Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Mansa Musa. Peregrino del desierto, rey de Tombuctú
Mansa Musa. Peregrino del desierto, rey de Tombuctú
Mansa Musa. Peregrino del desierto, rey de Tombuctú
Libro electrónico329 páginas5 horas

Mansa Musa. Peregrino del desierto, rey de Tombuctú

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El emperador de Mali, acompañado de diez mil personas y camellos atraviesa el desierto del Sáhara haciendo la peregrinación a La Meca, el Hajj, gastando sin límite y haciendo de la ciudad de Tombuctú, el centro cultural y religioso del África de occidente.

Una novela exquisitamente documentada sobre la fascinante vida de Mansa Musa, emperador de Mali,siglo XIV, años 1312 a 1337 de su reinado, cuyo imperio, situado en el África occidental, se extendía por el territorio que hoy ocupan el sur de Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea, Mali, Burkina Faso, Níger, sur de Argelia, norte de Nigeria y Chad.
La historia del hombre que llegó a controlar la totalidad de la producción y comercio del oro, la sal y los esclavos desde la jungla del África occidental hasta el Mediterráneo.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento3 may 2018
ISBN9788417558376
Mansa Musa. Peregrino del desierto, rey de Tombuctú

Relacionado con Mansa Musa. Peregrino del desierto, rey de Tombuctú

Libros electrónicos relacionados

Ficción histórica para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Mansa Musa. Peregrino del desierto, rey de Tombuctú

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Mansa Musa. Peregrino del desierto, rey de Tombuctú - Miguel Guerrero Antequera

    PROEMIO

    El libro que el lector tiene en sus manos es una novela en el sentido que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española otorga al término: Una obra literaria en prosa en la que se narra la acción fingida, en todo o en parte, y cuya finalidad es causar un placer estético a los lectores con la descripción de sucesos o lances de caracteres, de pasiones y de costumbres.

    Como tal, es una novela histórica que cuenta los hechos de la vida de Mansa Musa, emperador de Mali, cuyo imperio, situado en el África occidental, se extendía por el territorio que hoy ocupan el sur de Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea, Mali, Burkina Faso, Níger, sur de Argelia y Chad. Se trata de una recreación basada en informaciones históricas, geográficas y culturales, tomadas de autores contemporáneos y de otras eras. Ahora bien, y que me perdone el lector, aderezada por la imaginación del autor.

    Mansa Musa, recientemente, ha sido considerado como la persona más rica del mundo en todos los tiempos, ajustada su fortuna a la inflación. Controlaba la totalidad de la producción y comercio del oro desde la jungla del África occidental hasta el Mediterráneo. También la sal y los esclavos.

    Profundamente religioso, instituyó el islam como la religión de su país, respetando las creencias animistas y de brujería de sus súbditos. Acompañado de 10.000 personas y camellos atravesó el desierto del Sahara e hizo la peregrinación a La Meca, el Hajj, cumpliendo así con el quinto pilar de la creencia islámica, y a su paso por El Cairo el oro de su caravana, gastado sin límite, produjo la caída de su valor hasta un nivel insospechado que duró varias décadas, pero que hizo conocer al mundo las riquezas y el poder de Mansa Musa y el imperio de Mali.

    Hizo de la ciudad de Tombuctú, en la actual República de Mali, el centro cultural y religioso del África de occidente. Elevó, en su país, palacios, madrasas y mezquitas, una de las cuales, la mezquita de Djingareber, puede aún hoy visitarse. Fue construida en barro y su diseño está suficientemente acreditado que corresponde al arquitecto Abu Ishaq es-Saheli, de Granada.

