LA ÚLTIMA FASE
Aquella guerra había dejado de ser un objetivo para convertirse en una tortura cotidiana. La Casa Blanca no sabía cómo salir del atolladero en el que su arrogancia la había metido. El freno a la expansión comunista que se había planteado en Vietnam era ahora un hierro candente para el pie que lo pisaba. La superioridad técnica y armamentística que exhibía el ejército americano se enfrentaba a la voluntad y la entrega de un pueblo valiente, organizado e imaginativo, que además recibía la necesaria ayuda de Rusia y China. El soldado estadounidense que se internaba en aquella selva hostil, llena de trampas y ojos enemigos, no estaba seguro del motivo de su lucha. Su enemigo, en cambio, lo tenía muy claro: el motivo era la supervivencia. E iba ganando.
‘VIETNAMIZACIÓN’ DEL CONFLICTO
En 1968, tras la Ofensiva del Tet, el número de los americanos descontentos con la guerra superó por primera vez al de los convencidos de su necesidad, y desde entonces no pararía de crecer–en 1970, superaría el 65%–; lo cual, junto al grave asunto interno de los derechos civiles de los afroamericanos y la poca fe que le profesaba su propio partido, ayudó a que Lyndon B. Johnson renunciara a presentarse para un
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos