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Si se pueden llamar acuerdos...: Crónica del conflicto religioso en México, 1928-1938
Si se pueden llamar acuerdos...: Crónica del conflicto religioso en México, 1928-1938
Si se pueden llamar acuerdos...: Crónica del conflicto religioso en México, 1928-1938
Libro electrónico784 páginas10 horas

Si se pueden llamar acuerdos...: Crónica del conflicto religioso en México, 1928-1938

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Si se pueden llamar arreglos… Crónica del conflicto religioso en México, 1928-1938, presenta, por un lado, la lenta y difícil gestación de los arreglos de 1929, con todos los obstáculos que encontraron los partidarios de un acuerdo y la lucha de los radicales para cerrarles el paso. Por otro, relata la (no) aplicación de esos arreglos, que funciona
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 sept 2023
Si se pueden llamar acuerdos...: Crónica del conflicto religioso en México, 1928-1938
Autor

Jean Meyer

Jean Meyer es doctor de Estado en Historia por la Universidad de París X Nanterre, Francia. Es doctor HonorisCausa por la Universidad Autónoma de Nayarit, por la Universidad de Guadalajara y, en 2012, fue el primer mexicano en recibir esta misma distinción por la Universidad de Chicago. Fundó el Instituto de Estudios Mexicanos en la Universidad de Perpignan y fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Historia en el año 2000, ocupando el sillón 29. Se especializa en la historia de América Latina y Rusia, sobre las cuales giran la mayoría de sus libros. Autor, entre otros, de: Estrella y cruz: La conciliación judeo-cristiana (1926-1965) (2016), El libro de mi padre (2016), La fábula del crimen ritual (2014), De una revolución a otra (2013), camino a Baján (2010), La gran controversia: Las iglesias católica y ortodoxa de los orígenes a nuestros días (2006), yo, el grancés (2002), El campesino en la historia rusa y soviética (1991), La revolución mexicana (1973). También es autor de la afamada obra y extensa investigación La Cristiada (1973-1975). Fundó, en el año 2000, la revista de historia internacional Istor, con mas de ochenta números publicados trimestralmente. En 2011 fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el campo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía, el cual otorga el gobierno mexicano a quienes con su talento y méritos han contribuido al desarrollo científico y cultural de nuestro país.

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    Si se pueden llamar acuerdos... - Jean Meyer

    cover.jpg

    Primera edición, 2021

    Biblioteca del

    cide

    – Registro catalogado

    Meyer, Jean A., 1942-, autor

    Título: Si se pueden llamar arreglos…… Crónicas del conflicto religioso en México, 1928-1938.

    Responsable(s): Jean Meyer, autor.

    Pie de imprenta: Ciudad de México: Centro de Investigación y Docencia Económicas: Universidad de Guadalajara: Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, ©2021.

    Edición: Primera edición.

    Incluye referencias bibliográficas.

    Descripción física: 452 páginas, 23 cm.

    Identificadores:

    isbn

    : 978-607-8791-02-6

    orcid

    : 0000-0002-6055-078X (Jean Meyer)

    Colección: Investigación e ideas

    Tema(s):

    Church and State – Mexico – History – 1928-1938

    Mexico – Foreign relations – Catholic Church

    Freedom of religion – Mexico

    Clasificación

    lc

    : BX1428.2 M494 2021

    D.R. © 2021,

    cide

    , Centro de Investigación y Docencia Económicas, A.C.

    Carretera México-Toluca 3655, Lomas de Santa Fe, 01210, Ciudad de México

    www.cide.edu editorial@cide.edu

    D.R. © 2021, Universidad de Guadalajara

    Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades

    Guanajuato 1045, Alcalde Barranquitas, 44260, Guadalajara, Jalisco, México

    www.udg.mx www.cucsh.udg.mx

    Dirección editorial: Natalia Cervantes Larios

    Cuidado editorial: Pilar Tapia y Nora Matadamas

    Diseño editorial: Natalia Rojas Nieto

    Ilustración de portada: Fabricio Vanden Broeck

    Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad

    del Centro de Investigación y Docencia Económicas, A.C.

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2021.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los titulares de los derechos de esta edición.

    Impreso en México/Printed in Mexico

    Índice

    Introducción

    Primera parte

    I. La gestación de los arreglos

    Las tentativas de Obregón

    Nuevo intento de Obregón

    Segundo viaje de Pascual Díaz a Roma

    II. El intento fabuloso de Dwight W. ­Morrow y del P. John J. Burke

    Algunas palabras sobre Míster Morrow

    La marcha de los acontecimientos

    Primer encuentro con Plutarco Elías Calles

    Segunda entrevista

    Leopoldo Ruiz y Flores en Roma

    III. La tercera es la vencida

    ¿Cambio de caballo?

    El papa entre transigencia e intransigencia

    Después del asesinato de Obregón

    Pascual Díaz, bombero

    Prolegómenos de los arreglos

    Sin embargo se mueve

    En otro frente

    Hacia la negociación final

    El jesuita Walsh y su chileno

    Pausa: Los obispos y la lucha armada

    El arranque del mes de mayo

    Texto de los arreglos

    ¿Y ahora?

    Interludio

    Segunda parte

    IV. El año 1927

    Corrientes encontradas, remolinos, torbellinos y tormentas

    La suspensión del culto público

    La entrevista de la última oportunidad

    Contradicciones episcopales

    ¿Thomas Beckett o el cruzado?

    Pleitos y confusión

    El cuestionario del 4 de octubre de 1927

    Carta pastoral del arzobispo de Durango

    Opinión del Subcomité Episcopal sobre el memorándum del licenciado Mestre

    Ambigüedad y dudas

    Arreglos proyectados: Estudio de Pascual Díaz

    V. 1928 o el año de Calles y Morrow

    Más de lo mismo

    Destilando amargura

    Orozco y Jiménez: Puntos para el memorándum

    Francisco Orozco y Jiménez, Miguel de la Mora, Pascual Díaz: Amigos en desacuerdo

    Saldo en abril de 1928

    Los N.N. [nuestros = los jesuitas]

    Los N.N. se defienden y son acusados

    De abril de 1928 en adelante

    Sr. D. Agustín Legorreta, confidencial

    La imposible unión

    Amistad a dura prueba

    ¿Traidor, Pascual Díaz?

    Católicos rebeldes, ¿Cómo los de l’Action Française?

    El papa y la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa

    La Santa Sede, los jesuitas y la Liga

    Más de lo mismo

    La relativa transigencia de la Santa Sede es mal recibida

    VI. 1929 y más de lo mismo

    ¿Los cristeros?

    ¿La Liga?

    VII. El cumplimiento de los arreglos

    El modus vivendi a medias, 1929-1930: Unas opiniones

    Creo que es de alabar la conducta de los levantados en armas…

    Modus moriendi

    El delegado apostólico explica

    ¿Qué hace el gobierno?

    Los arreglos, si arreglos pueden llamarse

    Esperanzas

    1930 ¿año de paz?

