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La política alemana Fundamentos geopolíticos que llevaron a Alemania a dos guerras mundiales
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Libro electrónico322 páginas4 horas

La política alemana Fundamentos geopolíticos que llevaron a Alemania a dos guerras mundiales

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Efectivamente, después de leída esa primera parte no sorprende ya ni extraña a nadie, no sólo el estallido de la primera guerra mundial, y las razones geopolíticas que desataron la Segunda Guerra Mundial, pero ni aun la actitud de las naciones combatientes ni de las no combatientes: la intervención de Inglaterra, la del Japón, la de Turquía y del Islam, la neutralidad de Italia...
¡Libro raro y excelente, donde el autor, con una gran clarividencia de las cosas, aun inflamado por un amor patrio, con un orgullo de ser alemán que trasciende por entre las palabras, habla con una gran serenidad y con una ecuanimidad realmente admirables y con entera justicia del enemigo de siempre y del de ahora y del probable adversario! Pocas veces cita a nuestra España, mas por estas pocas le debemos gratitud.
No es el hombre superior y orgulloso, a la manera de Salisbury, que azota con el calificativo despectivo, sino el hombre realmente superior y, por lo tanto, magnánimo, que más bien ve el lado bueno de las cosas, y cuya palabra, en vez de azotar, levanta.
Pero no es este punto de la política exterior de Alemania el único que nos ha movido a publicar en nuestro idioma el libro del excanciller alemán. A la política exterior sigue otra parte dedicada a la política interior que en nada desmerece de la primera y que para los españoles es quizás de mucha mayor importancia y de más permanente y hondo interés.
La introducción, los capítulos dedicados a la política nacional y los partidos, a la economía política y sobre todo la magistral conclusión con que termina el libro, son otros tantos cursos que podríamos llamar de política moderna, en los cuales gobernantes y pueblo, políticos profesionales y políticos de afición, y más que nadie los llamados neutros, tienen mucho que aprender, sin que eximamos de estas lecciones a los que ocupan los sitios más altos. La política alemana—y más que la nacional la de los partidos—guarda muchos puntos de semejanza con la nuestra y más aún con la que debería ser la nuestra.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ene 2020
ISBN9780463389980
La política alemana Fundamentos geopolíticos que llevaron a Alemania a dos guerras mundiales
Autor

Príncipe de Bülow

El príncipe Bernhard Heinrich Karl Martin von Bülow nacido el 3 de mayo de 1849 y fallecido el 28 de octubre de 1929) fue un estadista alemán, sucesor del príncipe Clodoveo de Hohenlohe-Schillingsfürst como canciller del Imperio alemán desde 1900 hasta 1909.Su mandato se caracterizó por la obsesión de crear una flota de poder equivalente a la del Reino Unido que hiciese de Alemania una potencia mundial. Durante todo su mandato, el emperador Guillermo II no le dio, en absoluto, libertad de movimientos.Tras el despido de Hohenlohe en 1900, Guillermo designó canciller al hombre a quien llamaba «su propio Bismarck», el príncipe Bernhard von Bülow. Guillermo esperaba encontrar en Bülow un hombre que combinara la habilidad del Canciller de Hierro con el respeto a los deseos del káiser, lo que le permitiría gobernar el imperio a su albedrío. Guillermo ya había notado el enorme potencial de Bülow y muchos historiadores piensan que su designación como canciller no fue más que la conclusión de un largo periodo de «arreglos». Sin embargo, durante la década siguiente, Guillermo se desilusionó de su decisión, y en vista de la oposición de Bülow sobre el «Asunto del Daily Telegraph» de 1908 y otros más, el káiser despidió a Bülow y designó en su lugar a Theobald von Bethmann-Hollweg en 1909.Se le atribuye la famosa frase: «a los idealismos franceses sin significado: Libertad, Igualdad y Fraternidad, les oponemos las tres realidades alemanas: Infantería, Caballería y Artillería»

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    La política alemana Fundamentos geopolíticos que llevaron a Alemania a dos guerras mundiales - Príncipe de Bülow

