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Genios de la Estrategia Militar Volumen X Creadores de la Estategia Moderna (I) De Maquivaelo a Hitler
Genios de la Estrategia Militar Volumen X Creadores de la Estategia Moderna (I) De Maquivaelo a Hitler
Genios de la Estrategia Militar Volumen X Creadores de la Estategia Moderna (I) De Maquivaelo a Hitler
Libro electrónico626 páginas10 horas

Genios de la Estrategia Militar Volumen X Creadores de la Estategia Moderna (I) De Maquivaelo a Hitler

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Al estallar, la guerra, domina nuestras vidas. Como la describiera un novelista en 1861, la guerra es como una gran tempestad que llega a todos, se introduce en el órgano de la iglesia, silba de un extremo a otro de las calles, se gana dentro de nuestras estufas de chimenea, hace tañir las copas en los bares, levanta las canas en los hombres de estado, invade las aulas de los colegios y hace crujir las páginas hojeadas por los estudiantes. Ofrece pruebas ineludibles de nuestras fidelidades por el trabajo y las obligaciones, las grandes aficiones secretas y devociones públicas, las preferencias personales y los compromisos sociales.

Soldados rasos y oficiales subalternos de una sociedad democrática que está en guerra, deben conocer las razones por las cuales arriesgan sus vidas. Fue un oficial prusiano, Steuben, quien dejara sentado el principio fundamental de que todo ejército tenía que aprender las bases racionales de disciplina y de acción. Fue un gran demócrata, Thomas Jefferson, quien propuso que los asuntos militares se convirtieran en una parte fundamental de la educación estadounidense.

Es el propósito de este libro explicar, con un examen más amplio y sobre un período de tiempo más largo, la forma en que se ha desarrollado la estrategia de la guerra moderna, con la convicción de que un conocimiento del mejor pensamiento militar, ha de permitir a los lectores anglosajones, llegar a comprender las causas de la guerra y los principios fundamentales que rigen la conducción de la misma.

Creemos que un desvelo permanente por tales asuntos es el precio de la libertad. Creemos, también, que para tener una paz duradera debe tenerse una comprensión clara del papel que las fuerzas armadas desem-peñan en la sociedad internacional. Pero no siempre hemos tenido esta comprensión.

Tal como lo señala Mr. Cordón Craig en el capítulo 11, los mayores historiadores de nuestro tiempo se han visto en la constante necesidad de excusarse por su interés en los problemas militares, ya que la aversión por

la guerra y la ignorancia en cuanto a su papel en los asuntos humanos, han llevado a los pueblos pacíficos de todo el mundo, a menospreciar su significación en la historia y a ignorar su portentosa importancia para nuestro futuro. Porque no es la fuerza en sí, la que está equivocada, sino los propósitos para los cuales algunas veces se recurre a ella. Como lo expresara Pascal hace casi tres siglos, debemos percatarnos de que:

"La justicia es impotente sin la fuerza. La fuerza sin la justicia es tiránica. Debemos combinar la justicia con la fuerza".

Hasta más o menos el fin del siglo dieciocho la estrategia la forma-ban un conjunto de estratagemas y tretas de guerra ruses de guerre mediante las cuales un general buscaba engañar al enemigo y ganar la victoria. Pero a medida que la guerra y la sociedad han ido volviéndose más complicadas y la guerra, debe recordarse, es parte inherente de la sociedad la estrategia ha tenido, por necesidad, que exigir una consideración cada vez mayor de factores que no son militares, económicos, psicológicos, morales, políticos ni tecnológicos.

La estrategia, por lo tanto, no es simplemente un concepto para tiempos de guerra, sino un elemento del arte de gobernar empleable en todo tiempo. Solamente la terminología más estricta definiría hoy a la estrategia como el arte de controlar y emplear los recursos de una nación o de una reunión de naciones, inclusive sus fuerzas armadas, con la finalidad de que sus intereses vitales sean eficientemente mejorados y ofrezcan seguridad frente a enemigos efectivos, en potencia o sencillamente supuestos.

Nos aventuramos a pensar que los integrantes de las fuerzas arma-das se mostrarán tan interesados en los capítulos que siguen, como el lec-tor común y el estudioso en materia de asuntos internacionales. Así lo fundamenta este ejemplo; un asunto persistentemente debatido entre tácticos y estrategas abarca los aspectos relativ

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 abr 2018
ISBN9780463424872
Genios de la Estrategia Militar Volumen X Creadores de la Estategia Moderna (I) De Maquivaelo a Hitler
Autor

Edward M. Earle

Politólogo, historiador y geopolítico estadounidense espcializado en analizar la estrategia militar universal durante los últimos cinco siglos.

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    Genios de la Estrategia Militar Volumen X Creadores de la Estategia Moderna (I) De Maquivaelo a Hitler - Edward M. Earle

    Genios de la Estrategia Militar X

    Creadores de la Estrategia Moderna

    De Maquiavelo a Hitler

    Tomo I

    Secciones I-II-III

    Edward M. Earle

    Etiénne Montoux

    Félix Gilbert

    Grane Brinton

    Gordon Craig

    Henry Guerlac

    H. Rothfels

    R. Palmer

    Sigmund Neuman

    Hajo Holborn

    Stephan Possony

    Jean Gottman

    Ediciones Luis A. Villamarín P

    www.luisvillamarin.com

    Genios de la Estrategia Militar X

    Creadores de la Estrategia Moderna

    De Maquiavelo a Hitler

    Tomo I

    Secciones I-II-III

    Etiénne Montoux, Edward M. Earle, Félix Gilbert, Grane Brinton, Gordon Craig, Henry Guerlac, H. Rothfels, R. Palmer, Sigmund Neuman, Hajo Holborn, Jean Gottman, Stephan Possony.© www.luisvillamarin.com

    info@luisvillamarin.com

    Teléfono 9082426012

    New York City- USA

    9780463424872

    Smashwords Inc.

    Sin autorización escrita firmada por el editor, no se podrá reproducir esta obra por ningún medio escrito, electrónico, de audio, de video, reprográfico, fotostático. Hecho el depósito de ley en Colombia.

