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Estrategia de la Aproximación Indirecta
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Estrategia de la Aproximación Indirecta

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En la obra, no trata el autor de resolver un problema de técnica guerrera ni de orientar la política militar de un país. Esta vez trata un tema mucho más general, que puede interesar a toda clase de lectores y no sólo a los especialistas. Y sobre este tema elabora una verdadera “filosofía” de la guerra, por lo que se puede afirmar que constituye la obra más fundamental de su copiosa producción.
Trata, en efecto, de demostrar en ella, apoyándose en las enseñanzas de la historia militar, que la acción indirecta es siempre superior al ataque frontal, no sólo en el terreno de la táctica, sino en el de la estrategia e incluso en el de la política de guerra o, como él la llama, de la "Gran Estrategia".
En el dominio de esta última, sabido es que tal sistema es el que han seguido con preferencia las grandes potencias marítimas, buscando con él la destrucción del comercio enemigo, en contraste con las potencias militares continentales cuya estrategia ha adoptado cada vez más la doctrina de Clausewitz, buscando la destrucción de las fuerzas armadas del adversario por medio de la batalla. Pero el autor va más allá en su oposición a Clausewitz — o más bien, como él subraya, a los discípulos demasiado entusiastas del maestro — y combate su tendencia a convertir la guerra en “absoluta”, tendencia que los discípulos han llevado al extremo convirtiéndola en “total”.
Sostiene Liddell Hart, en efecto, y tampoco teme en esto afrontar las corrientes de opinión más difundidas incluso en las naciones democráticas, que la verdadera Gran Estrategia — política — debería, tanto en el bando que lleva ventaja como en el que va cediendo, evitar a toda costa que se llegara al derrumbamiento absoluto, porque de éste sólo resultan rencores en el vencido y disputas entre los vencedores, a los que falta en tal caso el indispensable contrapeso.
Dejando de lado esta y otras digresiones en el terreno de la gran estrategia y algunas consideraciones incidentales sobre el de la táctica, el autor se ocupa más particularmente en este libro de la estrategia pura, estudiando una serie de campañas que describe con tanta claridad como concisión, mostrando en todas cómo la decisión se logró siempre por medio de una “aproximación indirecta” en razón de que ésta disloca el equilibrio psicológico del mando enemigo.
Este método es, pues, la "manera de ganar las guerras" y Liddell Hart lo recomienda a su país, recordándole que al adoptarlo no hará en definitiva más que volver a la estrategia tradicional de la Gran Bretaña, de la que cuando se ha apartado — como en las dos grandes crisis mundiales del siglo xx — ha sido para sufrir pérdidas desproporcionadas a sus ganancias.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 jul 2018
ISBN9780463841778
Estrategia de la Aproximación Indirecta
Autor

Basil Henry Liddell Hart

Basil Henry Liddell Hart nació en París en 1895 y murió en Marlow Gran Bretaña en enero de 1970, fue un historiador militar, escritor y periodista británico. Se destacó por sus aportes en el ámbito teórico del empelo del carro de combate o Guerra acorazada, en los años 20 y 30, cuando el Arma Blindada era todavía una novedad en los campos de batalla. Sus estudios estuvieron en la base de las elaboraciones por parte de la Reichswehr y la Wehrmacht de la doctrina de la blitzkrieg que permitió al Tercer Reich alcanzar la superioridad durante las primeras fases de la Segunda Guerra Mundial en Europa.En 1914, a inicios de la primera guerra mundial, Hart fue enviado a los campos de batalla de Francia donde resultaó herido en combate en la guerra de trincheras. Durante la batalla del Somme su unidad fue atacada con gases por los alemanes y Hart fue condecorado por su valentía en el combate.Acabada la guerra Hart colaboró en 1920 en la redacción de un Manual de mando para oficiales de Infantería, que fue adoptado oficialmente por el Ejército británico.En 1927, Basil Henry Liddell Hart optó por retirarse del Ejército, pasando a la vida civil, dedicándose a elaborar crónicas sobre asuntos militares. Trabajó así como corresponsa para el diario Daily Telegraph y el diario Times.Por estas fechas inició una serie de estudios biográficos de diversos militares a los que consideraba como grandes estrategas, tales tan diversas como Escipión el Africano, William Tecumseh Sherman, Thomas Edward Lawrence, Sun Tzu, Napoleón I o Belisario, en las cuales planteó lo que él pensaba eran los principios esenciales de un buen estratega.También inició estudios tendentes a superar las estrategias que se habían desplegado en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, que habían dado lugar a tremendas carnicerías, de las que él mismo había sido testigo directo en calidad de protagonista. En especial, comenzó a desarrollar teorías sobre la Guerra acorazada, mediante el uso del carro de combate para lograr la ruptura del frente enemigo, envolviendo sus posiciones si era necesario, lo que pensaba que era preferible a un mortífero asalto frontal de las líneas enemigas. Exponía además el hecho de que dicho envolvimiento podría permitir también romper las líneas de aprovisionamiento enemigas, contribuyendo así a debilitar su resistencia.Igualmente cooperó en la construcción teórica de la defensa elástica, según la cual era preferible el establecimiento de posiciones defensivas en profundidad, para contrarrestar la posible penetración en la retaguardia propia de los carros de combate enemigos o de columnas motorizadas. La existencia de puntos fuertes de apoyo, que permitiesen absorber el impacto del asalto enemigo, canalizarlo hacia lugares concretos y finalmente bloquearlo, era el desarrollo último de esta idea. Quienes mejor demostraron el uso práctico en combate de estas teorías fue el general Erwin Rommel durante su Campaña en África del Norte con el Afrika Korps y el alto mando de la STAVKA durante la batalla de Kursk. Así, tomando como base las ideas de Liddell Hart, en Alemania se elaboró la doctrina de la blitzkrieg que tan bien iba a servir a la Wehrmacht y a la Alemania nazi en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial, que ya estaba a punto de desencadenarse.Finalizada la segunda guerra mundial en 1945, B. H. Liddell Hart se entrevistó con los altos mandos militares de la derrotada Alemania, especialmente los que habían servido en el Arma Acorazada, haciendo uso de los carros de combate. Publicó las notas y comentarios de dichas entrevistas en su obra The Other Side of the Hill, editada para el Reino Unido, mientras que en otros países se publicó una versión condensada y reducida con el título de German Generals Talk, traducida a varios idiomas.Asímismo, Hart convenció a la familia de Erwin Rommel para que le permitiesen el acceso a la documentación privada del mariscal de campo, publicando los resultados de su investigación en su obra Rommel Papers, que incluía los cuadernos privados del mariscal.pero su máxima obra de estrategia fue la Historia militar de la Segunda Guerra Mundial, que sigue siendo un documento de obligatoria consulta para los estudiosos de estos temas aplicados a diversas disciplinas del quehacer humano.

