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El Papa de Iván el Terrible: Entre Rusia y Polonia (1581-1582)
El Papa de Iván el Terrible: Entre Rusia y Polonia (1581-1582)
El Papa de Iván el Terrible: Entre Rusia y Polonia (1581-1582)
Libro electrónico138 páginas1 hora

El Papa de Iván el Terrible: Entre Rusia y Polonia (1581-1582)

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Tras la cruenta derrota de los rusos a manos de los polacos, Iván el Terrible buscó la amistad del papa Gregorio III, quien ordenó al padre Antonio Possevino viajar a Rusia, negociar la paz entre ésta y Polonia y acercar la Iglesia rusa a la romana. De esta trascendente encomienda son los documentos que Jean Meyer ofrece.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 oct 2014
ISBN9786071623843
El Papa de Iván el Terrible: Entre Rusia y Polonia (1581-1582)

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    El Papa de Iván el Terrible - Jean Meyer

    SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA


    EL PAPA DE IVÁN EL TERRIBLE

    JEAN MEYER

    EL PAPA

    DE IVÁN EL TERRIBLE

    Entre Rusia y Polonia

    (1581-1582)

    Primera edición, 2003

    Primera edición electrónica, 2014

    Diseño de portada: R/4, Bernardo Récamier

    Ilustración: Zar Iván el Terrible,

    tomada de The Faceted Chamber in the Moscow Kremlin,

    Aurora Art Publishers, Leningrado, 1978.

    D. R. © 2003, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-2384-3 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    PRIMERA PARTE

    PRESENTACIÓN

    DE LOS DOCUMENTOS

    INTRODUCCIÓN

    LA PUBLICACIÓN DE ESTOS DOCUMENTOS es parte de un vasto proyecto que tal vez rebasará las posibilidades de quien lo sueña: exponer para entender las más que difíciles relaciones entre las iglesias cristianas romana (latina) y ortodoxas, especialmente la rusa (habría que decir las rusas). Existe una interesante asimetría en la incomprensión mutua, pues romanos, latinos y católicos creen —y ésa es una creencia muy antigua, como lo verá el lector— que es mínima la diferencia, que el único problema es el reconocimiento por parte de los ortodoxos de la autoridad del papa de Roma sobre la Iglesia universal, y que todo lo demás (rito, liturgia, celibato) es facilísimo arreglarlo. Lo dice el padre J. P. Campani en 1582: Éstas son, padres y hermanos carísimos, las cosas que consideré que debían añadirse en este lugar sobre las costumbres de los moscovitas, para que veáis qué pocas cosas, además de la obediencia al sumo pontífice, faltan para que estos pueblos sean católicos. Lo vuelve a decir en 1886 el Diccionario de ciencias eclesiásticas de N. A. Perujo y J. Pérez Angulo (Barcelona, Subirana Hermanos) como conclusión del artículo Rusia:

    Como se ve, sólo un paso separa de nosotros a la Iglesia rusa. La miramos con compasión y no nos causa, en verdad sea dicho, la repugnancia de los protestantes. Los rusos se hallan a las puertas del catolicismo. Si llega el día, que sería venturoso para ellos, en que reconozcan la autoridad del Romano Pontífice sobre toda la Iglesia universal, y se sujeten a su obediencia, sólo con variar algunas cosas en su liturgia, se encontrarán dentro de la barca misteriosa, única que puede conducirlos a la felicidad eterna. ¡Dios les conceda tan inapreciable beneficio! –MORENO CEBADA [Perujo, 1886, p. 3].

    Hasta el papa Juan Pablo II —escribo en abril de 2002, cuando los ortodoxos celebran pascuas en una fecha diferente de los católicos y de los protestantes, diferencia que se remonta justo al momento estudiado en el presente libro—, hasta el papa que sabe más que ningún papa en cuestión de historia, liturgia, mística y teología ortodoxa, tiene grandes problemas para entender por qué el patriarca de Todas las Rusias, Alexei II, rehusa entrevistarse con él y se niega a invitarlo a Moscú.

    La misión del padre Possevino y sus escritos permiten discernir la profundidad de un malentendido que es mucho más que eso, que existía mucho antes del fracaso de la misión del padre Possevino y que se complicó e hizo más profundo precisamente en esos años: 1054, el cisma entre Constantinopla y Roma; 1204, el saqueo de Constantinopla por los cruzados latinos; 1595-1596, la unión de Brest; 1610, la toma de Moscú por los polacos católicos; esas fechas no las olvida, esos acontecimientos no los perdona la Iglesia ortodoxa rusa.

    Ahora bien, ¿por qué un trabajo dedicado a la religión y a los asuntos religiosos de lugares y tiempos tan remotos? Para muchos de nuestros contemporáneos ya pasó la época de estos estudios, pues no entienden su interés ni su atracción; consideran que tales temas son asunto de anticuarios. En verdad se les podría voltear la pregunta y decirles que se quedaron en el siglo XVIII. ¿Cómo demostrarles la importancia de esas cuestiones si la historia desde la Revolución francesa hasta nuestros días no ha bastado para hacerlo?