    Modus moriendi

    Lo que va a Roma…

    Sube el tono entre los absolutistas

    En defensa de los arreglistas

    Un caso de conciencia

    VIII. El no cumplimiento de los arreglos

    El quiebre del año treinta y uno

    Católicos contra el delegado apostólico

    Segundo frente: la ofensiva anticlerical

    Resistencia(s) católica(s) sin enfrentamiento

    Los impacientes

    La tormenta de diciembre

    Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, en Roma

    1932-1935 o la confrontación extrema

    El frente de la educación

    ¿Cómo reacciona la Iglesia?

    En la práctica

    Inconformes

    Reacción intransigente

    Intransigente y de buena fe

    No hay que pensar en la defensa armada

    El dolor del arzobispo de Durango

    Todos los impacientes al asalto

    Se nos dijo…

    Demasiado es demasiado

    Lara y Torres en la Santa Sede

    Siguen los ataques contra los traditores

    Acerba animi

    El gobierno reacciona

    El arzobispo de México, Pascual Díaz

    La Liga contra Pascual Díaz, defendido por A.M. Carreño

    Más de lo mismo

    Un nuevo frente: la educación sexual

    Fin de año con tristes augurios

    La batalla

    Sube la marea

    Octubre negro

    Algo se mueve en Washington

    ¿Distanciamiento entre dos amigos?

    IX. EducaciOn socialista y plan sexenal

    El plan sexenal

    El sexenio empieza mal para los católicos

    Sorpresiva derrota del Jefe Máximo

    ¿Más de lo mismo?

    Lázaro Cárdenas y Pascual Díaz

    X. Roosevelt, sus católicos y México

    Los últimos meses de Pascual Díaz, arzobispo mártir

    ¿Mejora o no la situación en la primavera de 1936?

    En el frente diplomático

    Epílogo

    Fuentes y bibliografía citada

    Introducción

    A mi juicio los arreglos para terminar el conflicto religioso se debieron ante todo al Santo Padre, que estaba hondamente preocupado por la situación anormal de la suspensión del culto. El Santo Padre encomendó este asunto al Delegado Apostólico en Washington, Monseñor Fumasoni-Biondi; este se sirvió del P. John J. Burke, quien, por su cargo de Secretario del Comité permanente de Obispos en Wash­ington tenía entrada franca con el Departamento de Estado, y el Departamento de Estado a su vez confió el arreglo al señor Morrow quien comenzó por conseguir del general Calles que conferenciara con el R.P. Burke, pues decía Morrow que él, por no ser católico, no entendía las razones de la Iglesia para la suspensión del culto, ni podía poner condiciones para reanudarlo.¹

    Durante los tres años de la crisis entre el Estado y la Iglesia, 1926-1929, crisis marcada por la suspensión del culto público y la gran guerra de los cris­teros, las dos potencias no cesaron de negociar un arreglo que tomó la forma de un modus vivendi, en junio de 1929. Este solo hecho no deja de llamar la atención si uno piensa que, en la misma época, en la Unión Soviética, la persecución religiosa fue radical y mortífera, sin un solo minuto de diálogo. Con el riesgo de repetirme y de repetir lo que han publicado recientemente jóvenes historiadores como Paolo Valvo e Yves Solis, estimulado por sus investigaciones y por la apertura total de los archivos eclesiásticos mexicanos y vaticanos, intentaré contar —con el apoyo de una extensa documentación—, la difícil gestación de los arreglos, si arreglos pueden llamarse —palabras de monseñor Ruiz y Flores, en 1929— y su trágica no aplicación a partir del verano de 1931.

    Como se verá más adelante, la gestación de los arreglos se produjo en tres etapas: las tentativas de Álvaro Obregón en 1926 y 1927; la iniciativa estadounidense del embajador Dwight Morrow con la colaboración del P. John J. Burke, en 1928 y, la tercera es la vencida, con dos nuevos actores, el jesuita estadounidense Edmond A. Walsh y el diplomático chileno Miguel Cruchaga Tocornel.

    Tanto las negociaciones como las consecuencias de los arreglos provocaron profundas divisiones entre los católicos mexicanos y los enemigos de los arreglos quienes, para no pensar mal del papa, concentraron su odio en los dos obispos, Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Díaz y Barreto, a los que responsabilizaron, equivocadamente, de la conclusión de un modus vivendi vuelto modus moriendi, hasta que el presidente Lázaro Cárdenas, en el marco de su lucha contra el Jefe Máximo Plutarco Elías Calles y de sus buenas relaciones con el presidente Franklin D. Roosevelt, optó por la pacificación religiosa. Lo interesante es que esta división entre radicales, partidarios de un todo o nada que incluye suspensión del culto y lucha armada, y realistas resignados al compromiso como mal menor, se manifiesta desde 1926 hasta 1938, antes y después de los arreglos; no menos interesante es que la misma división se encuentra en la curia romana y en el corazón de Pío XI.

    ¹ Mons. Leopoldo Ruiz y Flores, arzobispo de Morelia y delegado apostólico desde 1929 hasta 1937, Lo que yo sé del conflicto religioso de 1926 y su terminación en 1929, manuscrito mecanografiado de 26 cuartillas, Archivo Histórico del Arzobispado de México (en adelante

    aham

    ), Fondo arzobispo Luis María Martínez, caja 26, exp. 1.

    Primera parte

    I. La gestación de los arreglos

    Las tentativas de Obregón

    El 21 de agosto de 1926 tuvo lugar, en el Castillo de Chapultepec, la entrevista de la última oportunidad entre el presidente Calles y los obispos Pascual Díaz y Ruiz y Flores.¹ Si bien fracasó, no fue culpa del general Obregón, que había ideado el encuentro y empleado como mediador a su amigo y hombre de confianza Eduardo Mestre Ghigliazza. El general y ex presidente no desistió y, durante un año, intentó forzar el destino y lograr la paz, algo más difícil desde el momento en que se había cruzado la línea roja de la primera sangre. Su principal, si bien no único agente, fue Eduardo Mestre, presidente de la Asistencia Pública, un hombre que gozaba de la confianza de varios obispos y de buenas relaciones con el gobierno. Con una notable tenacidad, empujado por Obregón, hizo los mayores esfuerzos para que se pusiera fin a la guerra.