    INDICE

    Introducción

    Los orígenes de la guerra moderna desde el Siglo XVI hasta el siglo XVII

    Maquiavelo: El renacimiento del arte de la guerra

    Vauban: La importancia de la ciencia en la guerra

    Federico el Grande, Guibert, Bulow: De la guerra de dinastías a la guerra nacional

    Los autores clásicos del siglo diecinueve. Intérpretes de Napoleón

    Jomini:

    Clausewitz:

    Del siglo diecinueve a la Primera Guerra Mundial

    Adam Smith, Alexander Hamilton, Federico List: Las bases económicas del poder militar

    Engels y Marx: Conceptos militares de los revolucionarios sociales

    Moltke y Schlieffen: La Escuela Prusiano-Alemana

    A Du Pick y Foch: La Escuela Francesa

    Bugeaud, Gallieni, Lyautey: El desarrollo de la guerra colonial

    Delbruck: El historiador militar

    INTRODUCCIÓN

    Por: Edward Mead Earle

    Al estallar, la guerra, domina nuestras vidas. Como la describiera un novelista norteamericano en el año 1861, la guerra es como una gran tempestad que llega a todos, se introduce en el órgano de la iglesia, silba de un extremo a otro de las calles, se gana dentro de nuestras estufas de chimenea, hace retiñir las copas en los bares, levanta las canas en los hombres de estado, invade las aulas de nuestros colegios y hace crujir las páginas hojeadas por nuestros estudiantes. Ofrece pruebas ineludibles de nuestras fidelidades por el trabajo y las obligaciones, las grandes aficiones secretas y devociones públicas, las preferencias personales y los compromisos sociales.

    Además, como lo señala Mr. Walter Millis, Ella desafía prácticamente a toda institución de la sociedad a la justicia y equidad de su economía; a la suficiencia de sus sistemas políticos; a la energía de sus plantas productivas; y a las bases, conocimientos y propósitos de su política exterior. No hay aspecto de nuestra existencia... que no se vea conmovido, modificado, y acaso completamente alterado por los imperativos de la guerra.-

    Pero la guerra no es una obra de Dios. Nace directamente de cosas que las personas, los hombres de estado y las naciones hacen o dejan de hacer. Es, en síntesis, la consecuencia de políticas nacionales o de la falta de esas políticas. Y una vez que el destino de la nación es sometido al terrible arbitrio de la guerra, la victoria, o también la derrota, sobrevienen como consecuencia de lo que hacemos o dejamos de) hacer.

    Por ser estas verdades evidentes de por sí, sería disparatado dejar la comprensión de las políticas de guerra, librada únicamente a los militares, a los hombres de estado, o a los militares y hombres de estado, actuando juntos. Una estrategia nacional debe ser formulada por el presidente y por el Estado Mayor General y puesta en práctica por leyes del Congreso, porque en tales asuntos la nación no puede convertirse en una sociedad contenciosa. Así todo, la estrategia establecida puede tener éxito únicamente cuando cuenta con el apoyo de ciudadanos ilustrados y decididos; al éxito de esa estrategia deben ellos dedicar vida, fortuna y honor

    En tiempo de guerra, las democracias requieren una gran dirección, guía que por lo general recae en figuras heroicas de hombres como Washington, Lincoln, Lloyd George, Wilson, Clemenceau, Churchill y Franklin Roosevelt, pero los manantiales de tal dirección vienen de muy adentro del corazón, de la voluntad, y de la conciencia del pueblo.

    Aún los soldados rasos y los oficiales subalternos de una sociedad democrática que está en guerra, deben conocer las razones por las cuales arriesgan sus vidas. Fue un oficial prusiano, Steuben, quien dejara sentado el principio fundamental de que todo ejército norteamericano tenía que aprender las bases racionales de disciplina y de acción.

    Fue un gran demócrata, Thomas Jefferson, quien propuso que los asuntos militares se convirtieran en una parte fundamental de la educación estadounidense.

    Winston Churchill valora estas verdades básicas. Durante toda la guerra actual sus magníficos discursos han explicado al pueblo británico las razones por las cuales sus hijos y padres han estado muriendo en campos de batalla muy distantes y separados. Su arenga al Congreso de los Estados Unidos del 30 de mayo de 1943 tuvo un propósito similar; explicó por primera vez a los norteamericanos las razones desconocidas existentes para derrotar a Alemania antes que al Japón, y con ella obtuvo su apoyo para una estrategia en la cual la opinión pública estaba antes fuertemente dividida.

    Es el propósito de este libro explicar, con un examen más amplio y sobre un período de tiempo más largo, la forma en que se ha desarrollado la estrategia de la guerra moderna, con la convicción de que un conocimiento del mejor pensamiento militar, ha de permitir a los lectores anglosajones, llegar a comprender las causas de la guerra y los principios fundamentales que rigen la conducción de la misma.

    Creemos que un desvelo permanente por tales asuntos es el precio de la libertad. Creemos, también, que para tener una paz duradera debe tenerse una comprensión clara del papel que las fuerzas armadas desempeñan en la sociedad internacional. Pero no siempre hemos tenido esta comprensión.

    Tal como lo señala Mr. Cordón Craig en el capítulo 11, los mayores historiadores de nuestro tiempo se han visto en la constante necesidad de excusarse por su interés en los problemas militares, ya que la aversión por la guerra y la ignorancia en cuanto a su papel en los asuntos humanos, han llevado a los pueblos pacíficos de todo el mundo, a menospreciar su significación en la historia y a ignorar su portentosa importancia para nuestro futuro.

    Porque no es la fuerza en sí, la que está equivocada, sino los propósitos para los cuales algunas veces se recurre a ella. Como lo expresara Pascal hace casi tres siglos, debemos percatarnos de que: La justicia es impotente sin la fuerza. La fuerza sin la justicia es tiránica. Debemos combinar la justicia con la fuerza.

    La nación estadounidense está en proceso de convertirse en la primera potencia militar de los tiempos modernos. La forma en que empleamos este gran poder es de suma importancia para nosotros y para el mundo entero. La estrategia interviene en la guerra; en los preparativos de guerra y en la forma de hacer la guerra. Definida con precisión, es el arte del mando militar, llamado a proyectar y dirigir una campaña. Difiere de la táctica que es el arte del manejo de fuerzas en la batalla en forma muy similar a como una orquesta se diferencia de sus instrumentos, tomados individualmente.

    Hasta más o menos el fin del siglo dieciocho la estrategia la formaban un conjunto de estratagemas y tretas de guerra ruses de guerre mediante las cuales un general buscaba engañar al enemigo y ganar la victoria. Pero a medida que la guerra y la sociedad han ido volviéndose más complicadas y la guerra, debe recordarse, es parte inherente de la sociedad la estrategia ha tenido, por necesidad, que exigir una consideración cada vez mayor de factores que no son militares, económicos, psicológicos, morales, políticos ni tecnológicos.

    La estrategia, por lo tanto, no es simplemente un concepto para tiempos de guerra, sino un elemento del arte de gobernar empleable en todo tiempo. Solamente la terminología más estricta definiría hoy a la estrategia como el arte de controlar y emplear los recursos de una nación o de una reunión de naciones, inclusive sus fuerzas armadas, con la finalidad de que sus intereses vitales sean eficientemente mejorados y ofrezcan seguridad frente a enemigos efectivos, en potencia o sencillamente supuestos.

