revelaciones.

La personalidad de Hitler es revelada por los documentos y los testimonios de Nuremberg

Los expedientes de Nuremberg dan a conocer a Hitler.

Hasta 1945, el mundo lo conocía poco o mal; los testimonios publicados sobre él por algunos tránsfugas como Hermann Rauschnigg no podían ser considerados sino con prudencia. Una consigna prohibía a los editores alemanes publicar biografías del Führer. Los pocos periodistas extranjeros que se le habían acercado y quienes habían sido instrumentos conscientes, o no, de su maniobra política, no habían tampoco apreciado su personalidad real.

Los parientes, los íntimos tenían la orden de callarse. Los solos elementos importantes para el conocimiento del hombre eran aquellos que se encontraban en "Mi Lucha", es decir, Hitler visto por Adolfo Hitler.

Contrariamente a Mussolini, que no dejaba ignorar nada sobre él, Hitler lo ocultaba todo rodeándose de misterio. Cuando se hablaba de su juventud miserable, de sus cuatro años de guerra como simple soldado, de su vegetarianismo, de su horror al tabaco, de sus insomnios, de sus cóleras y del poder de su mirada, podía solo trazarse una plumada.

Así, pues, el conocimiento de Hitler es uno de los elementos indispensables para la comprensión de los acontecimientos mundiales durante quince años. Hitler era la figura central del drama. Casi todo se explica por él. Nuremberg rompe el velo. El testimonio más completo sobre él es el de Keitel (NA1), jefe de su Estado Mayor personal. Vivió cerca de él sin interrupción los años de la guerra.

(NA1) El mariscal de campo Wilhelm Keitel, nacido en 1882, participó en la primera guerra mundial y fue nombrado en 1935 jefe del departamento de la Wehrmacht en el Ministerio de Guerra, substituyendo al general Warter von Reichenau, que había solicitado un mando activo. Durante la segunda guerra mundial, Keitel fue jefe del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas alemanas (O.K.W.). Fue condenado y ahorcado como criminal de guerra en Nuremberg el año de 1946.

(OKW quiere decir Ober-Komando Der Wehrmacht. OKH es la abreviatura de Ober-Komando Des Heeres, o Mando Supremo del Ejército)

Lo conoció, como conoce, desde un punto de vista incomparable, un valet de chambre a su amo. Lo vio trabajar, comer, dormir, delirar y comportarse.

En su declaración no ha dicho todo porque no se le preguntó, y esto es una contrariedad. Sin embargo, en los archivos del expediente hay un interrogatorio enteramente consagrado al Führer y que resumido se expondrá a continuación.

La simplicidad de Hitler, dice Keitel, era real. Su vegetarianismo, su abstinencia al alcohol, la sobriedad de sus vestidos, no eran afectados. No era un asceta, era un hombre de pocas necesidades. Conservó siempre la habitación que había arrendado en Múnich al principio de su carrera de agitador.

El departamento compuesto de tres piezas pequeñas y bajas estaba situado en un tercer piso en la esquina de la Prinzregenstrasse. Lo consideró siempre como su domicilio personal. A ese departamento iba de tiempo en tiempo con algunos de sus viejos camaradas, donde pasaban la tarde dedicados a hablar. Un policía hacía los cien pasos en el andén y otro prestaba guardia en la escalera. No había en apariencia ningún otro servicio.

El edificio era modesto. Sus habitantes eran en su mayoría empleados. Algunos habitaban en él desde hacía varios años y durante ese tiempo, su vecino, Herr Hitler se había convertido en el amo del Reich y en el azote del mundo. Un día Martín Bormann compra la casa y se la ofrece a Hitler, quien muestra una satisfacción y una alegría de niño.

Naturalmente, dice Hitler, es necesario que podamos ejercer control sobre los inquilinos, pero, como ahora soy propietario debo conservar el inmueble en buen estado. La casa es grande y me dará preocupaciones.

De su instalación en Berlín Hitler decía:

"En la vieja casa de la cancillería, tengo mi dormitorio, mi comedor, mi escritorio y el salón de música para las recepciones. Sé que son modestos, pero me encuentro bien y nadie me hará abandonarla".

Ordena, sin embargo, construir la nueva cancillería. En diez meses un palacio de mármol que cinco años debían reducir a cenizas, se levanta sobre la Wilhelmastrasse. Antes de su inauguración, para la recepción diplomática del primero de enero de 1939, Hitler recorrió los fastuosos salones y se detuvo delante de la larga perspectiva de vestíbulos y escaleras con los brazos cruzados y sonriente.