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    Estrategia de la Aproximación Indirecta - Basil Henry Liddell Hart

    La Estrategia de Aproximación Indirecta

    Basil Henry Liddell Hart

    Estrategia de Aproximación Indirecta

    © Basil Henry Liddell Hart

    Traducido del inglés por Carlos Botet

    Edición, diagramación e impresión

    ©Ediciones LAVP

    Tel 9082624010

    New York USA

    ISBN: 9780463841778

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Sin autorización escrita firmada por el editor, nadie podrá reproducir esta obra, por ninguno de los medios utilizados para comercializar libros. Hecho el depósito de ley.

    INDICE

    Prefacio a la versión española

    Prefacio del original

    Nota Preliminar

    PRIMERA PARTE

    Capítulo I. La Historia como experiencia práctica

    Capítulo II. Guerras de Grecia.— Epaminóndas, Filipo y Alejandro

    Capítulo III. Guerras de Roma.—Aníbal, Escipión y César

    Capítulo IV. Guerras Bizantinas.—Belisario y Narses

    Capítulo V. Guerras Medievales

    Capítulo VI. El siglo XVII. — Gustavo Adolfo, Cromwell, Turena

    Capítulo VII El siglo XVIII. —Marlborough y Federico

    Capítulo VIII. La Revolución Francesa y Napoleón Bonaparte

    Capítulo IX. 1854-1914

    Capítulo X. Conclusiones

    Capítulo XI. Construcción

    Capítulo XII. La esencia concentrada de la Estrategia

    SEGUNDA PARTE

    Capítulo XIII. Los planes de guerra y su ejecución en el Teatro Occidental 1914

    Capítulo XIV. El Teatro Oriental

    Capítulo XV. El Teatro Sudoriental o Mediterráneo

    Capítulo XVI. La Estrategia de 1918

    TERCERA PARTE

    Capítulo XVII. La Estrategia de Hitler

    Capítulo XVIII. La Decadencia de Hitler

    Capítulo XIX. La caída de Hitler

    PREFACIO A LA VERSIÓN ESPAÑOLA

    El capitán Liddell Hart llega con mucho retraso al público español a pesar de sus crónicas como crítico militar durante la Segunda Guerra Mundial, Sus obras de tesis, que durante los últimos veinte años cimentaron su fama en mucha mayor medida que los artículos periodísticos, son aún más desconocidas en nuestro país por el público no profesional.

    Educado en Cambridge y después de tomar parte en la guerra de 1914-1918, Liddell Hart se retiró del servicio a causa de una herida sufrida en ella y se consagró de lleno a estudios sobre la teoría de la Guerra y sobre historia militar.

    Acerca de la primera ha tratado una extensa serie de problemas militares, empezando por el de la instrucción elemental, para la que propuso e hizo adoptar un método racional que suprime todas las evoluciones tradicionales sin utilidad práctica.

    En la táctica de combate de la infantería logró también introducir el sistema de infiltración empleado por los alemanes en el año 1918, intensificándolo y generalizándolo hasta convertirlo en lo que él llama una inundación torrencial. Publicaba al mismo tiempo estudios de tipo histórico sobre la pasada guerra y escribía algunas biografías sugestivas de generales célebres.

    Adoptó a continuación con ardor la teoría de la guerra mecanizada patrocinada por el general Fuller y se convirtió en el más decidido apóstol de ella, contra La oposición, entonces casi unánime, de las altas esferas militares de su país. Las obras de Liddell Hart y demás autores de esa llamada escuela inglesa fueron en realidad más leídas y apreciadas en Alemania y en la U.R.S.S. que en su propio país e inspiraron a los tratadistas Eimannsberg y Guderian la organización y táctica de las futuras divisiones panzer.

    Por último, en los años que precedieron inmediatamente a la última contienda, colaboró como consejero extraoficial del ministro de la guerra Hore Belisha en la reorganización de la defensa de la Gran Bretaña, en el sentido de propulsar activamente el desarrollo de las fuerzas aéreas y de las unidades mecanizadas. Sostenía la conveniencia de organizar un ejército pequeño, pero mecanizado y profesional, que constituiría la reserva estratégica de la alianza francesa, de acuerdo con la política defensiva de esta nación, basada en la línea Maginot y en la eficacia del bloqueo.

    Tal opinión le valió las críticas de los partidarios de implantar inmediatamente el servicio obligatorio, dando ocasión a una violenta polémica entre los entusiastas del Ataque y los de la Defensa. De hecho el gobierno inglés adoptó una solución mixta, y como además se retrasó la adopción del tipo conveniente de carros, el ejército que acabó por ser enviado a Francia fue, además de escaso, no mecanizado.

    Si en 1940 hubieran dispuesto los aliados de la reserva estratégica acorazada que había propugnado Liddell Hart, es muy posible que los alemanes — que sólo dispusieron en la campaña del oeste de 10 dimisiones panzer — no hubieran podido explotar la ruptura de Sedán, con lo que el curso de la Historia habría podido ser muy distinto.