    El lector debe situarse en el contexto de la época de esta historia, el siglo XIV, años 1312 a 1337 del reinado del soberano, y considerar que todas las referencias a la prostitución, homosexualidad, lesbianismo, libertad sexual de las mujeres y canibalismo, aquí contadas, no se producen de igual forma hoy, pues todos estos países han evolucionado en democracia, riqueza, cultura y educación, aunque en algunos de ellos todavía subsisten el machismo y la homofobia. De hecho, sus élites se han educado en universidades de prestigio internacional

    Mansa Musa y su país eran de creencia musulmana, así como los Estados circundantes y los del paso de su caravana en el viaje a La Meca. Así, por tanto, es necesario durante el desarrollo de esta historia referirse a ritos y costumbres del islam, las obligaciones que conlleva y las menciones a las azoras del Sagrado Corán y a los hadices, dichos y hechos del Profeta Mahoma.

    Aunque era costumbre de la época y aún hoy, acompañar el nombre del Profeta, con jaculatorias piadosas como Dios esté satisfecho con él, La paz sea sobre él o Dios lo bendiga y salve y otras, el autor, con el profundo respeto a dicha práctica que aparece en la bibliografía consultada, las ha obviado en la novela en beneficio del lector.

    El autor también considera de utilidad para el lector el conocimiento de que, lejos del sistema métrico decimal, en aquella época la unidad en el comercio del oro era el mitcal, equivalente a 4,23 gramos; la distancia recorrida por los camellos de las caravanas se medía en parasangas, que corresponde a 6 kilómetros por unidad aproximadamente y que un quintal de la carga de los camellos era igual a 46 kilos.

    Los musulmanes, según los cronistas árabes, pueden utilizar diversos calendarios para situar acontecimientos anteriores y posteriores a la Hégira y poner equivalencias del calendario juliano o de la era de Alejandro, solar, también llamada «de los coptos».

    La existencia en territorios islámicos de judíos y cristianos y de otros grupos humanos con sus calendarios propios, ha producido históricamente, desde tiempos antiguos hasta la actualidad, algunas interferencias o referencias compartidas de calendarios y eras.

    También en beneficio del lector, y para situar adecuadamente la temporalidad de esta novela, hemos tomado la licencia de usar el calendario cristiano —gregoriano— en las fechas de los acontecimientos descritos, aunque en algunos casos se refieren también junto al equivalente en el calendario musulmán.

    La narración de la novela corresponde a los griots del emperador —cronistas— naves de la palabra hablada, depositarios de secretos de muchos siglos que sin ellos el nombre de los reyes se desvanecerían en el olvido o memoria de la humanidad.

    Por último, esta historia ha sido escrita por dos personas, dos griots, con edades y creencias distintas, pero ambas tuvieron en común el respeto y admiración hacia los soberanos de Mali a quienes servían. Y es que la actitud de servicio no debe sólo entenderse como sinónimo de servil o de simple sometimiento, de forma peyorativa. Todo lo contrario, las páginas que siguen ponen de manifiesto su admiración hacia ellos, describiendo, sin tapujos, lo que vieron en primera persona y que, gracias a su colaboración, ha podido llegar a nuestros días. Por sus palabras, transcritas por el autor, el lector va a conocer la historia de Mali y de Mansa Musa.

    CAPÍTULO I: EL OCÉANO

    El que esto escribe en el año 1310, Mamadou Kouyate, griot del emperador Abubakar II de Mali, historiador de la corte, consejero regio y narrador de los hechos para el futuro, da cuenta de la gran epopeya de mi señor.

    Los griots somos naves de la palabra y depositarios de secretos de muchos siglos de antigüedad. La historia no es misterio para nosotros. Enseñamos al pueblo, pero sólo en la medida en que queramos hacerlo, ya que guardamos las llaves de las doce puertas de Mali. Sin nosotros, los nombres de los reyes se desvanecerían en el olvido, pues somos la memoria de la humanidad. A través de la palabra hablada damos vida a sus hechos y hazañas para conocimiento de las jóvenes generaciones. A los actuales gobernantes les hacemos partícipes de las vidas de sus antepasados, para que les sirvan de ejemplo, pues el mundo es viejo, pero el futuro mana del pasado.