    El mejor tipo de estrategia llamado algunas veces gran estrategia es el que hace un todo de la política y armamentos de la nación; en forma tal, que la recurrencia a la guerra sea convertida en innecesaria, o bien emprendida con las mayores probabilidades de éxito, Es en este sentido más amplio como la palabra estrategia es empleada en este volumen.

    Es debido a las tantas fases de carácter no militar de la estrategia moderna como un gran número de civiles figuran en este libro: el profesor Adán Smith; el economista Federico List, los revolucionarios sociales Marx y Engels; los historiadores Delbruck y Omán; el industrial Kathenau; el periodista Trotsky; y los políticos Lloyd George y Clemenceau. Por otra parte muchos gallardos militares no aparecen citados.

    No se mencionan a Marlborough, Lee, Jackson, Wellington, Blücher, Grant y Sherman, ya sea porque fueron más bien tácticos que estrategas, o porque no legaron a la posteridad relación alguna coherente en materia de doctrina estratégica. Napoleón indiscutiblemente el más grande de los generales de los tiempos modernos, y uno de los más destacados estrategas de todo tiempo tampoco tiene aquí dedicado un capítulo para él solo. Sus campañas son testimonio elocuente de su genio militar.

    Pero Napoleón recordaba su estrategia en el campo de batalla y no en el papel (exceptuando sus máximas conocidas): de ahí que esté representado aquí por sus intérpretes Clausewitz y Jomini.

    Solamente dos oficiales profesionales norteamericanos son tratados en este libro el Almirante Mahan y el general Mitchell. Esto constituye una representación pequeña para un pueblo que se ha visto preocupado por la güera, en mayor o menor grado, desde los tiempos en que los primeros colonos desembarcaron en nuestras playas.

    La razón es, por supuesto, que nuestras significativas contribuciones a la guerra han correspondido al campo de la táctica y de la tecnología, más bien que a la estrategia. Cuando los norteamericanos se ven obligados a luchar en una guerra, ellos pueden competir con éxito en sagacidad, ingenio y decisión, frente a aquellos para quienes la guerra resulta más congenial. Nuestros antecesores de los días de la colonia y de la revolución, desarrollaron tácticas fundamentales del camouflage y de cubrirse para buscar protección; demostraron en el tiro el valor de la precisión, economía y concentración de fuego; convirtieron en arte refinado, la práctica de impedir el avance del enemigo, derribando árboles, debilitando puentes, y de otra manera, quemando el campo.

    Las tácticas de nuestra Guerra Civil, fueron durante generaciones, objeto de cuidadoso estudio por parte de Estados Mayores europeos; entre otras cosas el movimiento de tropas mediante ferrocarriles; el minado y el trabajo de zapadores; la guerra de trincheras; y la observación aérea.

    En el campo de la tecnología militar, introdujimos en el mundo el fusil con partes intercambiables, la ametralladora, el globo, el tractor para tanques, el paracaídas, el bombardero en picada, el submarino y el aeroplano.

    Por tener una mentalidad dispuesta a la mecánica, y estar poseídos de una fe casi religiosa en la máquina, fuimos los primeros en adaptar a la guerra la producción en masa. Y en un sentido muy especial, somos los padres de la aviación militar.

    No solamente inventaron el aeroplano los hermanos Wright, sino que otro joven hijo favorito nuestro, el motor a nafta que ha hecho posible el mejoramiento del aeroplano, pasando de una cosa primitiva al poderoso bombardero cuadrimotor. Pero no hemos contado con un Clausewitz o un Vauban. Mahan es nuestro único teórico militar de fama comparable.

    Los autores de los capítulos que siguen no concuerdan indispensablemente con los editores, y no siempre concuerdan entre sí. A pesar de todo, ciertos temas bien definidos dan cuenta de los hechos pasados, desde Maquiavelo hasta Hitler.

    Entre estos figura el concepto de la guerra relámpago y la batalla de aniquilamiento; la guerra de maniobra frente a la guerra de posición; la relación entre la guerra y las instituciones sociales y entre el poder económico y el poder militar; la psicología y la moral como armas de guerra; el papel de la disciplina en el ejército; y el problema del ejército profesional versus la milicia.

    Los técnicos militares son responsables de una especie de francmasonería internacional en cuanto a la guerra, que hace que la evolución de la estrategia atraviese las fronteras nacionales. Igual cosa ocurre con las ideas e ideologías el mercantilismo; el comercio libre; la libertad; la igualdad; la fraternidad; el totalitarismo; el socialismo; y el pacifismo que están todas relacionadas con las causas y la conducción de la guerra.

    Pero los factores nacionales en cuanto a estrategia, son frecuentemente los factores determinantes. En parte nacen de diferencias en el carácter y la psicología de los pueblos, como también de sus muestras de valor, y sus perspectivas de vida lo que los alemanes llaman su Weltanschauung. En parte son consecuencia de las instituciones políticas, sociales y económicas. Aún más, son la expresión política y militar de la situación geográfica y de la tradición nacional.

    En cualquier caso resultan fácilmente perceptibles. Parece seguro, por ejemplo, que desde 1870, los alemanes han pensado en la guerra agresiva y en el aniquilamiento militar de su enemigo; los británicos (y más recientemente los franceses), conforme a la guerra defensiva y las consecuencias finales del agotamiento económico.

    La diplomacia y la estrategia, los compromisos políticos y el poder militar, son inseparables; de no ser esto aceptado, la política exterior resultará quebrantada, como lo ha demostrado Mr. Walter Lippmann en su libro persuasivo: La Política Exterior de Estados Unidos. Escudo Defensivo de la República (U.S. Foreign Policy: Shield of the Republic). La existencia misma de una nación, depende de su concepto, del interés nacional y de los medios por los cuales el interés nacional resulta promovido; es imperativo, por lo tanto, que sus ciudadanos comprendan los fundamentos de la estrategia. No tenemos, ni deseamos tener, una clase militar a la que, estos asuntos deban ser delegados con poderes plenos.

    Nuestras fuerzas armadas, incluyendo sus cuerpos de oficiales, son reclutadas partiendo de una base democrática. Esto es como debiera ser, por existir solo un repositorio para la seguridad nacional de un Estado democrático: el pueblo entero.

    Nos aventuramos a pensar que los integrantes de las fuerzas armadas se mostrarán tan interesados en los capítulos que siguen, como el lector común y el estudioso en materia de asuntos internacionales. Así lo fundamenta este ejemplo; un asunto persistentemente debatido entre tácticos y estrategas abarca los aspectos relativos a la guerra ofensiva y defensiva.