"Por lo menos hoy, dice, no tendré que avergonzarme delante de M. Francois Poncet, mientras mirará por aquí y por allá con su aire desdeñoso, pues ahora estoy bien alojado y mostraré a esos señores que yo también se representar como es debido".

Asombroso complejo de inferioridad. La sonrisa un poco irónica del embajador de Francia turba a aquél delante de quien tiembla todo el mundo.

Hitler gustaba de la sociedad femenina. Las mujeres saben escuchar y saben admirar. Componían los auditorios delante de los cuales, a lo largo de noches y noches, el insomnio-maniático exponía sus ideas, muchas veces extravagantes, y sus fabulosos proyectos para el porvenir.

"Había siempre en Berghof, dice Keitel, cuatro o cinco mujeres. La señora Speer iba muy a menudo, así como la señora von Below, esposa de uno de los ayudantes de campo del Führer. Las señoras Hoszbach y Schmundt iban ocasionalmente. El Führer invitaba a estas señoras cuando se proponía pasar algunos días en Berchtesgaden, con el fin de darles la ocasión de encontrarse con sus maridos".

Keitel conoció también a Eva Braun. Con respecto a esta no hay ningún misterio. Era un repórter-fotógrafo que trabajaba en la fotografía de Hofmann, el fotógrafo personal de Hitler. El Führer la conoció desde los años de lucha por el poder, y es probable que hubiera sido su amante desde entonces, pero una discreción huraña rodeaba los amores del dictador.

"Eva Braun, dice Keitel, no era alta; entre una talla mediana y una talla pequeña. Era muy esbelta y muy elegante con cabellos castaños claros. Sus piernas eran perfectas y era la primera cosa que se observaba siempre en ella al mirarla. Era una persona muy bonita. Si no era tímida, era por lo menos muy reservada. Se mantenía siempre a la sombra y era por casualidad que se tenía la suerte de verla en Berghof".

Keitel desmiente el hecho de que Eva Braun haya tenido dos hijos de Hitler como se ha hecho creer. Asimismo, Keitel desmiente otra leyenda; aquella de la pieza misteriosa siempre cerrada, donde el Führer había guardado el recuerdo de un gran amor tronchado por la muerte. Esta habitación no existió.

Hitler no era ni un anormal ni un impotente; era simplemente un hombre de deseos sexuales, débiles e intermitentes, afectados por la pasión del poder.

La atmósfera en la cual transcurría su vida era el aburrimiento.

Tenía a veces accesos de alegría. Eran siempre provocados por éxitos políticos o por una victoria y estaban revestidos de la misma forma delirante que sus furores. Zapatea y ruge cuando tiene conocimiento que sus blindados han alcanzado a Abbeville y casi se desvanece de contento cuando Francia capitula.

No era un gran trabajador, pero desconocía el ocio. No era aficionado ni a la caza ni a la pesca, ni al juego; no sabía conducir un automóvil como tampoco sabía nadar, no coleccionaba nada, y como dormía y comía muy poco, su vida se reducía a dos elementos: la conversación y la meditación.

El aspecto verdaderamente monstruoso y al mismo tiempo su verdadero secreto, era su concentración. Era un verdadero torrente al cual no debilitaba nada. Vivía exclusivamente para su obra. Su fuerza era de la misma naturaleza que aquella que da a los maniáticos la idea fija y a ciertos prisioneros la obsesión de la evasión.

Esta pasión sombría y devorante le privaba de todo contacto humano, aislándolo herméticamente. Aparecía a veces amable y al mismo tiempo sonriente, pero entre él y aquéllos que se le aproximaban veinte veces por día, las barreras de la jerarquía no caían jamás. Lannes (NA2) hasta su muerte tuteó a Napoleón; nadie tuteó jamás a Adolfo Hitler.

(NA2) Juan, Duque de Montebello, mariscal de Francia 1769-1809 (N. del T.)

"Él sabía de mí, dice Jodl, que me llamaba Jodl y que era general, y puede ser por mi apellido, que era bávaro...".

Nada aminoraba la austeridad de su medio y quienes le servían debían decir, casi, adiós a la vida.

"El cuartel general del Führer, dice todavía Jodl, era una mezcla de convento y campo de concentración. No había a nuestro alrededor alambradas, pero era necesario para entrar o para salir una tarjeta especial, que entre mis oficiales el único que la tenía era mi ayudante el general Warlimont. Ningún ruido exterior llegaba hasta nosotros".

Alrededor de Hitler no se reía jamás y nunca se podía hacer una chanza, tampoco se podía fumar ni cantar. La existencia era trabajar y aburrirse.