    El océano, el mar envolvente y tenebroso, es la obsesión de mi señor el emperador, soberano de todos sus súbditos. Hay quien ve los desiertos y los océanos como una barrera que detiene nuestra marcha. Mi señor, el emperador Abubakar II, no lo ve así. Desiertos y mares son puentes que, atravesados, nos acercan a la otra orilla.

    Abubakar II, nieto de la hija de Sundiata, el fundador del imperio, se encuentra solo en su palacio de Niani, capital de Mali, en la margen izquierda del río Sankarini. Lleva un tiempo sin poder dormir, pues se le agolpan en su mente todas las historias que ha escuchado sobre el océano. Siendo príncipe heredero, le gustaba reunirse con los comerciantes de las caravanas que llegaban de Tombuctú para cambiar sal, libros y objetos de arte por oro en polvo y esclavos.

    Mali era, y es, el gran productor de oro del continente, y sirve a los tesoros de los países del norte de África y sur de Europa para fundir sus monedas. Un día muy próximo, la propia moneda de Mali, cuando se acuñe, habrá de invadir estos países.

    De vez en cuando, un hombre culto llegaba en esas caravanas y él se aprovechaba para conocer todo lo posible del mundo exterior y, lo que para él era más importante, del océano.

    —¿Cuéntame todo lo que sepas del océano?

    —El mar de las tinieblas es el océano Atlántico. Conforme con la tradición de los geógrafos griegos, los árabes lo conciben como una especie de enorme río de forma circular. Por esta razón lo han llamado al-Muhit, que rodea, o Uqiyanus, océano. Envuelve el mundo habitado por todos sus lados o, al menos, por tres: norte, oeste y sur, el ecuador. La creencia general es que los mares principales están directamente unidos con él. Desde otro punto de vista, el Atlántico, contiguo a al-Ándalus o al norte de África, forma una parte del mar del Magreb.

    Ahora bien, el océano Atlántico es conocido como el mar oscuro o mar de las tinieblas, bahr al-zulumat, que describe las tempestades y peligros de su vertiente norte. No se le conoce límite ni se sabe su extensión y en el cual no hay seres vivos. En él desemboca el Mediterráneo, al-bahr al-rumí, que es el mar de Siria, Egipto, el Magreb y al-Ándalus. Solamente se navega por el oeste y el norte. Es decir, desde los confines de vuestro país de los negros, bilad al-sudán, hasta Bretaña, que es una gran isla que se localiza en el extremo septentrional. Frente a vuestros territorios hay seis islas llamadas las eternas, al-jalidat, pero nadie sabe lo que hay más allá.

    Por vuestra mirada, sospecho que sabéis tanto o más que yo de este océano. ¿No es cierto?, le inquiere el hombre culto.

    —Los sabios me han hablado acerca de las distintas creencias sobre la tierra. En Europa piensan que es plana y los árabes aseguran que es esférica. Me inclino por esta última versión, ya que en ella no existe el infinito. También pienso que el mar y sus olas tienen que ser como el desierto con sus dunas. Si los camellos las han vencido, los camellos del mar, que son los barcos, harán lo propio con los peligros del océano.

    Pese al tiempo transcurrido, esa conversación sigue presente en la mente del emperador. Le han hablado de un rey excepcional que conquistó el mundo, Alejandro Magno, y él quiere emularlo, extendiendo los confines del imperio. Mali limita al norte y este con el desierto, al sur con la selva y el ecuador. Y, como le han dicho que más abajo del ecuador no se puede pasar, pues lo mismo que hacia el norte aumenta el frío hasta hacer inhabitables las tierras, al sur aumenta el calor hasta el punto de llegarse al fuego eterno, sólo puede expandirse al oeste y en el oeste está el océano. Pero él lo vencerá. Lo mismo que se encontraron las islas eternas, él encontrará la nueva tierra que, forzosamente, debe existir al final del océano. Para ello ha de organizar una expedición con barcos, emulando los camellos en el desierto. Pero debe primero asegurarse de que la tierra es una esfera y esa información se encuentra en Tombuctú.