    Para cualquier lector de este libro debe resultarle evidente que esto último no es puramente una cuestión militar, sino más bien un conjunto de otros asuntos militares, históricos, sociales y económicos. De entrar a generalizar, podría decirse que la defensiva disfruta por lo general de una ventaja técnica sobre la ofensiva.

    Pero se presentan momentos en que la ofensiva echa por completo a un lado a la defensiva, arrasándola como una inundación arrasa con todos los obstáculos naturales y artificiales que encuentra en su camino. Esto se cumple cuando ocurre una revolución social fundamental, tal como la de Francia del año 1793 y la de Alemania de 1933, que dio por resultado el advenimiento de Hitler.

    La revolución no solo adopta la política dantoniana de la audacia, de la audacia vuelta a emplear, y con la audacia siempre en juego, sino que también desmoraliza el viejo orden de cosas por confusión en las deliberaciones y un conflicto de ideologías.

    La ofensiva también se antepone a la defensa cuando existe algún invento militar notable, como ser la pólvora, el tanque y el aeroplano, o cuando las armas más viejas son destinadas a nuevos usos, como la forma en que el aeroplano llegó a convertirse en el Stuka y en el bombardero de gran radio de acción. Durante todo el siglo diecinueve la gran mayoría de las armas nuevas sobre todo la ametralladora y el submarino dieron mayor fuerza a la defensa. Pero el tanque y el aeroplano han invertido la orientación anterior, dominando la táctica y la estrategia de la presente guerra.

    Esta relación estrecha entre las instituciones sociales y l& tecnología industrial, por una parte, y el arte de la guerra por la otra, crean raros compañeros de pieza; a revolucionarios como Engels, Lenín y Trotsky, se unen conservadores como Ludendorff, en el estudio fascinante de la guerra y de los medios de hacerla.

    A medida que la sociedad se vuelve más altamente industrializada, el arte de la guerra se torna más complejo. Como resultado casi inevitable de esto los factores logísticos y tácticos de las operaciones militares tienden a condicionar la estrategia, de la que, en teoría, no son ellos sino simples servidores. Un estratega como Eisenhower o Wavell debe tener su trabajo complementado por el de un táctico soberbio como Montgomery; del mismo modo como Lee dispuso de su Stonewall Jackson.

    Los enormes preparativos técnicos que preceden a una campaña moderna, excluyen la posibilidad de cambios rápidos en estrategia. Una vez comenzada una amplia ofensiva, su ímpetu continúa durante cierto tiempo sin tener en cuenta si las condiciones de carácter político o de otra naturaleza, requieren un cambio. Cuando la guerra en Europa toque a su fin, los factores logísticos y tácticos de la guerra en el Extremo Oriente, intervendrán mucho en la determinación de nuestra estrategia allí.

    Sometidos a las condiciones modernas, los asuntos militares resultan tan entrelazados por fenómenos económicos, políticos, sociales y tecnológicos, que es dudoso poder hablar de una estrategia puramente militar. Gran parte de los éxitos de Hitler logrados hasta producida la invasión de Rusia, en 1941, fueron debidos a su notable comprensión de este hecho fundamental.

    Sus adversarios en el campo de batalla y en las cancillerías de Europa siguieron pensando, hasta producirse la caída de Francia, en la misma forma como en el siglo diecisiete, cuando la política y la guerra, y la estrategia y la táctica, podían en cierto modo ser colocadas en distintas categorías. Pero en nuestros días la política y la estrategia se han vuelto inseparables.

    La guerra obliga ahora, de por sí, la atención de todos nosotros. Y puesto que es la inquietud de todo el pueblo, todo el pueblo debe saber que ella es su inquietud. En tiempo de guerra esto implica un esfuerzo total; en tiempo de paz como en tiempo de guerra, exige una amplia comprensión. Es motivo de dedicación de este libro lograr una más amplia comprensión de la guerra y de la paz.

    SECCIÓN I

    LOS ORÍGENES DE LA GUERRA MODERNA DESDE EL SIGLO DIECISEIS HASTA EL SIGLO DIECIOCHO

    CAPITULO I

    MAQUIAVELO EL RENACIMIENTO DEL ARTE DE LA GUERRA

    Por: Félix Gilbert

    Muchas personas son hoy de opinión de que no existen dos cosas más discordantes e incongruentes, que la vida civil y la vida militar. Pero si entramos a considerar la naturaleza de un gobierno, encontraremos una relación muy íntima y estricta entre esas dos condiciones de vida, y que ellas no solo son compatibles y consistentes entre sí, sino que están necesariamente ligadas y unidas.

    Estas frases con que comienza el libro de Maquiavelo sobre el Art of War (Arte de la Guerra) {1} sirven de guía para alcanzar a comprender el interés de Maquiavelo por los asuntos militares. No se dedicó a ellos como técnico militar; había observado el papel decisivo del poder militar en la política, y había llegado a la conclusión de que la existencia y grandeza de un Estado estaban aseguradas únicamente cuando el poder militar ocupaba su debido lugar en el orden político.

    {1} Prefacio del libro de Maquiavelo "Arte della Guerra; Tutte le opere storlche e letterarle di Niccoló Macheavelli, ed. G. Mazzoni y Mj Casella (Florencia, 1929, pg. 265.

    Escribió en el libro Príncipe {2} —y la importancia que atribuye a esta frase puede ser apreciada por el hecho de que la repite en el libro Discorsi{3}: No puede haber buenas leyes donde no hay buenas armas, y donde se cuenta con buenas armas deben haber buenas leyes. En Príncipe, por consiguiente, exhorta al gobernante a tener presente que la preservación de su poder depende del poderío militar:

    {2} Principe, cap. 12 (Opere, pg. 24).

    {3} Discorsi, libro 3, cap. 31 (Opere pg. 244).

    Todo príncipe, por lo tanto, no debiera tener otras miras o pensamiento, ni dedicarse en su estudio, a otra cosa que no fuera la guerra y su organización y disciplina{4}.

    {⁴} Príncipe, cap. 14 (Opere pg. 29)

    El libro Discorsi está dedicado al mismo problema: su grandioso tema lo constituye la relación mutua entre la organización militar romana, la constitución política de la república romana, y la ascensión de Roma al poder mundial, deduciendo de esa lección de historia romana esta conclusión: La base de todo Estado es una buena organización militar{5}.

    {5} Discorsi, libro 3, cap. 31 (Opere pg.244).

    Pero el Art of War, ese gran libro de enseñanza militar sobre el cual se basa principalmente la fama de Maquiavelo como pensador militar y trata los detalles de la organización y táctica militares, va más' allá, sin embargo, pues examina las condiciones políticas y complicaciones de una buena organización militar. La investigación del papel que el poder militar desempeña en la vida política, constituyó el imán hacia el cual se vio inevitablemente atraído todo pensamiento político de Maquiavelo.

