Música para el erotismo (y III)
Con esta entrega concluimos, preclaro lector, el recorrido alrededor de un erotismo favorecido por la música. Sobra repetir que la imaginación ha jugado un papel capital, ya que, sin ella, ni los destinos sugeridos ni el erotismo por sí mismo habrían tenido ocasión de serlo. Pero antes de proseguir, vale esclarecer algunas decisiones que pudieron sonar arbitrarias, como plantear la escucha de Rachmaninov en Alemania y la de Brahms en Suiza… (Monteverdi en Venecia y Guzik en Coahuila fueron consecuentes entre sí).1
La razón estriba en que buscamos la correlación entre las obras musicales y su lugar de nacimiento; así, es de asentar que Rachmaninov compuso su segunda sinfonía entre los años 1906 y 1907, cuando ya se había afincado en Dresde. En cuanto a Brahms, nos tomamos una licencia puesto que su tercera sinfonía no vio la luz en Suiza; no obstante, Thun fue la localidad donde más se inspiró –pasó ahí los veranos se lee: “A esta tierra, ávida por cantar desde siempre, Brahms le dio nueva gloria con su canto” – y donde produjo muchas gemas sonoras.
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