    La política alemana

    Fundamentos geopolíticos que llevaron a Alemania a dos guerras mundiales

    Príncipe de Bulöw

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    La política alemana

    Fundamentos geopolíticos que llevaron a Alemania a dos guerras mundiales

    © Príncipe de Bulöw

    Colección Geopolítica Internacional

    Primera edición 1917

    Reimpresión enero de 2020

    © Ediciones LAVP

    Tel 9082624010

    New York City USA

    ISBN: 9780463389980

    Smashwords Inc

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    La política alemana

    Dos palabras del traductor

    POLÍTICA EXTERIOR

    La política alemana

    Renacimiento político de Alemania

    Alemania como potencia mundial

    Necesidad de la flota de guerra

    Construcción de la flota militar

    Política tradicional de Inglaterra

    Alemania e Inglaterra

    Alemania e Inglaterra durante la guerra de los Boers

    Discusiones de la prensa sobre la posibilidad de una alianza angloalemana

    Inglaterra y la flota alemana

    Carácter pacífico de la política mundial de Alemania

    Alemania y los Estados Unidos

    Alemania y el Japón

    Política continental y política mundial

    Política inglesa de asedio

    La crisis bosniana

    La Triple Alianza

    Italia

    Turquía

    Rusia

    La doble Alianza

    Alemania y Francia

    La cuestión de Marruecos

    La irreconciliable Francia

    Faschoda

    Triple Entente

    Alemania-Francia-Inglaterra

    La situación angloalemana

    Resultados de la política mundial de Alemania.

    Idea de una flota en Alemania

    POLÍTICA INTERIOR

    I. Introducción

    Pasado político del pueblo alemán

    El espíritu particularista alemán dentro del nuevo Imperio

    Sentido político y fidelidad al partido en Alemania

    Intereses de partido e intereses de Estado

    Inteligencia política y sentimiento político

    Programas de partido

    II. El pensamiento nacional y los partidos.

    Conservatismo

    El elemento conservador en la historia pruso-alemana

    Conservatismo y liberalismo

    El gobierno y los partidos

    Política del bloque

    El Centro

    La obra de 1907

    Contribución a la historia de la política de defensa alemana

    Lucha electoral contra el socialismo

    Medios de combatir el socialismo sin violencia

    Nada de política de reconciliación

    El Estado prusiano y la Democracia Social

    Aislamiento de la Democracia Social

    El movimiento socialista y los obreros

    Una vigorosa política nacional es el verdadero remedio contra el socialismo

    III. Economía política.

    Florecimiento económico y desarrollo industrial

    Industria y agricultura

    La riqueza y la salud de la nación

    Protección a la agricultura

    Mercado exterior y mercado interior

    Importancia de la agricultura en caso de guerra

    Justicia para todas las clases productoras

    La política arancelaria de Caprivi-Marshall.

    Los aranceles de 1902 y sus adversarios

    Consecuencias de la ley arancelaria de 1902

    La política económica y la política de los partidos

    IV. La política del gobierno en las Marcas Orientales

    Dominio político y propiedad nacional

    La obra de la colonización en el Este de Alemania

    La labor de Prusia

    La lucha por la tierra

    La lucha por la cultura alemana

    Resultados de la política de las marcas orientales

    La política seguida en las Marcas del Este es un deber

    Conclusión

    Dos palabras del traductor

    La guerra actual (1914-1918), la más extensa y sangrienta que registra la historia, y que las generaciones venideras considerarán como uno de los sucesos más trágicos y quizás más trascendentales de la humanidad, ha dado a este libro un interés de actualidad grandísimo, no sólo por lo que en él dice su eminente autor, sino también por haber sido éste, durante doce años, desde 1897 hasta 1909, canciller del Imperio alemán y consejero y confidente del emperador Guillermo II de Alemania.

    Autoridad mayor no es posible que la ostente ningún otro estadista europeo, en lo que se refiere a su posición política; pero, ¿esta autoridad se aumenta por la calidad del talento, ya que el príncipe de Billón? es considerado en todo el mundo como uno de los primeros diplomáticos y políticos de este comienzo del siglo XX.

    Bastaría esto, en las circunstancias actuales, para que nos hubiéramos apresurado a dar al lector español una versión del libro.

    Conocer algo íntimo y autorizado respecto del Imperio que tiene fijos en sí los ojos y el pensamiento de todos, de amigos y admiradores y de detractores y adversarios, ha de ser un deseo vivo de toda persona ilustrada o que quiera ilustrarse; y si a esto se añade que LA POLÍTICA ALEMANA se publicó pocos meses antes del actual conflicto, y que en su parte primera trata de la Política exterior de Alemania de manera tan magistral, que después de leerla se ve claramente la situación política de Europa y no quedan sombras para el juicio de las cosas que estamos presenciando, el interés y la importancia de su lectura suben de punto.

