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La guerra de Ucrania: Los 100 días que cambiaron Europa
La guerra de Ucrania: Los 100 días que cambiaron Europa
La guerra de Ucrania: Los 100 días que cambiaron Europa
Libro electrónico232 páginas2 horas

La guerra de Ucrania: Los 100 días que cambiaron Europa

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Información de este libro electrónico

El pasado 24 de febrero Rusia inició la invasión de Ucrania. Lo que probablemente se concibió como un golpe de mano para derrocar al gobierno de Zelenski, desarticular sus fuerzas armadas y ocupar el país con las unidades que Moscú había estado concentrando durante meses cerca de la frontera ucraniana ha derivado en un sangriento conflicto que ha superado los cien días de duración. No está claro cuál será su resultado, pero la invasión está siendo un revés militar para Moscú. A medida que avanzaba la contienda y se observaban las enormes carencias de las fuerzas armadas rusas, el Kremlin ha restringido su área de operaciones y ha limitado sus objetivos estratégicos.

Estamos frente al mayor conflicto en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial y la primera gran guerra convencional desde la invasión de Irak hace casi veinte años. Un conflicto que está poniendo punto final al momento unipolar surgido tras la caída de la Unión Soviética, que acelerará el declive de Rusia y su acercamiento a China y que, independientemente de su desenlace, supondrá el fin de un orden internacional liberal más aspiracional que real. Un conflicto donde una Unión Europea aparentemente determinada a convertirse en actor geopolítico tendrá un difícil papel que jugar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 ago 2022
ISBN9788413525471
La guerra de Ucrania: Los 100 días que cambiaron Europa
Autor

Guillem Colom Piella

Es profesor titular —actualmente en situación de servicios especiales— de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Pablo de Olavide, editor de Global Strategy y miembro de número de la Academia de las Ciencias y las Artes Militares. Antes de incorporarse a la universidad, trabajó en el Estado Mayor de la Defensa (EMAD) en el proceso de transformación militar, planeamiento de la defensa y generación de capacidades futuras. Continúa participando como subject matter expert en grupos de trabajo nacionales, aliados, europeos y multinacionales en materia de innovación militar, desarrollo de capacidades y políticas de defensa. Ha publicado dos centenares de trabajos académicos, técnicos o de divulgación sobre asuntos estratégicos y militares.

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    La guerra de Ucrania - Guillem Colom Piella

    Índice

    PRÓLOGO, por Guillem Colom Piella

    CAPÍTULO 1. DE LA GEOPOLÍTICA A LA RECONFIGURACIÓN DEL ORDEN MUNDIAL, Josep Baqués Quesada

    CAPÍTULO 2. CRÓNICA DE UN FRACASO ESTRATÉGICO, Christian D. Villanueva López

    CAPÍTULO 3. PRIMERAS IMPRESIONES MILITARES, José Luis Calvo Albero

    CAPÍTULO 4. LA RESPUESTA EUROPEA: HABLANDO EL LENGUAJE DEL PODER, Beatriz Cózar Murillo

    CAPÍTULO 5. LA DEFENSA ESPAÑOLA TRAS UCRANIA, Guillem Colom Piella

    CONCLUSIONES

    BIBLIOGRAFÍA

    SOBRE LOS AUTORES Y AUTORAS

    NOTAS

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    Guillem Colom Piella (ed.)

    La guerra de Ucrania

    Los 100 días que cambiaron Europa

    Diseño de cubierta: MIKEL LAS HERAS

    © de los textos, sus autores, 2022

    © Los libros de la Catarata, 2022

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 20 77

    www.catarata.org

    La guerra de Ucrania.

