Jardín de Venus: Poemas eróticos
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Así que, frente a una literatura moralizante, la de las fábulas, tenemos, del mismo autor, esta otra transgresora y desvergonzada.
En los poemas eróticos de El jardín de Venus, hay una doble subversión. Por una parte son obscenos porque pintan una sexualidad desenfrenada, pero también son subversivos por evocar una sexualidad «prohibida», a la vez inmoral e ilegal. En la mayoría de los casos se trata de relaciones extra-conyugales o sin lazo de matrimonio con profanos o religiosos, como «La postema», «El panadizo», «El reconocimiento», etc.
La presencia del tema erótico bajo cualquier forma de género literario no fue una novedad en las letras hispanas. Sin embargo, en ningún siglo floreció tanto como en el XVIII. A pesar de que el celo de la Inquisición que impidió la edición de cualquier libro que tratara esa temática.
Este tipo de «poesía licenciosa» plantea, evidentemente, un principio de transgresión de los valores establecidos que no pasará desapercibido a Marcelino Menéndez y Pelayo, quien, en su Historia de los heterodoxos españoles la consideró como
«una de las manifestaciones más claras, repugnantes y vergonzosas del virus antisocial y antihumano que hervía en las entrañas de la filosofía empírica y sensualista de la moral utilitaria y de la teoría del placer».
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Jardín de Venus - Félix María Samaniego
Créditos
Título original: Jardín de Venus.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9953-5920.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-448-8.
ISBN ebook: 978-84-9897-074-6.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 13
La vida 13
El país de afloja y aprieta 15
Los gozos de los elegidos 21
Las entradas de tortuga 25
El reconocimiento 29
El piñón 33
El conjuro 37
El loro y la cotorra 41
El voto de los benitos 45
El cabo de vela 49
El ciego en el sermón 53
Las lavativas 57
La fuerza del viento 61
La postema (abceso supuroso) 65
La reliquia 69
El ajuste doble 73
La receta 77
La poca religión 81
Al maestro cuchillada 85
El cuervo 91
La sentencia justa 93
El raigón 97
Los relojes del soldado 101
Diógenes en el Averno 105
La medicina de san Agustín 109
Once y trece 113
La oración de san Gregorio 117
Los nudos 121
La limosna 125
A Roma por todo 129
El resfriado 133
El onanismo 135
La paga adelantada 137
Las tijeras del fraile 139
Cualquier cosa 141
El cañamón 145
La linterna mágica 147
El «¿pues y qué?» 151
El modo de hacer pontífices 155
Las gollerías 157
El miedo de las tormentas 161
Diálogo 169
Las penitencias calculadas 171
Las bendiciones en aumento 173
I. La mujer satisfecha 173
II. El caudal del obispo 175
Los calzones de san francisco 179
La peregrinación 183
El panadizo 187
El sueño 191
El matrimonio incauto 195
La pulga 197
Disculpa 199
El dios Scamandro 201
El pastor enamorado 209
La procuradora y el escribiente 213
La vieja y el gato 217
El avaro y su mujer 219
La vergüenza 221
Las hijas del pobre 223
La mercadera y el tuno 225
La confesión 227
El brocal 229
El sombrerero 231
La campanilla 233
La pulga 235
El miedo de las tormentas 237
Las beatas 243
El inquisidor y la supuesta hechicera 245
El abad y el monje 247
La gallega 249
El pastor enamorado 251
El fraile y la monja 255
El cura y el muchacho 257
Antonio y Pepa 259
Soneto de Manuel 261
Soneto a Nice 263
La melindrosa 265
La semana 267
Dora y Dido 269
Coplas del pájaro 271
Quintillas 273
Décimas 277
Libros a la carta 281
Brevísima presentación
La vida
Félix María Samaniego (Laguardia, la Rioja, 1745-1801). España.
Pertenecía a una familia de la nobleza guipuzcoana. Estudió leyes en la Universidad de Valladolid, pero no acabó la carrera. Luego se casó y vivió en Vergara.
Jardín de Venus es una antología de poemas eróticos escritos por Samaniego, quien ordenó quemarlos al final de su vida. No fueron publicados hasta mucho después.
El país de afloja y aprieta
En lo interior del África buscaba
un joven viajero
cierto pueblo en que a todos se hospedaba
sin que diesen dinero:
y con esta noticia que tenía
se dejó atrás un día
su equipaje y criado,
y, yendo apresurado,
sediento y caluroso,
llegó a un bosque frondoso
de palmas, cuyas sendas mal holladas
sus pasos condujeron
al pie de unas murallas elevadas
donde sus ojos con placer leyeron,
en diversos idiomas esculpido,
un rótulo que había este sentido:
Esta es la capital de Siempre-meta,
país de afloja y aprieta,
donde de balde goza y se mantiene
todo el que a sus costumbres se conviene.
—¡He aquí mi tierra! —dijo el viandante
luego que estoy leyó, y en el instante
buscó y halló la puerta
de par en par abierta.