    En la obra que presentamos aquí al público de habla española, no trata el autor de resolver un problema de técnica guerrera ni de orientar la política militar de un país determinado. Esta vez trata un tema mucho más general, que puede interesar a toda clase de lectores y no sólo a los especialistas. Y sobre este tema elabora una verdadera filosofía de la guerra, por lo que se puede afirmar que constituye la obra más fundamental de su copiosa producción.

    Trata, en efecto, de demostrar en ella, apoyándose en las enseñanzas de la historia militar, que la acción indirecta es siempre superior al ataque frontal, no sólo en el terreno de la táctica, sino en el de la estrategia e incluso en el de la política de guerra o, como él la llama, de la Gran Estrategia.

    En el dominio de esta última, sabido es que tal sistema es el que han seguido con preferencia las grandes potencias marítimas, buscando con él la destrucción del comercio enemigo, en contraste con las potencias militares continentales cuya estrategia ha adoptado cada vez más la doctrina de Clausewitz, buscando la destrucción de las fuerzas armadas del adversario por medio de la batalla. Pero el autor va más allá en su oposición a Clausewitz — o más bien, como él subraya, a los discípulos demasiado entusiastas del maestro — y combate su tendencia a convertir la guerra en absoluta, tendencia que los discípulos han llevado al extremo convirtiéndola en total.

    Sostiene Liddell Hart, en efecto, y tampoco teme en esto afrontar las corrientes de opinión más difundidas incluso en las naciones democráticas, que la verdadera Gran Estrategia —política— debería, tanto en el bando que lleva ventaja como en el que va cediendo, evitar a toda costa que se llegara al derrumbamiento absoluto, porque de éste sólo resultan rencores en el vencido y disputas entre los vencedores, a los que falta en tal caso el indispensable contrapeso.

    Dejando de lado esta y otras digresiones en el terreno de la gran estrategia y algunas consideraciones incidentales sobre el de la táctica, el autor se ocupa más particularmente en este libro de la estrategia pura, estudiando una serie de campañas que describe con tanta claridad como concisión, mostrando en todas cómo la decisión se logró siempre por medio de una aproximación indirecta en razón de que ésta disloca el equilibrio psicológico del mando enemigo.

    Este método es, pues, la manera de ganar las guerras y Liddell Hart lo recomienda a su país, recordándole que al adoptarlo no hará en definitiva más que volver a la estrategia tradicional de la Gran Bretaña, de la que cuando se ha apartado — como en las dos grandes crisis mundiales del siglo xx — ha sido para sufrir pérdidas desproporcionadas a sus ganancias.

    Entre sus capítulos resultan especialmente curiosos los que hacen referencia a las guerras medievales inglesas y a las campañas de Cromwell, hasta ahora poco estudiadas en nuestro país. En cambio, le chocarán quizá al lector español algunas de las apreciaciones del autor acerca de nuestra guerra de la independencia, o como la llaman los ingleses, guerra peninsular.

    No ha parecido prudente recargar la traducción con notas, pero, por ejemplo, cuando califica a la marcha en zigzag de Moore como el primer golpe causado en Europa al prestigio napoleónico, se podría objetar que la victoria española de Bailen, anterior en algunos meses, había tenido una resonancia mucho mayor.

    En cuanto a las operaciones de los ejércitos españoles regulares conviene recuerde el lector que en realidad nunca los hubo, pues todos fueron improvisados por las juntas regionales que, antes de que estuvieran instruidos y sin disponer jamás del equipo necesario, los lanzaban a ofensivas extemporáneas no coordinadas entre sí ni con las del ejército inglés, profesional y excelentemente equipado, que operaba desde su base de Portugal.

    El verdadero esfuerzo español fue el de las guerrillas hasta el punto de que, desde entonces, esta palabra ha pasado a formar parte del vocabulario de todas las lenguas y el autor, al subrayar con razón la parte preponderante y decisiva que tuvieron en el resultado final, relega lógicamente a segundo plano la acción de las fuerzas regulares en general, tanto de las españolas como del propio ejército de sus compatriotas.

    Esta actitud es, por lo demás, la que van adoptando cada vez más los historiadores modernos de nuestra contienda de 1808-14, tales como el inglés Omán y el francés Grasset, el último de los cuales llega a decir que en la guerra de España las operaciones de los ejércitos regulares constituyen sólo la trama central indispensable para seguir el curso de los sucesos sin perderse, pero que sobre ella está bordada la verdadera guerra nacional, obra de las guerrillas, y sin la cual en muchas ocasiones las operaciones regulares resultarían incomprensibles.

    La obra comprende tres partes, y el autor resume sus conclusiones, o máximas, sobre la esencia condensada de la estrategia al final de la primera de ellas y como consecuencia de un estudio, certero pero breve, de las guerras anteriores a la de 1914. En las dos partes restantes estudia con más extensión las dos grandes contiendas mundiales de 1914-18 y de 1939-45, sirviéndose de ellas para confirmar los principios ya sentados.

    Lo más interesante del libro lo constituirán, pues, para la mayoría de los lectores, los tres capítulos de la tercera parte. En ellos traza Liddell Hart el primer bosquejo de conjunto intentado hasta ahora de la reciente guerra desde un punto de vista puramente militar y lo traza con su imparcialidad y seguridad de criterio acostumbradas, sin regatear las censuras a uno y otro bando cuando a su juicio las merecieron.

    Desde luego, se trata sólo de un bosquejo; no es momento aún de formular juicios definitivos y por algunos años habremos de esperar a que, una vez desaparecida la necesidad de guardar el secreto, se vayan publicando documentos y memorias personales de los que han tomado parte en esta última traducción.