    Los 100 días que cambiaron Europa

    isbne: 978-84-1352-547-1

    ISBN: 978-84-1352-533-4

    DEPÓSITO LEGAL: M-19.423-2022

    thema: JPws/1dtn/1dta

    impreso por artes gráficas coyve

    este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    Prólogo

    El pasado 24 de febrero Rusia inició la invasión de Ucrania. Lo que probablemente se concibió como un golpe de mano para derrocar al Gobierno de Zelenski, desarticular sus Fuerzas Armadas y ocupar el país con las unidades que Moscú había estado concentrando durante meses cerca de la frontera ucraniana ha derivado en un sangriento conflicto que ha superado los cien días de duración. No está claro cuál será su resultado, pero la invasión está siendo un revés militar para Moscú, solamente minimizado por la línea roja —la no participación militar directa de las potencias aliadas— establecida al inicio de las hostilidades. A medida que avanzaba la contienda y se observaban las enormes carencias de las Fuerzas Armadas rusas, el Kremlin ha restringido su área de operaciones y limitado sus objetivos estratégicos. Sin embargo, ya es posible observar la atrición y el desgaste de ambos contendientes en esta guerra convencional cuya duración ha superado cualquier expectativa, cuyo desenlace puede dilatarse durante meses y cuyos resultados en el campo de batalla tendrán una difícil traducción política y diplomática que no satisfará ni a los contendientes ni a las opiniones públicas occidentales.

    Aunque la invasión de Ucrania ha sorprendido al mundo por el maximalismo de los objetivos, la extraordinaria confianza en los medios, el desproporcionado riesgo asumido por el presidente Putin y por las carencias de sus Fuerzas Armadas, no era la primera vez que Rusia intervenía en el país. Ocho años antes, Moscú había realizado una operación de maskirovka mucho más limi­­tada y con un riesgo más calculado sobre Crimea. Allí, unidades militares no marcadas y actores locales tomaron la península bajo la atónita mirada de la comunidad internacional. Explotando los clivajes sociopolíticos de la región, valiéndose de una población mayoritariamente prorrusa y apoyándose en una campaña multicanal de desinformación dentro y fuera de Ucrania, Moscú pudo ocultar sus objetivos y negar de forma plausible su responsabilidad hasta consumar la ocupación. La anexión de Crimea fue sucedida por la secesión fallida del Donbás. Allí, las fuerzas rusas intentaron mantener un papel secundario, transfiriendo material, multiplicadores y apoyos a los milicianos de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk o participando en las operaciones sobre el terreno. Unas acciones limitadas, de tipo defensivo, en un espacio geográfico delimitado, con una población mayoritariamente afín y contra un Ejército ucraniano muy distinto del actual y que se vio obligado a delegar las operaciones en sus milicias.

    Aunque estos conflictos más limitados y ambiguos popularizaron las guerras híbridas, las zonas grises o la inexistente doctrina Gerasimov, en los cuales la desinformación, los ciberataques o la coerción económica tendrían su hábitat natural, la invasión rusa de Ucrania nos retrotrae a un pasado que muchos consideraban pretérito. Estamos frente al mayor conflicto en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial y la primera gran guerra convencional desde la invasión de Irak hace casi veinte años. Un conflicto que nos está despertando del largo letargo estratégico que arrancó con el fin de la Guerra Fría, que está poniendo punto final al momento unipolar surgido tras la caída de la Unión Soviética, que acelerará el declive de Rusia y su acercamiento a China y que, independientemente de su desenlace, supondrá el fin de un orden internacional liberal más aspiracional que real. Un conflicto que acelerará la transición a un mundo multipolar asimétrico o bipolar imperfecto caracterizado por la competición entre potencias y la proyección de sus áreas de influencia, donde la lucha entre democracias versus autocracias representará una pequeña parte de la ecuación y donde una Unión Europea aparentemente determinada a convertirse en actor geopolítico tendrá un difícil papel que jugar. Una guerra que nos está recordando el poder disuasorio de las armas nucleares, el problema de fijar líneas rojas infranqueables, la posibilidad de mantener enfrentamientos sostenidos y la atrición que sufren los ejércitos modernos en choques simétricos, los espectaculares avances tecnológico-militares experimentados en los últimos años, las enormes carencias doctrinales y materiales que tienen las Fuerzas Armadas europeas o la inmutabilidad de la guerra y la trinidad que la condiciona.

