¿POR QUÉ NO SE ENTIENDEN FRANCIA Y ALEMANIA?
No hay muchas parejas de baile que sigan dándose pisotones después de décadas de entrenamiento. Y menos cuando hablamos de los ancianos más venerables del Viejo Continente. Lejos de los fríos cálculos financieros y geopolíticos de Londres y de las bravatas apasionadas de Roma o Madrid, Berlín y París han exprimido durante años la naranja amarga de la diplomacia discreta, el europeísmo sereno y algo parecido al sentido común. Como mínimo desde los ochenta, sus peleas se han considerado “desencuentros”, sus broncas se han resuelto entre susurros y jamás han contemplado ni la separación ni el divorcio. Tampoco los grandes portazos.
Y, sin embargo, Francia y Alemania se encuentran divididas –separadas– por una gran zanja. La incompatibilidad de sus visiones del mundo se mueve como un animal herido bajo, el acoso de Trump o el perfil liberal de Emmanuel Macron han conseguido que esta extraña y veterana pareja de baile deje de pisotearse con circunspección y entusiasmo.
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