    Esta ciudad es el centro cultural y comercial de África del oeste, eclipsando a todas las demás de su región y del Magreb. No solo ha llegado a ser un importante enclave comercial en la ruta transahariana, sino un centro universitario donde acuden los profesores y sabios de todo el mundo para enseñar a estudiantes, venidos de países distantes con el objeto de recibir educación en la Universidad de Sankoré.

    En la ciudad se dan cita teólogos, poetas, profesores y artistas. Es la villa del desierto. Un foco de sabiduría, que atrae a eruditos, musulmanes y judíos, llegados de todos los rincones. Abubakar ha ordenado que una importante delegación de Mali se desplace allí, para traerlos ante su presencia, con el fin de que le confirmen la esfericidad del mundo, en la que él cree.

    Abubakar acepta el islamismo, lo respeta, pero no se entrega de lleno a él. Considera que sus reglas restringen la libertad de los habitantes de su reino. Los musulmanes limitan los sentidos. Encierran a sus mujeres en una amplia túnica, mientras que, sus súbditos, se alegran de ver a sus hijas pasear completamente desnudas, temiendo, únicamente, al sol que las quema. Él acepta solamente las prohibiciones naturales: no matarás, no robarás, darás limosna al necesitado y respetarás a los mayores y al rey.

    Los súbditos adoran a sus reyes en lugar de Dios, porque creen que son ellos, los reyes, los que les hacen vivir o morir. Y él es su rey. Alterna su corte islámica, presidida por el imam de la mezquita de Niani, la capital de Mali, con la tradición nativa sagrada de sus ancestros.

    Ha aceptado que el islam se vaya extendiendo por Mali gradualmente a donde llegó por casualidad.

    He avisado al emperador de que la delegación de Tombuctú por fin ha llegado a la ciudad. Viene presidida por Amadou Diabaté, rector de la Universidad, con los ulemas que saben de geografía, astronomía e historia. También les acompaña el imam de la mezquita de Tombuctú y el rabino judío. Se les ha dado alojamiento cómodo tras el largo viaje y alimento, conforme a lo instruido, y están en disposición de ser recibidos.

    El rey ordena que se prepare todo lo necesario para celebrar la audiencia en el pabellón abovedado, de cierta altura, y cuya entrada se halla en el interior de su residencia. Allí pasa la mayor parte del tiempo. Tiene tres aberturas de madera, celadas por batientes de plata, y debajo otras tres con planchas de oro y de plata dorada. Por delante, hay cortinas de lana que, en los días de sesiones, se levantan y así se sabe que el monarca acudirá a despachar. Una vez se sienta, sacan, por una celosía de las ventanas, un cordón de seda atado con un pañuelo egipcio a rayas. La gente, al verlo, golpea los tambores y hace sonar los albogues hechos con colmillos de elefante.

    A continuación, salen, por la puerta del palacio, unos trescientos esclavos, unos con arcos, otros con venablos y adargas. Los lanceros se plantan, a derecha e izquierda del pabellón, y los arqueros se sientan con la misma disposición. Luego se traen dos caballos enjaezados y embridados, así como dos carneros, pues aseguran que estos preservan del mal de ojo. Cuando el rey ya está en su sitio, salen presurosos tres esclavos y llaman al visir Qanya Masa. Acuden los farariyya, comandantes, y vienen el jatib y los alfaquíes, que se sientan ante los guerreros, a derecha e izquierda, en el salón de audiencias. Entonces se levanta Duga, el intérprete, junto a la puerta de la sala, vestido con ropas magníficas de zardajana, seda fina, entre otras, tocado con un turbante ribeteado que lo adorna maravillosamente y ciñendo, al hombro, una espada cuya vaina es de oro. En los pies calza botas y espuelas. Nadie más que él puede ir así calzado en tal día. En las manos porta sendas jabalinas, una de las cuales es de oro y la otra de plata, pero ambas con puntas de hierro.

