El cuento Los muertos de Piedra Negra, de Abelardo Castillo, tiene lugar un año después de instaurada la Revolución Libertadora y se anticipa a la violencia de los años posteriores.
El relato no es algo que haya sucedido realmente, no es un hecho fidedigno, no hay un registro del coronel Lago ni de los hermanos Iglesias. Sólo intenta ser un reflejo de los acontecimientos que se registraron a partir del exilio de Perón.
Lo que sí es real es el momento histórico, con el peronismo proscrito, las pintadas cotidianas de una P y una V, los militares en el poder y centenares de militantes o simplemente de trabajadores que comienzan a formar parte de la resistencia peronista que reclama la presencia de su líder.

No es casual que el texto de Castillo se desarrolle en 1956. Ese año se registra la primera manifestación de la resistencia, cuando fracasa el golpe cívico militar del General peronista Juan José Valle, quien es fusilado junto a un grupo de civiles, acontecimiento que relata Rodolfo Walsh en Operación Masacre.

Este cuento es, entonces, el reflejo de una década y de una generación que comenzó a manifestarse en contra del gobierno de facto y con el estandarte del regreso de Perón. En general, la literatura de la época trató de dejar registro de estos acontecimientos.

Castillo, en su escritura, intenta una ‘tercera postura’ sin tomar posición por ninguno de los dos bandos. Su compromiso estaba en observar esa generación violenta que reprimía por un lado y vivaba a Perón por el otro. Dirá años más tarde en una entrevista: “Yo vengo de una generación, la del 60, que polemizaba mucho, pero sobre cuestiones esenciales, que no tenían que ver directamente con la literatura, sino sobre problemas históricos, ideológicos, políticos”.