    El año 1927 comenzaba mal para los partidarios de la paz: después de los levantamientos aislados y espontáneos del verano y el otoño de 1926, la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (

    lndlr

    ) había llamado, sin mayor preparación y bastante irresponsabilidad, a una insurrección nacional. Sus esperanzas de ver al gobierno derrumbarse como un castillo de naipes no se realizaron, pero las autoridades, sorprendidas por un movimiento popular que no esperaban, se molestaron aún más y responsabilizaron a la Iglesia de lo que llamaban una rebelión reaccionaria, una traición a la hora de máxima tensión con los Estados Unidos.² Por eso, en los primeros días del levantamiento de enero de 1927, el gobierno expulsó del país al obispo Pascual Díaz, en su calidad de secretario del Comité Episcopal.³ El 2 de febrero, The New York Times publicó su declaración: Soy un ministro de paz, no de guerra, algo que no creyó el presidente Calles y molestó a los dirigentes de la Liga que, desde aquel día, lo catalogaron como un peligroso enemigo. Expulsar a Pascual Díaz, interlocutor del presidente el 21 de agosto de 1926, era privar a Obregón de un posible aliado, justo cuando Roma se desalentaba: Las noticias que nos llegan en este tiempo nos hacen saber que la persecución es cada vez más feroz y más impía.⁴

    Sin embargo, el 10 de febrero de 1927, The New York Herald Tribune se hacía eco de rumores a propósito de un acuerdo negociado entre el gobierno y la Iglesia, por intermedio de dos eclesiásticos norteamericanos, John J. Burke y Edmund A. Walsh, y de Dwight Morrow. El rumor no tuvo confirmación, pero hay que notar que los tres personajes mencionados son los que treinta meses más tarde habrían de desempeñar un papel decisivo en la conclusión de los arreglos.

    El primero de marzo, el Osservatore Romano cita las Declaraciones del Obispo Díaz, hechas en Nueva York, a propósito de la lucha armada:

    Se trata de una sublevación del pueblo entero de México: es el alma honesta y amante de la libertad de este pueblo que trata de expresarse. No se trata solamente de una lucha por la Iglesia, se trata de una lucha por todas las libertades que los hombres tanto aprecian… ¿Puede la voluntad del pueblo mexicano llegar a ser libremente expresada? Yo pienso que sí; y ruego para que así pueda ser. Yo soy primeramente mexicano, como soy también sacerdote y obispo… Por ello, mientras que mi vocación me lleva a ser un hombre promotor de la paz, mi corazón sangra por las injusticias llevadas a cabo contra mi pueblo, el pueblo mexicano… Yo siento pena cada vez que tengo que protestar contra los actos del gobierno del presidente Calles. Mi corazón permanece sin rencor hacia él, sin odio. Está, en cambio, lleno de compasión cuando veo su ceguera.

    En marzo, sin que nada se trasluciera, Obregón se entrevistó con unos obispos: Obregón deseaba tener una entrevista con algunos obispos para ver si podría tenerse algún arreglo… y quiso que, de manera enteramente extraoficial, sin firma de nadie, se escribieran unas bases indicando lo que pedirían los obispos y en qué casos podría acaso ceder la Sede Apostólica.

    Efectivamente, el 16 de marzo por la mañana, monseñor Ruiz y Flores y el obispo de Aguascalientes, Ignacio Valdespino, se presentaron en la casa del arzobispo de México, José Mora y del Río quien los esperaba con dos enviados del general Obregón, el licenciado Simón Ortega y el ingeniero N. Olvera. El mensaje del general era que deseaba tener una entrevista, ofreciendo su influencia para conseguir un honroso advenimiento entre ambas partes, y sugiriendo el nombre de monseñor Ruiz para que fuera su interlocutor. Acompañado de monseñor Valdespino, y a petición ahora del licenciado Mestre, media hora más tarde fue a casa del licenciado Romero. Mestre recordó la entrevista del 21 de agosto con el presidente Calles, haciendo responsable al periodista de El Universal del cambio de opinión del presidente, y después dijo, para mayor asombro de los prelados, que la iniciativa presente no pertenecía al general sino a él, Mestre, aprovechando su acercamiento y amistad íntima con el general Obregón, y palpando los innumerables males y trastornos que venía acarreando el estado de tirantez entre ambos poderes (palabras textuales).

    Estaba claro que el general no hacía sino tomar precauciones, ya que Mestre llegó a dar su palabra de honor de que, si el episcopado ­reanudaba los cultos inmediatamente, no habría exigencia alguna de parte del gobierno, ni aplicación de ninguna de las leyes persecutorias. Si Obregón no hubiese estado detrás de él, Mestre no habría podido decir tal cosa. Los obispos respondieron que Roma decidiría, que era preciso cambiar la ley y no fiarse de una persona, que ellos mismos no tenían nada que ver con la rebelión de los católicos, pero que aquellos estaban en su derecho.

    Mestre pidió a continuación la dirección del obispo Pascual Díaz, diciendo que iría a visitarlo a la semana siguiente en su residencia en los Estados Unidos. Los obispos no dieron a Mestre un texto aprobado por los cinco obispos residentes en la capital y susceptible de servir como base de discusión, ya que el encuentro no era más que un primer contacto. Al día siguiente, 17 de marzo, Leopoldo Ruiz y Flores y el obispo de Zamora, monseñor Manuel Fulcheri, recibieron la visita del P. Macario Román, amigo del general Obregón desde que lo había escondido en el momento peligroso de su conflicto con Venustiano Carranza. El 18, los prelados se reunieron para examinar las proposiciones que les había transmitido el sacerdote. Obregón expresaba su deseo de servir de intermediario entre las dos partes para poner fin al conflicto cuanto antes; pedía que se pusieran por escrito las concesiones que podría hacer la Santa Sede, en contraparte a las que haría el gobierno.

    Este sacerdote no fue el único mensajero. El padre N. Juárez, acompañado de un importante dirigente de la Confederación Regional Obrera Mexicana (

    crom

    ), la poderosa central sindical oficialista de Luis N. Morones, visitó a monseñor Miguel de la Mora, secretario del Comité Episcopal, en ausencia del exiliado Pascual Díaz. Dijo que, con monseñor Echevarría, obispo de Saltillo, había entrado en contacto con el coronel Delgado, jefe de la policía secreta de la Secretaría de Gobernación, y había recibido el consejo de buscar la ayuda del general Obregón, quien, mediante su influencia sobre el presidente Calles, podría arreglar todo fácilmente. Durante varios días, los obispos estuvieron en vilo, esperando al P. Macario Román, quien el 22 de marzo dijo, en nombre de Obregón, que si los obispos declaraban en Gobernación que se reanudarían los cultos, la Iglesia no encontraría ningún obstáculo, todos los sacerdotes podrían ejercer su ministerio. Invitaba a un obispo para que fuera a verlo, de ser posible un prelado que no se hubiera entrevistado con Mestre, como el de Zamora, para no llamar la atención.