Por ella se coló precipitado
y vióse rodeado,
no de salvajes fieros,
sino de muchos jóvenes en cueros,
con los aquellos tiesos y fornidos,
armados de unos chuzos bien lucidos,
los cuales le agarraron
y a su gobernador le presentaron.
Estaba el tal, con un semblante adusto,
como ellos, en pelota; era robusto
y en la erección continua que mostraba
a todos los demás sobrepujaba.
Luego que en su presencia
estuvo el viajero,
mandó le desnudasen, lo primero,
y que con diligencia
le mirasen las partes genitales,
que hallaron de tamaño garrafales.
La verga estaba tiesa y consistente,
pues como había visto tanta gente
con el vigor que da Naturaleza,
también el pobre enarboló su pieza.
Como el gobernador en tal estado
le halló, díjole: —Joven extranjero,
te encuentro bien armado
y muy en breve espero
que aumentarás la población inquieta
de nuestra capital de Siempre-meta;
mas antes sabe que es el heroísmo
de sus hijos valientes
vivir en un perpetuo priapismo,
gozando mil mujeres diferentes;
y si cumplir no puedes su costumbre,
vete, o te expones a una pesadumbre.
—¡Oh! Yo la dejaré desempeñada
—el joven respondió—, si me permite
que en alguna belleza me ejercite.
Ya veis que está exaltada
mi potencia, y yo quiero
al instante jo... —¡Basta! lo primero
—dijo el gobernador a sus ministros—
se apuntará su nombre en los registros
de nuestra población; después, llevadle
donde se bañe; luego, perfumadle;
después, que cene cuanto se le antoje;
y después enviadle quien le afloje.
Dijo y obedecieron,
y al joven como nuevo le pusieron,
lavado y perfumado, bien bebido y cenado,
de modo que en la cama, al acostarse,
tan solo panza arriba pudo echarse.
Así se hallaba, cuando a darle ayuda
una beldad desnuda
llegó, y subió a su lecho;
la cual, para dejarle satisfecho,
sin que necesitase estimularlo,
con diez desagües consiguió aflojarlo.
Habiendo así cumplido
las órdenes, se fue y dejó dormido
al joven, que a muy poco despertaron
y el almuerzo a la cama le llevaron,
presentándole luego otra hermosura
que le hiciese segunda aflojadura.
Ésta, que halló ya lánguida la parte,
apuró los recursos de su arte
con rápidos meneos
para que contentase sus deseos,
y él, ya de media anqueta, ya debajo,
tres veces aflojó, ¡con qué trabajo!
No hallándole más jugo
ella se fue quejosa,
y otra entró de refresco más hermosa,
que, aunque al joven le plugo
por su perfección rara,
no tuvo nada ya que le aflojara.
Sentida del desaire,
ésta empezó a dar gritos, y no al aire,
porque el gobernador entró al momento
y, al ver del joven el aflojamiento,
dijo en tono furioso:
—¡Hola! Que aprieten a ese perezoso.
Al punto tres negrazos de Guinea
vinieron, de estatura gigantea,
y al joven sujetaron,
y uno en por de otro a fuerza le apretaron
por el ojo fruncido,
cuyo virgo dejaron destruido.
Así pues, desfondado,
creyéndole bastante castigado
de su presunción vana,
en la misma mañana,
sacándole al camino,
le dejaron llorar su desatino,
sin poderse mover. Allí tirado
le encontró su criado,
el cual le preguntó si hallado había
el pueblo en que de balde se comía.
—¡Ah, sí, y hallarlo fue mi desventura!
—el amo respondió. —¿Pues qué aventura
—el mozo replicó—, le ha sucedido,
que está tan afligido?
En esa buena tierra
no puede ser que así le maltrataran.
—Mil deleites —el amo dijo— encierra
y, aunque estoy desplegado, yo lo fundo
en que si como aflojan no apretaran,
mejor país no habría en todo el mundo.
Los gozos de los elegidos
Iba un guardia de corps, lector amado,
a más de media noche, apresurado
a su cuartel y, al revolver la esquina
de la calle vecina,
oyó que de una casa ceceaban
y que, abriendo la puerta, le llamaban.
Determinó acercarse
porque era voz de femenil persona
la que el lance ocasiona,
y sin dudar, a tiento,
de uno en otro aposento,
callado y sin candil, dejó guiarse
hasta que, al parecer, llegó la dama
donde estaba la cama
y le dijo: —Desnúdate, bien mío,
y acostémonos pronto, que hace frío.
El guardia la obedece
metiéndose en el lecho que le ofrece,
cuyo calor benéfico al momento
le templa el instrumento,
y mucho más sintiendo los abrazos
con que en amantes lazos
la dama que le entona
expresiva y traviesa le aprisiona.
Entonces, atrevido,
intentó la camisa remangarla
y rijoso montarla;
más quedó sorprendido
al ver que ella obstinada resistía
la amorosa porfía,
y que, si la dejaba,
también de su abandono se quejaba,
hasta que al fin salió de confusiones
oyendo de la dama estas razones:
—¿Cómo te has olvidado
de modo con que habemos