El primer gran conflicto global no se luchó solo en los terribles frentes atrincherados, donde los soldados morían a veces sin llegar a disparar sus fusiles, entre enfermedades, piojos y barro. Los medios de comunicación, los púlpitos religiosos, el cine o los artistas se pusieron al servicio de los estados en conflicto para generar falsas noticias, mantener la moral de las tropas, reclutar apelando al nacionalismo (y a la brutalidad del otro) o motivar a una población que solo despertó del engaño, y muchas veces no del todo, al terminar el conflicto.
Las estrategias fueron diversas: cine, fotografía, realidad inventada, panfletos, fake news, propaganda militar, caricaturas, mentiras orquestadas por los estados… y, sobre todo, la terrible censura (hasta en las cartas personales) se hizo el pan nuestro de cada día en uno y otro bando.
Instalar el odio hacia el otro bando fue primordial para ocultar la falta de efectividad de unos cuerpos militares anticuados y con nulo respeto a la vida de sus propios soldados.
Los alemanes no ganaron la guerra, pero tampoco la batalla de la propaganda. Con un sistema excesivamente autoritario, tuvo que recurrir a términos como el «deber para con la sociedad» de su población, la Volksgemeinschaft. El Kaiser Guillermo II, utilizó ejemplos históricos como Atila o los Nibelungos, sin saber que serían