    El Comité Episcopal envió a monseñor Fulcheri, el obispo sugerido por Obregón, y la entrevista tuvo lugar, el 23 de marzo a las 7:30 de la mañana, en la terraza del Castillo de Chapultepec, a dos pasos del pre­sidente Calles. Obregón, notablemente moderado, según refiere monseñor Fulcheri, pidió al episcopado la reanudación inmediata del culto, en vista de que, según él, las leyes persecutorias no estaban aprobadas por el Congreso; el obispo contestó que el Congreso las había votado. Obregón le dijo que la Iglesia debía ceder para no perderlo todo: el pueblo, alarmado por la suspensión del culto, incluso amenazador contra el gobierno, no tardaría en acostumbrarse a aquella. Que el memorándum no firmado de los obispos, que le habían transmitido, no podía presentarse al presidente, porque era demasiado intransigente; por último, invitó a los obispos a la moderación: el amor propio del gobierno está herido y no podía ceder sin desprestigio.¹⁰

    Dicho memorándum, entregado por el P. Macario Román, decía:

    Mientras se tramita la reforma de la Constitución en el sentido de la petición presentada al Congreso, creen los obispos (quienes nada pueden aceptar sin la aprobación de la Santa Sede) que este aprobaría la reanudación del culto si las cosas volvieran al estado de tolerancia de facto en que se hallaban en enero de 1925. Si el gobierno no accede a esta tolerancia, a él le tocaría señalar los puntos que quiere mantener en vigor para que los obispos propongan a la Santa Sede. Creen que la Santa Sede permitiría la inscripción de los sacerdotes, hecha por el prelado respectivo, siempre que no entrañara licencia de la autoridad civil para ejercer ministerio sino fines de estadística, creen [que toleraría] la exclusión de sacerdotes extranjeros con algunas limitaciones […] la limitación del número de sacerdotes siempre que este, a juicio del prelado respectivo, fuera suficiente para las necesidades de los fieles […] permitiría reconocer de facto la propiedad de la Iglesia en sus templos y demás edificios necesarios.¹¹

    La prueba de que el presidente estaba enterado de las gestiones de su amigo fue que mandó un telegrama a todos los gobernadores: Las negociaciones del general Obregón para arreglar el conflicto religioso fracasaron por la intransigencia de los obispos que piden volver a la condición en que se hallaban antes de las Leyes de Reforma.¹² Los obispos pedían volver a la tolerancia anterior a marzo de 1925. Calles había soportado mal las gestiones de Obregón y el paro momentáneo de las negociaciones le sirvió para tratar de poner fin a sus intentos.

    En el bando adverso, la ira y después la satisfacción de los radicales de la Liga no eran menores. Esto del memorándum levantó una tempestad parecida a la que se desató cuando nuestra conferencia con el presidente [21 de agosto de 1926]. Decían que estábamos cediendo… La Liga se alarmó y llegó a amenazarnos con que, si el movimiento armado fracasaba, ellos publicarían que nosotros éramos los culpables.¹³

    Obregón se apresuró a desmentir la existencia de contacto con los obispos, negó haberse entrevistado jamás con uno de ellos, de modo que el arzobispo de México, Mora y del Río, pudo escribir, el 27 de marzo, a monseñor Valverde y Téllez que estaba en Roma: Mestre y Obregón han querido tener algunas conferencias […] pero como todas han sido bajo la base de sujetarse a las llamadas leyes, nada se ha obtenido […] No queda, pues, otro recurso que la defensa armada. Pascual Díaz declaró a la prensa en Nueva York, el 5 de abril:

    No creo que exista posibilidad de arreglo entre el gobierno de Calles y la Iglesia […] porque cuando se piensa racionalmente, no se puede arreglar nada con una tiranía irresponsable […] La Iglesia no encabeza ninguna rebelión armada. Es, por ejemplo, una mentira fantástica decir que el arzobispo de Guadalajara, Mons. Francisco Orozco y Jiménez, se halla dirigiendo la revuelta de Jalisco. En cambio, es de buena doctrina católica oponer resistencia a cualquier tiranía injusta, así como también es un imperativo deber de todo ciudadano. De una vez por todas, debo decir que el gobierno de Calles no representa al pueblo de México. Por eso millares de ciudadanos se hallan levantados en armas en decidida rebelión contra él, mientras millones de mexicanos contemplan con silenciosa simpatía el movimiento, bajo la despiadada tiranía que tiene al alcance de sus manos todos los medios de opresión […] Lo que hoy se llama Constitución Mexicana no es más que la desenfrenada expresión de una salvaje teoría política implantada por una oligarquía egoísta para darle color de legalidad constitucional a sus malignas intenciones.¹⁴

    El delegado apostólico en Washington, Pietro Fumasoni-Biondi, decidió por lo tanto mandar a Pascual Díaz a Roma, para informar a la Santa Sede.¹⁵ El obispo tuvo dos audiencias privadas con Pío XI, los días 11 y 25 de abril de 1927, que le sirvieron para matizar la información que el papa había recibido tres días antes: el 8 de abril, Manuel de la Peza, uno de los dirigentes de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, presentó al papa un memorial que criticaba duramente las negociaciones y a Pascual Díaz.¹⁶ El 15 de abril, los tres obispos que representaban en Roma, desde octubre de 1926 y de manera permanente, al episcopado mexicano, escribieron al papa:

    Estimamos inconveniente que los Prelados hagan proposiciones, cuando ex profeso Vuestra Santidad ha condenado las llamadas leyes de la Constitución y de los Decretos Reglamentarios, condenando también Vuestra Santidad

    cualquier acto que pueda significar o pueda ser interpretado por el pueblo fiel como acatamiento o aceptación de la misma ley

    . En aquella vez que se intentó entrar en arreglos, de hecho, el pueblo se escandalizó, y es seguro que sucederá lo mismo si se cede en esta ocasión.¹⁷

    En mayúsculas citan el telegrama de la Santa Sede de 21 de julio de 1926, que se interpretó como aprobación de la suspensión del culto. El ar­zo­bispo de Durango, José María González Valencia, el obispo de León, Emeterio Valverde Téllez y el obispo de Tehuantepec, Jenaro Méndez del Río, pertenecían al ala radical del episcopado, la que quiso suspender el culto y, más tarde, apoyar a los combatientes católicos. En aquel ­momento tenían más influencia en el papa que los moderados, como Pascual Díaz y Leopoldo Ruiz y Flores. ¿Prueba? Pío XI los había recibido el 18 de octubre de 1926, tan pronto como llegaron a Roma; ellos le entregaron una larga carta que sirvió de base al intransigente mensaje pontificio del 18 de noviembre de 1926, Iniquis Afflictisque.

    Sin embargo Pascual Díaz, apoyado por el cardenal Gasparri, secretario de Estado, fue recibido dos veces por Pío XI. Sus enemigos corrieron la voz de que el papa lo había regañado. En realidad, me recibieron en la curia admirablemente bien.

    Nuevo intento de Obregón

    Después del mortífero ataque cristero contra un tren, el 19 de abril, cerca de La Barca, el presidente Calles ordenó la expulsión del país de todos los obispos que pudieran encontrar. El 21 salieron al destierro y se dispersaron por varios puntos de los Estados Unidos, algunos fueron a Cuba, otros a Europa. Era complicar el trabajo del general Obregón. Los obispos que habían escapado a la redada de abril, formaron en México, bajo la dirección de monseñor Miguel de la Mora, el obispo de San Luis Potosí, un subcomité, teóricamente dependiente del Comité Episcopal con sede en San Antonio, Texas. En el subcomité creado en mayo había moderados como Manuel Fulcheri, el obispo de Zamora, y absolutistas como Leopoldo Lara y Torres, obispo de Tacámbaro. La existencia del Comité Episcopal en San Antonio, del subcomité en México, de la comisión en Roma y la división del episcopado sobre las dos cuestiones: negociar con el gobierno o apoyar la lucha armada, no iban a facilitar las cosas.¹⁸ Sin embargo, al llegar a San Antonio, los obispos definieron una línea de conducta; primero, no dar en colectivo, ni individualmente, ayuda material o moral a la defensa armada; segundo, aconsejar a cuantos políticos se nos acercaran la unión de todos los mexicanos en un partido de orden y libertad.¹⁹