    Sólo una vez reunido tal material será posible trazar un cuadro general de esta serie de sucesos grandiosos. Por eso es tanto más estimable el presente esquema anticipado, fruto del escritor militar más calificado para escribirlo y que aunque vaya orientado a subrayar las numerosas aplicaciones de su principio favorito, viene a constituir de todos modos un estudio general del conflicto.

    Ello no ha de privarnos, sin embargo, de esperar que pasado algún tiempo el propio autor nos dará otra historia más extensa y definitiva y quizá también alguna nueva serie de Reputaciones como la que escribió sobre los protagonistas de la contienda anterior y que situará a los de ésta en el lugar que, sin apasionamientos ni prejuicios, les corresponda ocupar en justicia.

    Carlos Botet

    PREFACIO DEL ORIGINAL

    Escribí mi primer estudio sobre la estrategia de aproximación indirecta en 1929. Se publicó con el título de The Decisive Wars of History y quedó agotado hace tiempo. En los años siguientes a su publicación continué explorando dicha dirección de pensamientos y como resultado de este estudio ulterior redacté una serie de notas suplementarias que envié privadamente a mis amigos.

    Habiendo proporcionado el desarrollo de la presente guerra nuevos ejemplos del valor de la aproximación indirecta, suministrando con ello material nuevo a dicho tema, la publicación de una nueva edición del libro ofrece la oportunidad de que se incluyan en ella las citadas notas, hasta ahora inéditas, como prolongación del capítulo XI.

    Las otras adiciones principales a la Primera Parte son un capítulo (el IV) dedicado a las campañas bizantinas y en particular de Belisario, que me habían pedido T. E. Lawrence primero, y Robert Graves después, que añadiera, y otro capítulo (XII) sobre La esencia concentrada de la Estrategia.

    Cuando, al estudiar una larga serie de campañas militares, me di cuenta por vez primera de la superioridad de la aproximación indirecta sobre la ordinaria, estaba yo en busca simplemente de una idea directriz estratégica. Pero reflexionando más detenidamente, empecé a comprender que la aproximación indirecta tenía una aplicación mucho mayor, que era una ley de la vida en todas sus esferas, un verdadero principio filosófico.

    Vi que su realización constituía la clave práctica para resolver todos los problemas en que predomina el factor humano; el conflicto entre voluntades surge siempre de otro conflicto básico entre intereses. En todos estos casos, el asalto directo por medio de ideas nuevas provoca una resistencia tenaz, que intensifica la voluntad de lograr el cambio deseado de opinión.

    El convencimiento se logra más fácil y rápidamente infiltrando insospechadamente una idea diferente o un argumento que envuelva el flanco de aquella oposición instintiva. La aproximación indirecta es de aplicación en el terreno político tanto como en el sexual.

    Y en el comercio, la idea de que se va obtener una ganga es mucho más poderosa que cualquiera necesidad directa de comprar, de la misma manera que en todas las esferas es bien sabido que el modo más seguro de lograr la aceptación de una idea nueva por un superior, está en persuadirle de que esta idea había sido suya. Lo mismo que en la guerra, el objeto en todo es debilitar la resistencia antes de intentar vencerla, y la mejor manera de lograrlo es atraer al adversario fuera de sus defensas.

    La idea de la aproximación indirecta está íntimamente ligada a todos los problemas en que interviene la influencia de unos espíritus sobre otros, influencia que es la más fuerte de la historia.

    Y sin embargo, resulta difícil de conciliar con otra de las lecciones de esta ciencia: la de que sólo se llega o se aproxima a conclusiones verdaderas cuando se persigue la verdad sin considerar a dónde conducirá o qué efecto podrá producir sobre los distintos intereses.

    La Historia atestigua el papel fundamental que han desempeñado en el progreso humano los «profetas» y ello constituye la prueba del valor práctico final de expresar la verdad sin reservas y tal como se la comprende.

    Sin embargo, resulta también claro que la aceptación y difusión de los puntos de vista de los profetas ha dependido siempre de otra clase de hombres, de los conductores de masas, los cuales han tenido que hacer de estrategas filósofos y buscar un arreglo entre la verdad y la sensibilidad de los hombres ante ella. El resultado de sus esfuerzos ha dependido, con frecuencia, tanto de sus propias limitaciones en percibir la verdad como de su buen juicio práctico al proclamarla.

    Los profetas han sido siempre lapidados; es su destino y la prueba de que han realizado su misión. En cambio, un conductor de muchedumbres lapidado sólo significa que ha fracasado en su empresa, sea por haberle faltado el buen juicio o por haber confundido su misión con la del profeta.

    Sólo el tiempo puede entonces decir si el resultado de tal sacrificio, que puede honrarle como hombre, le redime de su fracaso aparente como adalid. Lo cierto es que, por lo menos, habrá evitado el error más común de los conductores de masas: el de sacrificar la verdad a la conveniencia, sin ventaja final para su causa. Porque el que suprime por sistema la verdad en interés del oportunismo, deforma el fondo mismo de su pensamiento.

    ¿Habrá, pues, algún medio práctico de combinar el progreso hacia el logro de la verdad con el progreso hacia su aceptación? La consideración de los principios estratégicos sugiere una posible solución que apunta a la importancia de mantener siempre presente el objetivo final y a la vez de perseguirlo de un modo adecuado a las circunstancias.

    La oposición a la verdad resulta inevitable cuando la verdad reviste la forma de una idea nueva, pero puede disminuirse el grado de resistencia pensando no sólo en el objeto a alcanzar sino en el método de aproximación a emplear.

    Habrá que evitar el ataque frontal contra toda posición establecida de largo tiempo y habrá que tratar en su lugar de envolverla con un movimiento de flanco que deje expuesto un lado más penetrable al choque de la verdad. Pero en tal aproximación indirecta habrá que cuidar de no separarse de dicha verdad, porque no hay cosa más fatal para el verdadero progreso que caer en la mentira.