    Muchos han visto en el catolicismo la forma latina del cristianismo; en el protestantismo la forma anglo-germánica y en la ortodoxia la forma eslava, lo que implica olvidar que unos eslavos recibieron esa forma de Constantinopla, de los entonces llamados griegos, y que los mismos eslavos se han dividido, casi por partes iguales, entre las dos iglesias rivales. La verdad, olvidada según creo por Samuel Huntington (1993, 1996), es que la religión cristiana dividió en dos el mundo eslavo. La ortodoxia oriental no es más eslava que romano el catolicismo. El ruso, el serbio, el búlgaro la han tomado como su culto nacional y como la marca de su identidad nacional; el latinismo no ha sido menos nacional entre los polacos, lituanos, eslovenos, croatas, eslovacos y hasta entre checos y húngaros. Otros eslavos atrapados entre la doble amenaza de la polonización y de la rusificación, como los rutenos y muchos ucranianos, bielorrusos etc., optaron, con la unión de Brest (1595-1596), por una especie de síntesis: reconocieron la autoridad de Roma y conservaron todos sus usos y costumbres. Así se formó la dolorosa espina de esos cristianos grecocatólicos que han sido duramente perseguidos (picados de los gallos y aborrecidos de las gallinas) y frecuentemente olvidados por una Roma que descubre de vez en cuando que son la manzana de la discordia con Moscú.

    Eso va más allá de la religión y debería interesar a los politólogos y a los especialistas en relaciones internacionales. La raza y la religión no explican tales divisiones; la geografía y la historia política, sí. Al agregarse a Constantinopla o a Roma primero, y a Roma o Moscú después, los eslavos han obedecido las leyes de la gravedad geopolítica. Contra lo que hayan podido decir los rusos eslavófilos —y lo que dicen ahora sus herederos euroasianos—, los eslavos católicos son tan eslavos como los eslavos ortodoxos. Eso sí, históricamente han estado en contacto permanente con Europa occidental.

    Usamos la palabra ortodoxo. El ruso ha traducido literalmente ese vocablo griego en pravoslavo, palabra que tiene para nosotros el inconveniente de prestarse a la confusión con eslavo, aunque es pura casualidad fonética: la ortodoxia rusa no es especialmente eslava, ni hay un rito eslavo. Existe una Iglesia rusa como existe una Iglesia serbia, pero no hay una Iglesia eslava; los eslavos ortodoxos son los hijos de Constantinopla la griega, como los irlandeses, los sajones, los daneses lo fueron de la Roma latina. Como ese mundo no tuvo su Lutero ni tampoco su Calvino, la fe ortodoxa se ha mantenido griega de espíritu.¹

    Gracias a los rusos, a su expansión imperial primero, a su diáspora con la revolución bolchevique después, la ortodoxia oriental desbordó desde el siglo XIX sus límites históricos y tiene una presencia casi universal, como el catolicismo o el protestantismo. ¿Será éste un argumento suficiente para justificar la publicación de unos breves textos de fines del lejano siglo XVI? Que decida el lector, pero quisiera terminar con otra pregunta: ¿qué significan las actitudes tan condescendientes de la investigación académica frente a ese otro cristianismo, la ortodoxia? La misma palabra ortodoxo ha adoptado un matiz negativo. Prefiero tomar en serio, sin repartir regaños, la existencia de un malentendido; prefiero reflexionar sobre las ilusiones unificadoras, reunificadoras, añejas (la misión de Possevino fue el fruto de una de tantas) y más vivas que nunca; basta ver la decepción romana frente a los escasos resultados obtenidos por su Ostpolitik en tiempos de Pablo VI, y por el voluntarismo ecuménico de Juan Pablo II, quien logró la reconciliación con muchas iglesias orientales, pero no con Moscú. ¿Qué significa esa diferenciación geopolítica del fenómeno religioso cristiano? ¿Por qué resiste tan bien a los intentos, incluso pacíficos y bien intencionados, de una reunión en la cual Moscú ve la manifestación de un imperialismo impenitente, una amenaza de uniformización, de asimilación? Seguiré fiel a la fe de mis mayores, repite Iván el Terrible al jesuita Possevino. Nos topamos con un mecanismo no reductible a los parámetros adoptados por las ciencias sociales, pero que corresponde, en su principio, a la lógica de reproducción de los sistemas de representación, al inamovible de la relación de identidad.²

    ¹ Jean Meyendorff, Imperial Unity and Christian Divisions, St. Vladimir’s Seminary, Crestwood, Nueva York, 1989, y Alexander Schmemann, Istoricheskii put Pravoslaviya, 3ª ed., YMCA, París, 1989.

    ² Pierre Legendre, Sur la question dogmatique en Occident, Fayard, París, 1999, p. 104.

    I. LA SITUACIÓN EN EL ESTE DE EUROPA EN 1581

    LAS RUSIAS Y LA GRAN MOSCOVIA

    Gran Rusia, pequeña Rusia, Rusia blanca, Rusia roja (Rutenia), todas las Rusias nacieron de la Rus, la Rusia primogénita, la de Kiev. El Estado del gran príncipe de Kiev, por encontrarse en la periferia de Europa, no dejaba de formar parte de ella, como lo comprueban las múltiples alianzas matrimoniales de sus príncipes con las familias reales de Europa occidental. Novgorod, antes de ser destruida por su rival moscovita, era terminal de la Hansa y vivía a la hora de Hamburgo, Brema, Lübeck, Dantzig. Sin embargo, si uno considera a Rusia en vísperas de la revolución petrina, a finales del siglo XVII, su atraso (la fórmula es antigua entre los historiadores rusos) se puede evaluar según

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