    Esta obra analiza los aspectos estratégico-militares de esta guerra que el pasado 3 de junio cumplió los primeros cien días de duración. Aunque todavía es pronto para extraer conclusiones definitivas de este conflicto cuyos inicios y desarrollo han sorprendido a la comunidad internacional, ya es posible establecer numerosas impresiones iniciales y lecciones preliminares que condicionarán nuestro futuro más inmediato. Para ello, el primer capítulo, escrito por el profesor Josep Baqués, expone el marco geopolítico del conflicto y los posibles escenarios estratégicos que pueden desarrollarse en los próximos meses. El segundo ha sido elaborado por Christian Villanueva y analiza cronológicamente el desarrollo de operaciones militares durante los cien primeros días de guerra. El tercero viene de la mano del coronel José Luis Calvo y extrae las primeras lecciones militares de este conflicto cuyos efectos informarán el planeamiento de la defensa de todos los países de nuestro entono. Por su parte, el cuarto capítulo ha sido elaborado por Beatriz Cózar y versa sobre el despertar estratégico de la Unión Europea por la guerra y las actividades que está realizando para reforzar su autonomía estratégica. El último capítulo ha sido escrito por Guillem Colom y expone las implicaciones que esta guerra puede y debe tener sobre una defensa española que debe mirar hacia el futuro.

    Esperamos que los lectores disfruten y aprendan de esta obra tanto como los autores, deseosos de promover la cultura estratégica y consolidar los estudios estratégicos en nuestro país, hemos disfrutado escribiéndola.

    Guillem Colom Piella

    Sevilla, junio de 2022

    Capítulo 1

    De la geopolítica

    a la reconfiguración del orden mundial

    Josep Baqués Quesada

    Introducción

    La invasión rusa de Ucrania nos ha devuelto a la cruda realidad. Una realidad que ha acompañado la historia de la humanidad hasta más allá de lo que nuestra memoria es capaz de recordar. Un Estado invade a otro, vecino suyo, con el que además tiene importantes vínculos culturales o económicos, y al que en muchas ocasiones ha considerado como hermano. Pero no se trata de una guerra más, porque se da el caso de que el Estado invasor (Rusia) es una potencia nuclear y que el invadido (Ucrania) estaba en tratos con la OTAN para agilizar un posible ingreso en la citada organización. Todo lo cual exige una reflexión más profunda acerca de lo acontecido.

    Para afrontarlo, en este análisis se abordará el tema comenzando por poner de relieve la importancia de la geopolítica, adaptada al conflicto que ahora nos incumbe. Seguidamente, plantearemos la relevancia de la disuasión, así como los motivos por los cuales podía fallar y, de hecho, ha fallado. En tercer lugar, estudiaremos las opciones elegidas por ambos contendientes una vez la guerra ya ha estallado. Finalmente, daremos unas pinceladas acerca del modo en que esta guerra puede afectar al reparto de poder en el mundo, para terminar con las conclusiones.

    Ucrania en el tablero geopolítico

    La utilidad de la geopolítica

    La geopolítica analiza el impacto de la geografía en la política de un Estado. Sobre todo (tal es su principal vocación) en su política exterior. O, cuando menos (haciendo una concesión a quienes digan que no siempre hay una auténtica política pública detrás de las decisiones que se toman, lo cual es cierto), todavía puede decirse que la geopolítica analiza el impacto que la geografía tiene en sus relaciones con los demás actores del sistema político mundial. Brzezinski recuerda que Napoleón afirmó en su día que, conociendo la geografía de un país, él podría deducir cuál era su política exterior (Brzezinski, 1998: 45).

    Esta disciplina adquiere especial relevancia cuando se toma conciencia de lo que está en juego. Hablamos de relaciones de poder, de competición por espacios y recursos, y también de se­­guridad (también en su faceta defensiva, en la medida en que esta dependa de la ubicación física de un actor, así como de la ubicación de sus rivales). Lacoste lo plantea en términos muy incisivos al afirmar que la geopolítica incluye:

    todo lo relacionado con las rivalidades por el poder o la influencia sobre determinados territorios y sus poblaciones: rivalidades entre poderes políticos de todo tipo —no solamente entre Estados, sino también entre movimientos políticos o grupos armados más o menos clandestinos—, y rivalidades por el control o la dominación de territorios de mayor o menor extensión (Lacoste, 2009: 8).