    Puede que Obregón haya pensado que, por lo mismo, una Iglesia debilitada se prestaría más fácilmente a un compromiso. Movió otro comodín, otro amigo, el obispo norteamericano de Brooklyn, Thomas Molloy. El 12 de mayo, Molloy informó al delegado apostólico en los Estados Unidos, Fumasoni-Biondi, del deseo de su amigo mexicano de discutir con él sobre el asunto. Un año antes, el obispo había mandado a Roma un informe intitulado Data Concerning Mexican Situation Relative to Anti-clerical Movement. El 10 de junio, Molloy comentó al dele­gado que Obregón no pensaba que fuese posible modificar la legislación anticlerical vigente, pero ofrecía, en cambio, ciertas garantías.²⁰ En un nuevo mensaje, el general dijo que los obispos cargaban con la responsabilidad de la crisis porque no habían aprovechado su buena voluntad cuando él era presidente. Es cierto que el presidente Álvaro Obregón había buscado contactos en Roma para un eventual establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y México; cierto también que, al principio de la crisis religiosa, cuando la

    crom

    lanzó una Iglesia cismá­tica, Obregón escribió una larga carta al presidente Calles para con­denar la iniciativa y poner a su amigo en guardia. Una vez más, Obregón ofrecía sus buenos oficios como mediador.²¹

    El ex presidente hubiera querido resolver el problema a la vez que lanzaba su campaña presidencial; por eso, en su discurso del 25 de junio anunciando su candidatura, si bien mencionaba al clero como reaccionario, se cuidó de hacerlo en términos muy moderados. El obispo Molloy no parece haber jugado papel alguno en las negociaciones de julio y agosto, si bien informa a Roma que sigue en contacto con el general. Roma había contestado demasiado tarde a sus mensajes, pero le pidió no cerrar ninguna puerta. La jugada de Obregón era ganarse votos católicos al demostrar a los obispos que su moderantismo contrastaba con el radicalismo de Calles. Una vez más, mandó a su fiel Eduardo Mestre con el encargo de buscar en los Estados Unidos a los principales obispos.

    Mientras tanto, el obispo Pascual Díaz escribía desde París, el 29 de junio, al arzobispo de Durango en Roma, José María González Valencia:

    Contra todo lo que pensaba, me encuentro todavía por estas tierras […] Se me dijo que el Eminentísimo Primado de España quería hablar conmigo antes de que me fuera de Europa. Por eso retardé mi vuelta. Estuve a ver al Primado, y por indicación de él, visité al Rey y a Primo de Rivera. Les expuse la situación tremenda de los católicos en México, sin pedirles absolutamente nada. Ellos, oída mi relación, ofrecieron aflojar un poco la censura. Me dieron las razones por las cuales no pueden hacer otra cosa por ahora. El P. David (secretario del arzobispo; bajo seudónimo de Jorge Gram, publicará novelas famosas como Héctor) las conoce ya.

    En cuanto a París, he encontrado a esta gente asustadísima. He logrado reunirla, y creo que debe, lo primero, levantárseles el ánimo y presentarles la situación, así es fácil que ellos suelten para ayudarle a la Liga.²²

    Pascual Díaz salió de París el primero de julio y fue a Lisieux, para rezarle a Santa Teresa del Niño Jesús, antes de embarcarse en El Havre.

    Con prudencia, antes de emprender el viaje de México a San Antonio, el licenciado Mestre consultó a los obispos que seguían en su muy ­relativa clandestinidad en la capital; ellos, a su vez, transmitieron sus proposiciones al presidente del Comité Episcopal en San Antonio, el arzobispo Mora y del Río. ¿Quién filtró la información? El 15 de julio, la prensa nacional anunciaba que el conflicto religioso va a ser resuelto. El arreglo se halla en preparación. El mismo día, el arzobispo informaba a sus colegas:

    El licenciado Mestre saldrá próximamente para los Estados Unidos, a hacer al Reverendo Comité Episcopal la proposición siguiente y desearía llevar consigo la opinión del subcomité acerca de ella:

    1. Se comprende fácilmente que el gobierno no podría hacer una dero­gación brusca de las leyes y reglamentación sobre cultos […] y que debe buscarse una fórmula que ponga a salvo el decoro del gobierno, especialmente ante los suyos.

    2. Según el artículo 4º de la Constitución, los sacerdotes son considerados como profesionistas; en tal virtud podrían hacer una manifestación o declaración ante el gobierno de que tenían tal o cual empleo eclesiástico […] para que el gobierno les garantizara el libre ejercicio de su profesión […]

    3. Un grupo de ciudadanos, no solo católicos […] haría un ocurso respetuoso y lo elevaría al C. Presidente para suplicarle que se hiciera un estudio especial acerca de las leyes […] El Presidente aceptaría la petición y se nombrarían comisiones mixtas […] para proponer su reforma al Congreso […] Entre tanto, el C. Presidente suspendería dichas leyes y se reanudarían los cultos.

    4. Si los miembros del subcomité no aprueban y quisieran proponer otra que salve el decoro del gobierno y facilite un arreglo, se les suplica que lo hagan.²³

    El obispo Miguel de la Mora había informado inmediatamente a los dirigentes de la Liga, los cuales habían expresado su rechazo a lo que consideraban un juego tramposo. Mestre no se descorazonó y emprendió el viaje a San Antonio, en compañía de Antonio Beroni, ferviente católico, Caballero de Colón, que representaba nada menos que a Aarón Sáenz, el secretario de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Obregón. Aseguró al arzobispo Mora y del Río que venía como representante del general, con el acuerdo del presidente Calles y que, por lo tanto, las proposiciones eran muy serias. El prelado consultó a sus colegas presentes en la ciudad y contestó que había que separar los dos asuntos. Con garantías fidedignas, el regreso de los obispos a México podría ser muy rápido, pero reiniciar el culto público tenía que ser una decisión romana y eso tomaría tiempo. De acuerdo, dijo Mestre y se puso a redactar un borrador en el cual el arzobispo pedía al presidente la cancelación del decreto de expulsión. Hombre de buena fe y de reflexión corta, el anciano prelado firmó, sin pensar que el episcopado iba a aparecer como el solicitante de un arreglo, cuando en realidad era el gobierno, una facción del gobierno.²⁴ El arzobispo de Morelia, don Leopoldo, tuvo que publicar una rectificación y el delegado apostólico en Washington, Fumasoni-Biondi, se apresuró en mandar a San Antonio a Pascual Díaz.²⁵ En su carta del 26 de julio, el brazo derecho del delegado apostólico, monseñor Paolo Marella, muy preocupado, le escribía:

    He contestado al venerable Arzobispo de México en el sentido que le indiqué a Usted durante nuestra conversación en Nueva York: le dije que la Delegación no podía dar una opinión sobre la oportunidad de regresar a México antes de iniciar aquella supuesta conferencia… Le dije supuesta porque, en el momento presente, no me parece que haya nada absolutamente serio y concreto. De todos modos, que Vuestra Excelencia se ponga inmediatamente en contacto con el Arzobispo y, de ser necesario, pase algunos días en San Antonio para un mejor entendimiento verbal. No he podido ver a Mons. Molloy, el Obispo de Brooklyn y le escribo para arreglar una entrevista […] Mientras tanto, urge saber qué tan seria es la propuesta del Sr. Mestre y, si es necesario, vaya Usted enseguida a San Antonio para guiar esta conferencia con vuestros consejos.