    I

    ¿Cómo llegó Maquiavelo a centralizar su atención en el problema de las relaciones existentes entre la organización política y la organización militar?... La experiencia propia de toda su vida le había servido de lección impresita a través de la observación del impacto del factor militar en la vida política. Fue testigo de la pérdida de libertad de su ciudad natal por falla en su máquina militar; vio caer a Italia de su situación independiente para entrar en la de dominación por ejércitos extranjeros.

    Así todo, el interés de Maquiavelo por este asunto fue lo que dio fundamentalmente el fruto de su sin igual y profundo conocimiento político; una explicación de su sensible facilidad en conocer las fuerzas políticas que moldearon los acontecimientos políticos de su tiempo.

    Esto se debió a que el problema de la verdadera relación entre las organizaciones política y militar yacía en los fundamentos de los grandes levantamientos revolucionarios de los siglos catorce y quince. A pesar de eso, solamente una mente sagaz sería capaz de descubrir la relación entre los cambios ocurridos en la organización militar y los acontecimientos revolucionarios producidos en las esferas social y política.

    Para el observador común, la relación entre causa y efecto en los progresos de carácter militar pareció resultar obvia. Debido al descubrimiento de la pólvora y a la invención de armas de fuego portátiles y de la artillería, pareció ser que la armadura del caballero estaba sentenciada a desaparecer y a volverse inevitable el derrumbe de la organización de la Edad Media, durante el cual el papel decisivo correspondió a los caballeros.

    En su famoso poema épico Orlando Furioso del año 1516, Ariosto, que fue contemporáneo de Maquiavelo y compatriota italiano, describe así {6} como Orlando, su héroe y la personificación de todas las virtudes de los caballeros, se vio obligado a enfrentar un enemigo provisto de armas de fuego:

    "De repente brilla el relámpago, la tierra se sacude,

    Los baluartes, trémulos, dan eco al sonido,

    La plaga, que el empleo de su fuerza nunca elude,

    Vuela impetuosa con el viento, en un zumbido,

    Destrozando todo cuanto en su camino encuentra".

    Cuando el invencible Orlando logró derrotar a su formidable enemigo, y estuvo en condiciones de sacar provecho del abundante botín logrado:

    "... nada el campeón se llevaría

    De los despojos todos, de ese victorioso día,

    Que no fuera ese invento, de irresistible poder,

    Que el rayo parecíase, en su rápido correr".

    Salió después a navegar por el Océano, arrojando dentro del mar el arma y exclamando:

    "¡Oh maldito invento! de la muerte básico instrumento.

    Por el arte malicioso de Belsebub diseñado,

    Y en los negros reinos tártaros de abajo fabricado,

    Para arruinar toda raza de la especie humana...

    Que nunca de nuevo por tí se arriesgue un caballero

    O cobardes bastardos, para que en la guerra, con tu fuero

    Y base ventajosa, a un más noble enemigo ataquen sin trabajo; Quédate, para siempre, en este abismo de aquí abajo!".

    {6} L. Ariosto, Orlando Furioso, libro 1, canto 9. Traducción al inglés por John Hoole.

    Abreviando, de no haber sido inventadas las armas de fuego o de poder hoy ser ellas abolidas, el mundo de los caballeros seguiría perdurando para, siempre en todo su esplendor. Esta dramática explicación de la decadencia del poder de los caballeros, difícilmente corresponde a la realidad. La historia de las instituciones militares no puede ser separada de la historia general de un período cualquiera. La organización militar de la Edad Media formaba parte integral del mundo medieval y declinó al desintegrarse la estructura medieval. Tanto espiritual como económicamente el caballero era un producto característico de la Edad Media.

    Dentro de una sociedad en la que Dios estaba considerado como jefe de una jerarquía, cada Estado estaba llamado a cumplir una función religiosa, y toda actividad secular había recibido un significado religioso. La tarea particular de la caballería era proteger y defender al pueblo del país; al empeñarse en la guerra el caballero servía a Dios.

    Ponía sus servicios militares a disposición de su gran amo o señor a quien le era confiada por la iglesia la supervisión de actividades seculares. Aparte del aspecto espiritual-religioso, la obligación militar entre vasallo y amo o gran señor tenía también, sin embargo, su aspecto legal-económico.

    Su tierra, el feudo, le era concedida al caballero por el gran señor y al aceptarla asumía la obligación de prestar servicio militar a su señor en, tiempo de guerra. Era un cambio de bienes por servicios a ser prestados que estaba de acuerdo con la estructura agraria y el sistema señorial de la Edad Media.

    Los factores que en la Edad Media determinaron tanto las formas de la organización militar como los métodos de guerra, fueron un concepto religioso de esta como acto de hacer justicia; la restricción del servicio militar a la clase de caballeros terratenientes y un código' moral-legal que actuaba como vínculo principal para mantener justamente al ejército.

    El ejército medieval podía ser reunido únicamente cuando algún asunto preciso había surgido; se le ordenaba salir con el propósito de cumplir una campaña determinada, y se lo podía tener reunido tan solo durante el tiempo que esa campaña durara. El carácter puramente temporario del servicio militar así como la igualdad en posición de los combatientes, hizo difícil, si no imposible, contar con una disciplina severa.

    La batalla se convertía con frecuencia en luchas individuales entre caballeros y el resultado de esos combates aislados entre los líderes, tenía un papel decisivo. A causa de que la guerra representaba el cumplimiento de un deber religioso y moral, existía una inclinación fuerte en hacer la guerra y las batallas de acuerdo con reglas fijas y un código establecido. Puesto que la organización militar fue una consecuencia típica de todo el sistema social de la Edad Media, cualquier cambio en las bases de ese sistema tenía inevitables repercusiones en el terreno militar. Cuando la rápida expansión de la economía monetaria sacudió las bases agrarias de la sociedad medieval, los efectos de esta evolución en las instituciones militares, fueron inmediatos.

    Fue principalmente en el terreno militar donde esos que fueron los protagonistas de las innovaciones económicas las ciudades y los ricos grandes señores pudieron hacer el mayor uso de las nuevas oportunidades, es decir, el aceptar pagos en dinero a cambio de servicios, o asegurar servicios mediante remuneraciones y salarios.

    El gran señor podía aceptar pagos en dinero de aquellos vasallos suyos que no deseaban cumplir sus obligaciones militares y, por otra parte, podía retener a esos caballeros que continuaban en su ejército, más allá del período de guerra y por espacios de tiempo aún más largos, mediante promesas de pagos regulares establecidos.

    Estaba así en condiciones de fijar las bases para poder disponer de un ejército permanente y profesional, y liberarse asimismo de tener que depender de sus vasallos.