    El significado de tales reflexiones se hace más claro con ejemplos de la propia experiencia de cada uno. En el plano más general de la historia, cuando se consideran las épocas en que lograron aceptación ideas nuevas, se ve que dicho proceso fue facilitado cuando se las pudo presentar, no como algo radicalmente nuevo, sino como una reproducción en términos modernos de algún principio o uso en otro tiempo venerado y que había caído en el olvido.

    Con esto se evitó la contrariedad de lo nuevo y trazando la conexión con lo antiguo se justificó el dicho de que no hay nada nuevo bajo el Sol.

    Un ejemplo notable lo constituye la manera merced a la cual logró disminuirse la resistencia a la mecanización en los ejércitos, haciendo ver que el vehículo acorazado —el carro de combate rápido— era en esencia el heredero del jinete acorazado y. por lo tanto, el medio natural de revivificar el papel decisivo que había jugado la caballería en épocas pretéritas,

    En la presente edición de 1946 se han añadido otros dos capítulos que completan el curso de la Segunda Guerra Mundial. Por su parte, el general Dorman-Smith, que fue segundo jefe en el Estado Mayor del Oriente Medio, ha querido contribuir con una nota preliminar donde explica cómo la estrategia de aproximación indirecta se aplicó en la frustración de las invasiones sucesivas italiana y alemana en Egipto.

    NOTA PRELIMINAR

    Carta dirigida al autor por el general Dorman-Smith (.Segundo jefe del Estado Mayor del Oriente Medio en 1942) Querido Basil:

    Le dije en otra ocasión que sus ideas habían influido en nuestro favor el curso de los acontecimientos en Egipto en dos momentos cruciales entre 1940 y 1942. En efecto, el plan de ataque que causó el aniquilamiento del ejército de Graziani en Sidi Barrani, haciendo fracasar la primera invasión de Egipto en 1940, es un ejemplo perfecto de la estrategia de aproximación indirecta que usted propugna, y del mismo modo la defensiva estratégica y táctica que anuló la invasión de Rommel en El Alamein en julio de 1942 fue todavía más directamente inspirada por ella. Le prometí contarle la cosa más despacio y ahora voy a cumplir mi promesa; mi relato le hará ver, además, que cada vez que desdeñamos sus principios pagamos duramente las consecuencias.

    En septiembre de 1940 fui trasladado del puesto de director de Instrucción militar en la India a dirigir la Escuela de Estado Mayor del Oriente Medio, y a principios de octubre fui a pasar un par de semanas con O'Connor, que mandaba las fuerzas del desierto occidental. O'Connor creía que estaba maduro el tiempo para lanzar una ofensiva, pese a la superioridad numérica de Graziani en tierra y en el aire.

    Estuvimos discutiendo los defectos del dispositivo italiano y las posibilidades, bien de una amplia maniobra de aproximación por el sur del terreno elevado del litoral, tomando por objetivos Sollum y Halfaya, para crear allí lo que usted ha llamado una barrera estratégica sobre la retaguardia enemiga, o bien, como segunda alternativa, la de un ataque junto a Sidi Barrani. La escasez de transportes nos obligó a elegir esta segunda solución. La diversión de parte de nuestras débiles fuerzas aéreas a Grecia hizo que se aplazara tal ofensiva y la situación general no sufrió alteración en el desierto occidental durante el mes de noviembre.

    El 21 de dicho mes, Wavell me dio orden de visitar de nuevo a O'Connor, el cual me hizo presenciar, para que diera sobre él mi opinión, el ensayo por la 4a División india de un ataque a un campamento fortificado del desierto del tipo del que tenían los italianos en su cadena de posiciones al sur de Sidi Barrani. Este ataque de ensayo estaba planeado para ejecuta¬se de un modo rigurosamente frontal.

    Se habría lanzado siguiendo la «línea de espera máxima» y derecho a través del campo de minas enemigo. Además su horario asignaba a nuestra artillería cuatro horas a partir del alba para que pudiera corregir, plazo sumamente peligroso, porque durante él las tropas asaltantes quedarían expuestas a las amenazas de las fuerzas aéreas superiores del enemigo. En suma, el método era directo y ortodoxo en todos sentidos y estaba predestinado con toda certeza al fracaso.

    Como me escribió una vez Wavell: Un poco de heterodoxia es cosa algo peligrosa, pero sin ella rara vez se ganan batallas, y en consecuencia, aquella tarde O'Connor, Galloway y yo planeamos una maniobra nueva y original, sumamente indirecta en muchos de sus rasgos.

    Sintetizamos nuestras conclusiones en un documento que se tituló Método de ataque a un campamento del desierto y que sirvió de directiva táctica para la operación, sobre la cual hizo el efecto de una varita mágica. Era una aplicación combinada de la aproximación indirecta en dirección, método, horario y psicología.

    La marcha de aproximación empezó el 8 y aquella noche nuestras fuerzas se concentraron en la zona al sur de Nibeiwa, el más al sur de los campamentos del frente enemigo, inmediato al boquete entre dicho frente y el grupo de campamentos de Sofafi, que cubría su flanco del lado de tierra.

    Al amanecer del 9 de diciembre, el batallón de carros del ejército y alguna infantería motorizada de la 4.a División india asaltaron y capturaron el campamento de Nibeiwa por retaguardia, yendo a continuación a tomar Tummar, también por detrás. En el primero de estos ataques se suprimió el largo plazo para corregir y el apoyo artillero se hizo sin corrección previa alguna; al amanecer, 72 piezas tostaron el campamento italiano desde la dirección opuesta al ataque de los carros y apaciguamos a los artilleros llamando a esto un tiro de desmoralización, como lo fue sin duda alguna.

    Durante este tiempo la 7a División acorazada atravesó el boquete y adelantó al oeste para situarse a caballo sobre la retaguardia del frente enemigo entero, formando una barrera estratégica que le separó de sus suministros y refuerzos, así como le cortó su línea de retirada a Sollum.