    Efectivamente, después de leída esa primera parte no sorprende ya ni extraña a nadie, no sólo el estallido de la guerra, pero ni aun la actitud de las naciones combatientes ni de las no combatientes: la intervención de Inglaterra, la del Japón, la de Turquía y del Islam, la neutralidad de Italia...

    ¡Libro raro y excelente, donde el autor, con una gran clarividencia de las cosas, aun inflamado por un amor patrio, con un orgullo de ser alemán que trasciende por entre las palabras, habla con una gran serenidad y con una ecuanimidad realmente admirables y con entera justicia del enemigo de siempre y del de ahora y del probable adversario! Pocas veces cita a nuestra España, mas por estas pocas le debemos gratitud.

    No es el hombre superior y orgulloso, a la manera de Salisbury, que azota con el calificativo despectivo, sino el hombre realmente superior y, por lo tanto, magnánimo, que más bien ve el lado bueno de las cosas, y cuya palabra, en vez de azotar, levanta.

    Pero no es este punto de la política exterior de Alemania el único que nos ha movido a publicar en nuestro idioma el libro del excanciller alemán. A la política exterior sigue otra parte dedicada a la Política interior que en nada desmerece de la primera y que para los españoles es quizás de mucha mayor importancia y de más permanente y hondo interés.

    La introducción, los capítulos dedicados a la política nacional y los partidos, a la economía política y sobre todo la magistral conclusión con que termina el libro, son otros tantos cursos que podríamos llamar de política moderna, en los cuales gobernantes y pueblo, políticos profesionales y políticos de afición, y más que nadie los llamados neutros, tienen mucho que aprender, sin que eximamos de estas lecciones a los que ocupan los sitios más altos. La política alemana—y más que la nacional la de los partidos—guarda muchos puntos de semejanza con la nuestra y más aún con la que debería ser la nuestra.

    Más de una vez, al leer estas páginas, han venido a nuestra imaginación nombres y cosas, y al considerar cómo ese gran pueblo alemán, a pesar de sus defectos, ha llegado a las más altas cumbres del poderío, de la cultura y de la riqueza, merced a la clarividencia y al amor de sus hombres de Estado por la nación, nuestro ánimo se ha conturbado y nos hemos sentido, por una parte, abrumados por el pesimismo más hondo, por otra, alentados por la esperanza de que no hay pueblo tan irremisiblemente perdido que no pueda alcanzar la regeneración.

    Esto y aquello, las dos cosas a la vez, es decir, el interés de actualidad que despierta la parte primera consagrada a la Política exterior y el bien grandísimo que puede hacer en España la parte dedicada a la Polí-tica interior, nos han movido a dar al público español este libro.

    En cuanto a la rectitud, a la imparcialidad, a la serenidad de juicio con que este libro está, escrito y que ha de hacerle amable a amigos y a adversarios de Alemania, sólo hemos de decir una cosa: en las cubiertas de la quinta edición inglesa figuran, a manera de lema, las siguientes palabras de un artículo publicado en The Spectator por Lord Cromer: «WE HA VE HERE A PER-FECTLY TRUTHFUL ACCOUNT OF THE PRESENT GERMÁN A1MS AND POLICY» (1),

    (1) Nos encontramos ante una exposición rebosante de verdad acerca de los presentes designios de Alemania y de su política.»

    Para terminar, damos las más cumplidas gracias al distinguido diplomático que, por encargo del ilustre autor, ha tenido la amabilidad de revisar nuestra humilde traducción. Ello constituye para nosotros una satisfacción sin reservas, y para el lector será prenda de la fidelidad y esmero con que hemos llevado hasta el fin nuestro trabajo.

    Política exterior

    La política alemana

    «No obstante la antigüedad de su historia, Alemania es la más joven de todas las grandes naciones de la Europa occidental. Ha tenido la suerte de ser dos veces joven; dos veces ha luchado para asentar los cimientos de su poder como potencia política y de su propia civilización.

    Hace un milenario creó el más orgulloso reino de los germanos, y ocho siglos después empezó de nuevo la reedificación de su Estado sobre un terreno completamente transformado, para entrar, por fin, en nuestros días, en calidad de potencia unificada, en el concierto de las naciones.»

