EL 15 DE MARZO DEL AÑO 44 A.C., FECHA CORRESPONDIENTE AL IDUS (DÍA QUINCE) DE MARZO EN EL CALENDARIO ROMANO, FUE EL ACIAGO DÍA QUE CAMBIÓ LA HISTORIA DE ROMA Y, PROBABLEMENTE, DEL RESTO DEL MUNDO… Julio César acudía a la reunión que el Senado celebraba en la explanada del Campo de Marte (que hoy se abriga en la plaza romana Largo di Torre Argentina) donde se debatiría su propuesta de emprender una guerra contra los partos. César había preferido hacer caso omiso a las numerosas señales y presagios que, supuestamente, le anticipaban que aquel día podría ser el último de su vida. Para evitar difundir la imagen de un Cesar atemorizado ante lo que le sobrevenía, prescindió incluso de ser escoltado por su guardia de corps. Tal vez por ello, no han faltado quienes, recientemente, han preferido interpretar el asesinato como un suicidio elegido por el propio Julio César.
Cuenta Plutarco, en su "Vidas paralelas" (entre siglos I/II), que César habría sido advertido del complot a través de una nota manuscrita que le habría entregado un maestro de filosofía griega (Artemidoro), pero que no le dio tiempo a leerla: “Al ver que César tomaba el escrito y se lo pasaba a sus ayudantes, se acercó a él y le dijo: ‘Lee esto, César, tú solo y ahora mismo, pues contiene noticias sobre un asunto muy grave que te afecta directamente’. Entonces César tomó el escrito para leerlo, pero se lo impidió la masa de gente que le reclamaba su atención. Y, aunque estuvo a punto de hacerlo varias veces, con el rollo en sus manos y guardándolo como cosa propia, lo cierto es que entró en el edificio del Senado sin leerlo”.
Los conspiradores evitaron que en el Senado entrara Marco Antonio (83-30), quien fuera “mano derecha” de César y luego restaurara su política consolidando el Segundo Triunvirato, manteniéndolo retenido en la antesala. Mientras, Julio César exponía sus motivos para iniciar una conquista del territorio de los partos, pero sin lograr persuadir a su audiencia. Uno de los senadores (las fuentes no se ponen de acuerdo si fue Tilio Cimbro o Servilio Casca, si es que no fueron ambos los que se pusieron de acuerdo) se aproximó hasta él, tirándole de manera agresiva de la toga: era la señal convenida.
Lo que aconteció después, no puedo ser reflejado con mejor dramatismo del que lo hace Plutarco: “Iniciada así la acción, quienes no participa- ban de la conjura se vieron presos de consternación y de un sentimiento de horror ante lo que estaba ocurriendo; incapaces de salir huyendo y de prestar auxilio, tampoco se atrevieron a pronunciar palabra. En cambio, quienes estaban preparados de antemano para el magnicidio desenvainaron cada uno su espada y César, rodeado por todas partes adonde pudiera dirigirse, se vio alcanzado por golpes de puñal dirigidos contra su rostro y su cara, acorralado como una fiera salvaje hasta ser destrozado a manos de todos ellos. Y es que todos deseaban participar y degustar su muerte. Fue entonces cuando le infligió una herida en. Su propia sangre tiñó el pedestal, hasta el extremo de que alguien pensaría que Pompeyo tomaba ahora venganza de su enemigo…”.