    Tal combinación de maniobras indirectas trastornó por completo el equilibrio del enemigo. Se derrumbó su resistencia y el grueso de sus fuerzas quedó copado al este del terreno elevado del litoral, a un precio asombrosamente pequeño para nuestras fuerzas propias, muy inferiores en número y que tenían además inferioridad en el aire.

    No es el menos interesante de los rasgos de esta ofensiva de O'Connor el de que, debido a la extraordinaria escasez de los medios de transporte, se vio obligado a almacenar agua y municiones para 48 horas de fuego en la zona móvil de los puestos avanzados ante las mismas narices de Graziani, y de que si la operación no hubiera triunfado en este margen de tiempo se habría visto obligado a replegarse por falta de agua, utilizando los vehículos de su intendencia para transportar la infantería.

    Ningún jefe británico, y creo que muy pocos del Continente, excepto quizá los rusos, se habrían atrevido a comenzar una ofensiva en tales condiciones. Pero O'Connor lo hizo por dos veces, la segunda en Beda Fomm. Es un luchador atrevido y calculador, y un adversario peligroso, el que practica la aproximación indirecta en el campo administrativo.

    Después del avance en Cirenaica fui otra vez en enero al frente para escribir un informe sobre las operaciones que habían conducido a la ocupación de Bardia y Tobruk. O'Connor bosquejaba entonces sus planes para un futuro inmediato y tuve así oportunidad de presenciar la gestación y ejecución de la marcha de flanco a Beda Fomm, realizada por la 7.a División acorazada y que copó el resto de las fuerzas enemigas al sur de Benghazi antes de que pudieran replegarse a Tripolitania.

    Todo esto tuvo efecto antes de que se publicara la nueva edición de su Strategy of Indirect Approach. Pero tiene usted que recordar que mi pensamiento estaba ya impregnado de la esencia que usted había destilado de la Historia y donde había instilado su propia filosofía militar, por lo que me fascinó percibir lo notablemente que la práctica de dichas operaciones comprobaba su teoría.

    Sólo a fines de 1941 llegó a mis manos el ejemplar de la nueva edición de su obra, que había usted enviado aquel verano al Oriente Medio, y en los meses siguientes la volví a leer y a releer, lo que refrescó y reavivó mi comprensión de los principios estratégicos.

    Al contrastar la exposición de sus teorías con los hechos de la campaña norteafricana, la significación de ellas se me apareció aún más clara. Era indudable que las operaciones de O'Connor de diciembre de 1940 a, febrero de 1941 eran un ejemplo sobresaliente de estrategia y táctica indirectas.

    Desde su brillante comienzo en Sidi Barraní hasta su final decisivo en Beda Fomm, cada una de sus magistrales maniobras era un testimonio directo de las verdades analizadas y expuestas en los capítulos X a XII de la obra de usted; y lo era porque O'Connor es un jefe de primer orden y en realidad el único que en esta guerra y mandando una fuerza británica de campaña ha sabido cazar su zorro en campo abierto.

    En la primavera de 1941 surge la dramática aparición de Rommel y con ella el arma de la aproximación indirecta pasa manos del enemigo y nuestras fuerzas, escasas y mal equipadas, sólo logran escapar al desastre por medio de una retirada precipitada a Tobruk.

    Entonces fue cuando por desgracia perdimos a O'Connor, pero la decisión de detenernos a cincuenta kilómetros del perímetro de Tobruk con las cuatro brigadas y media disponibles —fuerza de una insuficiencia absurda para tal propósito, pero que era prácticamente todo lo que quedaba de tropas combatientes en Egipto— tuvo la virtud de arrebatar atrevidamente de las manos de Rommel aquella arma de la aproximación indirecta, quedando el enemigo por todo aquel verano y otoño con las fuerzas estrictamente indispensables para retenernos en Tobruk y para mantener sus posiciones de Sollum contra nuestros esfuerzos de auxiliar por tierra a dicha plaza. La decisión de mantener Tobruk se debió a Churchill y a Wavell y fui yo precisamente el que voló allá el 10 de abril para comunicar a Morshead la orden de resistir.

    Nuestras operaciones de junio de 1941 en la frontera egipcia fueron frontales y ostensibles, aunque la situación ofrecía ancho campo a la oblicuidad, y fracasaron tristemente desde el primer momento.

    También fue este el motivo de que nuestro avance directo y abierto de Palestina hacia Siria sufriera serios tropiezos, que podían haber llegado a causarnos una verdadera derrota si el avance subsiguiente desde el norte del Irak, entonces bajo el mando de Auchinleck, contra el flanco oriental vulnerable de la Siria de Vichy, no hubiera confirmado una vez más lo correcto del principio cogiendo a los franceses por la espalda. Hasta ahora en todas las operaciones se mostraba lo acertado de su teoría.

    El mando del Oriente Medio cambió en junio de 1941, y fue Auchinleck, el de la India, quien tuvo que reorganizar y reanimar a las fuerzas algo desalentadas del desierto occidental para el próximo asalto contra el Eje en Cirenaica. Fue entonces cuando las fuerzas del desierto occidental pasaron a ser el VIII Ejército.

    Tobruk seguía sitiado y Rommel iba reuniendo progresivamente los medios para asaltar de un modo efectivo las defensas de la plaza, débilmente guarnecidas. Después de una larga pausa consagrada a la reorganización y a la preparación, lanzamos a mediados de noviembre la ofensiva llamada de los Crusader.

    Se basaba en un fondo estratégico sólido que proporcionaba al jefe del Ejército, Cunningham, una línea de operaciones bien situada y que se dirigía al norte partiendo de una zona de abastecimientos oculta en el desierto junto al fuerte Maddalena, así como la posibilidad de elegir desde ella entre dos objetivos: caer, sobre la retaguardia del enemigo que sitiaba a Tobruk, o sobre la del que defendía la frontera de Egipto.