    En realidad, no se trata de una disciplina especialmente proclive al fomento de las guerras. Pero sí que es proclive a las malas noticias, ya que nos advierte de la eventualidad de las guerras, con base en argumentos racionales. Siguiendo al propio Lacoste, cabe añadir que: Los razonamientos geopolíticos ayudan a comprender mejor las causas de tal o cual conflicto, dentro de un país o entre Estados, pero también a anticipar los que pueden tener lugar (ídem). Por consiguiente, la geopolítica es también un arma importante para evitar que estallen las guerras. Porque permite conocer las propias vulnerabilidades, así como las precauciones que haya que tomar en relación con las propias ambiciones y con los puntos fuertes de los competidores por el poder.

    Entonces, huir de las lecciones de la geopolítica es poco sensato. Pero, además, resulta fútil. Porque la posición que ocupa cada Estado en el tablero mundial es evidente y los demás actores del sistema político mundial (los que no huyen de esas lecciones) sí lo tienen en cuenta. Por lo tanto, la primera aproximación a desarrollar es siempre la de corte geopolítico. Cuando eso no sea visible en algún análisis, debería deberse a que esos criterios subyacen al resto de explicaciones. Lo contrario sería negligente.

    Una aproximación al caso

    combinado de Rusia y Ucrania

    Las escuelas de la geopolítica son diversas, unas más afamadas que otras. Sin embargo, tratándose de Rusia y de Ucrania (es decir, de su posición en el mapa) lo razonable es conceder la máxima atención a las tesis de Mackinder, desarrolladas en el marco de la llamada escuela continental. Este geógrafo británico ubicó el centro de la geopolítica mundial en un espacio que hacia 1904 denominó área pivote y hacia 1919 redefinió (tras ampliar sus límites exteriores) como tierra corazón (heartland). Es razonable, decimos, porque el epicentro de ese heartland es Rusia. Y, por ende, ese epicentro está cerca de Ucrania.

    En su versión definitiva, ese núcleo del poder mundial es un espacio que avanza desde Mongolia y el norte de China hasta el mar Negro, tras engullir el mar Caspio, convirtiendo en frontera la actual Alemania, Turquía y Escandinavia. Mientras que entre sus principales características hallamos la profusión de recursos naturales. Así como una cultura guerrera, que preside la mentalidad de esas gentes desde tiempos pretéritos y que contrasta, sin ir más lejos, con el espíritu comercial, alabado por otros clásicos de la geopolítica, como Alfred Mahan¹.

    De acuerdo con los postulados de Mackinder, esto no es ajeno a los intereses de las demás potencias. Ya que, siempre según el británico, quien domine el heartland dominará el mundo (Mackinder, 2004). Por consiguiente, es un espacio apetecible para otros actores. Esa ubicación tiene un impacto directo sobre la realidad: por una parte, el hecho de no tener acceso directo a los grandes mares dificulta la proyección de poder desde el heartland (hacia el exterior del mismo). Pero, por otra parte, no es menos cierto que también dificulta el acceso a ese núcleo de poder, por parte de quienes aspiren a competir por el poder. En otras palabras: ofrece algunas ventajas defensivas.

    Siendo así, el reto de los países que integran el heartland sería integrar económica y logísticamente esos territorios, para garantizar el acceso a sus ingentes recursos de todo tipo. Hoy en día, desde productos agrícolas (sobre todo cereales) hasta hidrocarburos o tierras raras. Mackinder centró sus esperanzas en el ferrocarril, sobre todo a partir del trazado del Transiberiano, con sus casi 10.000 km de recorrido. Un siglo más tarde, la vertiente terrestre de la Ruta de la seda china está haciendo realidad una parte de ese proyecto.