    Estas palabras, con las cuales Treitschke (1) da principio a su «Historia de Alemania», no sólo encierran un profundo sentido histórico, sino también una significación política muy moderna.

    (1) El famoso historiador Enrique Gotardo de Treitschke nació en Dresde en 1834 y murió en Berlín en 1896. Ejerció el profesorado en varias Universidades, dirigió los «Preussische Jahrbücher» y fue miembro del Reichstag. A la muerte de Ranke fue nombrado historiógrafo del reino de Prusia. Su obra maestra es la Historia de Alemania en el siglo XIX. Fue, además de historiador, poeta y publicista.

    Alemania es la más joven de todas las grandes potencias de Europa, es el homo novus, que al aparecer en estos últimos tiempos, con la fuerza de sus propias asombrosas facultades, ha entrado a ocupar un puesto en el círculo de las antiguas naciones.

    La nueva gran potencia, considerada por las demás como un intruso molesto e importuno, e inspirando el temor de su victoria en tres gloriosas campañas, entró en la comunidad de los Estados europeos y reclamó un puesto en el rico banquete mundial.

    Durante siglos había juzgado Europa imposible la unión política y nacional de los pueblos alemanes: cuando menos, todas las potencias habían hecho los mayores esfuerzos para impedirla. Especialmente la política francesa, desde Richelieu hasta Napoleón III, se había inspirado en el acertado concepto de que la supremacía francesa, La prépondérance legitime de la France (1), dependía, en primer término, de las divisiones políticas de Alemania, y por ello se esforzó en mantener y profundizar estas divisiones.

    (1) En francés en el texto.

    Pero tampoco las demás potencias europeas querían la unidad alemana. Contra ella, trabajaron lo mismo el emperador Nicolás que lord Palmerston, así Metternich como Thiers.

    La mejor prueba de la maravillosa compenetración que existió entre la reconocida clarividencia de nuestro antiguo emperador y el genio del príncipe de Bismarck, está en el hecho de que realizaran la unidad de Alemania, no sólo contra todas las dificultades que a ella opusieron las circunstancias interiores del país, las rivalidades y rencores antiquísimos, todas las faltas de nuestro pasado y todas las peculiaridades de nuestro temperamento político, sino también contra la oposición, descarada o encubierta, y la mala voluntad de Europa entera.

    Pero, de pronto, brotó el Imperio alemán, con más rapidez de la que se temía, con más vigor que el que se sospechaba. Ninguna gran potencia había deseado el renacimiento político de Alemania: al contrario, consideraban todas como un deber el impedirlo.

    Así, no es maravilla que la nueva gran potencia no fuese saludada con gozo, sino acogida como algo enojoso y molesto. Ni aun una política reservada y basada en el amor a la paz, como la que se inició entonces, consiguió modificar este primer juicio de la opinión exterior.

    En la unión de esta parte del continente europeo, tanto tiempo estorbada, frecuentemente temida, y al fin impuesta por las armas alemanas y por una diplomacia incomparable, vieron todos una amenaza, o, cuando menos, un estorbo.

    Siendo yo embajador en Roma, allá por los años de 1895, mi colega inglés, sir Clare Ford, dejando escapar un suspiro, exclamó, diciéndome: «¡Cuan cómoda y fácil era la política cuando Inglaterra, Francia y Rusia constituían el Areópago europeo y sólo alguna que otra vez era necesario invitar a Austria!» Aquellos buenos tiempos han pasado. El alto Consejo de Europa se aumentó, hace más de cuarenta años, con un miembro que no sólo tiene voz, sino también voto, que no sólo tiene voluntad para hacerse oír, sino fuerza para obrar.

    Renacimiento político de Alemania

    La obra maestra del príncipe de Bismarck puso digno remate a una labor rudísima, que interesaba profundamente a la historia del mundo. Necesario fue que el ideal de los Hohenzollern y su inquebrantable voluntad, alentada por un claro concepto de su misión, se apoyaran durante siglos, por una parte, en el heroísmo perseverante del ejército prusiano, y, por otra, en la abnegación nunca desmentida de su pueblo, para que, a través de mil alternativas, la Marca de Brandenburgo llegara a constituir la gran potencia prusiana.

    Dos veces estuvieron a punto de malograrse los laureles conquistados por el Estado de Prusia. La aplastante derrota de 1806 derrumbó a Prusia desde la cumbre gloriosa conquistada por Federico el Grande y en la cual se había mantenido desde entonces, temida y admirada.