    Este proceso la transformación del ejército feudal en ejército profesional; del Estado feudal en Estado burocrático y absolutista— fue un proceso muy lento y alcanzó su clímax recién en el siglo dieciocho, pero el verdadero espíritu caballeresco de los ejércitos feudales murió muy pronto.

    Da una explicación de este cambio, una balada del siglo quince que describe la vida en el ejército de Carlos el Temerario de Borgoña {7}.

    {7} Balada de E. Deschamps: ¿Quand viendra le frésorier?, impresa en el libro de E. Deschamps, Oeuvres completes, ed. Saint Hilaire, vol. 4 (París, 1884), Pg. 289

    En el siglo quince, Borgoña era una formación política muy reciente y las potencias más antiguas la consideraban como una especie de parvenú (advenedizo); por tal razón, Carlos el Temerario se mostró especialmente ansioso de legitimar la existencia de su Estado, mediante una estricta observancia de las viejas tradiciones y costumbres, convirtiéndose, efectivamente, en el líder de una especie de renacimiento romántico de la caballería.

    Es tanto más revelador, por eso, que en dicha balada el caballero, escudero, sargento y vasallo tengan solamente un pensamiento ¿cuándo llegará el pagador? Queda revelada así, detrás de la brillante presencia de la caballería, la prosaica realidad de los intereses materiales.

    En los ejércitos de las potencias más grandes, Francia, Aragón o Inglaterra, estaban mezclados los sistemas viejos y modernos del alistamiento feudal y del profesionalismo; pero las grandes potencias del sistema monetario de la época, que eran las ciudades italianas, llegaron a confiar por entero en los soldados profesionales. Desde el siglo catorce, Italia había sido la tierra prometida de todos los caballeros para quienes la guerra era principalmente un medio de hacer dinero.

    Los grupos aislados, la Compagnie di ventura (compañía aventurera) eran abastecidos y pagados por sus líderes, los condottieri (jefes de bandos mercenarios), quienes ofrecían sus servicios a cualquier potencia deseosa de pagar el precio pedido por ellos! De ese modo, los soldados llegaron a ser en Italia una profesión propia de esa tierra, apartada por completo de toda otra actividad civil.

    La fuerza del capitalismo y de la economía monetaria también ampliaron la base de reclutamiento de los ejércitos. El dinero atrajo a los servicios militares a nuevas clases de hombres extraños a las tradiciones militares, y con esta infiltración de gente nueva pudieron introducirse y desarrollarse nuevas armas y nuevas formas de lucha. Los arqueros y la infantería hicieron su aparición en los ejércitos franceses e ingleses durante la Guerra de los Cien Años.

    Esta tendencia hacia la experimentación de nuevos métodos militares recibió un ímpetu todavía más fuerte, a causa de las derrotas que, hacia fines del siglo quince, sufrieron los ejércitos de Carlos el Temerario frente a los suizos.

    En las batallas de Morat y Nancy (1476), los caballeros de Carlos el Temerario fueron completamente derrotados por su incapacidad para romper los cuadros de los soldados de infantería suiza y penetrar en el bosque de sus picas. Este acontecimiento produjo sensación en toda Europa. La infantería había logrado ganar su puesto en la organización militar de la época.

    La importancia del invento de la pólvora tiene que ser valorada frente al panorama de estos mejoramientos de carácter general; primero, el alza en una economía monetaria; segundo, las tentativas del gran señor feudal por liberarse a sí mismo de la dependencia sobre sus vasallos y establecer una base de poder que ofreciera seguridad y tercero, la tendencia a realizar experiencias en la organización, militar, como resultado de la declinación del feudalismo. Las armas de fuego y la artillería no fueron la causa de esos cambios pero resultaron ser un importante factor contribuyente que aceleró el ritmo de la evolución. Ante todo, hicieron más fuerte la posición del gran señor respecto de la de sus vasallos.

    El empleo de la artillería en campaña era una tarea engorrosa; se necesitaban muchos vehículos para el transporte del cañón pesado y su equipo; era necesario contar con personal especializado de ingenieros; y toda la operación resultaba en extremo costosa. Las rendiciones de cuentas de gastos militares correspondientes a ese período, demuestran que los gastos de artillería constituían una parte grande y desproporcionada del total de gastos .

    {8} Ver por ejemplo Ordine dell'Esercito Ducale Sforzesco, 1472-1474 Storico Lombardo, III.ser. i (1876), 448-513.

    Solamente los muy acaudalados podían permitirse el empleo de la artillería. Además, el efecto militar principal de la invención de la artillería gravitó en favor de la gran potencia, y en contra de los pequeños Estados y centros de independencia local. En la Edad Media, la sanción final en la situación del caballero había sido que este en su castillo, resultaba relativamente inmune frente al ataque.

    El arte de la fortificación fue muy mejorado en ese período de la historia {9}.'Los Estados pequeños se protegían estableciendo en sus fronteras una línea de fortalezas que les permitiera conservar sus posiciones aun frente a fuerzas superiores'. Estas fortificaciones medievales: eran, así todo, vulnerables al fuego de la artillería.

    {9} Ver C. Omán, A History of the Art of War in the Middle Ages (Londres, 1924). I. 358

    De ese modo, el equilibrio militar dejó de existir, inclinándose mucho en favor de la ofensiva militar. Francisco di Giorgio Martini, uno de los arquitectos italianos más renombrados del siglo quince y quien tuvo a su cargo la construcción de las fortificaciones para el Duque de Urbino, se lamentaba, en su tratado sobre arquitectura militar, de que el hombre que pudiera ser capaz de balancear la defensa frente al ataque, pudiera acercarse más a un Dios que a un ser humano{10}.

    {10} Francesco di Giorgio Martini, Trattato di Archltettura Civile e Multare, ed. C. Promis (Turin, 1841), 131.

    Estos cambios en la composición de ejércitos y en la técnica militar, trasformaron también el espíritu de la organización militar. El código moral, las tradiciones y las costumbres, que el feudalismo había hecho desarrollar, habían perdido el control frente al material con que entonces se rehacían los ejércitos.

    Los aventureros y bandoleros, que buscaban la riqueza y el pillaje, y eran hombres qué en la guerra, nada tenían que perder y todo que ganar, constituyeron el cuerpo principal de los ejércitos.

    Como resultado de una situación en la cual la guerra, había dejado de ser emprendida como un deber religioso, el propósito del servicio militar pasó a convertirse en beneficio financiero. El problema moral surgió con el interrogante de si era un pecado seguir una profesión que estaba destinada a la matanza de otro pueblo:

    A principios del siglo quince, Cristina de Pisan dedicó una parte de su tratado militar al problema de si estaba justificada la aceptación de dinero a cambio de servicios militares{11}, y cien años después, Martín Luther se vio enfrentado por la necesidad de responder al interrogante de si un soldado podía ser un cristiano{12}.