    En ese espacio, Rusia lleva la voz cantante. Cuando menos, en su vertiente occidental. En realidad, aunque el norte de China forma parte del heartland, Rusia se siente protegida en ese flanco por algunas barreras defensivas naturales, como los montes Urales, generadores de una orografía complicada para cualquier invasor, además de contar con varias cumbres de entre 1.500 y 1.900 metros de altura. Con la ventaja añadida de que esa cordillera corta de norte a sur el territorio ruso (en una extensión de unos 2.500 km y con una anchura entre los 40 y los 200 km). A lo que habría que añadir lo inhóspito del clima (y de la meteorología) durante la mayor parte de los meses del año. De modo que, en el imaginario geopolítico de Moscú, los Urales siempre han sido vistos como una muralla que protege la inmensa ciudadela rusa, desde esos montes hasta Ucrania o más allá. Ciudadela en la que se concentra la mayor parte de la población rusa, de sus centros de poder político y económico, de sus Fuerzas Armadas, así como lo mejor de su industria.

    Siendo así, el problema para Rusia se halla en el flanco occidental del heartland. Aunque sea difícil de penetrar desde el mar (habría que progresar desde el mar Negro), no lo es tanto desde el corredor de Europa central. Sin apenas obstáculos (los Cárpatos quedan demasiado al sur) salvo algunos ríos que habría que vadear, la historia ha demostrado que cuando las principales potencias de cada etapa han invadido Rusia, lo han hecho por ahí. Así lo hizo la Francia napoleónica en el siglo XIX y así repitió la Alemania de Hitler en el siglo XX. Por ello, sea cual sea el gobernante o el tipo de régimen que tenga Rusia, su obsesión ha sido trasladar la frontera externa cuanto más al oeste, mejor, para de ese modo, al menos, ganar profundidad estratégica en su defensiva. Zares, bolcheviques y Putin. Todos han empleado los mismos parámetros.

    Es de este modo que se puede entender que, en el imaginario ruso, la progresión de la OTAN hacia el este, acontecida desde el fin de la Guerra Fría hasta nuestros días (sin solución de continuidad) sea lo más preocupante. Aunque haya sido gradual y pacífica (que no exenta de la instalación de bases militares, de escudos antimisiles, o de instalaciones de radar, en los territorios sucesivamente incorporados a la alianza), esa progresión se estaría acercando en demasía a las fronteras occidentales de la propia Rusia. Dicho con otras palabras: Rusia ha venido observando estos movimientos como una amenaza vital a su seguridad. Teniendo en cuenta los antecedentes, pero también teniendo en cuenta el alcance de muchos de los sistemas de armas (incluso convencionales) que están en servicio en nuestros días.

    El papel de Ucrania en el tablero mundial

    Brzezinski (1998: 48-54) distingue entre varios tipos de Estados. Pero las dos categorías más incisivas para nuestro análisis son las de jugador geoestratégico y pivote geopolítico. Los dos adquieren protagonismo, pero de una manera bien distinta. Porque la primera figura remite a Estados con una política activa (y hasta proactiva) capaz de reconfigurar a través de sus decisiones el tablero mundial. Mientras que la segunda se refiere a Estados que no alcanzan esos estándares, pero que adquieren relevancia a partir de su posición en el mapa. Y que la adquieren, sobre todo, en función del papel que juegan (aunque de un modo esencialmente pasivo) en el reparto de poder e influencia en el tablero mundial. Especialmente en la medida en que contribuyan a definir las condiciones de acceso a un jugador geoestratégico, o a negarle ciertos recursos, o en la medida en que puedan llegar a ser un escudo defensivo, interpuesto entre dos o más de esos actores estratégicos (ídem: 49).

    Se da el caso de que hace un cuarto de siglo este autor ya inscribía a Rusia entre el primer grupo de Estados (junto a Estados Unidos, Alemania, Francia, China e India) y a Ucrania en el segundo (junto a Azerbaiyán, Turquía, Irán o Corea del Sur). Lo problemático, apunta Brzezinski, es que la independencia de Ucrania de la URSS generó un agujero negro en los márgenes occidentales del heartland. Situación

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