Contra todo pronóstico, un azar dinástico tan improbable que parecía obra de la diosa Fortuna permitió a Carlos de Gante, nacido en 1500 del matrimonio entre la princesa Juana de Castilla y Felipe el Hermoso de Borgoña, reinar en España cuando no era todavía más que un adolescente.
Pese a ser reina de Castilla desde 1504 y de Aragón desde 1516, doña Juana fue declarada incapacitada para gobernar por sus supuestos trastornos mentales. Primero, por su padre, Fernando el Católico, y luego, por su hijo Carlos I, a quien el rey Fernando nombró en su testamento heredero de Aragón y gobernador de Castilla mientras viviese su madre. En la postrera decisión del monarca pesaron, sobre todo, los buenos oficios del cardenal Adriano de Utrecht, representante de la corte de Bruselas, que le ofreció la sustanciosa ayuda de cincuenta mil ducados anuales.
Corría el año 1516 cuando falleció Fernando el Católico, y en Bruselas, los consejeros de Carlos decidieron que, en lugar de ser un simple gobernador de Castilla, este debía ostentar inmediatamente el título de rey, perpetrando lo que Joseph Pérez denominó un verdadero golpe de Estado. En 1517, Carlos desembarcó en Villaviciosa, y luego se dirigió a Tordesillas para entrevistarse en secreto con su madre, la reina Juana, que no puso ningún impedimento a que reinara sin trabas.
Garante de la fe
Tras la muerte de su abuelo el emperador Maximiliano I, Carlos I heredó el archiducado de Austria y se aprestó a sucederle en el Sacro Imperio, que venía a ser de facto, si no de derecho, la continuación del imperio de Carlomagno.
La misión del futuro emperador, que el papa León X recordó a los electores del Sacro Imperio, era favorecer la fe católica, mantener la paz en la cristiandad y perseguir a los infieles. Aunque Carlos no había sido educado en Alemania,