    {11} Christrne del Pisan, Livre des faits d'armes et de chevalrie, libro 3. cap.7.

    {12} En su folleto de 1526: Ob Kriegsleute auch ym seligen stande sein kuenden.

    En las partes más civilizadas de Europa, tales como Italia, el pueblo eludía todo contacto con el soldado profesional.

    Las virtudes militares entraron en descrédito aún entre los estadistas: La estabilidad ha progresado tanto, informó el embajador del Duque de Ferrara desde Florencia en 1474 {13} "que si nada inesperado ocurre, escucharemos en el futuro más cosas relativas a luchas entre pájaros y perros, que a batallas entre ejércitos.

    {13} Cappell, Lettere o notizie di Lorenzo de Medid, Atü e Memorie della RR. Deputazione di Storia Patria per le Provincie Modenesi e Parmensi, I (1863), 251.

    Y quienes gobiernen en Italia en tiempos de paz, adquirirán tanta fama como quienes la obtuvieron en la guerra, debido a que la verdadera finalidad de la guerra es la paz". Las mentes más destacadas discutieron la posibilidad de abolir por completo la plaga de la guerra y la soldadesca.

    La composición y el carácter de la organización militar y su lugar e importancia en el orden social, se convirtieron en problemas que necesitaban volver a ser examinados. Las viejas clasificaciones habían dejado de tener valor. Comenzaba una nueva era.

    Para percibirse del progreso de las nuevas fuerzas históricas y del desarrollo de una nueva constelación política se requiere, sin embargo, algo más que un vivo interés en la política y una mentalidad comprensiva. Es solamente cuando a través de algún acontecimiento político han llegado a derrumbarse los prejuicios tradicionales y las presuposiciones, como se vuelve evidente la falta de suficiencia en los conceptos políticos existentes, y queda aclarado el camino para una apreciación y valoración completamente nuevas de la situación política.

    Una situación tal se hizo presente en el año 1494, cuando un ejército francés a las órdenes de Carlos VIII, dotado de poderosa artillería] y de soldados de infantería suizos, invadió Italia y echó por tierra todo su sistema político. Guicciardini, amigo de Maquiavelo y el historiador más grande de esa época, llamó a ese acontecimiento el año más desgraciado de Italia y, en realidad, el año-cabeza de todos los años subsiguientes de miseria, porque abrió la puerta a un sin fin de calamidades terribles{14} e hizo esta famosa descripción de las grandes consecuencias revolucionarias aseguradas por la invasión francesa: {15}

    {14} Francesco Guicciardini, Storia d'Italia, libro I, cap. 6, ed. C. Panigada (Barí, 1929, I. 42).

    {15} F. Guicciardini, Storleí Fiorentine, ed. R. Palmarocchi (Barí, 1931), Pgs. 92-93.

    "Los efectos de la invasión se extendieron en Italia como un fuego griego o como una epidemia, derribando no solamente a los poderes gobernantes, sino también cambiando los métodos de gobierno y los métodos de guerra. Anteriormente habían existido en Italia cinco Estados principales: el Estado de la Iglesia, Nápoles, Venecia, Milán y Florencia; y el interés más alto de todos esos Estados había sido mantener el statu quo.

    Cada uno había procurado evitar que el otro extendiera su territorio y se convirtiera en un Estado tan poderoso que pudiera resultar una amenaza para los otros. Observaban con ansiedad hasta el menor movimiento en el campo político, haciendo mucha bulla toda vez que el más pequeño de los castillos cambiaba de gobernante.

    Al estallar la guerra, las fuerzas eran iguales, la organización militar lenta, y la artillería embarazosa, de manera que, por lo general, todo el verano era pasado sitiando un castillo; las guerras duraban mucho y las batallas terminaban con pequeñas o ninguna pérdida.

    Durante la invasión de los franceses, todo se dio vuelta como por efecto de un huracán no previsto; se rompieron los lazos que mantenían unidos a los gobernantes de Italia y quedó extinguido su interés por el bienestar general.

    Al mirar alrededor y notar cómo habían sido destrozadas las ciudades, los ducados y los reinados, cada Estado quedó temeroso y comenzó a pensar tan solo en su propia seguridad, olvidando que el fuego en la casa del vecino podía extenderse fácilmente y llevarlo a la ruina.

    Para ese entonces las guerras se tornaron rápidas y violentas; un reino era devastado y conquistado más rápidamente de lo que antes costaba hacerlo para con una pequeña población; los sitios a las ciudades se hicieron muy cortos, y eran llevados felizmente a término en días y horas, en lugar de serlo en meses; las batallas se convirtieron en crueles y sangrientas.

    No correspondió a las negociaciones sutiles y a la habilidad de los diplomáticos, sino a las campañas militares y a la firmeza del soldado el decidir acerca del destino de los Estados".

    Las palabras de Guicciardini indican cuan profundamente sintieron los italianos el contraste entre las condiciones de los siglos quince y dieciséis. En el siglo quince, conscientes de su riqueza y orgullosos de la nueva vida que sus inventos y progresos en el arte y el saber les había creado, se acostumbraron a despreciar a los demás Estados europeos cuyo sistema social y vida intelectual seguían todavía encadenados a su superstición y al prejuicio.

    Más tarde, en el siglo dieciséis, el destino de Italia cayó en manos de esos mismos Estados que los italianos habían creído tener el derecho de despreciar.

    Las palabras de Guicciardini indican también la forma en que los italianos explicaron su derrota. Porque la superioridad de la civilización italiana en las esferas económica e industrial era manifiesta, culparon ellos su negligencia y fallas a las técnicas modernas de la guerra.

    La cintura de castillos y fortalezas con los cuales cada Estado italiano había logrado proteger los caminos de acceso a su territorio, había cedido rápidamente frente a la artillería de Carlos VIII; los mercenarios montados, italianos, habían sido incapaces de resistir el choque de la infantería suiza y de la artillería de Carlos.

    La técnica militar moderna había triunfado sobre una técnica anticuada. Como lo expresara Maquiavelo, había sido una "guerra corte e grosso{16} (guerra corta y brava) lo que ahora llamaríamos una blitzkrieg— (guerra relámpago). Afirma que luchó en ella col gesso{17} (con yeso), vale decir que los franceses pudieron marcar con tiza las casas donde deseaban ellos alojar sus tropas, sin temor a la resistencia proveniente de las débiles fuerzas italianas.

    {16}Discorsi, libro 2, cap. 16 (Opere, pg.147).

    {17} Principe, cap. 12, (Opere, pg. 25).

    Desde entonces, atraídos por las fáciles victorias francesas y la impotencia militar de los italianos, los españoles y los alemanes extendieron sus brazos en procura de la misma presa. Para desgracia suya, los italianos se vieron obligados a convertirse en meros espectadores a medida que su país se, iba convirtiendo en el campo de batalla de Europa y en el centro de atracción de todos los extranjeros en procura de renombre militar.