    El 28 de julio, le encargó hacer todo lo posible para evitar cualquier discordia que en este momento resultaría fatal, manifestando su preocupación por las últimas declaraciones belicistas del obispo de Huejutla, Manríquez y Zárate: Mensaje al mundo civilizado, del 12 de julio.²⁶

    Pascual Díaz apenas había regresado de Roma cuando fue atacado con violencia por los ligueros y por el obispo de Huejutla; como le tenía confianza, el delegado apostólico monseñor Fumasoni-Biondi lo mandó de bombero a San Antonio, sin esperar más: el 5 de agosto, día de la salida de Díaz para la ciudad tejana, Fumasoni-Biondi escribía al cardenal Gasparri, secretario de Estado, que para negociar con el gobierno mexicano, no conozco mejor sujeto que Monseñor Díaz con el cual estoy en contacto y al cual prestaré todo mi apoyo. Por su lado, para que la negociación fuera exitosa, el gobierno puso un freno a la persecución religiosa: puso en libertad a los militantes de la Liga, repatrió a los deportados a las islas Marías, toleró el culto en las casas particulares, de modo que el P. Miguel Agustín Pro S.J. podía hablar de esta relativa paz que tenemos.²⁷

    Pascual Díaz cumplió con las instrucciones dadas por el delegado apostólico: parar por lo pronto el regreso de los obispos a México, tomar todo el tiempo necesario hasta conocer a fondo las intenciones del gobierno. Las entrevistas se desarrollaron a fines de julio y comienzos de agosto, mientras Álvaro Obregón se encontraba en la frontera, en Matamoros, para vigilar el curso de los acontecimientos; él deseaba que la negociación llegara a buen término. El plan propuesto era muy completo y bastante realista, aunque el punto 2 fuera erróneo —la ley Calles preveía que los sacerdotes no podrían invocar el artículo 4º constitucional—; a diferencia de las dos primeras entrevistas, de agosto de 1926 y marzo de 1927, la tercera manifestaba, por parte de Obregón, si no del gobierno, una prisa y un verdadero deseo de llegar a una conclusión.

    Antonio Beroni, gran caballero de la Orden de Colón de Monterrey, en nombre y representación de Aarón Sáenz y Eduardo Mestre, que representaba a Calles, o sea al gobierno […] se presentaron la semana pasada […] Les dijimos que formularan por escrito algunas bases que al siguiente día nos presentaron a Mons. Pascual Díaz, Ignacio Valdespino y a mí. Quisimos que las firmara el señor Mestre y parece que tenía instrucciones de no estampar su firma, pues se negó a ello. Después tuvo una entrevista con Obregón en Matamoros, y enseguida fue llamado a Washington por el Illmo. Sr. Díaz.²⁸

    Algo elíptico en su carta, el arzobispo Mora y del Río se equivoca cuando dice que su colega Díaz llamó al licenciado Mestre a Washington. El via­je a Washington fue iniciativa de Mestre, quien tuvo que insistir mucho para lograr el encuentro.

    El memorándum final, al cual Pascual Díaz había aportado importantes rectificaciones y complementos, rezaba:

    1. Los miembros del Episcopado podrán volver a México si los cultos se reanudan en los templos en un plazo no mayor de quince días contados desde su llegada a la Capital.

    2. Para dicha reanudación, los miembros del Clero harán ante la Autoridad respectiva el registro de ley. Tal registro tiene por único fin la estadística del país y no significa sujeción de la Iglesia al Poder Civil; así lo ha declarado en términos expresos el Presidente de la República.

    3. El Episcopado podrá hacer libremente los cambios de los sacerdotes de un templo a otro dando el aviso de ley.

    4. El Episcopado por la prensa declarará que, como algunos periódicos y personas tomando su nombre lo han mezclado en campañas políticas, mani­fiesta que de acuerdo con su misión permanece por completo alejado de toda cuestión política de partido, dejando a los católicos en libertad de tomar o no participación en dichas campañas de acuerdo con sus ideas.

    5. El Gobierno con motivo del regreso de los Prelados, sin dar mucha im­por­tancia al asunto, declarará únicamente: Convencido el Gobierno de lo respetuoso que es el Episcopado para las Autoridades legítimamente constituidas le da todas las facilidades y garantías para dedicarse a su misión.

    6. Los miembros del Episcopado tendrán facilidades para cruzar la frontera y todas las garantías legales.²⁹

    El 29 de julio, Ignacio Valdespino, obispo de Aguascalientes, fiel amigo de Pascual Díaz, le había aconsejado desconfiar de Mestre que "busca a V.S.I. y R. con avidez […] Quiere disimular que no trae misión oficial y ofrece el oro y el moro como plenipotenciario. Creo que hay que irse con tiento en esto, porque tan fácil sería echarnos el estigma de transigentes ultra modum como el de que se nos echara la culpa más tarde de que por nuestra intransigencia habían fracasado los deseos conciliatorios del Gobierno".³⁰

    La prensa aseguraba que la paz era inminente, el 7 de agosto Excélsior anunciaba la llegada de los obispos, y el 8 El Informador publicaba: Volverán al país los obispos. Aarón Sáenz ha estado conferenciando con ellos en representación del general Obregón. Tomaban su deseo por la realidad, porque entre los seis puntos no aparecía el tema de la condición sine qua non puesta por el papa: la reforma de las leyes anticlericales.

    El 5 de agosto, por conducto de monseñor Emeterio Valverde, presente en Roma, la Santa Sede hizo saber al arzobispo Mora y del Río:

    En orden a esos pretendidos arreglos, el Santo Padre se dignó dar las siguientes normas:

    1. Oigan los obispos las proposiciones hechas por los agentes del Gobierno, sin hacerles ellos ninguna.

    2. Si las condiciones no son aceptables, dése por terminado el intento de arreglos.

    3. Si parecen aceptables, antes de proseguir exíjanse a los dichos agentes del Gobierno credenciales auténticas y satisfactorias.

    4. Si no las presentaran, dénse por terminadas las negociaciones.

    5. Si las presentan, pídanseles sus proposiciones por escrito y firmadas.

    6. Si no las dan en esta forma, ténganse por terminados los trabajos.

    7. Si las proposiciones fueren presentadas en la forma dicha antes, adviértase a los representantes del Gobierno que es necesario no menos de un mes para resolver; mientras tanto, comunique sin demora a cada uno de los obispos, a la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, pidiéndole a aquellos y a esta que den por escrito su dictamen sobre las dichas proposiciones.