    Rommel, por otra parte, se hallaba en una situación muy desfavorable, pues estaba de espaldas al mar, y como tenía que proteger a la vez el cerco de Tobruk y sus posiciones de Halfaya, no disponía de profundidad alguna. Nuestra aproximación desde Maddalena le obligó a hacer frente en dirección normal a sus comunicaciones.

    Pero a pesar de tales ventajas iniciales la operación no logró destruir a las fuerzas de Rommel por la razón de que el plan táctico adoptado se proponía lanzar a nuestras fuerzas acorazadas a un choque directo contra las acorazadas del enemigo como maniobra preliminar a toda maniobra indirecta posterior hacia Tobruk o hacia las defensas de la frontera.

    Rommel, aunque estratégicamente sorprendido en parte, se valió de sus carros técnicamente superiores y nos administró una derrota táctica inicial que sólo se reparó al degenerar la operación en una batalla de soldados tardíamente prolongada por una aproximación indirecta por Bir Gobi y El Adem. Rommel tuvo tiempo, sin embargo, de replegar su cuerpo principal en buen orden hasta El Agheila, si bien hubo de sacrificar a sus tropas de la frontera y de Bardia.

    Desde aquel momento, el principio de la aproximación indirecta abandonó nuestro campo. La salida siguiente de Rommel desde El Agheila dividió a nuestras fuerzas dispersas y las rechazó por fracciones. En Msus llegó incluso a tener a Ritchie entre los términos de un dilema marcados respectivamente por Benghasi y Mekili. Nos salvamos del apuro con otra retirada precipitada que sólo se detuvo en la línea Gazala-Bir Hakeim porque se había perdido el contacto con los perseguidores.

    Desde febrero a mayo de 1942, el VIII Ejército mantuvo su línea desde Gazala a Bir Hakeim poco más o menos en la forma en que había hecho alto para descansar en el curso de su retirada, mientras Rommel, seguro en el Yebel Akdar, planeaba su derrota ulterior. Habiendo visitado durante este período el frente del VTII Ejército, me dediqué a imaginar un despliegue táctico adecuado para un ejército moderno y que evitara los defectos que eran evidentes en el de Graziani en Sidi Barraní, defectos que aparecían también en el de Ritchie en Gazala y en Tobruk.

    El dispositivo del VIII Ejército en el período comprendido entre febrero y mayo de 1942 ofrecía, en efecto, un parecido sorprendente con el del ejército italiano en octubre y noviembre de 1940, pues uno y otro carecían de la debida profundidad y flexibilidad y tenían importantes destacamentos situados a distancias que impedían se socorrieran mutuamente.

    Pero en esta cuestión es donde nos enfrentamos con el mayor de los problemas de la guerra del desierto: el de la proporción entre el frente y la profundidad, entre las tropas desplegadas y las a mantener en reserva. La movilidad mecanizada es en el desierto tan fácil de realizar, sobre todo desde el momento en que el factor administrativo reduce enormemente el volumen de los ejércitos, que el bando que se sitúa a la defensiva puede ser fácilmente flanqueado por su adversario.

    Para evitarlo, la tendencia natural es extender el frente en exceso, en perjuicio de la profundidad y de las reservas, y ceder a tal tendencia ha resultado siempre catastrófico.

    La tendencia en cuestión se observa particularmente cuando el ejército es débil en elementos móviles o acorazados y también cuando sus mandos ignoran la naturaleza esencial de este tipo de guerra.

    Resulta curioso que el mismo Rommel sucumbiese a ella en el otoño de 1942 cuando, como resultado de los combates de julio, extendió excesivamente su frente hasta la depresión de El Quattara, por lo que, cuando Montgomery atacó tenía una profundidad de defensa realmente insuficiente.

    El problema que tuvo que resolver Graziani, y luego Ritchie, es el que se plantea claramente en una de las páginas de su libro, o sea el de cómo evitar la dislocación psicológica que resulta de una rápida maniobra del enemigo contra la retaguardia propia, o inversamente el de cómo disponer un ejército de manera que pueda emplear sus armas en una dirección nueva sin perder el equilibrio.

    La solución consiste en disponer las fuerzas propias de manera que el simple hecho de que el enemigo marche contra la retaguardia del dispositivo propio no constituya una aproximación estratégica indirecta.

    Ello exige que el ejército situado a la defensiva pueda realizar una defensa tan vigorosa en sus flancos y retaguardia como en la parte que quedaba inicialmente más próxima al enemigo, y en la guerra moderna la acción defensiva más eficiente es la que resulta de combinar la detención del avance adverso con un contraataque general propio.

    En realidad sólo existen tres dispositivos posibles para un ejército a la defensiva: uno es el lineal con reservas móviles, otro el circular, es decir, lineal, pero con la gola cerrada (el erizo), y el tercero un cuadro abierto con un cuadriculado de centros de resistencia en su interior.

    Estos centros habrán de estar todo lo separados que permita la posibilidad de apoyarse mutuamente por fuego de artillería y la capacidad de moverse los refuerzos en su interior, debiendo el conjunto del dispositivo poder concentrar al menos el 75 por ciento de sus elementos móviles de fuego en el punto de ataque antes de que el enemigo haya podido romper la resistencia de los centros amenazados

    Ello implica renunciar a la idea de frentes y zonas de acción rígidas para las divisiones, tal como se halla en el Reglamento para el Servicio de Campaña, idea que ha creado en nuestros mandos una tendencia a pensar que, si en un frente dado se despliegan en línea x divisiones, cada una de ellas habrá de ocuparse exclusivamente en la defensa de la parte de frente que le haya tocado y apoyar a sus vecinas sólo en el propio interés particular de ella.

    En esta concepción es misión de las formaciones de reserva sostener a las divisiones en línea que sufran un ataque severo, como también proteger al conjunto del dispositivo contra un ataque por retaguardia.