    Este acontecimiento pareció dar la razón a los que en la soberbia creación del gran rey nunca quisieron ver más que una obra política artificial, que únicamente su extraordinario genio de guerrero y de estadista podían mantener en pie y que debía derrumbarse cuando su fundador faltara.

    Pero el renacimiento de Prusia, que siguió a los enormes desastres de Jena y Tilsit, demostró al mundo asombrado cuánta era la energía fundamental e indestructible en que se cimentaba aquel Estado.

    Tal arrojo y tal heroísmo en todo un pueblo, suponen una conciencia innata de su valor nacional; y cuando el pueblo se levantó, no lo hizo en irregulares sublevaciones, como los españoles, por tantos conceptos admirables, y los valientes campesinos tiroleses, sino que todos y cada uno, como en un pacto natural, se agruparon bajo la dirección del monarca y de sus consejeros, y se vio con asombro que la dura escuela del Estado de Federico había hecho del pueblo una nación, en la cual la conciencia de la nacionalidad y el sentimiento de la cohesión política eran una sola cosa en Prusia.

    La reorganización de la vida pública, bajo la dirección de hombres fecundos en ideas, en el periodo de 1807 a 1813 conquistó, además de la obediencia, el amor de los súbditos al Estado.

    La guerra de la Independencia, de 1813 a 1815, granjeó a Prusia la consideración de todos y la confianza de muchos alemanes no prusianos. Tal fue la rica herencia que nos legó aquella gran época del resurgimiento y la independencia.

    Pero bajo la reacción de una política exterior débil y poco brillante y a causa de una administración interior que ni supo dar ni supo negar en el momento oportuno, aquella herencia fue dilapidada en los diez años sucesivos.

    A fines de la primera mitad del siglo XIX, estaba Prusia, en lo relativo a su situación interior y su crédito en el exterior, muy por debajo de la Prusia que sucedió a las guerras de la Independencia. Verdad es que el movimiento hacia la unidad nacional había puesto su primer fundamento sólido mediante la política aduanera de Prusia; pero la jornada de Olmütz destruyó las esperanzas de los patriotas alemanes, que de Prusia esperaban el cumplimiento de sus anhelos nacionales.

    Pareció que Prusia renunciaba a su misión histórica y abdicaba la dirección de la unidad política de Alemania, que tanto en el orden económico como en el político había ganado las voluntades. No obstante, la dirección de la vida política hacia vías constitucionales dejaba libres nuevas energías para la vida nacional.

    Muchísimo hubiera ganado el Estado en vitalidad interior y en fuerza impulsiva nacional si este pueblo tan fiel hubiese sido llamado más oportunamente a la colaboración política, como lo habían deseado Stein y Hardenberg, Blücher y Gneisenau, Guillermo de Humboldt y Boyen, no menos que York y Bülow-Dennewitz.

    Cuando, treinta y tres años después, se dio, demasiado tarde, el gran paso, la desconfianza entre el pueblo y los gobernantes se había ahondado tan profundamente, el prestigio del gobierno había padecido tan graves quebrantos durante el levantamiento revolucionario, que era imposible que las modernas formas políticas pudieran dar inmediatamente buenos frutos.

    El curso de la política prusiana fue detenido en el interior por una representación popular recelosa e imbuida de espíritu doctrinario, y en el exterior por la resistencia invencible de Austria, que pretendía conservar su preeminencia.

    Entonces Bismarck, llamado por el rey Guillermo en el momento decisivo, supo todavía llegar a tiempo para poner en marcha el paralizado engranaje de la máquina gubernamental de Prusia.

    Los patriotas clarividentes de aquella época estaban perfectamente persuadidos de que una evolución histórica normal hacia la unificación política de Alemania sólo podía conseguirse bajo la dirección de Prusia, y que el principal objeto perseguido por la diplomacia prusiana consistía en acelerar y completar esa evolución; pero todos los caminos que se habían indicado para llegar a tal fin se consideraron como inaccesibles.

    De las iniciativas del gobierno de Prusia parecía esperarse poco.

    Las tentativas, bien intencionadas pero no prácticas, para obligar al pueblo alemán a tomar en sus manos la dirección de sus propios destinos, fracasaron, porque la fuerza motriz de los gobiernos, más decisiva en Alemania que en otro país, faltaba enteramente.