    8. Envíense las proposiciones del Gobierno y los dictámenes de cada obispo y de la Liga a la Santa Sede.

    9. Espérese la resolución del Papa.³¹

    El mismo día 5 de agosto, Pascual Díaz había salido de Nueva York hacia San Antonio, enviado por la delegación apostólica. La prensa mexicana señalaba su llegada a San Antonio como prueba de que la paz no tardaría. El 13 de agosto, un obispo amistoso que firma, prudentemente, José —ha de ser Miguel de la Mora— le comparte sus inquietudes:

    A la noticia del regreso de nuestros respetables y queridos hermanos hubo su gusto, pero también su alarma, porque nadie se explicaba cuál sería la situación de los regresados, ya que no se veía clara la intención de los que la proponían, como no se ve todavía. El sentimiento general, sobre todo entre la gente que piensa, es de que no regresen hasta que no tengan la seguridad, si no de un arreglo definitivo, al menos de uno aceptable; porque consideran que sería muy desairada su situación, si ya en la República, no les cumplieran lo prometido […] Yo, hermanito, soy nadie, soy de las infanterías y sin más luces que las propias, soy de la misma opinión que no regresen hasta no ver claro y tener en que fundarse […] Ud., hermanito, que tanto puede, y ha de haber venido tan bien documentado de su largo viaje, trabaje como lo ha hecho siempre, para evitar todo arreglo que fuera indecoroso para todos y desastroso para la Causa.³²

    Así fue. Pascual Díaz demostró que no era el acomodaticio que denunciaban sus adversarios. Por ejemplo, el arzobispo de Durango, José María González Valencia se decía "sumido en profunda tristeza por las noticias que llegan de los famosos arreglos con nuestros perseguidores. En el momento en que, a pesar de nuestra inexplicable obstrucción para los buenos católicos [los cristeros³³] y casi complicidad para con Calles, es una locura de volver, un desprestigio lamentable".³⁴

    El cónsul Arturo Elías telegrafiaba a México, el 23 de agosto: En­trevista Mestre-Beroni-prelados parece que se pretende que el partido clerical preste su apoyo al propio general Obregón a cambio de estas garantías. Efectivamente, para mayor inquietud de los radicales, hubo encuentro y discusiones los días 23 y 24 de agosto, incluso hubo participación indirecta del importante obregonista Aarón Sáenz. Luego, Pascual Díaz y Ruiz y Flores suspendieron las negociaciones para ir a ­Washington a informar al delegado. El 23 de agosto, Paolo Marella había indi­cado a Díaz que si después de unos días, ni el señor Sáenz, ni los otros dan la contestación deseada, eso significa que todo ha fracasado y que usted podrá volver a Nueva York y pasar un poco de tiempo en Washington.³⁵

    Mestre, después de consultarlo con el general Obregón, telegrafió a Díaz para decirle que necesita encontrarse con él. El delegado apostólico da luz verde y la entrevista ocurre el 6 de septiembre en la Catholic University. Los presentes: Mestre, los dos obispos y el auditor de la delegación Paolo Marella, a título privado, presentado como un amigo; monseñor Marella llegará a ser un brillante delegado apostólico en Japón, a partir de 1933. Primero escuchan un largo alegato del licenciado, un sermón del Santo Padre, comenta Marella; luego Mestre propone retomar las proposiciones de San Antonio, con un cambio en el punto 5: el episcopado debe decir que reconoce y acepta las leyes. Imposible, contestan los dos obispos. Suspensión. La noche es buena consejera, nos veremos pasado mañana.

    El día 8 de septiembre, en la mañana, los mismos actores, segunda vuelta. Se propone una nueva redacción del punto en litigio: El Gobierno con motivo del regreso de los Prelados, sin dar mucha importancia al asunto, declarará únicamente que el Episcopado Mexicano ha expresado que va a cumplir con la ley, haciendo la manifestación y registro que la misma prescribe; y el Gobierno les dará todas las facilidades y garantías para dedicarse a su misión. Está mejor, pero imposible no interpretarlo como una cesión por parte de la Iglesia que había condenado muchas veces esas leyes inicuas. Los obispos ven que no pueden avanzar más y dicen que mandarán la propuesta a la Santa Sede, que decidirá.

    El 9 de septiembre Pascual Díaz redacta un informe que la delegación transmite a monseñor Francesco Borgongini-Duca, de la Secretaría de Estado en Roma:

    En los primeros días de agosto el Lic. Eduardo Mestre […] se presentó en San Antonio a decir al Arzobispo de México que el General Obregón, de acuerdo con el Presidente Calles, arreglaría la vuelta de los Obispos desterrados, siempre que estos se comprometieran a reanudar el culto inmediatamente.

    La contestación de los obispos consta minuciosamente en la relación que unida a esta enviará la Delegación Apostólica.

    Conviene decir a V.S. que parece que lo que más interesa a Obregón es el calmar de alguna manera los ánimos para asegurar su elección, pero sin querer aparecer favorable a la causa de los católicos.

    Al saberse los pasos que daban los enviados confidenciales del Gobierno por las noticias publicadas en los periódicos de México y de los Estados Unidos, asegurando que de un día a otro estarían de vuelta en México los Obispos desterrados, se apresuraron el Presidente Calles, el ministro Tejeda y el mismo Obregón a declarar que ellos no habían dado paso ninguno encaminado al arreglo, y que la vuelta de los Obispos significaría la sumisión de estos a la ley.

    Con estas noticias aun los Obispos que eran de opinión favorable a la vuelta, cambiaron de parecer; en vista de lo cual el Comité Episcopal que reside en San Antonio resolvió poner el asunto en manos de la Delegación Apostólica.

    Ya en manos de la Delegación este asunto, la Comisión de Obispos Mexicanos en Roma quería imponer una resolución sin decir si era opinión particular suya o decisión de la Santa Sede. La Delegación apostólica me hizo ir de New-York a San Antonio, Tex. Para servir de consejero al Arzobispo de México y evitar que lo sorprendieran al llegar la respuesta del Gobierno. Se presentó el Lic. Mestre con las condiciones que ponía el Gobierno, que corregidas por nosotros fueron devueltas.

    Vine de San Antonio a Washington a dar cuenta de lo sucedido a la Delegación. Convencido Mons. Marella de que era imposible de tratar el asunto de una manera oficial con los enviados del Gobierno, sin credenciales y por escrito firmado por estos, parecióle conveniente que yo llamara a Washington al Lic. Mestre quien había vuelto a San Antonio con la respuesta modificada del Gobierno. Tuvimos dos conferencias en presencia de Mons. Marella que intervino de incógnito. En la primera el Lic. Mestre refirió una larga conversación con Obregón, en la que este se mostró muy dispuesto a llegar a un arreglo del conflicto religioso, alegando a su favor que en su periodo presidencial había sido muy tolerante, y que, si había expulsado a Mons. Philippi, había sido por su injerencia extremada en la política del País […] Según el Lic. Mestre, el General Obregón hará que se reformen las leyes contrarias a la libertad de la Iglesia, pero sin que los Obispos y los católicos pidan tal reforma. Toda la discusión versó sobre la cláusula quinta porque era inadmisible, pues nos hacía aparecer sometiéndonos a las leyes. Aplazamos la resolución para la siguiente conferencia.