    La dificultad de la defensa en la guerra moderna surge del hecho de que el defensor extiende siempre su frente con exceso, con lo que dispone sólo de pocas y aun de ningunas reservas, a no ser que entienda que hemos vuelto a las proporciones de Waterloo en cantidad de tropas, frentes y movilidad.

    La solución parece hallarse en una forma modernizada del dispositivo de las legiones romanas, en la que el ejército situado a la defensiva se disponga con su elemento defensivo estable guarneciendo localidades distantes entre sí unos 10 kilómetros en sentido del frente y de la profundidad, y conteniendo, cada una, una proporción determinada de artillería y de infantería, en tanto que el resto de dichas armas y todos los elementos acorazados quedan libres para moverse dentro de este entramado, sea para concentrarse en un punto amenazado, sea para lanzarse sobre el flanco o la retaguardia del enemigo si éste trata de pasar dejando a un lado el dispositivo.

    De este modo un ejército compuesto, por ejemplo, de 4 divisiones normales y un cuerpo acorazado, podrá disponerse formando un rectángulo de 40 x 30 kilómetros, manteniendo la ayuda mutua entre sus elementos mientras los elementos acorazados operan alrededor de él como pivote.

    Los campos de aterrizaje habrán de quedar protegidos por el dispositivo terrestre y a retaguardia de él; a ambos lados y fuera del rectángulo deberán mantenerse otros elementos móviles ligeros sobre emplazamientos independientes y por fin, ligeramente más atrás, pero a tal distancia de la legión que permita apoyarlos con el fuego de la artillería, se mantendrán todos los elementos acorazados pesados, lo que hará que el conjunto sea un sistema flexible.

    En terrenos muy llanos, los pivotes de la legión ocuparán zonas de observación desde las que puedan dominar todos los movimientos del enemigo, y en regiones menos abiertas ocuparán los nudos de carreteras. El conjunto deberá ser móvil y flexible, a la vez que bien defendido.

    Si lo compara con el esquema defensivo que me dio usted la primera vez que vine de Egipto verá que está dominado por la misma idea. Un dispositivo teórico del VIII Ejército en su posición delante de Tobruk con arreglo al esquema referido habría hecho fracasar a Rommel. Pero el que presentaba realmente era, como le dije antes, exclusivamente lineal y quedaba expuesto por completo a un ataque que siguiera el clásico orden oblicuo.

    Esto es lo que emprendió Rommel el 27 de mayo. Su plan consistía en fijar el frente de Ritchie con el grueso de los elementos italianos del Panzer Armee Afrika, mientras el relativamente exiguo Afrika Korps alemán, con algunos elementos italianos escogidos, se deslizaba por el sur del puesto de los franceses libres en Bir Hakeim, y caía sobre la zona sensible del mando inglés, entre El Adem y Knightsbridge.

    Aunque el ataque inicial no logró del todo su objeto, este golpe bien calculado paralizó de tal manera a Ritchie que Rommel pudo en primer lugar destruir una brigada aislada de la 50 División — después de haber capturado la posición aún más aislada de los franceses en Bir Hakeim y despejado así su retaguardia— y luego, tras de rechazar con severas pérdidas una serie de contraataques frontales, emprender un nuevo avance contra El Adem que colocó otra vez a Ritchie entre los términos de un dilema, pues con él Rommel amenazaba igualmente la retaguardia de las tropas que guarnecían el sector de Cázala y la región inmediatamente al este de Tobruk, en la que se hallaban la estación terminal del ferrocarril y los depósitos.

    Esta amenaza impresionó de tal manera al jefe del ejército, que retiró más de la mitad del mismo hasta la frontera de Egipto, dejando al resto en Tobruk sin la suficiente protección de cazas, lo que le condenaba inevitablemente a ser destruido.

    En dichas operaciones Rommel dio un ejemplo magistral del principio de la aproximación indirecta, pues con un cuerpo alemán exiguo, de unas dos brigadas acorazadas y cuatro de infantería motorizada, atacó y destruyó en detalle al conjunto del VIII Ejército británico de Ritchie, a la mayor parte del cual había inmovilizado por medio de una amenaza frontal del elemento italiano, numeroso pero por lo demás inútil.

    El 25 de junio, Auchinleck reemplazó a Ritchie y tomó la dirección inmediata de las operaciones en el desierto occidental. Yo fui con él al cuartel general del VIII Ejército. Por entonces lo que quedaba de éste se estaba retirando a las proximidades de Marsa Matruk, pues Ritchie había logrado escapar a la amenaza de Rommel de coparle en la frontera egipcia.

    La llegada de Auchinleck introducía un factor nuevo en la lucha, por el hecho de tener a su disposición todas las fuerzas que quedaban en el Oriente Medio y estar bien situado para adoptar las decisiones estratégicas más amplias que se requerían para concentrar un esfuerzo máximo en una crisis de esta clase.

    El primer problema a resolver era saber si había que dar la batalla junto a Matruk o retirarse más al este. Dado el prestigio casi mítico que se atribuía a las defensas de Matruk parecía esta zona a primera vista un buen sitio para combatir, pero Marsa Matruk sólo podría mantenerse si el ejército defensor disponía de una fuerza móvil acorazada suficiente para impedir que el enemigo pasara de largo por la ruta del desierto; sin una fuerza tal, las defensas de Matruk y de Baguish sólo equivalían a campos de concentración que el enemigo podía dejar atrás para invadir el delta del Nilo.

    Ahora bien; el grueso de nuestras fuerzas acorazadas se había perdido en la primera fase de la lucha y ante este hecho el general en jefe decidió limitarse al sur de Matruk a retardar la marcha del enemigo con combates de movilidad y no detener al grueso hasta las proximidades de El Alamein, donde se libraría la batalla por Egipto.

    Pero tomó además otras dos decisiones que iban a alterar toda la técnica de dicha batalla a librar y le iban a dar automáticamente el

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