    En el «Wilhelm Meister» de Goethe, el experto Lotario replica a la melancólica Aurelia que no habría en el mundo nación más grande que la alemana si fuese conducida en buen sentido. El alemán, cualquiera sea su procedencia y bajo una dirección fuerte, firme y constante, es capaz de realizar las más grandes empresas; pero no cuando le falte tal dirección y mucho menos cuando esté en oposición con sus gobiernos y sus soberanos. Bismarck mismo, en sus «Gedanken und Erinnerungen» (1) nos refiere que nunca, desde el principio, abrigó duda alguna a este respecto.

    (1) Pensamientos y Recuerdos.

    Con genial inspiración halló el camino en donde habían de encontrarse las esperanzas del pueblo con los intereses de los gobiernos alemanes. Supo penetrar, como jamás lo hizo hombre de Estado alguno, en la historia de la nación cuya dirección se había puesto en sus manos.

    Tras el encadenamiento exterior de los acontecimientos, buscó y halló las fuerzas impulsoras de la vida nacional. La era grandiosa de la independencia y del resurgimiento de Prusia jamás se separó de la memoria de aquel hombre que había nacido el año de Waterloo y había sido confirmado por manos de Schleiermacher en la iglesia de la Trinidad de Berlín; tal recuerdo permaneció siempre vivo en su alma desde los primeros instantes de su cooperación en la historia universal.

    Estaba persuadido de que la voluntad y la pasión nacionales no podían inflamarse por el roce entre el gobierno y el pueblo, sino al choque del orgullo y del honor nacionales con las resistencias y las pretensiones de las naciones extranjeras.

    En tanto que el problema de la unidad alemana sólo fuera un problema de política interior, objeto de disputas y de luchas por el predominio, entre los partidos, por un lado, y entre el gobierno y el pueblo, por otro, no podía engendrar un movimiento nacional bastante vivo para que envolviese y arrastrase a la vez a los príncipes y a los pueblos.

    Cuando Bismarck planteó el problema alemán como lo que en el fondo era, es decir, como un problema de política europea, y cuando los adversarios no alemanes de la unidad empezaron a levantarse, proporcionó a los príncipes la ocasión de ponerse a la cabeza del movimiento nacional.

    En Fráncfort, en San Petersburgo y en París, Bismarck se había dado cuenta del juego que llevaban entre manos las potencias de Europa. Reconoció que la unificación de Alemania, mientras no fuese más que una cuestión exclusivamente alemana, debía encerrarse en los límites de un piadoso deseo y una vana esperanza de los alemanes; pero que desde el momento en que entrara en el período de realización, se convertiría, al contrario, en una cuestión internacional.

    La lucha contra las resistencias de Europa era uno de los elementos esenciales para la solución del gran problema de la política alemana, y constituía, además, el único medio de romper las resistencias en Alemania misma. Así, la política nacional se incluyó en la internacional, y merced a la incomparable audacia y a la potencia creadora de un hombre de Estado, la realización de la unidad alemana se substraería a las facultades que por herencia son las más débiles en los alemanes, es decir, a sus facultades políticas, para confiar la gran obra a las que le son innatas y reconocidas como sus mejores aptitudes: a sus facultades guerreras.

    La circunstancia de tener a su lado un estratega como Moltke y un organizador militar como Roon, fue para Bismarck una coyuntura de valor incalculable. Los hechos de armas que nos habían conquistado la categoría de gran potencia europea, afirmaron al mismo tiempo su estabilidad, privando a las otras grandes potencias el placer de eliminarnos otra vez del puesto que ocupábamos en el concierto europeo y que había sido el fruto de tres guerras victoriosas.

    Y aun cuando se nos había cedido con disgusto y a la fuerza este lugar, desde entonces nadie nos lo disputo formalmente. Excepción hecha de Francia, todo el mundo hubiera ido familiarizándose poco a poco con la potencia alemana, si nuestra evolución se hubiera circunscrito a la fundación del Imperio. Mas la unidad política no fue el fin de nuestra historia, sino el principio de una nueva era.

    Colocado en primera fila entre las potencias europeas, el Imperio alemán ha tomado parte en la vida entera de Europa. La vieja Europa, por otro lado, no era ya, desde hacía mucho tiempo, más que una parte en el conjunto de las naciones.

    Alemania como

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