    Los guerreros, gobernadores y pajes se sientan fuera del salón, en una amplia calle arbolada. Cada comandante tiene, ante sí, a sus hombres, provistos de lanzas, arcos, atabales, albogues e instrumentos musicales de caña y calabaza que se golpean con varillas y producen un maravilloso sonido.

    Los comandantes llevan una aljaba, colgada de los hombros, en tanto sostienen el arco en la mano y montan a caballo. Sus guerreros se reparten entre infantes y jinetes.

    Dentro del salón bajo las ventanas, hay un hombre de pie, el heraldo. De forma que quien quiere hablar al rey se dirige a Duga, este último habla al heraldo y este al rey.

    Existe una bancada, a la que denominan bembé, con tres escalones. Se recubre de seda y se colocan almohadones por encima y se alza la sombrilla, que se asemeja a una cúpula de seda coronada por un ave de oro del tamaño de un halcón. El rey sale por una puerta, que hay en la esquina del salón, con el arco en la mano y el carcaj a la espalda. En la cabeza lleva un bonete de oro sujeto por una banda, también del mismo metal, cuyas puntas están afiladas como cuchillos y que son de más de un palmo de largas. Generalmente, viste una aljuba roja afelpada, de esas telas de los cristianos que se llaman mutanfas. Por delante de él los cantores con instrumentos de oro y plata en las manos. Él camina lentamente, muy despacio, a veces se detiene incluso. Cuando ha llegado al bembé se para mirando a la gente, luego sube con parsimonia, tal como lo hace el predicador en el almimbar. En el momento de sentarse, se baten tambores y suenan albogues y añafiles. Tres esclavos rápidamente llaman al primer ministro y los comandantes que entran y toman asiento. Duga se sitúa a la entrada y los demás en la calle, bajo los árboles.

    A los miembros de la delegación de Tombuctú se les ha colocado frente al bembé, sobre unos cojines grandes que abarcan todo su cuerpo. Su atavío es el de los marroquíes, es decir, la aljuba y la durreia o túnica larga, sin hendidura. Nada que cubra su cabeza. Ellos estaban ya de pie desde la llegada del monarca. Y sus criados están próximos, a un lado del salón.

    Comienza la audiencia. El rey hace un signo con su mano al heraldo indicativo del comienzo de la sesión. El heraldo se dirige a los miembros de la delegación, les da la bienvenida y les pregunta, sin esperar respuesta, si han tenido buen viaje y si han sido recibidos en Niani con habitación y alimentos acordes con su categoría. Luego, con un gesto de la mano, concede la palabra al rector. Este se adelanta un paso, inclina la cabeza, en señal de respeto al soberano, y dice:

    —Señor, venimos de Tombuctú que, como bien sabéis, es un lugar de mezcla de etnias y diferentes civilizaciones, donde se recibe, se acumula y se cultiva la cultura. Se nos ha traído aquí para reportar que la tierra es redonda.

    Señor, las ideas sobre la esfericidad de la tierra son muy antiguas. Se remontan a los filósofos griegos y no se sabe muy bien cómo Europa y el pensamiento de los cristianos, que han recuperado la filosofía de Aristóteles y otros, han perdido esta noción, pues ellos piensan que la tierra es plana.

    El primer griego, de reconocido prestigio que trabajó sobre la esfericidad de la tierra, fue Ptolomeo, que vivió entre 100 y 170 años después de Yesú, el Mesías de los cristianos. Lo sabía ya antes que él, el astrónomo Eratóstenes, quien, en el siglo III, antes de ese Mesías, había calculado la longitud del meridiano terrestre. E, igualmente, lo habían aceptado Parménides, Platón y Euclides. Un cristiano, Isidoro de Sevilla, en tiempos de nuestro Profeta, calculó la longitud del ecuador en ochenta mil estadios. Y quien habla del círculo ecuatorial evidentemente asume que la tierra es esférica.