    Mientras, el Arzobispo de México me hizo saber que acababa de recibir una comunicación de la Comisión de Obispos Mexicanos en Roma, diciendo que ordenaba Su Santidad no se tuviera arreglo ninguno con los enviados del Gobierno sin exigirles la credencial respectiva y sin que dejaran de firmar cualquier acuerdo a que se llegara. En vista de esto, en la segunda conferencia nos limitamos a oír la reforma que de la cláusula quinta presentó el Lic. Mestre, cuyo tenor puede verse en los adjuntos documentos.

    De una manera formal y oficial será imposible llegar a ningún arreglo por ahora, porque, aunque es cierto que urge, más que al Gobierno a Obregón, llegar a un acuerdo, temen disgustar a sus partidarios […] Creo también pertinente informar a V.S. que Mons. González Arzobispo de Durango no ceja en su idea de que el Episcopado deba declararse revolucionario y dar a la defensa armada todo el dinero posible, enajenando para ello todos los bienes de la Iglesia […] por carta del Señor González que acaba de llegar al Arzobispo de México, debo añadir que este Señor recrimina al Episcopado por el fracaso de la Liga en la defensa armada, suponiendo, lo que es enteramente falso, que los Obispos fuimos quienes lanzamos a los católicos a la defensa armada, y que por lo mismo estamos obligados a ayudarla por todos los medios posibles. Esta conducta no deja de perturbar a algunos Obispos por creer como emanadas de la Santa Sede las indicaciones de dicho prelado.³⁶

    El P. John J. Burke, paulista, es decir miembro de la Congregación San Pablo, era el secretario de la National Catholic Welfare Conference —el equivalente de una conferencia episcopal de los Estados Unidos—, hizo notar que el regreso de los obispos expulsados, en tales condiciones, tendría un pésimo efecto entre los católicos de los dos países. El propio Paolo Marella comentó que el gobierno quería absolutamente la paz, mejor dicho, que Obregón, frente a los electores, quería aparecer como el hombre que logró la paz religiosa; pero tampoco podía el gobierno renunciar a sus leyes. Claramente, es una cuestión de honor […] no estamos en tiempos de Canossa. Alusión histórica a la humillación del emperador Enrique que fue a pedir al papa, refugiado en el castillo de Canossa, que le levantara la excomunión.³⁷

    Segundo viaje de Pascual Díaz a Roma

    El fracaso de las negociaciones de San Antonio no tardó en filtrarse, antes de las entrevistas de Washington, para mayor gusto de los radicales de am­bos bandos; del lado católico, los ligueros y la troika episcopal en Roma. Si los callistas sospechaban que Obregón quería hacerlos a un lado, los ligueros pensaban lo mismo de Pascual Díaz y del arzobispo de Morelia, y los tres obispos en Roma, también:

    He quedado sumido en profunda tristeza —escribe monseñor González Valencia a su amigo el obispo de Huejutla, el absolutista todo o nada Manríquez y Zárate—, por las noticias que llegan de los famosos arreglos con nuestros perseguidores. En el momento en que, a pesar de nuestra inexplicable obstrucción para los buenos católicos [habla de los cristeros] y casi complicidad para con Calles, este se siente más débil que nunca, es una locura el volver, un desprestigio lamentable.³⁸

    La Santa Sede estaba algo confusa frente a tantas noticias y reacciones contradictorias, por lo tanto, el delegado Fumasoni-Biondi decidió mandar de nuevo a Pascual Díaz a Roma para dar una versión única y garantizada por la delegación apostólica y sugerir el alejamiento de la troika episcopal revolucionaria. En un memorándum en italiano, sin fecha ni firma, se puede leer lo siguiente:

    La actuación de los obispos mexicanos en Roma ha engendrado diversos males de los cuales el más doloroso es haber causado divisiones y disensiones entre los prelados. Como la Comisión no consultaba nunca al Comité Episcopal, sino se entendía directamente con la Liga, la cual, a su vez, trabajaba y operaba en absoluta independencia del Episcopado, resulta que la Liga creía que era oficial todo lo que le comunicaba la Comisión; al encontrar la Liga la oposición de algunos obispos y el apoyo de otros, las murmuraciones, la diversidad de opiniones surgieron con las consecuentes divisiones entre los fieles. Dos obispos, los más favorables al movimiento armado, han logrado mucho apoyo por el hecho de que la Comisión decía encontrarse en contacto directo con varios miembros de la Liga.³⁹

    Tanto Fumasoni-Biondi como Marella pensaban que el problema de fondo era la división entre los obispos y entre los católicos mexicanos (y entre los católicos americanos también) en dos bandos, el de los radicales y el de los moderados. Criticaban a la Liga por haber lanzado sin dinero, sin armas, sin posibilidad de conseguir ni dinero ni armas en el futuro, una revolución que ya costó mucha sangre sin haber conseguido nada.⁴⁰ Estaban al tanto del apoyo dado a la lucha armada por la comisión episcopal en Roma y por el obispo de Huejutla, enterados también de las simpatías del arzobispo Mora y del Río por los combatientes. Antes de embarcarse el 8 de octubre, Pascual Díaz escribió al arzobispo de México, José Mora y del Río que el Sr. Delegado me manda a Roma para que les explique cada punto del Memorándum y le traiga instrucciones claras y terminantes de lo que la Delegación debe hacer para tratar o no con los representantes del Gobierno de México, aunque se presenten sin credenciales.⁴¹ Y pidió a todos los obispos poner por escrito su opinión sobre las condiciones para un regreso a México, un reinicio del culto y también sobre la Liga y la lucha armada.⁴² El 7 de octubre, ocho obispos del ­Subcomité Episcopal en México mandaron al delegado apostólico su Opinión sobre el Memorándum presentado por el Lic. Mestre […] para solucionar el conflicto religioso.⁴³ Expresaban su perplejidad porque parece que no presenta solución alguna al conflicto, más bien deja las cosas tales como se encuentran actualmente.

    Fumasoni-Biondi, al mandar el documento al cardenal Gasparri, subrayó la división reinante entre los obispos. Con mucha lucidez, comentaba lo ilusorio que era esperar cambiar en un instante una situación de muchos años, que el gobierno era más fuerte que nunca después de la liquidación de los generales Serrano y Gómez, que el pueblo católico estaba privado de los sacramentos desde hacía más de dos años; por lo tanto, aconsejaba sugerir el regreso de los clérigos a sus puestos y al culto público y concluía: si las propuestas del Gobierno deben aceptarse o no, lo verá Vuestra Eminencia; a este fin he mandado a Mons. Pascual Díaz con toda la documentación para poner a vuestra disposición toda la información necesaria.⁴⁴

    El delegado apostólico había encargado al obispo Díaz la

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