"Yo hice todo lo posible por irme, dice Keitel. Veinte veces pedí al mariscal Göering conseguirme un comando en el frente. A pesar de ser mariscal de campo, me hubiera contentado con el comando de una división".

Jodl dice la misma cosa:

"Intrigué para hacerme enviar a Finlandia con las tropas alpinas, pero a Hitler no le gustaban los rostros nuevos". Es verdad; del principio al fin del relato que va a seguir, se encontrarán siempre los mismos nombres de ayudas de campo: Shumundt, Hoszbach, Below.

No era que Hitler los quisiera, él no quería a nadie, pero como era un hombre de costumbres, quienes habían recibido la lisonjera distinción de ser llamados a su lado debían contentarse con la satisfacción que espera a los elegidos en el cielo: ver al Todopoderoso.

Hitler no era un gran trabajador. No permanecía, como Mussolini, sentado largas horas detrás de su mesa de trabajo. Muchas veces puso en ridículo a su predecesor, el pobre Brüning, quien llevaba su conciencia hasta redactar por sí mismo las leyes que quería someter a la aprobación del Reichstag.

Detestaba los largos informes escritos; la inquietud de su espíritu no le permitía las lecturas largas (con la excepción que se verá más adelante); por esto era aficionado a las lecturas policíacas que devoraba en un momento.

Las solas cosas que preparaba personalmente con el más grande cuidado eran sus discursos. Los dictaba enteramente, dice Keitel, después los releía, los modificaba y los rehacía dos o tres veces.

Los acentos salvajes que estremecían al mundo y que parecían brotar de una improvisación inspirada, eran aprendidos de memoria.

"Era extraordinariamente difícil, dice aún Keitel, darle un informe verbal; os interrumpía desde la primera palabra y hablaba en vuestro lugar. Cien ideas brotaban sin cesar de su cerebro; era un foco de ideas, y es imposible que haya existido en el mundo un hombre con tantas ideas como Hitler".

Poseía una facultad extraordinaria de simplificación y de síntesis. El sentido de las cosas, aparecía ante sus ojos, y mientras otros se perdían laboriosamente sobre los caminos del análisis, su intuición le aclaraba los problemas como un relámpago.

Poseía asimismo una capacidad especial para juzgar a los hombres.

"Me es suficiente, decía, una hora de conversación con no importa qué persona, para conocerla a fondo y saber exactamente qué puedo temer o esperar de ella".

Keitel pretende que ha puesto a Hitler en guardia, muchas veces, contra los juicios instantáneos que hacía sobre los generales; el Führer no atendía.

Poseía conocimientos de carácter general que le permitían pasar como un genio ante los ojos de quienes lo veían ocasionalmente. Apasionado por los problemas de la sangre, era capaz de hacer durante varias horas una exposición sobre la sífilis o sobre la selección de razas.

No se había sentado nunca detrás del timón de un automóvil, y, sin embargo, conocía exactamente todos los tipos de estos; comparaba sus ventajas, diseñaba motores y sugería perfeccionamientos. Había en él, gracias a su fertilidad de imaginación, un verdadero inventor.

Sin embargo, despreciaba profundamente a los técnicos.

"Los técnicos, decía, son personas que no saben sino una palabra NO. Cuando se les pide algo, comienzan siempre por exponer el por qué no es posible. Nunca ha brotado una chispa creadora del cerebro de un técnico. Me gustan los amateurs y los diletantes; sólo ellos tienen ideas".

Sobre su desprecio a las objeciones sistemáticas, Hitler había hecho todo un sistema de mando:

"Sé, decía, que yo pido lo imposible; es la sola manera de lograr lo posible, y sin embargo no lo logré siempre. Si me contentara con pedir simplemente lo posible, no obtendría casi nada".

Keitel cita ejemplos:

"El Führer me preguntó un día: ¿Cuántos obuses ligeros de campaña producimos por mes? —Alrededor de 100— Ordeno que se produzcan 900. ¿Cuántos cartuchos para artillería antiaérea de 88 producimos? —Más o menos 200.000— Quiero 2.000.000. Pero cada cartucho está equipado con una espoleta de tiempo muy complicada y nosotros no tenemos sino unas pocas fábricas que las construyen. —Hablaré con Speer. El hará construir nuevas fábricas y antes de seis meses yo obtendré mis 2.000.000 de cartuchos".

"Otra vez, un poco antes del fin del año de 1944 pregunta a Speer: ¿Cuántas ametralladoras producimos mensualmente? —3.500— Para mi regalo de navidad, es decir, a partir del mes de enero,

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