    Señor, hago mención de estos autores como soporte de la veracidad de mis palabras. Que la tierra fuera vista como un círculo plano en Europa es consecuencia de los mapas usados, ya que no es posible representarla en tres dimensiones sobre un plano. Los que creemos que la tierra es esférica también la representamos así.

    Muchos sabios, como Ibn Hazm o Abu al-Faraj al-Jawzi, declararon una ijma’, o acuerdo mutuo, según la cual los cuerpos celestes son esféricos. Los matemáticos musulmanes desarrollaron la trigonometría esférica, que les permite calcular, tanto la distancia más corta entre cualquier punto de la tierra y La Meca, como la alquibla, es decir, la dirección hacia la que todo musulmán debe rezar.

    El rey asentía al discurso con una mirada directa a los ojos y la voz del rector. Nadie se atrevería a distraerle, a romper el silencio de la audiencia, pues peligraría su vida.

    Sin embargo, a Abubakar le quedaba alguna duda. Él no era practicante asiduo del islam, pero sí creyente. Le gustaría saber qué dice el Corán de la esfericidad de la tierra. La revelación de Alá al Profeta sólo puede contener verdad. El rector adivinó esta preocupación y añadió:

    —Señor existe un verso en el Corán que, en una traducción libre, puede interpretarse como hizo la tierra con forma de huevo de avestruz, lo que sugiere que no es plana. Y otro versículo, señor, dice: Él ha creado los cielos y la tierra en verdad. Él enrolla la noche en el día, y envuelve el día en la noche.

    Estas palabras son realmente notables. Enrollar significa hacer que una cosa sea envuelta por otra, plegándola como si fuera una tela extendida. Esta palabra es usada para la acción de enrollar una cosa alrededor de otra, en la forma en que se arma un turbante.

    Pues bien, la descripción que da el versículo sobre el día y la noche, envolviéndose mutuamente, implica una información precisa sobre la forma del mundo. Esto sólo puede ser verdad si la tierra es esférica. Lo cual significa que, en el Corán revelado hace siete siglos, la esfericidad de la tierra se encontraba ya insinuada.

    El rector movió su cabeza hacia uno de sus ayudantes y le indicó que se acercara. Así lo hizo, y le entregó una calabaza amarilla que mostraba el lugar de la conexión con su planta madre y el final del fruto, como los polos norte y sur de una tierra esférica. También tenía marcadas líneas de norte a sur como meridianos. Tomándola en sus dos manos la mostró al rey.

    —Señor, la tierra es esférica como esta calabaza.

    Poniendo el dedo índice de su mano derecha en un punto del ecuador, la rodeó, lentamente, hasta volver al punto inicial.

    —Partiendo de esta afirmación y si un viajero va hacia el oeste, volverá al mismo punto después de rodear la esfera.

    El ejemplo de la calabaza impacta al rey. Saltándose el protocolo y con un movimiento imperceptible de su mano, invita al rector a acercarse al trono. Éste sube descalzo los tres escalones del bembé y se arrodilla con un gesto de ofrecimiento de la esfera. El rey la toma entre sus manos, pone su dedo índice sobre un punto del ecuador y con el otro rodea la calabaza hasta alcanzar el punto inicial, como había hecho el rector anteriormente. Lo repite otra vez. Hay un silencio de palabra y de movimientos. El rey se apropia de la calabaza. El rector vuelve a su sitio fuera del bembé. El monarca se incorpora y, mirando a su gente, baja los tres escalones y se dirige a sus aposentos del palacio. Entonces vuelven a batir tambores y suenan albogues y añafiles. Los viajeros de Tombuctú reciben sacos llenos de mitcales de oro, camellos, provisiones, esclavos y esclavas bellísimas, así como un guía para su regreso.