    Toda Italia admiró y temió los nombres del Gran Capitano (Gran Capitán) Gaetano di Consalvo, quien en sus campañas napolitanas, hizo el milagro de transformar una cantidad de mercenarios españoles indiferentes, en una infantería bien disciplinada; de Gastón de Foix, quien por medio de un rápido movimiento de sus tropas y la innovación de marchas nocturnas desorientó a sus enemigos más numerosos; y de Frundsberg, el organizador de la Landsknecte y su líder en el futuro sacco di Roma (saqueo de Roma). Aquellos que especularon con el" destino de Italia llegaron necesariamente a la conclusión de que los italianos tenían que reformar sus instituciones militares, si acaso deseaban igualarse a los bárbaros extranjeros y de nuevo volver a ser amos de su propia casa.

    El interés general en cuestiones militares que este período revolucionario y la calamidad de Italia estaban obligados a evocar, fue intensificado en el caso de Maquiavelo, por su experiencia práctica en política florentina, en la que había aprendido una lección especial acerca de la organización militar y sus complicaciones políticas. La gran tragedia en la vida de Maquiavelo se debió a que solamente desempeñó una parte política activa durante un período relativamente corto, de 1498 a 1512, mientras Fiero Soderini que era el funcionario público de mayor categoría, o sea el Gonfalonieri, dirigió la política de la Ciudad-Estado florentina; La coincidencia entre la actividad política de Maquiavelo y la autoridad de Soderini no fue una simple casualidad. Después de la expulsión de los Medici y de un corto período de tumultos y desórdenes, los aristócratas y los demócratas que eran las dos facciones rivales de Florencia, se comprometieron en elegir a Soderini.

    Este, incapacitado y no dispuesto a confiar por completo en cualquiera de las dos facciones opositoras, llegó a considerar la burocracia puramente como el apoyo más importante de su régimen de gobierno. Maquiavelo, descendiente de una familia noble empobrecida no era ni aristócrata ni demócrata jamás hubiera tenido tanta probabilidad de convertirse en la figura dirigente de cualquiera de los partidos florentinos:

    Pero como secretario de la Cancillería perteneció al grupo que Soderini amparaba, teniendo allí oportunidad de demostrar su vivacidad. Soderini reconoció rápidamente las dotes de talento del joven ambicioso; lo llevó a su círculo íntimo y lo empleó en importantes tareas diplomáticas y administrativas. Maquiavelo por consiguiente, entró a tallar en el gran problema militar que restaba brillo a toda la administración de Soderini: el problema de la reconquista de Pisa.

    Pisa, el gran puerto de mar situado en la desembocadura del Arno, había recurrido a la confusión creada por la invasión francesa para liberarse del gobierno florentino. La estabilización del régimen de Soderini dependía claramente de su éxito en la reconquista de Pisa.

    Año tras año, los mejores condottieri fueron incorporados a los servicios de Florencia, y se intentó realizar los planes más temerarios y fantásticos, como ser el de privar a Pisa de su aprovisionamiento de agua, desviando el curso del Arno. Pero año tras año, cuando la llegada del invierno hacía paralizar todas las operaciones militares, Pisa seguía viviendo sin llegar a ser conquistada. Este fracaso fue motivo de un continuo descontento popular contra el régimen de Soderini. Tuvo como resultado la pérdida del prestigio de Florencia.

    Además, la necesidad de mantener permanentemente tropas de soldados mercenarios, constituía un continuo perjuicio para las arcas fiscales y el bolsillo de los contribuyentes.

    Soderini y sus amigos buscaron en forma desesperada un nuevo método mediante el cual el sitio de Pisa pudiera ser llevado a su fin, y quedar aliviada así, la presión financiera existente.

    Entre las ideas propuestas, una sugería el empleo del potencial humano de Toscana para la formación de una milicia popular.

    No sabemos si Maquiavelo fue el primero en sugerir este plan, pero sí que fue él quien redactó el memorándum decisivo que sirvió de base para la promulgación de la Ordinanza de 1506, o sea la ley que estableció el servicio militar obligatorio para todos los hombres de 18 a 30 años de edad.

    La Ordinanza no estableció un sistema riguroso o comprensivo de inscripción; fue escasamente algo más que un primer paso en tal sentido. La obligación de prestar servicio militar no rezaba para los ciudadanos de Florencia, pero estaba limitada para la gente del contado (campo); para la población de los distritos agrícolas de Toscana gobernados por Florencia. Aun entre esta, únicamente un pequeño número fue elegido, tomándose especial cuidado en no perturbar las actividades de la vida civil.

    En tiempo de paz, el adiestramiento no imponía una carga muy pesada a los conscriptos; los domingos y feriados los campesinos debían practicar los fundamentos de la marcha y del empleo de sus picas.

    Dos veces al año, los hombres de los distintos villorrios debían marchar a la ciudad central de su distrito, para durante dos o tres días recibir allí adiestramiento en formaciones mayores. Los políticos florentinos no se atrevieron a acepta? proposiciones más drásticas, por temor a que los campesinos de Toscana, una vez armados, se rebelaran contra la dominación de Florencia, o que, ayudados por una organización militar eficiente, Soderini pudiera convertirse en gobernante absoluto.

    Que dicha tentativa indiferente destinada a movilizar el potencial humano de Florencia condujo a algunas finalidades prácticas, y que a partir del año 1507 unos 2.000 milicianos tomaron parte en el sitio de Pisa, fueron hechos que se debieron principalmente a la laboriosidad de Maquiavelo.

    La labor relacionada con la conscripción era tramitada en su oficina; cabalgó por la campaña seleccionando los hombres que debían ser incorporados al servicio militar; y supervisó su adiestramiento. Fue asimismo responsable en la elección de los oficiales. Cuando la milicia se encontró acampada frente a Pisa, tuvo a su cargo el abastecimiento de ella.

    Aunque la milicia prestó servicio solamente como refuerzo de las tropas mercenarias, su participación en el sitio fue de gran importancia para el éxito final de los florentinos. Las fuerzas de la milicia mantuvieron el sitio durante todo el invierno, y al evitar así que los habitantes de Pisa pudieran obtener nuevas provisiones, los volvieron hambrientos y los obligaron a rendirse en el año 1509.

    El buen rendimiento que la milicia dio de por sí frente a Pisa consiguió aumentar la confianza de los florentinos hacia esa nueva institución. Confiaron mucho en su ejército de conscriptos, cuando, dos años más tarde, el ejército del emperador se aproximó a Florencia para restablecer la autoridad de los Médici.

    Contra las

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