    El rey se encierra en sus habitaciones y el silencio oscurece el palacio y el imperio. El rey duerme. Sueña que su nombre quedará grabado en la historia como conquistador de los mares. Se siente como Alejandro Magno y como los faraones de Egipto que habían construido las pirámides, los monumentos más grandes del mundo, para que perduraran sus nombres. ¡Él será conocido como el vencedor del océano!

    Al día siguiente, llama a palacio a su hermano menor Kankan Musa y le comunica su decisión. Va a organizar una expedición marítima que se adentrará en el océano tenebroso para descubrir nuevas tierras sobre las que reinar y, si no las hubiera, retornará al punto de partida después de haber rodeado la esfera de la tierra.

    A partir de ese día, Kankan Musa se ocupará de los asuntos de Estado. Supervisará la organización política y la economía. Recibirá embajadores y delegaciones exteriores. Controlará el ejército. Él, por su parte, organizará la expedición marítima que hará de Mali y su emperador el faro del mundo.

    Se ordena la presencia en palacio del hi-key, el almirante de la flota de canoas de guerra. Se le encomienda ser el comandante de la expedición, comenzando por la organización y construcción de doscientos barcos principales y otros auxiliares, en el mismo número, que transportarán las provisiones. Cada barco auxiliar será remolcado por el principal.

    Hay dudas sobre la habilidad de los hombres del desierto o de la selva para orientarse en el océano tenebroso. Un comerciante de las caravanas cuenta que ha escuchado la historia del andalusí cordobés Jashjash que arriesgó su vida con un grupo de jóvenes, de la misma ciudad, al embarcar en unas naves que habían preparado. Penetraron en el océano, permaneciendo fuera durante algún tiempo. Más tarde volvieron con abundante botín y noticias que fueron difundidas. Pero sólo navegaron por el oeste y el norte, es decir, desde los confines del país de los negros hasta Bretaña. Nadie sabe lo que hay más allá de las islas eternas. Además, sólo el azar conduce a ellas, porque nunca se llega hasta allí voluntariamente, salvo que los vientos te conduzcan. Se conoce de su existencia, pues algunos de sus habitantes fueron llevados como esclavos a las costas del Magreb al-Aqsà, donde pasaron al servicio del sultán. Tras aprender árabe, dieron noticias de las islas.

    Marcan un finis terrae en los textos árabes clásicos de geografía. Son el extremo del mundo conocido, el punto de partida elegido por Ptolomeo para contar las longitudes, y, de ese modo, aparecen citadas en gran número de fuentes. El cristiano Arnobio, hacia unos trescientos años de la era de los infieles, recoge, por primera y única vez en toda la Antigüedad, el plural Ínsulas Canarias. Arnobio señala los cuatro puntos cardinales del mundo de la época y, para el extremo occidental, sustituye las míticas Islas de los Bienaventurados de Ptolomeo por las reales Ínsulas Canarias.

    Se ordena que se concentren en palacio todos los artesanos con oficio: leñadores, carpinteros, herreros y pescadores. Lo primero a decidir son los tipos de barcos que integrarán la expedición, ya que los de los pescadores están hechos de troncos de árbol vaciados y no resistirían una ola.

    Se discute también sobre el número de hombres y mujeres que embarcarán en cada nave, así como la cantidad y el tipo de alimentos para la travesía. Además, se diseña el almacenamiento del agua en el fondo de las bodegas. Se decide el tipo de tela para las velas y se ordena que sea traída por caravana desde Marruecos.

    Una vez conocido todo lo anterior, los interesados se desplazan al lugar elegido para la construcción de los barcos y el trabajo concluye tras meses de arduo esfuerzo. Cuatrocientos barcos, doscientos principales y doscientos auxiliares, ya están llenos de víveres, carne seca, frutos secos y frutas en conserva, suficientes para un año de travesía. También oro. El comandante de la flota y los demás capitanes de cada navío se han presentado ante el rey para informarle de que los barcos están en el mar esperando la orden de partir.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1